Conducta
LOS BROTES VERDES DEL CASTRISMO Por Enrique Campos
No deja de ser paradójico, quizá hasta preocupante, que en la demonizada Cuba, con dinero cubano, puede llegar a hacerse un cine social más incisivo, más comprometido y más implacable, que en la muy libérrima Iberia. Los súbditos de Castro, y Conducta se encarga de ilustrarlo por si alguno youtubea más de lo recomendable a Willy Toledo, tienen motivos de sobra para enviarle al mundo películas como la de Daranas, aunque en teoría no les está permitido. O eso se cuenta. Mientras tanto, a cinco mil kilómetros, donde hay carta blanca para contar lo que a uno se le ponga en la punta de la nariz –o eso se cuenta, también- y algún que otro motivo para hacer lo que este director cubano hace, nos la envainamos. Sí, en general nos la envainamos. Malaventurados los que se rajan el pecho en nombre de la libertad de expresión pero prefieren no utilizarla. Así nos luce el pelo y todo lo demás.
Pero no hemos venido aquí a hablar de política, ¿no? ¿O sí? En Conducta no se habla de política, al menos no de la política de los periódicos y las tertulias, y no se nombra ni a Fidel ni a Raúl ni se pronuncia la palabra revolución. Sólo la señora Carmela (Alina Rodríguez), profesora con mucha miseria en la mochila y con poco que perder, esgrime algo parecido a una enmienda a la oficialidad: “Quizá lleve demasiados años en este colegio, pero no tantos como los que gobiernan el país”. No es el único dardo que el huracán Alina lanza a las entrañas del poder, pero sí el más directo, el más obvio. Ella es la Cuba vieja, es La Habana que quedó suspendida en el limbo hace sesenta años, llena de achaques, con el orgullo intacto, harta de normativas que se alejan tanto de la realidad y las problemáticas de sus alumnos que derivan en esperpento. ¿Y esto? ¿Les suena? A Chala (Armando Valdes), el alumno más díscolo de Carmela, y, claro, su ojito derecho, no le suena de nada esa tonadilla. Chala vive dentro de la tonadilla. Es la Cuba presente. La escuela, la única burbuja a salvo de los escombros de la utopía. Al abrigo de Carmela y cerca de los ojos abiertos como platos de su Yeni todo tiene un sentido, un porqué. El resto del día toca sobrevivir en la jungla, velar por la madre toxicómana, buscar las habichuelas. Como sea, donde sea. Toca pelear como esos perros a los que adiestra para que se maten a dentelladas.
Daranas propone un cine de verbo afilado y sentencias con vocación de memes. Es tan escritor como cineasta, quizá más escritor que cineasta. El mensaje, innegociable. Aunque la sucesión de reflexiones y metáforas más grandes que la propia vida suponga siempre un arma de doble filo, la raya que separa el verismo de un club de poetas difuntos de tres al cuarto, los escenarios por donde transita Conducta, las ruinas humanas y las de cemento, el drama latente y perceptible desde el primer fotograma, equilibran la balanza hasta ese frágil espacio que queda para la esperanza. Porque el futuro de Chalas y su compadres de armas no está hecho de sueños tanto como de probabilidades. Para Daranas, son versiones de carne y hueso de las peonzas ennegrecidas por el uso con las que juegan: siempre bailando al borde del precipicio. O del malecón.
Lennon llegó a no creer en Dios, ni en Buda, ni en los Beatles. Sólo en él mismo, y en Yoko. Daranas y su Carmela han llegado a no creer en el “Hasta siempre, comandante”, ni en la romántica decadencia habanera, ni en los cantos de sirena de “mayami”. Sólo creen en Chala, y en Yeni.