Crónicas desde San Sebastián #68SSIFF
Segunda parte Por David Martínez de la Haza
La nostalgia es un arma, decían Astrud. La nostalgia es un arma de destrucción masiva, añado yo.
François Ozon retoma en Verano del 85 (Eté 85) la adaptación de material ajeno, como ya ocurrió en la celebrada En la casa (Dans la maison, 2013), originalmente una obra de Juan Mayorga. En este caso, Ozon hace suya la novela juvenil “Dance on my grave” de Aidan Chambers, que narra el encuentro entre el adolescente Alex (Félix Lefebvre) y un chico mayor, David (Benjamin Voisin), y la relación que se establece entre ambos durante un verano en un pueblo de la costa normanda.
En ambas adaptaciones hay curiosamente varios nexos de unión que las sitúan en una órbita similar. Primero en cuanto a las cuestiones del relato en sí: protagonista adolescente, relación de dependencia recíproca pero asimétrica, aproximaciones al entorno educativo… Pero también en cuanto a las formas del relato, como por ejemplo en la forma en que se sugieren esos pequeños misterios velados que van a ir mostrándose finalmente de forma escalonada. Quizás es el punto de vista moral lo que más separa a ambas películas, en todo caso: la mirada que Ozon parece posar sobre cada uno de sus personajes está llena de empatía y comprensión en esta Verano del 85 mientras que en En la casa esa forma de contemplar era un poquito más ambigua, con no pocos toques de cinismo.
Hablaba antes de nostalgia y justamente el enfoque nostálgico parece un elemento clave a la hora de pensar esta película. De entrada, es imposible que la película funcionase de la misma manera si estuviera ambientada en cualquier otra época. No en vano la contextualización temporal (“verano” y “1985”) aparece ya de entrada en el título de la película, eliminando el más directo y prosaico “Baila sobre mi tumba” del relato original, y esto parece ya una primera guía de interpretación para el espectador. De entrada, el verano: la estación de los primeros amores, de los recuerdos más conmovedores pero también más apasionantes, del anhelo perpetuo al que volver mentalmente para encontrar cierto confort emocional. Y, después, 1985*, el punto medio de la década bisagra en la aceptación social y, por así decirlo, difusión mediática de la homosexualidad. Así, estas ideas se fortifican en la visión del espectador y sirven como base, como libro de instrucciones ante el juego que está a punto de plantearles el director francés.
*Como apunte curioso, François Ozon ha planteado dos cambios en el año de desarrollo de la película, primero voluntariamente puesto que el título inicial era “Été 1984” cuando la novela original data de 1982 y después forzadamente porque Robert Smith, líder de The Cure, solo aceptó que se usara su canción In Between Days si se especificaba el año correcto en que se publicó dicho tema, es decir, 1985.
Ozon, que otra cosa no pero el asunto del pop lo maneja de manera excepcional, no solo ilustra ya desde los créditos el trasfondo nostálgico y emocional de la película con la canción nostálgica y emocional por antonomasia (esa mencionada In Between Days) sino que además incrusta Self Control en su edición original, la de Raf, en el primer baile juntos de Alex y David, con lo que ese In the night, no control, through the wall, something breakin’, wearin’ white as you’re walkin’ down the street of my soul adquiere un completo nuevo sentido para la película. El acierto final es la inclusión de Sailing en la versión de Rod Stewart como el tema principal que acompaña a los momentos de mayor músculo sentimental, realzando el significante de ese barco en el que navegan los protagonistas sobre la costa y que parece una forma bellísima de contarnos que el amor muchas veces es tan solo una huida hacia adelante.
Se le acusa a Verano del 85 de explicarnos algo ya mil veces explicado. Puede ser. De hecho, uno podría aventurarse a considerar Verano del 85 como la Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017) de la temporada. Pero bien sabe el lector que en el cine lo de menos es lo que se cuenta. Y puestos a establecer una confrontación con la obra de Luca Guadagnino, Verano del 85 me parece una película más perversa en el mejor sentido, menos pagada de sí misma y menos atribulada, ya que esa mezcla de angustia y alegría de vivir adolescente es mucho más audaz al asumir lo grave con levedad y lo leve con gravedad. Y es que a veces un llanto sostenido y un baile en silencio pueden ser la misma cosa y a la vez las cosas más distintas del mundo.
Estamos en definitiva ante una película llena de cruzadas psicológicas vistas a través de un filtro colorido de falsa superficialidad: el Eros y Tánatos freudiano como una fiesta de disfraces en la que colarse, la búsqueda de la identidad en forma de chicos con flequillo y chicas con corte a lo garçon, el complejo de Edipo atenuado en forma de madres estupendas que te desnudan para darte un bañito y figuras paternas que aparecen donde menos uno lo espera. Lo están viendo, ¿verdad? Es el credo innegociable de Ozon en una sola película desprejuiciada y maravillosa.
Verano del 85
La cuestión locomotriz es si cabe más importante en el desarrollo de Nora de Lara Izagirre. Aquí, no obstante, en vez del glamour semidecadente de los barcos y las motocicletas de las villas normandas encontramos una furgoneta destartalada con la que dejar atrás un cierto vacío a baja velocidad por las carreteras del País Vasco francés en busca de una luz vital que o bien se ha ido apagando o que alguien ha olvidado encender. Una road movie costumbrista a bajas revoluciones, casi como un reflejo espiritual de Una historia verdadera (The Straight Story, David Lynch, 1999), que emociona casi sin querer de tan sutil y tan bonita, en la que Izaguirre muestra que su debut, Un otoño sin Berlín (2015), era un pequeño paso en falso para afianzarse como una excelente contadora de historias. Mención aparte merece Ane Pikaza, la Nora del título, cuya naturalidad y calidez elevan la película un escalón o dos en cuanto a su alcance emocional y hacen bastante complicado no enamorarse de ella.
Nora
La música, o, más que la música, las canciones, tienen un papel fundamental tanto en Verano del 85 como en Nora, con la presencia de Izaro interpretando el tema central creado para la película en un segmento clave de la misma. Y canciones como A Pair of Brown Eyes o el himno Fairytale of New York, que un fantasmagórico MacGowan confiesa haber acabado odiando, son además el mayor tesoro de Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan (Julien Temple), el documental sobre la vida y milagros (siendo en este caso la vida el mayor milagro, en vista de su alcoholismo desde la infancia) del líder de The Pogues. Las vagas declaraciones actuales del músico charlando con Gerry Adams, Johnny Depp y Bobby Gillespie se alternan con entrevistas de archivo para conformar un emotivo homenaje pre-póstumo al cantante irlandés, un documental ciertamente interesante sobre el que ni siquiera el iluminado Julien Temple consigue, con sus insertos gratuitos y sus gracietas de garrulo, arruinar la experiencia emocional bañada en alcohol, decadencia, patriotismo y canciones excelentes.
Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan