Cuento de otoño

El otoño es una segunda primavera Por Samu Fuentes

Éric Rohmer es uno de los directores que más ha prodigado en su cine las relaciones y crisis de pareja. En sus películas el texto, como buen dramaturgo, tiene una importancia vital. Los diálogos, en unas ocasiones muy filosóficos y en otras aparentemente banales, sirven para canalizar los sentimientos y pensamientos de sus personajes. Esta visión naturalista de las relaciones interpersonales es un sello de estilo, del que se han impregnado grandes cineastas actuales como es el caso de Richard Linklater o Noah Baumbach, para los que la concepción de cada película es como un fragmento de vida, un trozo de existencia donde el amor nace, renace o amenaza con acabarse. En España, quizás también el floreciente cine de Jonás Trueba o Ángel Santos tenga reflejos y destellos de este espíritu rohmeriano.

La vulnerabilidad emocional de sus personajes le sirve a Rohmer para explorar e indagar en conflictos tan antiguos como el ser humano. Esto hace que sus películas no envejezcan y siempre cobren sentido, con ciertas analogías, en el momento en que se ven por primera vez o se revisionan.

El cine de Rohmer siempre es actual, y esto es mucho decir. Existe esa sensación de que en sus películas nunca pasa nada, cuando en realidad ocurre mucho. Su cine se podría considerar austero estéticamente, y quizás choque frontalmente con el dicho de que una imagen vale más que mil palabras. Pero ni lo uno ni lo otro. A pesar de estar considerado como el cineasta de la palabra, sus películas no se quedan en eso, ni mucho menos. Es cierto que las tramas de sus películas y sus personajes se definen a través de nutridos y cuidados diálogos, pero hay otro aspecto muy importante en su cine que es la puesta en situación. El encuadre, la composición y el montaje interno del plano son en sus películas el complemento perfecto a dichos diálogos. Quizás es cuestión de estilo. Nada efectista, pero muy efectivo.

Cuento de otoño

Esta introducción viene a cuento para hablar, precisamente, de una de ellas. Rohmer es un contador de historias. Historias que se hacen reales, que cobran verdad. Los personajes trascienden el cuento y se hacen de carne y hueso. Hay un naturalismo descarnado en sus personajes. Son personajes que tienen flaquezas, dudas y miedos; y eso les humaniza en gran medida, siendo relativamente fácil para el espectador empatizar con ellos y con sus anhelos. Dentro de los cuentos de las 4 estaciones, destaca a mi entender y a mi gusto Cuento de otoño. Éste es el último de los cuentos de esta serie. Rodada por Rohmer, con casi 80 años, esta película contiene todos los elementos de su estilo. Como bien se dice: “Nada se parece más a una película de Rohmer que otra película de Rohmer.” Quizás fresca no sea un adjetivo adecuado para hablar de una película, pero la sensación que deja el revisionado de Cuento de Otoño es muy similar. Es algo que no ha caducado, que no ha pasado de moda, pero sin embargo va más allá, porque creo que nunca lo hará. No tendrá caducidad. Quizás más que fresca es una película perenne. Evidentemente, por poner un ejemplo, los anuncios por palabras para buscar pareja hoy en día no tendrían mucho sentido y están demodé, pero tienen su equivalente actual en las diferentes y diversificadas aplicaciones que hay para ello. Aquí lo de menos es el “cómo” y el “dónde”, ya que ambos son extrapolables. Sin lugar a dudas es más importante el “qué”; pero lo realmente importante, y lo que plantea todas las cuestiones y dudas éticas y morales es el “por qué”. Los sentimientos y la filosofía de estos (si es que la pueden tener) es lo que mueve todo y realmente importa.

La búsqueda del amor en la edad adulta, la soledad emocional, las diferencias de edad en la pareja, la amistad, la familia y las relaciones paterno-filiales, la vida (y el amor) en el campo y en la ciudad, la ética de las relaciones… Todo esto y más está presente de una manera u otra en Cuento de otoño. Quizás no sea una película redonda, ni la mejor de Rohmer, pero no sabría decir otra que me guste más. Es una película, que como son las buenas películas te deja un poso. Como en el vino, presente como metáfora en la película, no son defectos, sino que son síntomas de calidad y respeto a una forma de trabajo natural. Esa naturalidad en el planteamiento de las relaciones de pareja en los personajes es lo que le da empaque y fuerza a la historia.

Cuento de otoño se alzó con el galardón a mejor guion en el Festival de Venecia en 1998. A su vez recibió una mención especial de dicho jurado.

Isabelle y Magali son dos amigas que viven en un valle de la Provenza. Magali dedica todo su esfuerzo y dedicación a sus viñedos. Isabelle se ha empeñado en buscar pareja a Magali, que está viuda y se ha quedado sola tras la marcha de sus hijos, razón por la cual Isabelle recurre a los anuncios por palabras sin decirle nada a su amiga, ya que sabe del rechazo que le produce este método a Magali. Por otro lado, Rosine, la novia de su hijo, tiene un plan distinto con la misma finalidad. Quiere favorecer el encuentro casual de Magali con su profesor y examante. Así podrá matar tres pájaros de un tiro: encontrar pareja para Magali, dejar definitivamente la relación con su profesor y poder tenerle cerca como amigo.

