Conclusiones de la Seminci
Por una imagen de lo humano Por Javier Acevedo Nieto
I. Castidad
Domingo, 21 de octubre. La SEMINCI comenzó el día anterior con la ceremonia de inauguración. Prefiero evitar todas las experiencias ajenas a la simple experiencia fílmica. Un 20 de marzo de 1958 nació este Festival, bajo el nombre de Semana de Cine Religioso. Pretendía recoger obras que propugnaran una cierta cosmovisión cristiana, que conectaran el film con una suerte de dimensión espiritual. Se lo comento a una persona que hace cola para recoger entradas. Le parece aberrante que un Festival de Cine se dedicara a enfrascar catequismo. A mí me parece extrañamente maravilloso. Hay algo espiritual en la imagen. Hay algo de devoción en la forma en la que el espectador se somete a la imagen. Pienso en la luz de la pantalla cegando a los espectadores. Pienso en la luz del sol o el brillo de la noche al salir del cine. Cómo la realidad aparece enajenada después de sucumbir a la devoción de la imagen. Recojo las entradas para las dos proyecciones de la tarde y la noche. No he podido acudir a los pases de prensa de la mañana. A las siete se proyecta Border (Gräns, Ali Abbasi, 2018) y a las diez La caída del imperio americano (La chute de l’empire américain, Denys Arcand, 2018). Me mezclo con el público, aunque a decir verdad ese pase de prensa solo me acredita como alguien que va a ver películas gratis, no como especialista en nada. Si acaso como acólito de ese culto a la imagen.
Tengo que redactar unas conclusiones que a la vez condensen mi experiencia y el devenir cinematográfico de esos seis días. No sé por qué a lo largo de estos días, pensando en esa devoción y ese componente espiritual de la imagen he recordado mis clases de catequesis. De cuando en una sala de una parroquia cualquiera en Salamanca, ojeando un librito verde intentaba no dibujar garabatos encima de algún crismón. Había siete virtudes cristianas: Humildad, Generosidad, Castidad, Paciencia, Templanza, Caridad y Diligencia. Cada una traía aparejado un pecado. Reducir la espiritualidad a esa dualidad. La doctrina católica siempre me ha fascinado por el enorme poder de su simbología. Quizá en la imagen cinematográfica haya un componente espiritual sumamente potente. Paul Schrader y Nathaniel Dorsky lo ha sabido detectar. Yo no soy un tipo brillante y acudo a mi viejo catequismo. Todavía tengo alguna página marcada. Al final sí pinté sobre el crismón. Nada sacrílego, además algunos expertos dicen que el símbolo era usado en tiempos precristianos para simplificar la palabra crismón – útil – y marcar páginas interesantes de algún escrito. Hay un crismón dibujado en la página dedica a las virtudes y los pecados.
Border
La castidad es una virtud que se opone a la lujuria. Border es un retrato de una identidad establecida que poco a poco se tambalea y empieza a destruirse. La caída del imperio americano es la historia de un joven intelectual burgués atiborrado de filosofía cuya identidad se transforma por medio de la ironía. Hay que pervertir las virtudes y tergiversar los pecados. El cine es una experiencia sacrílega que constantemente castiga nuestra mirada y a veces la recompensa con la experiencia de lo trascendente. Border presenta la virtud de la castidad. Podría caer en la hipérbole, en la concupiscencia de dejarse llevar por lo extremo de su premisa. Abbasi modera sus tentaciones y de su contención nace la destrucción de una identidad. La caída del imperio americano cae en el pecado de la lujuria. La ironía se regodea en el exceso. Hay un criminal, una prostituta y un burgués timorato. Demasiada parodia.
Es casi lunes. Salgo del cine y me dirijo al apartamento. No tengo esa sensación buscada. Las luces no ciegan, el frío no hiela mis bigotes ni siento el hormigueo de la vergüenza en mi calva. El cine no ha conseguido que la realidad me parezca extraña. El síndrome postfílmico, ese que te devuelve a una realidad que ya no miras de la misma forma, no emerge. Habrá que esperar.
