Culpables son los otros

El trayecto intangible entre la moral y la culpa Por Laura del Moral

Después de haberme adentrado en el pasado de Alemania, en la búsqueda de nuestro tiempo perdido, en relaciones de amor y desamor, en el camino hacia la identidad propia, en el difícil paso a la madurez, la última película que acudí a ver en el Festival de Cine Alemán de Madrid, Culpables son los otros supuso el mejor de los cierres posibles para mí. Porque al igual que a la protagonista del film, en ocasiones, todo se transforma alrededor de uno mismo en una cuestión personal. Y confieso esto porque Culpables son los otros es ese cine social que es cine pero que también es una gran realidad que una misma conoce y, cuando llegan los títulos de crédito, no puedo evitar preguntarme -ingenuamente, tal vez-, si hay alguna posibilidad de que esa película que he visto pudiera contribuir a que algo cambiase en este mundo.

Culpables son los otros

En Culpables son los otros predominan esos silencios que se encargan de transmitir todo, aquí nos enfrentan cara a cara la culpabilidad y el perdón.

¿Hay que sentirse culpable para que el otro pueda perdonarte?, ¿se puede perdonar cuando eres tú la víctima?, es más, ¿estamos preparados para perdonar? Siempre es más sencillo ver el problema desde fuera, en este caso desde el punto de vista de una profesional, de una trabajadora social, Eva (Julia Brendler), que realiza un trabajo lleno de normas y con los límites necesarios de implicación personal, hasta que esa labor que desarrolla va más allá y se convierte en un asunto particular. El film habla de la culpabilidad de los otros pero también de la capacidad de perdonar de los otros, ese “otros”, que a veces se convierte en un “nosotros”.

A Benjamin Frag (Edin Hasanovic) se le concede una oportunidad de un nuevo comienzo trasladándole desde la cárcel dónde ha sido arrestado a un centro de reinserción, allí nos iremos introduciendo en este retrato sobre la moral y la culpa y en ese espacio vacío, desconocido, que transita entre una y otra.

Benjamin irá experimentando su culpabilidad en un progreso lleno de matices que nos llevará a contemplar como los remordimientos que en un principio ni siquiera se planteaba se van apoderando de él, cual Lady Macbeth en aquellas noches oníricas, que construía William Shakespeare, en las que ella era incapaz de limpiar sus manos.

Culpables son los otros nos hará reflexionar, nos hará plantearnos muchos dilemas paralelos y no porque profundice en ellos pero son el telón de fondo de toda la cinta, es necesario preguntarse qué hace que un adolescente llegue a esta situación, cuánta responsabilidad tiene un sistema que da la espalda y no ofrece oportunidades a chicos en estas situaciones, cuánta culpa tiene uno mismo como miembro de esta sociedad, no es posible no cuestionarse también la dificultad de reinserción en jóvenes cuyo mecanismo de defensa primigenio es la violencia ya que carecen de otras herramientas para enfrentarse a las diferentes situaciones que se les plantean.

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Lars-Gunnar Lotz, en su trabajo de fin de carrera, aunque ya viene precedido de otro film (Für Miriam,2009) que obtuvo un premio en el Festival de Berlín y en diversos festivales internacionales, ha conseguido que el espectador se sienta identificado con agresor y victima, sin caer en un alegato moralista y huyendo de excesivas connotaciones dramáticas nos muestra un profundo y sólido trabajo de los personajes, de sus caracteres y personalidades, haciéndonos partícipes de la constante evolución de estos protagonistas llenos de dolor, rabia, ternura, incomprensión, ganas de olvidar y en busca de otra oportunidad y nos conduce hacia un lugar en el que nos deja ahí, incómodos, para que seamos nosotros mismos los que le pongamos respuestas.

Es inevitable no traer a la memoria El Hijo (Le fils, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, 2002), ambas películas se mueven alrededor de ese complejo terreno que enfrenta la necesidad y la dificultad de perdonar. También podríamos evocar una gran parte de ese cine de denuncia social, honesto y contundente de estos hermanos que retratan esa adolescencia sin oportunidades.

Y respondiendo a la cuestión que me asaltaba al principio, sustentada en mi ingenuidad, y siendo consciente de que la influencia del cine sobre la vida política es mínima, no puedo dejar de mencionar el ejemplo de otra película de estos directores, Rosetta (1999) a consecuencia de la cual, en Bélgica, el país de origen de estos cineastas, se aprobó una ley con el mismo nombre del film para dar una oportunidad laboral digna a jóvenes marginados.

Es un hecho aislado, no hay duda, pero también nos deja una posibilidad abierta al optimismo.

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