Crudo
El despertar Por Mireia Mullor
Première leçon de séduction
Être une pute avec éducation
La adolescencia femenina en el cine suele contener los siguientes elementos: compras con música pop de fondo (escena de probadores incluida), desencuentros desleales con amigas, hipocresía, cambios de imagen (hacia lo canónico, por supuesto), algo de purpurina, un diario, un príncipe azul (AKA adolescente potencialmente guapetón y popular pero, ¡oh!, de buen corazón), quizás un embarazo no deseado de alguna putilla que se merece todas las desgracias del mundo y, opcionalmente, un baile de fin de curso que ejerce de clímax final. Esta visión autoimpuesta de la moral adolescente norteamericana y su lógica de las cheerleaders y los jugadores de fútbol, con la que ha sido imposible rivalizar desde otras tradiciones cinematográficas que apostaban por el dramatismo pasado de rosca, nos ha acabado por convencer de que las mujeres vivimos la adolescencia rodeadas del ambiente de Chicas malas (Mean Girls, Mark Waters, 2004). Seguramente podríamos encontrar honrosas excepciones (los personajes de Molly Ringwald en los 80 de la mano de John Hughes serían un buen ejemplo), pero es innegable que este imaginario universal ha sido construido con una precisión casi bíblica.
Al visionar Crudo, lo más evidente es su capacidad de transgresión de estos mitos y, al mismo tiempo, del desarrollo no-estereotipado femenino. La ópera prima de la cineasta Julia Ducournau cuenta la historia de una joven prodigio que ingresa en la facultad de veterinaria, porque cree firmemente en los derechos de los animales. Esto viene inculcado de una familia enteramente vegetariana, que la ha privado de la carne desde su nacimiento. Al quedar irremediablemente inmersa en las violentas novatadas de los estudiantes de la facultad, la carne cruda acaba llegando a sus labios. Es entonces cuando comienza un proceso de transformación interna que la hará más agresiva, más descontrolada. Más animal.
En su desarrollo, los dardos envenenados de Ducournau a lo establecido como femenino son constantes. En una de las escenas del film, Justine (Garance Marillier) se encierra en un lavabo para vomitar una cantidad ingente de pelo, casi en un homenaje inconsciente a The Ring (La señal) (Gore Verbinski, 2002). Al salir a lavarse las manos, se encuentra con una chica que le dice: “Si te metes dos dedos en la boca, es mucho más fácil”. Justine la mira desconcertada y se marcha. El comentario es una alusión clara a los trastornos alimenticios especialmente extendidos entre las mujeres por alcanzar ese cuerpo perfecto impuesto por la publicidad y la cultura popular. Tras la marcha de la protagonista del lavabo, la cámara se queda con la chica sin nombre, que se mira en el espejo y se sonríe, como si estuviera sacándose un ‘selfie’. ¿Cómo puede una sonrisa reflejar de forma tan macabra la necesidad de las adolescentes de ser modelos de revista y el consecuente trastorno al no conseguirlo?
De alguna manera, Justine llega a la facultad como un retrato vivo de la inocencia. No se depila, no piensa en chicos, no se preocupa en cómo viste o cómo debe llevar el pelo. Su pureza de niña está intacta. En el transcurso del film va viviendo situaciones, como la descrita en el párrafo anterior, que conforman un fresco de las presiones sociales a las que una se tiene que enfrentar en el duro viaje hacia la madurez. Hay otros elementos que nos revelan esa mirada irónica de la directora hacia este mundo de apariencias: las actitudes adjudicadas tanto a Justine como a su hermana Alex (Ella Rumpf) cuando juegan a videojuegos, mean de pie en una terraza mientras están borrachas y se pelean a puño limpio entre ellas. Ambas protagonizan, además, una de las escenas más delirantes del film: la depilación brasileña de la hermana menor, que nunca antes se había preocupado por librarse de su pelo corporal (otro signo de transgresión).
Con estos tics sutiles pero certeros como marca personal, Ducournau se une a esta ya larga lista de mujeres cineastas que pisan fuerte en el género de terror, tradicionalmente masculino, y donde no sólo están firmando obras destacables, sino que también – al igual que ya hicieron en los 70 las integrantes de la ciencia ficción feminista – están explorando nuevas formas de afrontar un género –el terror– demasiado estancado en sus códigos. Hablamos de películas tan recientes como Una chica vuelve a casa sola de noche (A Girl Walks Home Alone at Night, Ana Lily Amirpour, 2014), The Babadook (Jennifer Kent, 2014) o Evolution (Lucile Hadzihalilovic, 2015).