II. Generosidad
Lunes, 22 de octubre. Sigo buscando la espiritualidad de la imagen. No es un patético intento por sustituir a un Dios al que ni espero, Godot me aburre. Creo que hay bastante gente que se engaña buscando la perfección en cada filme que ven. Igual que un creyente cree ver a Dios en una radiografía libre de enfermedad, el espectador y crítico ansioso cree ver en cualquier plano el rastro de esa espiritualidad que a partir de la realidad desvela la experiencia de lo oculto. Hace algo más de frío. Desayuno en una cafetería. Ayer trasnoché fustigándome al reflexionar sobre las imágenes que había visto. Quién me leerá. Probablemente pocas personas. Hay grandes predicadores del culto de la imagen. Se les reconoce por las ojeras, parecen el cura rural de Bresson. Yo no paso de monaguillo, pero me satisface. Por la mañana se proyectan The Miseducation of Cameron Post (Desiree Akhavan, 2018) y Dogman (Matteo Garrone, 2018), a la tarde La quietud (Pablo Trapero, 2018). La película de Arkhavan es generosa. Da más de lo que te esperas, sin esperar nada a cambio. Tres jóvenes reafirmando su identidad contra una religión castrante. Me recuerda a esos grupos de aficionados que tocan en micros abiertos. Versionando a David Bowie. Sabes que no estás escuchando Starman, pero el brillo de las estrellas es suficiente. Porque aman lo que cantan y son generosos. Porque Arkhavan no quiere matar la metáfora del cine, para alivio de Barthes. Se contenta con que la espiritualidad de la imagen emerja de un primer plano de un joven furioso que cita la Biblia. Garrone y Dogman, la paciencia de Matteo como Job. Es generoso su retrato de una venganza, y regala la visión de una masculinidad exacerbada y el aroma de un western suburbano. Hay que huir de La quietud, es el pecado del día. Un ejercicio de avaricia donde Trapero cae en todos sus excesos y no cede nada al espectador.
The Miseducation of Cameron Post
La SEMINCI de este año orbita alrededor de dos grandes temas: la identidad y el individuo contra el entorno. La identidad reafirmada de tres jóvenes y la crisis identitaria de la burguesía argentina. El individuo ordinario contra el entorno violento. Sigo buscando esa espiritualidad. Estos tres relatos se han contentado con cerrar el sentido. Son plegarias cerradas que saben que no tendrán respuesta. Necesito gritos de auxilio. La imagen cinematográfica revela lo oculto.
III. Diligencia
Martes, 23 de octubre. The Guilty (Gustav Möller, 2018) tiene la virtud de la diligencia. Se esmera por contar algo, hay un entusiasmo por conquistar la mirada del espectador, pero carece de la contemplación, de la abulia de quien ha sufrido para componer una imagen. Son las siete de la tarde. Hasta ahora solo la castidad de Border y la generosidad de The Miseducation of Cameron Post han transmitido algo. Sigo fustigándome con el sueño. Sigo cuestionándome si mi cinefilia no es simple exceso y si este permanente fingir sobre si escribo algo sincero debería concluir en algún punto. Me regodeo en los instantes que comprenden cada proyección. Es fácil subsistir en los tiempos muertos donde la devoción de la imagen se intensifica a medida que se intenta evocar espectros de la experiencia frente a la pantalla para recomponer una incompleta imagen de lo que uno sintió. Uno se postra ante el altar de la imagen confiando en que esta le revele un atisbo de extrañeza en medio de una rutina de precongelados, ruido de teclas y lecturas que alimenten la mediocridad del intelecto propio.
Son las siete, emerge Genèse (Philippe Lesage, 2018). Lesage se entrega a la diligencia. Es un cineasta con los mimbres del buen evangelista, hasta componer una imagen que a partir de lo cotidiano revela la experiencia de lo oculto. Lo revela de forma transparente. Hay está el primer amor. Las primeras miradas. La desnudez de sentirse solo. Nathaniel Dorsky habría descrito mejor que yo el logro de Genèse. En El cine de la devoción escribiría eso de “hay una diferencia extremadamente sutil, pero importante, entre una imagen que es en sí misma un acto manifiesto de visión y una que utiliza la visión para representar el mundo” 1. El filme de Lesage es un acto de visión. Uno atisba en él una mirada hacia la realidad para desvelar las coordenadas de esa espiritualidad de la imagen que muestra lo trascendente escondido en lo meramente humano. No hay dioses ni ilusiones, solo el hombre. La imagen construyendo una realidad al margen de la realidad. Bazin era un tipo brillante, pero no se puede embalsamar la realidad. Ni contenerla en un relicario. Un Cristo yacente de Gregorio Fernández no cautiva por ser una visión del sufrimiento de Cristo. Sino porque en el acto de la observación se refleja la imagen misma del dolor. La imagen del Guillaume de Lesage cautiva por ser la imagen propia de una experiencia, no por evocarla.
