Cruce de caminos

Who's that guy? Por Fernando Solla

“Let’s do it, let’s be a family…”Ryan Gosling en Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010)

 En menuda epopeya nos ha metido Derek Cianfrance con su última película. Y qué complicado resulta escribir sobre Cruce de caminos (reduccionista “traducción” de The Place Beyond the Pines) sin descubrir al espectador algunos de los innumerables y apasionantes recovecos, caminos o carreteras secundarias en las que nos abandona a nuestra suerte el realizador. Lo que sí podemos avanzar es que los que esperen una historia de amor (o no) al uso después de ver el tráiler con el que se promociona el largometraje, ya pueden ir cambiando de idea, ya que durante casi dos horas y media contemplaremos una sola historia épica dividida en tres partes (diferenciadas pero no independientes). Momentos únicos capaces de definir toda nuestra vida y decisiones irrevocables que se convierten en el legado que dejaremos a los que vendrán después de nosotros.

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Sin duda, lo más interesante de Cruce de caminos son sus personajes y las relaciones que se establecen con y entre ellos.

Impera en todos la idea de fatalidad, entendida como destino en cuanto que es la causa irrevocable de acontecimientos desgraciados. Todos ellos se verán envueltos en situaciones imprudentes más o menos por casualidad que les llevaran a tomar decisiones o posicionamientos que determinarán irremediablemente su destino, ya que por el tipo de personaje que son no tienen otro futuro posible. Así pues, Luke el guapo (Ryan Gosling) será un motorista que se gana la vida exhibiendo sus habilidades en las ferias itinerantes que año tras año visitan la ciudad, cualquier ciudad. Por casualidad (o quizá por esos caprichos irrevocables del destino que comentábamos) se encontrará con Romina (Eva Mendes), camarera de bar de carretera con la que el año anterior pasó una noche, fruto de la cual nació Jason (ojo a este nombre). Al enterarse de la noticia, Luke decidirá que debe estar presente en la vida de su hijo, al contrario que su padre hizo con él. Pero, ¡ay, toparemos con el destino!, tampoco podrá ser, o por lo menos no como él habría imaginado. Por otro lado, Avery (Bradley Cooper) es un ambicioso oficial de policía que también ha sido padre de un niño llamado AJ recientemente, cuya vida se cruzará, una vez más con la de Luke, propiciando un fatídico accidente que (en un aparente, inesperado y sórdido giro argumental) convertirá la historia en un drama criminal, destapando ante los ojos de Avery la corrupción imperante en el cuerpo policial y encadenando sus acciones con el devenir vital de Romina y Jason. Años después, Jason (Dane Dehaan) y AJ (Emory Cohen) coincidirán de nuevo, como hicieron sus padres e irremediablemente intentarán lidiar con su destino. Tranquilo posible lector, que parece que se ha contado mucho, pero esto no es nada.

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¿Por qué nos interesa esta historia del motero malote, la camarera, el policía meditabundo y sus desgraciados hijos, en un principio sin demasiado futuro por delante? Pues porque Cianfrance se ha superado (y por momentos casi nos sobrepasa a nosotros también). Después de la apasionante disección de la relación de Dean (Gosling) y Cindy (Michelle Williams) que nos regaló con Blue Valentine (2010), el realizador decide aparcar la historia de pareja para desarrollar algo que ya quedaba más que apuntado en su anterior largometraje: la idea de paternidad, entendida como el legado que recibimos de nuestros progenitores, que rechazaremos durante gran parte de nuestra vida, que intentaremos corregir cuando seamos nosotros los padres, no logrando nada más que repetirlo con nuestros hijos. Una noria que gira siempre sobre el mismo eje. ¿Qué pinta esta premisa en una historia de delincuentes y policías convertida en un drama de honor? Pues mucho, créanme. Ficción que desafía al contexto socio-político-económico actual (a ver cómo se las apañará nuestro protagonista para mantener a su familia con un salario mínimo), desenmascarando una vez más el sueño americano, a la vez que reformulando el ideal heroico masculino que podamos tener más o menos configurado en nuestra cabeza. ¿Qué es una familia? Se reflexionará mucho sobre la cuestión, de una manera (y aquí es donde Cianfrance alcanza la excelencia) nada discursiva, sino a través de las imágenes y las situaciones. El interés que buscábamos más arriba reside precisamente en que el realizador juega con nosotros, pero nunca nos engaña y, si estamos atentos, tampoco nos confunde, aunque sí que desconcierta. A primera vista, pueden llegar a mosquearnos los presuntos giros argumentales, ya que inmersos como nos encontramos en la primera historia, parece que nos obligan a salir de nuevo a la superficie para tirarnos a otra piscina y ahogarnos en la segunda, muy distinta, de agua helada. Pero llegará un momento (avanzado ya el largometraje, eso sí) en que nuestro cerebro se activará y nos daremos cuenta que no hay giro alguno, sino que hemos cambiado de camino, para seguir avanzando a la vez que damos otra vuelta de noria. ¿La misma? ¿Otra? Quién sabe.

