De tal padre, tal hijo

Pequeño Por Manu Argüelles

El muerto seguía siendo joven, incluso más joven que su hijo ahora, y había algo espantoso en eso, sintió Azul, algo tan extraño y terrible en ser más viejo que tu propio padre, que tuvo que contener las lágrimas mientras leía el artículo.Auster, Paul, La trilogía de Nueva York, Barcelona, Anagrama, 2000, p.165.

Llegamos a De tal padre, tal hijo después de una travesía por un cine espumoso y ligero. Propuestas distendidas como las de Air Doll y Kiseki han provocado que algunos de sus antiguos seguidores de su filmografía le acusen de cierta disneyzación en lo que son sus constantes. De hecho, el primer quiebre sonoro y los primeros síntomas de perplejidad entre sus más acérrimos fieles se produjo con Hana (2006), justo después de la durísima Nadie Sabe (Dare mo shiranai, 2004), una desmitificación bufa de los chambara, donde ponía en cuestionamiento lo absurdo de la venganza, tropo fundamental del género de samuráis. Sin embargo, ese presunto giro fue rápidamente desmentido con la que creo que es su mejor film, Still walking. Y ya que hemos llegado hasta aquí, podría parecer que De tal padre, tal hijo suponga un retroceso ya que vuelve a los terrenos del Shomin-geki, abordados en aquella pero esta vez sin la aspereza y el ángulo implacable, sino más contagiado de la ternura y la inherente bondad de la infancia, tal como siempre se ve reflejada en sus trabajos. Sin embargo, más que un paso un atrás, la trayectoria de Kore-eda no avanza mediantes expansiones y/o renovaciones argumentales sino mediante prolongaciones de cuestiones ya abordadas pero investigadas de nuevo mediante otras perspectivas. Es el caso de De tal padre, tal hijo frente a Still walking. Aquella estaba dedicada a sus padres y el enfoque pertenecía al del hijo adulto que trata de comprender a sus progenitores cuando han entrado en la tercera edad. Era también una forma de diseccionar los mecanismos que se fraguan a partir de los lazos fraternales, algo dado por sentado que como tal, impuesto desde el exterior al sujeto, presenta fricciones, resentimiento y ciertos conatos de incomprensión. Como le decía la hija a la madre en el final de Interiores:

En el interior de una mente enferma hay un espíritu enfermo. Y no nos queda otro remedio que perdonarnos.

Still Walking 2

Padre e hijo en Still walking

Ese no nos queda otro remedio que perdonarnos era el principal sustento dramático de Still walking, la crisis por resolver. De tal padre, tal hijo, basándose en situaciones verídicas de la vida real como solía hacer en sus anteriores largometrajes, explora el conflicto entre dos familias cuando descubren que los hijos que tienen no son biológicamente los suyos propios sino que fueron intercambiados en el mismo hospital de nacimiento.

Por tanto, a través de un adecuadísimo tratamiento de la desestructura de la ley inviolable, base de muchas comedias de enredos, Kore-eda, en cambio, lo aborda con seriedad, desde una ritual y discreta planificación visual donde se desgrana con suma inteligencia y tacto todas las posibles consecuencias que se extraen ante esta encrucijada. Con una morosidad marca de la casa pero sin descuidar que cada secuencia haga avanzar la acción y permita a la vez construir a los personajes a través de su situación en el problema, dirige con maestría, no sólo a los adultos, todos ellos con su adecuado lugar visible en la narración, ninguno queda descuidado, sino a los niños, auténtico toque maestro del director de After Life (1998). De tal padre, tal hijo en lo que respecta a progreso del relato y definición de caracteres, aunque fuerza un poco el marcado contraste entre clases sociales, especialmente en el vector masculino, resulta impecable, demostrando, una vez más, la solidez del director para aquellos que todavía lo pongan en duda.