Dice Dorsky que la imagen no puede ser esclava de un tema o una idea. Debe existir por sí misma. El Cristo de Fernández o el Guillaume de Lesage son imágenes por sí mismas. Son actos que son experiencias en sí mismas. Situadas al margen de la mera representación.
IV. Templanza
Miércoles, 24 de octubre. Mi gran obra maestra (Gastón Duprat, 2018), Utoya. 22 de julio (Utøya 22. Juli, Erik Poppe, 2018) y Djon África (João Miller Guerra y Filipa Reis) versan respectivamente sobre la identidad del artista en el postmodernismo, sobre la lucha del individuo contra el entorno del mal y sobre la reconstrucción de la identidad buscando las raíces y pasando de ser Otro a ser Uno. La primera cae en la gula de la comedia desaforada, la segunda es tan templada que no se atreve a liberar a la imagen del tema y la tercera edifica una imagen alrededor del tema, es pura confusión. Yo sigo pensando en Genèse. Cuando salí de verla sí sentí que la realidad exterior era extraña. Parecía que la luz se difuminaba con la atmósfera y los rastros del ruido de los coches sonaban distantes. La imagen había recompensado a la mirada tras flagelarla y violentarla. Dorsky equiparaba el cine con la religión por ser experiencias que ponían en contacto al individuo con algo oculto. Una estrecha vinculación que llevaba la devoción religiosa al plano de la devoción de la imagen. La experiencia postfílmica tenía efectos en el metabolismo del mismo modo que la experiencia religiosa vulneraba el espíritu.
El sueño sigue alimentando mi curiosidad. Veo a críticos que abandona la sala. Ronquidos. Durante la proyección de Djon África hay un error técnico. Tras quince minutos hay que reiniciar la proyección porque no han aparecido subtítulos en inglés para el Jurado. Los críticos vociferan y protestan. No quieren ver otra vez quince minutos del film. Mercaderes en el templo. Es mi declaración. Frente a algunos pocos que observan el filme como una reliquia. Como algo muerto. Expresan su devoción a través del gusto, que encarcela el sentido. Nada debería tener sentido, nada debería estar muerto. Los museos no encierran obras, la sala no encierra un filme listo para ser visto. Las obras esperan a ser liberadas, pero sí hay muchos individuos encerrados por el mero gusto. Dorsky tiene razón, hay relación en esa experiencia religiosa y esa experiencia fílmica.
V. Paciencia
Jueves, 25 de octubre. Mañana se cumplen cinco días en los que he podido silenciar la mediocridad y la rutina. Disfruto deambulando entre las proyecciones. Escribiendo apresuradamente. Pero me pregunto si acaso quienes se dedican de verdad a la crítica no sucumben al pensamiento de que este deleite egoísta puede no conducir a nada. He visto tres películas. Solo rescato Ága (Milko Lazarov, 2018). Relato que pretende ofrecer un sentido cerrado. Se disculpa por la imagen alcanza el valor de lo intangible. Pienso en Schrader cuando afirma eso de la universalidad espiritual del estilo trascendente. Cómo la imagen de un matrimonio en medio de la tundra puede suscitar la emoción. El retrato de una rutina que empieza a erosionarse hasta expresar lo trascendente. Pienso en Edgar Morin y su El cine o el hombre imaginario, obra denostada por ese estilo metafórico y evocador pero sumamente elocuente. En esa relación entre antropomorfismo, la imagen en la que lo humano se refleja en las cosas, y el cosmomorfismo, el reflejo del cosmos en la esencia del hombre, el rostro del individuo reflejando el entorno. La imagen es acto en sí mismo. Es trascender y expresar la espiritualidad oculta sin sujetarla al tema o tratar de buscar sentido. La imagen difumina al individuo en el cosmos del entorno y funde el entorno en el hombre. En Ága Nanook y Sedna se difuminan con el entorno y a la vez uno aprecia en el rostro de Nanook la presencia del hielo y el silencio de la tundra. La experiencia fílmica se acerca a la espiritualidad religiosa por su capacidad para evocar lo que no se ve.