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No hay giros argumentales, hemos dicho. Aquí lo que hay es un realizador (también guionista) con un talento inaudito, con un pulso narrativo y un dominio de la historia que quiere contar impresionante. Una historia más grande de lo que muchos de nosotros estaremos dispuestos a soportar. La incertidumbre y el desasosiego que se apoderará de nosotros vendrá propiciada por la cámara de Cienfrance, que actuará a modo de narrador testigo, conociendo los acontecimientos de golpe, abruptamente, al mismo tiempo que suceden, a la vez que los personajes. Algo que para nosotros supone una sensación parecida a un puñetazo en la boca del estómago que nos obliga a ser espectadores deficientes (es decir, aquellos que si fuéramos el narrador, registraríamos únicamente lo que podemos ver u oír, sin entrar en la psicología de los personajes). Son héroes, son desgraciados, son mitológicos… La fatalidad es lo que tiene. Como fatal resulta, eso sí, ese exceso de balanceo de cámara, especialmente crispante durante la primera mitad del metraje, llegando a marear en algunos momentos, convirtiendo esa sensación en algo parecido a la náusea, en combinación con la sacudida emocional que recibimos durante la película. Un viaje, una aventura, una experiencia. Algo de lo que el cine actual va muy necesitado.

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Para terminar volvemos al personaje de Jason, para un servidor el verdadero héroe del largometraje. Rescatando la historia de Jasón y los Argonautas y el mito del vellocino de oro, Cianfrance le ofrece a él, y de paso a los espectadores una bombona de oxígeno. Acercándose a lo que podríamos denominar como literatura arqueológica, la concepción del vellocino se nos presentará de múltiples maneras: en un principio nos parecerá que es un fajo de dinero, para darnos cuenta, después de un arduo viaje, que tan ansiada riqueza consiste en un ideal, de realeza y legitimidad, que permitirá restaura el orden legítimo de las cosas (en este caso, no de ningún gobierno, pero sí tomar las riendas de nuestro destino). El de Jason parecía delimitado por el legado de Luke, pero no olvidemos que una brevísima, cruel y dura escena, el policía Avery cogerá en brazos a Jason. Esa decisión, unirá la vida del oficial con el joven y futuro héroe, siendo quizá (no lo sabemos, sólo quizá) su vía de escape, esa vía que siguiendo los pasos de Luke (en otro Cruce de caminos), le llevará a posicionarse, subirse a una moto, como hiciera su padre, e ir más allá de los pinos, en búsqueda de un lugar que no sabemos cuál será, pero al que el destino le empuja irremediablemente.

Por esta propuesta elaboradísima, ambiciosa, sutil y alejada de cualquier tipo de pomposidad; por ese dominio constante de lo que se quiere contar;  por ese alejamiento de cualquier tipo de favoritismo hacia un actor u otro, obligándolos a profundizar en las necesidades que requieren sus personajes y no al contrario, consiguiendo de paso unas interpretaciones de todos (repetimos todos) entregadas y definitorias en sus carreras; por esa salida de la noria y, sobretodo, por el talento inigualable (aquí superado) de Derek Cianfrance para conferirle a sus historias un halo final sino optimista, sí de desahogo mitigador de tanto ahogo sufrido durante sus largometrajes y por invitarnos a indagar qué nos espera beyond the pines, Cruce de caminos es ya un título imperdible e imprescindible ya no de la nueva temporada cinematográfica, sino de cualquiera de ellas.

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