Conversando con Nahuel Pérez Biscayart

A propósito de 120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute, Robin Campillo, 2017). Por Ignacio Pablo Rico

I.

“Acabé participando en la película de una manera muy clásica y nada extraordinaria. Mi agente me hizo llegar el guion y, casualmente, la directora de cásting me conocía de Deep in the Woods (Au fond des bois, Benoit Jacquot, 2010). Conocí a Robin [Campillo], quien se abrió con mucha generosidad, pues tenía interés en compartir con todos nosotros la energía combativa de esa época, la efervescencia de entonces. Se fue dando así, de manera natural, mi integración en el proyecto. Después tuvo lugar un proceso de cásting, en el que se nos juntaba con otros intérpretes para decidir entre qué dúos interpretativos se producían las sinergias buscadas y, por tanto, quién encarnaría a cada personaje.

II.

“Hubo una parte importante de documentación en el trabajo. Robin y el equipo nos cedieron un par de libros (uno de ellos de Larry Kramer, el alma de ACT-UP) y vimos varios documentales y reportajes de la época. Fue un proceso tanto histórico como emocional. Por otro lado, el rodaje fue cronológico, así que la progresión de los personajes en en el desarrollo de la historia resultó completamente orgánica: primero, una parte más loca y performativa, donde los protagonistas se ponen a sí mismos en escena. Hubo una gran libertad para el juego y la construcción de personalidades. Más adelante, llega un segundo y último tramo donde la ausencia del entorno humano y espacios plasmados en un comienzo se encarna, dando lugar a una cierta deconstrucción de lo que hemos visto hasta entonces. Aquí, pienso, se ofrece un peculiar encuentro entre aquella juventud y la actual”.

III.

«120 pulsaciones por minuto es una película de enorme actualidad, y creo que tiene la capacidad de resonar en nuestros tiempos porque la gente está inquieta con la situación política mundial, desde el giro a la derecha de tantos países americanos hasta las políticas de austeridad en Europa. Sin embargo, no creo que se establezca una relación a través de la analogía. A día de hoy, los jóvenes podemos sentirnos muy rebeldes a partir de lo que decimos y publicamos en las redes sociales, pero esos espacios de encuentro físico que evoca la película se prodigan cada vez menos. Vivimos en un presente muy virtual, y creo que para quienes habitan esta época resultará emocionante asistir a una ficción en la que, sin Twitter o Facebook de por medio, la gente se reune varias veces por semana para presentar batalla. Pero creo que no existe aquí intención ni de recrear fielmente una época, ni de entregarse a la nostalgia y la melancolía. Vimos el filme desde el principio a partir del presente, porque precisamente la hicimos encarnando un presente. Pese al vestuario y a la localización en la época, dista mucho de ser una producción histórica. Vivimos aquel pasado como si fuera nuestro hoy”.

IV.

“Una de las grandes virtudes y hallazgos de ACT-UP fue ese coraje con el que hicieron de la enfermedad una máscara para batallar. La asociación aprendió a usar su naturaleza estigmatizada socialmente como arma de combate a través de la puesta en escena, que es algo que está presente continuamente en 120 pulsaciones por minuto. Se juega con el desprecio y el asco que han de sufrir quienes tienen VIH. De su naturaleza acaba tomando forma un auténtico orgullo. De ahí que se muestren tal como lo hacen, con un fuerte sentido de la fuerza de la representación, de lo escénico, algo que se remarca continuamente en la película. Los personajes son actores claros y vitales en su supervivencia. Por eso hemos optado por trabajar pasajes humorísticos en los que los protagonistas toman cierta distancia con respecto a la enfermedad, pese al trasfondo de sufrimiento evidente. Hay seres que prefieren la victimización y el llanto. 120 pulsaciones por minuto habla de los que tienen coraje y luchan con buen ánimo. Esos son los indispensables”.

V.

“En la manera de enfocar lo performativo, se intentó por todos los medios no ‘heteronormativizar’ los comportamientos que se veían en pantalla. La idea era conformar una familia lo más heterogénea e incluso improbable posible. Tengamos en cuenta que Sean, mi personaje, tiene mucho de ‘loca’, lo cual está ‘marcado’ incluso entre homosexuales. Creo que hemos logrado plasmar una comunidad gay donde la diversidad de tipologías psicológicas y de comportamiento ofrecen un entorno verdaderamente diverso, que fluye además con naturalidad en la narración. No creo en nada así como un cine queer o un cine gay. Creo que uno de los objetivos de este tipo de trabajos es que empiecen a desaparecer semejantes etiquetas”.

120 pulsaciones por minuto Nahuel

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