La SEMINCI confluye sus dos grandes temas aquí. Una identidad que se desmorona cuando la relación del individuo con el entorno se vuelve insostenible.
VI. Caridad
Viernes, 26 de octubre. Una tierra imaginada (A land imagined, Yeo Siew Hua, 2018) es el colofón de la SEMINCI aunque no sea la obra que clausura la edición. La virtud de la paciencia frente a la ira del espectador que se deja guiar por el gusto. Un retrato de identidades que buscan desaparecer en el entorno de las ensoñaciones. Otra vez la mirada cautivada. Imágenes que existen por sí mismas. El tema es un pretexto. Parece que la SEMINCI quiere matar el relato muy al pesar del público y la crítica. La adoración de la imagen llevada al deleite. El cine como experiencia espiritual donde lo humano mira a lo divino solo para reconocerse a sí mismo. Lo divino es mundano. Es observar ese plano que quema y dejarse quemar por la llama de la imagen que ha sabido mostrar la experiencia escondida dentro del espectador. Abrir el filme, adorarlo desde nuestra humanidad. Es algo confuso. El Imago Dei ha obsesionado al arte sacro. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. ¿Qué es la imagen? Santo Tomás de Aquino decía que todos somos semejantes a Dios. Imagen del Padre, pero esa imagen es un vestigio, un resto del alma divina que solo se puede conquistar con la obra moral, siguiendo las virtudes.
El arte sacro mira a Dios porque se cree imperfecto, el cine mira al hombre. El socinianismo fue considerado herejía al considerar que en algún momento Dios fue solo un hombre que trascendió. No es omnipotente omnisciente y crece a medida que la mente humana se expande. La mayoría de filmes surgen como mera semejanza del hombre. Pocos se atreven a capturar la imagen misma, esa suerte de alma. El Imago Dei como imagen del hombre. El cine tiene las virtudes para apresar la pura imagen de lo humano, ser hereje y trascender lo representado. Una tierra imaginada captura el Imago Dei en los sueños de sus personajes. Captura la imagen, la dualidad de Morin y la experiencia fílmica de Dorsky. El buen cineasta solo adora la imagen.
Una tierra imaginada
La SEMINCI comenzó como Semana de Cine Religioso. Es estimulante ver cómo la experiencia religiosa se ha trasladado a la experiencia fílmica. El filme como sistema abierto que es en sí mismo una invitación al acto de mirar. Una edición que ha transitado por la identidad y la pugna del individuo contra el entorno y ha brillado con tres propuestas clave que trascienden y revelan lo humano. Ha habido muchas virtudes en la Sección Oficial, también algunos pecados. Ciertos críticos han señalado la falta de riesgo en la selección. El Premio FIPRESCI ha ido a parar a La caída del imperio americano. Quien escribe no sabe si un maravilloso gesto de ironía y de la virtud que queda, humildad, o más bien el pecado de la soberbia.
Personalmente albergo las mismas dudas. Si esta cobertura ha sido un diálogo conmigo mismo y todo es inánime. La certeza es que hay que adorar la imagen. No sometiéndose a ella, sino con la complicidad de las miradas entre espectador y cineasta. Es domingo, 28 de octubre. Esta incoherente teología cinematográfica ha intentado vindicar el valor espiritual de la experiencia humana en un tiempo donde se adora la tiranía del gusto y donde la experiencia religiosa se refugia en el sistema cerrado de la fe. Hace frío, aún perdura en mí esa experiencia postfílmica que extraña la realidad. Un gesto mundano, a modo de lista o ránking personal para que el atento lector pueda rastrear qué films se acercan más a esa imagen auténtica de lo humano.
1. Genèse / Una tierra imaginada (ex aequo)
2. Àga
3. Border
4. Djon África
5. The Miseducation of Cameron Post
6. Dogman
7. A la vuelta de la esquina
8. La mujer de la montaña
9. The Guilty
10. Utoya. 22 de julio.
11. La quietud
- DORSKY, Nathaniel. (2016). El cine de la devoción. Lumière, p. 31. ↩