Dead Souls

Elegía de la Historia (y de la hambruna) Por Damián Bender

Purgatorio

Permanecen recostados en el suelo, como por tantos años. Las fuerzas son tan tenues que no encuentran la forma de levantarse, de sacudirse el polvo que se cuela entre los huesos. Miran al cielo, ven pasar una infinidad de nubes en innumerables mutaciones de formas y tamaños, empujadas por el viento errático y furibundo de las zonas desérticas. Ese viento sopla intensamente, con fuerza suficiente para levantar toneladas de tierra y arena; sin embargo ellos permanecen ahí, arraigados a un territorio que no los vio nacer pero los atenazó a base de tormentos y penas. Incólume la permanencia, para toda la eternidad.

III. (y) De la hambruna

Hace unos días miraba The Somme 2016: From Both Sides of the Wire (Alastair Laurence, 2016), un documental de la BBC en el cual el historiador Peter Barton analizaba la progresión y el impacto que la Batalla de Somme tuvo en la Primera Guerra Mundial en general y en el frente occidental en particular. Lo interesante en este documental televisivo de estilo clásico y didáctico reside en las fuentes con las que Barton reconstruye los hechos acontecidos un siglo atrás en el norte de Francia: documentación de oficiales y soldados alemanes, material bibliográfico que permite contrastar las visiones del bando aliado con la del imperio central. Si bien esto no parece ser gran cosa en un principio, cobra relevancia al saber del valor histórico que tiene esa ofensiva en el Reino Unido (similar a Verdun para los franceses) y las polémicas que todavía suscitan las acciones de Douglas Haig en el corazón del otrora Imperio británico (criticadas por Winston Churchill en su tiempo). El acceso de Barton a los archivos alemanes pone aún más en perspectiva los éxitos y fracasos de la ofensiva británica y si bien tiende a sobrevalorar el valor de ciertas acciones germanas, la conclusión de que puede considerarse a la Batalla de Somme como una victoria defensiva alemana antes que un triunfo del bando aliado es válida y en mi opinión, bastante acertada. Al fin y al cabo, Haig esperaba una victoria decisiva que pusiera el punto final a la guerra; y terminó mandando al matadero a cientos de miles de soldados para obtener apenas 10 kilómetros de terreno al cabo de 5 meses de lucha. La guerra continuaría por dos años más.

Cien años después de la batalla, el territorio de Somme se muestra satisfactoriamente recuperado. Hay grandes campos de cultivo, pastizales, pequeños bosques desperdigados en el terreno. Sin embargo, las huellas bélicas persisten: misiles abandonados, hayan explotado o no, cráteres cubiertos de vegetación, algunas líneas de trincheras todavía pueden recorrerse. Y los cementerios, claro. Las miles de cruces de soldados británicos, franceses, canadienses, alemanes que ocupan un lugar en medio de los campos de Somme y que le dan descanso a todas esas almas que lucharon, mataron y murieron por causas nacionales difíciles de justificar. Esas cruces no contienen la totalidad de caídos en batalla, pero sí consiguen representar y rendir tributo a la memoria de cada uno de ellos. A miles de kilómetros de distancia, en una región desértica de China, todavía hay miles de seres humanos que no conocen ese descanso ni ese tributo. Es más, si hoy camináramos por ese territorio podríamos ver los restos de esos seres abandonados por sus compatriotas primero, y por la historia después.

 Dead Souls

Wang Bing, uno de los documentalistas más relevantes de la actualidad, se propuso visibilizar los acontecimientos que provocaron la muerte de dos mil quinientos ciudadanos chinos en los campos de “re-educación” de Jiabiangou, en los años del ambicioso “Gran Salto Adelante” de Mao Zedong. Dead Souls es el producto de años de entrevistas y testimonios que contribuyen a la reconstrucción de uno de los sucesos más escabrosos de la China comunista. Tan escabroso como olvidado por la historia oficial. ¿Pero qué pasó en Jiabiangou exactamente?

