Cutie and the Boxer
Love is ROARRR Por Manu Argüelles
Dos pequeños detalles fugaces de Cutie and the Boxer. En el primero, Ushio y Noriko, el matrimonio de artistas protagonistas del documental de Zachary Heinzerling, conversan después de cenar sobre el cine de Spielberg. Ushio afirma que sólo le interesa el Spielberg de los principios a lo que, Noriko, con un tono sarcástico, le hace recordar a su marido una afirmación suya en la que siempre dice que del artista sólo valen los primeros trabajos y hasta qué punto no se podría aplicar a él, en activo todavía a sus ochenta años. Heinzerling, mientras Noriko habla, progresivamente desenfoca el rostro de ella para en la misma secuencia definir a Ushio que le está escuchando y que nos aparece de espaldas a nosotros. Una regla no escrita del lenguaje visual cinematográfico, especialmente recordada por el fantástico uso que hacía de ella Hitchcock (por ejemplo en Encandenados –Notorius-1946), indica que para hacer intuir al espectador que el personaje oculta algo es recomendable filmarlo de espaldas (así nos presenta Hitchcock a Cary Grant en la citada Encadenados).
Un segundo instante. El hijo, ya adulto, les visita notablemente ebrio. Se sientan en la mesa y la madre se niega a darle vino dado su estado. Le pone agua pero él se levanta y va a la nevera a coger el alcohol a pesar de la negativa de la madre. Consigue coger la botella de la nevera y bebe una copa. En el momento que éste está bebiendo, aunque la cámara de Heinzerling lo busca se mantiene parcialmente oculto, por lo que ante esta acción ya no insiste en filmarlo en el seguimiento de la acción y lo mantiene así, respetándolo, ya que prefiere no salir en el documental bebiendo.
Ante este documental observacional con una sigilosa lírica, de formas suaves, que se centra en esta pareja de artistas, pequeños detalles así como los mencionados de la realización estética, aparentemente sin importancia, condensan, no obstante, todo el contenido del film.
Y es así como Cutie and the Boxer se engrandece y enamora.
Su arte de seducción se basa en hacer creer al espectador que no lo está haciendo cuando unos ojos atentos, sin embargo, pueden advertir que hay una operación de encantamiento. La misma que suponemos tuvo el director al conocerlos y que dio como resultado querer hacer de ellos objeto de un documental. Un film que adopta su cariz biográfico y esa apuesta hará difícil que resulte atractivo de entrada, ya que las figuras observadas son personas anónimas, no se trata de pintores ya en la cumbre, sino todo lo contrario. Heinzerling nos quiere hacer partícipes de esa fascinación que él delata en cada uno de los fotogramas, especialmente en los planos que le dedica a Noriko. Aunque se haya elaborado todo un método de planificación basado en el camuflaje, lo que acaba calando en el espectador es el reflejo del mundo interior de los personajes, el cual no necesita de estrategias efectistas, de ahí la limpieza de un documental sin una voz externa ajena al espacio diegético. Un afecto basado en la mirada, aparentemente neutra, pero que nos va conduciendo por las vías de la atracción.
Cutie and the Boxer escoge el formato del documental, pero a diferencia del inherente tono divulgativo y formativo que acostumbra adoptar éste, prefiere recorrer un sendero menos plegado a lo institucional (el reflejo del mundo del arte) y escudriñar los vaivenes de lo sentimental entre los pliegues de las imágenes. Recogiendo unas palabras del propio Ushio en tono de broma, el film podría pensarse como un hipotético documento respecto a un pintor famoso, Jason Pollock, y su mujer Lee Krasner. Pero Heinzerling, muy en sintonía con los impulsos del documental contemporáneo, rompe cualquier pretensión de establecer una hagiografía y desarma cualquier aroma de glamour o de idealización del mundo artístico. Y de hecho, mal que le pese al propio Ushio, el propio título del filme lo delata, él no es el protagonista, pintor japonés de action painting de cierto renombre en los años sesenta. Porque aunque no me gusta nada dicha frase popular, para que me entiendan rápidamente, la película nos deja ver a toda mujer que se encuentra detrás de cada gran hombre.
Cutie and the Boxer es el nombre para una serie de ilustraciones de Noriko, basados en su propia vida y en su relación con su marido a lo largo de cuarenta años. A través de ellas vamos descubriendo mejor no sólo a ella y su relato sobre el idealismo truncado, sino que vamos accediendo progresivamente al rincón oscuro de un pintor que en nombre del arte ha descuidado lo que es más importante y lo que siempre ha sido su auténtico sostén: la vida con los suyos, su mujer e hijo. Por eso, junto a grabaciones antiguas de un tiempo perdido, las pinturas de Noriko operan como hilo conductor. De esta manera, alcanzan una rudimentaria animación, es decir, viven en la pantalla para que el recuerdo amargo se figure en forma de cierta fábula, alejado de todo furibundo rencor porque la solidez sentimental, lejos de ponzoñosas astillas de resentimiento, impera y dulcifica lo agrio como si fuese chocolate puro de cacao.
Noriko reclama su presencia y su autonomía constantemente, eclipsada por el hombre arraigado en la educación tradicional nipona, que deja relegada a la mujer en un desafortunado y opresivo segundo plano. Y Heinzerling se la da desde el principio donde le vemos arreglarse las trenzas. Ella actúa como narradora y con ella Cutie and the Boxer no trata de dos pintores que malviven con esfuerzo y ahínco, lejos del estrellato y del reconocimiento masivo del arte -que también, dado que esa es la superficie de lo que vemos-, si no de una bellísima historia de amor que se respira en cada uno de los pálpitos que la cinemática cinematográfica permite. Resulta así un bello gesto el de Heinzerling, que la erige como una auténtica heroína, y la saca de las sombras a las que siempre se ha visto obligada a subsistir. Y dado que la perspectiva es la de Noriko no hay maniqueísmos que valgan, porque aunque ella supo escapar de las trampas perniciosas del romanticismo de los ideales, Ushio, en cambio, quedó atrapado en una red de frustraciones y en una espiral de autodestrucción. El amor es una onomatopeya estridente. Frente a la visceralidad de uno y la energía irracional reflejada en sus cuadros, la delicadeza del pincel de ella en sus dibujos sencillos, claros y diáfanos.
Así volvemos a los dos detalles del principio, ella borrada por la imagen de su marido, quién oculta un historial problemático con el alcohol. Y en consecuencia, el hijo, que reproduce los errores del padre, oculto, el pudor social tan característico de lo nipón ante lo infame. Porque por encima de cualquier penuria, el amor siempre ha rugido con ímpetu, como fuerza de resistencia.