El guion tiene todos los ingredientes de una buena comedia de enredos o comedia romántica, pero ni se acerca al género. Quizás la famosa frase de Chaplin: «Mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia» pueda cobrar aquí mucho sentido. Creo que la mirada del espectador es lo que puede inclinar la balanza hacia el drama o la comedia, pero nunca será ni lo uno ni lo otro, y siempre transitará en ese interesante punto intermedio.

En esa típica comedia de enredos donde hay confusiones, malos entendidos, celestinas y casamenteras… podría haber bebido del clásico de Shakespere: Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 1600), e incluso de alguna de las más maravillosas screwball comedies, como Medianoche (Midnight, Mitchel Leisen, 1939); pero nada de eso. En manos de Rohmer, es una película de Rohmer.

Cuento de otoño

Sin embargo, sí tiene en común una cosa muy importante con este género a pesar de estar muy lejos de formar parte del mismo. Tanto en unas como en otras es fundamental la administración de la información. Algo básico, pero fundamental para captar la atención del espectador e involucrarlo en la historia. Y creo que en esto se basa la empatía que genera en el público Cuento de otoño, más allá de las situaciones, que por reconocibles son capaces de poner al espectador en la piel de los personajes. La administración de la información al espectador lo hace ponerse en situación privilegiada para contemplar los acontecimientos. Es juez (moral) de los actos de los personajes. Pero en una segunda capa, la administración de la información que tiene cada personaje en cada momento, es lo que realmente funciona y hace que el espectador se interese por el devenir de las situaciones, y a la vez se involucre moralmente en ellas.

Dentro de la historia existen diferentes tipos de relaciones amorosas, incluso de situaciones sentimentales. Para empezar, todo gira en torno a una boda. La película comienza con el planteamiento de una inminente boda, y termina precisamente en el baile de dicha boda. Esto evidentemente no es gratuito ni casual. La boda socialmente se plantea como el momento culminante en el que se plasma el amor de una pareja. El momento en que una pareja se une “definitivamente”. Pero en el amor todo puede ser efímero, voluble y cambiante. La joven pareja que se va a unir está rodeada de relaciones truncadas o bastante inestables. La boda no se produce en el mejor escenario emocional de los personajes que la rodean. Lo cual, en si mismo, ya es una declaración de intenciones por parte del director.

Magali está viuda. Se siente sola rodeada de sus viñedos, pero con miedo a comenzar una nueva relación. En sus propias palabras: «Sí, tengo miedo como a los 18». Por su parte, Gérald está separado, pero listo para encontrar un nuevo amor; incluso aunque sea distinto a todas sus anteriores parejas, que siempre han sido morenas y de ojos oscuros. Cuando aparece Isabelle, rubia de ojos claros, está dispuesto al cambio, incluso muy interesado en forzar la situación. Por su parte, Isabelle vive y «disfruta» su matrimonio. Su hija va a dar el paso que ella misma dio hace años. Pero puede ser, así lo termina pareciendo, que su matrimonio está en un punto muerto, en un statu quo. Una estabilidad emocional que sigue su curso. Pero en las situaciones que se van dando, y mientras su juego de celestina se va desarrollando, algo parece que se remueve en su interior. Como ella misma dice: «Ahora temo más a los hombres opuestos al tipo de mi marido que a los que se le parecen». Quizás las dudas también estén aflorando en ella. De hecho, su marido casi no aparece más que en la escena inicial y en la final de la película. Y el último plano, con Isabelle bailando con él en la boda tiene un gran significado. Esa mirada que cada vez está más perdida y ausente, mientras continúa bailando con un marido que no se percata de nada es muy significativo. Es un gran plano final tras todo lo que nos plantea la película.

Los personajes secundarios complementan muy bien a los protagonistas y las situaciones emocionales de estos. Étienne es el otro candidato para Magali. Es un profesor que, quizás sumido en una crisis vital por la edad, coquetea con sus jóvenes alumnas. Aunque Magali e Isabelle son distintas físicamente, quizás no lo sean tanto en el plano sentimental. Sin embargo, los dos pretendientes de Magali lo son en ambos aspectos. En el físico y en el moral. Étienne se presenta como un personaje más preocupado por sí mismo que por los demás. Su interés está en saber cuál ha sido la reacción de Magali tras ver su foto. Hay algo de narcisista en el personaje. También el propio hecho de que le gusten sus jóvenes alumnas puede ser un reflejo de su necesidad de reafirmarse. Por el contario, Gérald parece más interesado en buscar la afinidad con una nueva pareja que en el aspecto físico de esta. Los puntos en común que busca en Isabelle los encuentra en Magali. Ambos son amantes de la vida en el campo. Los dos son de origen emigrante. Y ambos comparten experiencia y pasión por el vino. Para Gérald, el hecho de haber fracasado en el amor no supone ningún impedimento para volver a intentarlo. Lo mismo ocurre en este caso con Étienne, pero con otro planteamiento ético y moral bien distinto. Étienne es más bien de la idea de que un clavo saca a otro clavo. Aunque este sea un clavo ardiendo. Y así lo demuestra cuando Rosine le deja y Magali parece no estar interesada en él. Rápidamente, acecha sobre otra joven alumna, vestida de rojo, durante la boda.