En 1956, el régimen comunista inició un breve período de libertad de expresión conocido como la Campaña de las 100 Flores, en la cual se permitió a los ciudadanos expresar sus críticas al gobierno de Mao con el objetivo de ayudar a mejorar el funcionamiento gubernamental a través de una especie de autocrítica nacional. De esa manera, buena parte la prensa pudo presentar ciertas objeciones a las políticas Maoístas y asimismo se promovía a la crítica dentro del propio gobierno. Lo que parecía un inocente y fructífero intercambio de opiniones se transformó en una caza de brujas: en los años sucesivos los que se atrevían a objetar los designios gubernamentales o de sus superiores eran detenidos bajo la acusación de reaccionarios o derechistas. Esas detenciones se transformaban en juicios, y esos juicios en condenas. Todo derechista debía ser enviado a campos de re-educación en los cuales realizaría trabajos forzados por el tiempo estipulado por su respectiva sentencia. Jiabiangou era uno de esos campos, en los que aproximadamente 3000 derechistas cumplieron sentencia entre 1959 y 1961.

Los malos tratos y la escasez de recursos para mantener a los prisioneros en buenas condiciones de vida en cautiverio eran recurrentes, pero en el caso de Jiabiangou las cosas llegaron a un punto crítico. Resulta que estamos en un período complicado de la China Comunista: el Gran Salto Adelante pretendía reconfigurar el aparato económico de la nación en general y el agrícola en particular. El objetivo final era el de acelerar la industrialización y la producción en general a través del trabajo en masa colectivo, de modo tal que pueblos enteros se centralizaran en la elaboración de hierro y acero, abandonando la producción agrícola. Asimismo la producción agrícola también estaba colectivizada y sin posibilidad de autoabastecerse comunalmente, ya que la producción debía ser otorgada al Estado, que a su vez se encargaba de la distribución -gran parte de la producción agrícola era exportada a la Unión Soviética-. El resultado de estas políticas fue muy similar al que obtuvo Stalin en la década de 1930: una hambruna generalizada debido a la improductividad general y las expectativas infladas por números inflados que generaban metas productivas imposibles de alcanzar. El Holodomor llegaba a China y como en Ucrania, los campesinos y las clases bajas, privadas de poder almacenar granos para consumo propio morirían de hambre. La crisis alimentaria generalizada tendría su impacto en los campos de re-educación, que ahora contaban con menos comida que antes. El campo de Jiabiangou, ubicado en una región desértica del norte de China en la que cultivar era prácticamente imposible sufrió terriblemente de esta crisis de distribución; las raciones para cada prisionero –incluso para los soldados- eran minúsculas y las consecuencias hablan por sí mismas: 2500 muertos por inanición, en las más horribles condiciones, en el más absoluto abandono.

Estos hechos son los que Wang Bing relata en su documental, pero no lo hace de una forma convencional. A diferencia de Peter Barton, él no dispone de toneladas de documentos y material fotográfico para hacer desfilar por la pantalla. Los hechos acontecidos en Jiabiangou fueron sepultados por la historia, silenciados por las autoridades. No hay monumentos a las víctimas como en Somme, al contrario. Los huesos de los fallecidos todavía están a la vista, desperdigados por el terreno y a la espera de una digna sepultura.

Ante la falta de soporte bibliográfico de todo tipo, en un contexto en el que casi todo el material que remite a Jiabiangou es de carácter ficcional –hay un libro de cuentos basado en las vivencias de los campos, e incluso Wang Bing ha hecho un filme ficcional basado en estos acontecimientos- y el silencio de las autoridades –y por ende, de la historia- es total; Dead Souls está compuesto en su gran mayoría por entrevistas a los sobrevivientes de la hambruna. Los testimonios de los que décadas atrás sufrieron en carne propia la falta de alimentos en el campo son los encargados de decir su verdad en un “cluster” de 8 horas de duración.

