De los hermanos Grimm a Into the Woods (2014) y otros mashups

“Quedémonos en el bosque y ya”. Por Samuel Lagunas

En 1812 los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm publicaron Cuentos de niños y del hogar, una compilación de historias que ambos escucharon a lo largo de toda su infancia y juventud. Los cuentos, según atestigua Herman Grimm, los escucharon de Dorothea Wild, esposa de Wilhelm y madre de Herman, y de la abuela de éste, así como de la vieja Marie y de la familia Hassenpflug. Es casi seguro que ninguna de ellas –pues la labor de contar era predilectamente femenina– los hubiese inventado. La autoría de “Hansel y Gretel”, “Caperucita roja”, “La bella durmiente” o “Rapunzel” es incierta. Algo semejante ocurre con las versiones hechas por Charles Perrault (“El gato con botas”) o por Hans Christian Andersen (“La sirenita”, “El soldadito de plomo”).

Pero los Grimm no se dedicaron solamente a transcribir lo que escuchaban sino que, en su aventura, crearon un lenguaje literario que no existía previamente: el infantil; y popularizaron un género: “el cuento de hadas”. En sus versiones originales, los cuentos de los Grimm exudan religiosidad popular, folclore, magia, ternura y un innegable tono maternal. Madre-hijo/hija es el vínculo esencial del que depende la naturaleza del fairytale.

Into the Woods

Into the Woods (2014)

El cine animado, desde sus inicios, encontró en los cuentos de hadas un manantial inagotable del cual beber argumentos, personajes y tramas; baste recordar la célebre versión de Blancanieves y los siete enanitos (Snow White and the Seven Dwarfs, David Hand, 1937) con la que hemos sido criados decenas de miles de niñas y niños en todo el mundo. Esta película es una adaptación “rosa” del texto de los Grimm, cuyo tono y objetivos será importado por innumerables películas consecuentes, desde La bella durmiente (The Sleeping Beauty, Lotte Reiniger, 1959) hasta Hércules (Hercules, Ron Clements, 1997). Las huellas de estas producciones en el imaginario colectivo son claras: el ideal caballeresco del príncipe azul; la sumisión, belleza y bondad de la princesa; las pruebas y los obstáculos a vencer para conquistar la meta y una sublimación del amor romántico por encima de cualquier otra emoción. Y como Emma, la madame Bovary de Flaubert, poco a poco cada niño y cada niña nos hemos estrellado contra la realidad de que estos estereotipos pueden parecer muy lindos pero son falsos, inalcanzables o, para ser más precisos, encarnan ideales y valores de una época remota.

No estoy totalmente seguro de qué película animada representó el quiebre de esta cosmovisión pero intuyo que fue Shrek (Shrek, Andrew Adamson y Vivky Jenson, 2001), donde, a través de una espléndida parodia, se pervierten los roles tradicionales y se subvierten los estereotipos: el príncipe es un ogro, la princesa tiene que elegir entre la belleza clásica y la felicidad (cuando antes ambas iban de la mano), el dragón –obstáculo por antonomasia– es en realidad una dragona enamoradiza y pizpireta, el corcel es un burro parlanchín y molón y el príncipe Encantador es el enemigo. Todos los demás personajes emblemáticos, desde Blancanieves hasta el lobo feroz, desempeñan un papel secundario y en muchas ocasiones ornamental. Las secuelas Shrek 2 (Shrek 2, Andrew Adamson, Kelly Asbury, Conrad Vernon, 2004), Shrek Tercero (Shrek the Third, Chris Miller, Raman Hui, 2007) y Shrek 4: felices para siempre (Shrek Forever After, Mike Mitchell, 2010) se dedicaron a explotar las variantes que ya estaban sugeridas en la primera cinta. Shrek evidenció el agotamiento de las formas y de los valores de las películas de Disney así como la necesidad de nuevas relecturas y reescrituras de los cuentos de los hermanos Grimm, acordes a la sociedad del siglo XXI.

shrek

Shrek (2001)