Por su parte, Ducournau ya apuntaba maneras e intereses en sus primeros trabajos tras la cámara. En su primer cortometraje, Junior (2011), la misma Marillier interpretaba a una chica algo masculinizada y con una preocupante tendencia a la misoginia que, tras pasar una gastroenteritis, comienza a sufrir una severa metamorfosis interna. En su segunda producción, el telefilme Mange (2012), una chica que sufrió bullying que el instituto por estar gorda, y que luego sufrió los consecuentes trastornos alimenticios, se vuelve a reencontrar años después con la persona que le hizo la vida imposible. Como vemos, la mutación y los affaires adolescentes femeninos, respectivamente, ya empiezan a ser los temas fetiche de esta joven directora.
De hecho, parece imposible no relacionar el estilo de su ópera prima con el movimiento de la Nueva Carne, y especialmente con su máximo exponente en los años 70: David Cronenberg. Si bien es obvio que nada en la película nos remite a una fusión entre la máquina y el humano, sí hay otras características de esta corriente que entroncan directamente con ella. Según Jesús Palacios, una de las cosas que caracteriza a la Nueva Carne es “una ambigüedad moral inherente”, “una ironía no siempre sutil, pero siempre necesaria” 1. En esta línea, Crudo exhibe esa misma mirada irónica (en este caso, a la adolescencia femenina) que actúa a la vez a modo de crítica y cuestionamiento moral de las acciones de sus personajes. Aun así, nunca hay una voluntad de juzgar o sentenciar ideas preestablecidas. Su segunda parte es, principalmente, la que mejor exhibe esta ambigüedad moral.
Del mismo modo, “una de las características básicas de la Nueva Carne es su muy carnal obsesión por el sexo, sólo igualada, quizás, por la obsesión por la inmortalidad”. No hay en Justine o en su hermana una obsesión por la inmortalidad –sí por la supervivencia–, pero está claro que la sexualidad sí es un elemento fundamental en el film. De hecho, lo es todo: Crudo acaba siendo, entre otras muchas cosas, una suerte de metáfora del despertar sexual adolescente en una joven que ha llegado a los 16 sin haberse rendido a los delirios de la carne (literal y metafóricamente). Durante las novatadas que sufre en sus primeras semanas en la facultad de veterinaria, su nivel de sexualidad irá creciendo e irradiando en su propia manera de vestir, mirar y moverse, hasta explotar en una brillante escena en la que baila frente al espejo al son de la canción Plus putes que toutes les putes de Orties. Ducournau fusiona este proceso con una metamorfosis de corte fantástico, pero sus interpretaciones más allá de la literalidad del relato son imprescindibles para saber apreciarlo en todas sus dimensiones. Es curioso, además, cómo el nombre de su protagonista ya nos remite a un mito sexual: es una referencia clara a Justine o los infortunios de la virtud del Marqués de Sade, que cuenta la historia –en resumidas cuentas, con todos sus matices– de una joven con una gran integridad, unos valores muy férreos, que intentará mantenerse tan pura mientras transita por un camino lleno de obstáculos donde las humillaciones recibidas serán terribles. ¿Os suena de algo? Si bien Crudo no puede estar más lejos de ser una adaptación de este legendario libro de degradaciones morales y relatos sexuales explícitos (tampoco es esa su intención), la referencia, materializada en el nombre de su protagonista y su esencia de pureza, no es banal.
No obstante, al final la esencia verdadera de la Nueva Carne no es otra que “la mutación del ser humano”, como exhiben películas como Videodrome (David Cronenberg, 1983), considerada como la fundadora de esta corriente que fusiona la ciencia ficción y el terror. En Crudo, Justine cambia de naturaleza porque necesita una nueva identidad, igual que su amigo Adrien (Rabah Nait Oufella) cambió de orientación sexual para ser verdaderamente él mismo. Estos dos jóvenes representan la aceptación de lo diferente, que choca frontalmente con las acciones de los padres de Justine. Ellos esconden su verdadera naturaleza, pero son los responsables del último de los conceptos que podemos desgranar en el film: el poder de la herencia, tanto en lo que respecta a las hermanas protagonistas como para Ducournau con sus referentes sobre la pantalla. La escena en que los novatos son rociados con sangre no podría ser más Carrie (Brian de Palma, 1976).
En resumidas cuentas, la película habla de cambiar no para ser diferente, sino para encontrarse a una misma. Recuperar nuestra naturaleza que por razones diversas –desde los corsés sociales hasta la educación doméstica– nunca ha podido ver la luz. Crudo es un canto al despertar del yo. Aunque esperemos que no todos los despertares sean tan tremebundos.
- Jesús Palacios en el capítulo ‘Nueva Carne/Vicios viejos’ del libro La Nueva Carne. Una estética perversa del cuerpo (Ed. Valdemar, 2002). ↩