 Dead Souls 2018

…ya no hablan entre sí porque el tiempo les arrebató la lengua, en un arrebato la historia los dejó atrás y ahí quedaron, condenados a la quietud. Antes intentaron gritar, pedir auxilio a sus familias, pero la tierra se les metía en la boca y tapaba los alaridos de forma implacable. Esa tierra que les dio refugio, pero había prometido sepultura. Maldita, perpetua sepultura. Tan fuera de equilibrio que no los dejaba descansar. Su aplastante influencia calló sus gritos, nubló su juicio y debilitó sus fuerzas, de la misma forma que los hombres habían hecho antes. Del castigo mortal al castigo divino, sin razón y sin motivo. Condenados a la invisibilidad, a sentir el peso del mundo sobre los hombros hasta que la carne se desintegre y solo resistan los huesos…

II. De la Historia

Dead Souls desafía a la historia principalmente desde la metodología. La forma en que un documental construye su cosmovisión o recolecta la información que posteriormente será moldeada –mucho o poco, de formas evidentes o poco explicitadas- es un elemento clave que puede magnificar u orientar el audiovisual en la dirección deseada –o no-. Si bien esto aplica también en la ficción, en el documental se vuelve más evidente: no es lo mismo un trabajo observacional “a la Wiseman” que una reconstrucción a base de testimonios y elementos ficcionales como The Thin Blue Line (Errol Morris, 1988). El método de registro y recolección de material audiovisual determina las características del núcleo de la obra, de la verdad que intenta expresar, su verdad. Porque trabajar en el marco de lo real –o de lo “no ficcional”, si se quiere- no implica que un documental pierda su carácter de construcción a partir del lenguaje audiovisual, de su carga estética y subjetiva. En todo caso, la verdad que se construye y explicita en un documental tiene una conexión directa con el mundo real, con eventos actuales o del pasado. Esa conexión, ese lazo hace que la verdad documental se vea obligada a reflejarse en la realidad para legitimarse o para confrontar las cosmovisiones que conforman lo real.

Entonces, la verdad de Dead Souls se construye a partir de la acumulación de entrevistas individuales a sobrevivientes del campo de Jiabiangou. Esta acumulación genera una suerte de cluster por el cual el todo es mayor que cada una de sus partes. El espectador empieza a cruzar información y a comprender el contexto de toda una época. La repetición genera un tronco común que se fortalece en su núcleo y expande sus ramificaciones con cada nuevo testimonio. De esa forma es posible desentrañar este episodio cuidadosamente omitido de la historia del país oriental a pesar del escaso material documental disponible, ya sea porque no existe o porque no se tiene acceso a él: a medida que se reiteran conceptos y situaciones en los testimonios, más robusta se hace la verdad que surge de los mismos. Esta edificación de la verdad documental tiene su ejemplo paradigmático en uno de los documentales más importantes del siglo XX: Shoah (1983), de Claude Lanzmann. El realizador francés edificó su obra cumbre sobre el Holocausto judío a partir de entrevistas a sobrevivientes, soldados, funcionarios alemanes y ciudadanos polacos; con un resultado monumental y demoledor. Shoah consigue elaborar una historia oral del Holocausto que rescata la experiencia humana por sobre el mecanismo de exterminio, manifestando el horror de los que lo sufrieron en carne propia con la precisión suficiente para comprender lo que pasaba tanto en Chelmno como en Treblinka y Auschwitz.

Si bien Dead Souls y Shoah tienen un método y una duración aproximada en común –las dos sobrepasan las ocho horas- no son dos gotas de agua. Está claro que Lanzmann es una inspiración clave para Wang Bing, pero la principal diferencia reside en las razones por las cuales utilizan esas herramientas: para uno es una decisión tanto moral como estética, para el otro es la única alternativa posible. El Holocausto es un tema universal sobre el cual se han realizado innumerables obras de ficción y no ficción, con toneladas de material bibliográfico. Es decir, es un hecho aceptado por la Historia que ha sido documentado y analizado. El genocidio de Jiabiangou, en cambio, tiene una bibliografía muy pobre –como se dijo antes, el poco material está “suavizado” en formato ficción- y está negado por la Historia de una nación que se caracteriza por su ánimo censor hacia el pasado y el presente. A día de hoy, todavía no se estrena en China –puede que eso tome un buen tiempo-. Wang Bing desafía a todo un aparato estatal y se atreve a escribir un capítulo de la Historia de la China Comunista. Shoah es un inmenso documental que muestra el lado humano al que no llegan ni los libros ni las estadísticas, Dead Souls aspira a lo mismo para un suceso de menor escala pero similar horror, con la diferencia de que es una referencia bibliográfica obligatoria para el conocimiento del hecho. Wang Bing está escribiendo Historia, cosa que no pasa muy seguido en un medio como el cinematográfico.