La renovación continuó no sólo en el cine animado. Desde 1946 Jean Cocteau había hecho una hermosa y arriesgada adaptación de La bella y la bestia, historia escrita por madame Leprince de Beaumont en 1756. Fueron muchas las circunstancias que detonaron la modernización del cuento de hadas en la pantalla grande a fines del siglo XX y en lo que va del siglo XXI. Las oleadas son constantes aunque en los últimos tres años el número de películas y series de televisión basadas en cuentos infantiles se ha sobregirado. Más que una enumeración desproporcionada de títulos y directores, es más conveniente intentar responder a una sola pregunta: ¿cómo quiere criar Hollywood a las niñas y niños del siglo XXI?
Into the Woods (2014) es, a mi juicio, la síntesis perfecta de todos estos proyectos –la mayoría fallidos– de actualización del cuento infantil y es en ella donde hay que buscar una respuesta.
El simbolismo del fairytale y las interpretaciones que han hecho las ciencias sociales del mismo proveen el trasfondo teórico de estas versiones. En especial, es indispensable el clásico trabajo de Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1975), donde resalta como clave la palabra deseo. “En aquellos tiempos, en los que desear todavía servía para algo…”. Así, y no en el consabido “érase una vez”, comienza el cuento “El rey sapo o Enrique el Férreo”, el cual abre el volumen de los Grimm de 1812. ¿Desear qué? Bettelheim responderá que deseamos significado, sentido de vida y la aventura es el medio para satisfacer nuestra apetencia. El bosque, como escenario predilecto de los relatos feéricos (de hadas), se convierte en un espacio cargado de misterio y fascinación: es el lugar del disfraz y de la transformación, del juego y del hallazgo, del sueño y la fantasía. El bosque tiene una dimensión transgresora puesto que nos pone en contacto con lo prohibido. Creo que cada historia de Into the Woods (2014) representa muy bien este aspecto: el lobo (Johny Depp) seduciendo a una muchachita de capa roja –el rojo, claro, es el color de la sangre y la sangre es la huella del tránsito de niña a mujer–; el príncipe (Chris Pine) cortejando a la esposa del panadero (Emily Blunt), la bruja (Meryl Streep) consiguiendo los ingredientes para recuperar su belleza…

Into the Woods (2014)

Into the Woods (2014)

En el bosque el deseo se vuelve posible: romper una maldición, escapar la tiranía de una madrastra; pero también nos arriesgamos a la frustración, que es la muerte. Cuando se deja de creer, la puerta se cierra y la misma dinámica del cuento nos expulsa de su territorio. El personaje de Emma (Jennifer Morrison) en la serie televisiva Once upon a time (Adam Horowitz, 2011) enfrenta este desafío en la primera temporada y logra superarlo. En Into the Woods (2014) el problema se vuelve más complejo: Cenicienta (Anna Kendrick), en la última noche de la fiesta, decide arriesgarse a creer; aunque después descubre que se ha equivocado, que el príncipe azul no le dará sentido a su vida, aún sigue deseando: I wish, I wish: la frase que sirve como motivo del primer número musical permanece latente en toda la película, como una letanía que cada personaje murmura para sí mismo.

Hollywood quiere que sigamos creyendo y deseando; de lo contrario, dejaría de ser la “fábrica de ilusiones” que habían previsto sus fundadores en 1911. Por eso la insistencia en revitalizar las viejas historias con lenguajes diferentes como el gore en Hansel y Gretel: Cazadores de brujas (Hansel & Gretel: Witch hunters, Tommy Wirkola, 2012). Sin embargo, a las producciones de Hollywood ya no parece interesarles mantener vigentes los estereotipos de la mujer pasiva como ideal femenino ni proponer el amor de pareja como el afecto al que debemos aspirar, como aquello que nos otorga sentido. Ahora ese amor puede tomar muchas otras formas. Lo importante es que no estamos solos, como enfatiza el último número musical de Into the Woods (2014). Y eso basta, o debería bastarnos, en una sociedad fragmentada y líquida como la nuestra: la compañía, tal vez la amistad. Aquí volvemos a un punto ya mencionado anteriormente: la matriz de los cuentos infantiles es la relación madre/padre-hijo/hija, no por el cariño en sí mismo de esta pareja, sino porque sólo en ese vínculo se propagan los relatos: se legan las historias: se gesta el deseo. La madre/el padre es esa voz en off que descubrimos en Into the Woods (2014), en Maléfica (Maleficent, Robert Stromberg, 2014) y en Jack el Caza Gigantes (Jack the Giant Slayer, Bryan Singer, 2013).

Into the Woods (2014) 2

Into the Woods (2014)

Las niñas y los niños del siglo XXI crecen cada vez con menos utopías pero con más herramientas para hacer frente a las catástrofes cotidianas y con esa capacidad innata de seguir deseando, capacidad que si se pierde desemboca en el realismo desgarrador de cintas como Ciudad de Dios (Cidade de Deus, Fernando Meirelles, 2002) o Heli (Amat Escalante, 2013) donde las niñas y los niños viven sumidos en una violencia imparable y en un dolor infinito.

Into the Woods (2014) es el perfecto epílogo de esta reciente explosión de adaptaciones de cuentos infantiles: es un broche de oro. Por un buen tiempo, al menos este año, quedémonos en el bosque, meditemos en él y olvidémonos de todo lo demás.

 

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