De tal padre, tal hijo 2

Así pues, podríamos pensar que De tal padre, tal hijo vuelve a explorar lo abordado en  Still walking, el nuclear principio de la familia como organización social: la sangre. Pero la perspectiva no es la misma, dado que Kore-eda aborda el conflicto como padre y la incisión se produce sobre el progenitor. El hijo ahora es padre pero como tal es un padre ausente. Esa es la principal característica de Ryoata, el arquitecto, que además otorga una importancia capital al linaje. Un terrible y demoledor “Ahora lo entiendo” que exclama cuando se revela que no es su hijo biológico lo demuestra. Esta exacerbada valorización que otorga a la descendencia se revela como un fantasma proyectivo donde apagar sus frustaciones y su dolor tras una problemática relación con su progenitor. Es una muestra más de la comprensión que el realizador efectúa de todos los personajes, por muy mezquinos que parezcan, nota común de su humanismo. No obstante, sin ambigüedades,  Kore-eda denuncia tal como Ryota entiende la educación. Esta carece de principios pedagógicos porque él “educa” a su hijo bajo la instrucción y adiestramiento. Resultan profundamente conmovedoras las miradas del niño que ansía alcanzar el modelo tiránico que le ha impuesto su padre y hiela la sangre comprobar su resignado acatamiento, esa interiorización del miedo a la autoridad en un ser tan tierno, cuando sabe que su padre no está conforme con él si no cumple sus expectativas. Un hijo que crecerá herido, por mucho que la madre, aprisionada en una situación claustrofóbica, trate de evitarlo. De hecho en el arranque cuando acuden a la entrevista para encontrarle una escuela al hijo, con sólo mostrarnos la posición de los tres miembros de la familia, atención al perfil marcial del padre sentado en la silla, quedan perfectamente definidos en su estructura y en sus gélidas dinámicas filio-parentales.

De tal padre, tal hijo

Por consiguiente, incidiendo en la correspondencia entre Still walking y De tal padre, tal hijo, es como si nos remontásemos a la cita con la que abrimos, el relato contenido en La trilogía de Nueva York de Paul Auster donde el hijo encuentra el cadáver de su padre desaparecido en la nieve y se conserva más joven que él mismo.

De hecho, aunque el film aborda el contraste entre dos familias diametralmente opuestas y descritas con una cierta polarización maniquea, el sustrato dramático del film es el progresivo rejuvenecimiento de Ryoata, completamente formado y entregado en la caníbal cultura del éxito profesional típicamente nipona, donde la importancia del trabajo en esa sociedad llega a extremos patológicos. Ahí se apunta el sarcasmo de jefe de Ryoata cuando le comenta que gracias a todas esas horas extras que Ryoata hace, él puede estar más tiempo con su familia.

De tal padre, tal hijo

Padre (Ryoata) e hijo en De tal padre, tal hijo

Cuando hablo desde cierta transcripción simbólica que el padre llegue a ser más joven que el hijo, también lo podemos intercambiar por proceso de humanización. Porque aunque no sea una afirmación cierta, la sensación que me dejó De tal padre, tal hijo tras su visionado es que estábamos ante la película más urbana del realizador japonés. Supongo que los recurrentes planos panorámicos del Tokio urbano desde el acomodado piso de Ryoata incidieron en esta percepción. Porque la metrópolis y sus ritmos marcan definitivamente el perfil psicológico y anímico de sus habitantes. Y aunque eso viene perfilado en las acostumbradas marcas suaves de Kore-eda alarga su voluntad crítica hacia esa dimensión. El padre de familia urbano cegado con el trabajo pierde contacto con sus hijos y familia y entra en un ciclo de deshumanización. Los valores que inculca a su hijo, de rectitud, tesón, disciplina, etc. son los heredados de la tradición, a la que Kore-eda, una vez más, pone en cuestión frente a las virtudes depositadas en la infancia. No es tanto una lucha entre tradición frente a modernidad, sino entre el mundo adulto (el regido por el patriarcado, porque la familia que actúa como positiva se rige por un dominio del matriarcado 1) y la infancia. Lo dicho anteriormente, que el padre sea más joven que el hijo. Porque, ¿no es eso lo que hace el padre de la otra familia cuando juega con su hijos?

Y en esta intricada cadena entre padres e hijos, también cabe hablar del padre fílmico, Yasujiro Ozu, sombra omnipresente en Still walking y que en esta ocasión sólo puede convocarse como ligera reminisciencia, más en las similitudes argumentales que en la elaboración de una estilística zen a partir de lo cotidiano. También hay una toma de conciencia a partir del desequilibrio pero, sin desligarse del tono ceremonial, 2 Kore-eda en esta ocasión no construye la imagen a partir de los principios trascendentales de su maestro, sino desde su propia autonomía. Porque De tal padre, tal hijo ya es una película de madurez. La madurez del adulto para volver a ser pequeño.

 De tal padre, tal hijo 3

  1. De hecho, los dos perfiles femeninos, aunque son distintos, aparecen más conciliadores y más próximos. Detentan una sensibilidad que les permite transgredir con más facilidad los ejes de la sociedad del éxito poque comprenden mejor el universo de los niños
  2. Los movimientos de cámara prácticamente se circunscriben a un ligero movimiento panorámico con eje, de izquierda a derecha, sólo roto en los momentos más emotivos, para que éstos se canalicen de forma más efectiva
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