El otro personaje importante en la historia es Rosine. Es la otra casamentera. Quizás su belleza y juventud contrastan con lo que ella busca en una relación. Rosine es la novia del hijo de Magali, pero realmente no siente gran cosa por él. Como le confiesa a su profesor, está con él por su madre. Hay una especie de simbiosis en la relación. Una relación sin futuro alguno. Magali parece ser quién realmente alimenta el espíritu de Rosine. En lo físico Étienne es su amante. Ha encontrado en él lo que no le proporciona el hijo de Magali. Pero sin pretenderlo, es Magali quien se ha convertido en su amante emocional, en quién su filosofía de vida encuentra el espejo o complemento a sus anhelos; con lo que Étienne ha pasado a un segundo plano y ya no le interesa más que como amigo. Su amor intelectual es ahora Magali. Pero Rosine quizás sea el personaje que más deambula entre saber realmente lo que quiere y no saber lo que quiere realmente.

Existe y cohabita una variopinta complejidad de relaciones en la película. Y funciona como un reloj. Son personajes que tratan de tapar sus vacíos emocionales constantemente, sin saber muy bien cómo hacerlo; pero parece ser que todos, en mayor o menor medida, están dispuestos a ello.

La realidad puede estar muy lejos de la apariencia y más aún en las relaciones sentimentales. Aunque también pueden ser más sencillas de lo que parecen. Isabelle utiliza los anuncios por palabras de un periódico para buscarle una cita a su amiga bajo el eslogan: «Diga sí a la felicidad». Isabelle cree que es un buen método para combatir la soledad del mundo actual. Pero su implicación va más allá de lo que podría suponer. Isabelle se convierte en ese prototipo de héroe romántico que es Cyrano de Bergerac para, haciéndose pasar por su amiga, valorar en primera persona las cualidades del pretendiente. Se presenta finalmente y se desenmascara como la embajadora de una encantadora morena de ojos negros. Esto hace que se involucre demasiado en un juego que resulta entretenido y peligroso a partes iguales. En palabras de Isabelle: «Es arriesgado. Podría haberme enamorado de usted». Y quizás eso haya sucedido. El plano final puede sugerirlo.

Cuento de otoño

El vino supone un elemento importante argumentalmente en la película. Por un lado, están el campo y los viñedos frente a la ciudad; por el otro, la elección del vino para la boda, o el vino que comparten los personajes en distintos momentos. Pero su gran valor es el metafórico. Como el amor, el vino necesita tiempo para madurar. Como dice Magali en la película, no le interesa la cantidad, sino la calidad. Y ahí está metafóricamente lo que ella busca en un hombre: «quiero un vino que envejezca joven». Ni más ni menos. De manera indirecta, el vino y sus gustos reflejan sus anhelos sentimentales. Como el buen vino, las relaciones deberían funcionar mejor con la edad, por lo que nunca debería ser tarde para encontrar el amor. Quizás uno de los grandes temas que trata la película. Y así lo hace Magali, aunque diga con voz pequeña que prefiere estar sola. En el fondo lo sigue intentando, y sobre todo deseando. Podría perfectamente vivir sola, y lo sabe, pero no es lo que quiere, a pesar de que como ella misma dice: «cada vez que hago el esfuerzo por conocer a un hombre, él me defrauda. O yo a él. O ambos nos defraudamos». También se podría decir que hay cierto estoicismo en el personaje: «Si le importo, si él me importa a mí, volveremos a vernos». En el citado plano final, quizás el verdadero y preocupante estoicismo es el de su amiga Isabelle, que solo ha encontrado un momento de diversión (en su acaso anodina relación matrimonial) cuando se ha hecho pasar por su amiga.

En resumen, podemos decir que Cuento de otoño es una gran película. Una película que no se va de la cabeza una vez vista. Es una película de mirada serena, pero que sigue proyectándose en la mente del espectador. Una película que quizás no gane con los años como el buen vino, pero es seguro que no pierde. Una película con unos personajes muy interesantes a pesar de pasar de puntillas por muchos de ellos, pero que funcionan como complemento o contrapunto unos de otros. Se van dejando definir con naturalidad y escapan de los arquetipos que podrían haber sido muy recurrentes para este tipo de historia. Pero sobre todo, unos diálogos interesantes, me atrevería a decir con cierta carga filosófica, que son quizás lo más característico, no sólo de la película en particular, sino del cine de Rohmer en general. Cuento de otoño, realizada por el director francés con 78 años, está impregnada de esa mirada serena y sabia que debería dar la edad cuando no está reñida con la lucidez. Como en el otoño, el arte de vivir es cambiar las hojas sin perder las raíces. Eso es el cine de Éric Rohmer.

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