La otra diferencia importante reside en las sensibilidades estéticas de cada uno, en cómo utilizan el lenguaje audiovisual para tratar las temáticas en juego. En parte por la complejidad y dimensiones del tema, Lanzmann ordena su documental de una forma algo desordenada ya que no sigue una línea cronológica, pero con focos específicos en los tres campos principales de la Segunda Guerra Mundial -además del gueto de Varsovia sobre el final- que ordenan temáticamente los testimonios. De esta manera los testimonios van y vienen, apareciendo muchas veces a lo largo del documental e intercalándose con otros para conformar un bloque de información sobre un tema en concreto. En Dead Souls, cada entrevista -y por lo tanto cada individuo entrevistado- conforma un bloque individual e indivisible, lo que implica que cada bloque tiene un principio y un fin sin ningún tipo de interrupciones. El director apenas se permite recortar fragmentos mediante cortes a negro de aproximadamente un segundo, por lo que son evidentes para el espectador. La intención general es la de mantener el discurso de la persona entrevistada lo más íntegro posible, y en caso de tener que cortar exagerarlo para que se entienda que era necesario y no un mero capricho para agilizar o embellecer lo que se está contando.

Wang Bing mantiene la manipulación del material en niveles mínimos, evitando cualquier tipo de subrayado o insinuación. En las entrevistas se lo nota muy implicado –siempre detrás de cámara- consultando sobre detalles de la vida en el campo de re-educación, pero sin tomar las riendas de la conversación, simplemente orientándola sobre puntos de interés. Los únicos momentos en los que podemos notar alguna búsqueda más “esteticista” están en los planos de cámara en mano, que son pocos y están dispersos a lo largo del documental. El ascetismo exacerbado de Dead Souls busca poner a los sujetos al frente, reducir al realizador a su mínima expresión y dejar que la historia se escriba a partir de las palabras. La sencillez con la que el documental hace bandera no se condice con la complejidad representacional de Shoah, tanto en su macroestructura como en sus unidades mínimas compuestas por numerosos planos de establecimiento o largos desplazamientos en los restos de los campos de concentración. O en sus momentos éticamente más cuestionables, como la entrevista a Abraham Bomba en la peluquería, las cámaras “semi-ocultas” a ex-soldados alemanes –digo “semi” porque si bien la imagen es furtiva sí estaba consentida la grabación de audio- o las insistentes preguntas de Lanzmann para que los trabajadores rurales polacos muestren que el antisemitismo latía y late también en Polonia. El grado de implicación de los directores en estos dos documentales es la diferencia más grande entre ellos y en retrospectiva es lo que determina gran parte de cómo están compuestos cada uno.

En resumen, Shoah y Dead Souls parten del mismo punto, pero caminan hacia direcciones opuestas: Lanzmann busca subjetivar la experiencia, recordarnos que la Historia la hacen los humanos y que no es fría como los libros académicos. Es una experiencia emocional del Holocausto. Wang Bing, por su parte, busca objetivar la experiencia, registrarla y presentarla de la manera menos intrusiva posible, para que la Historia la escriban las propias víctimas a través de sus palabras.

Deas Souls Wang Bing 2018

En forma de huesos alcanzaron a ver la luz del sol. El peso de la tierra se desvaneció, pero también la fuerza para poner en pie. Inmóviles, esperan. Esperan que el viento acaricie la calcificada superficie de los huesos con la fuerza suficiente como para llevarlos lejos del desierto y arrastrarlos a los ríos, a las montañas, a la puerta del hogar. Esperan que un rayo pulverice los restos remanentes en un acto lleno de luz y purificación. Esperan que alguien los desentierre y honre su memoria para volver a caminar otra vez. Esperan que el agua inunde los campos y surjan raíces de los huesos, raíces en las que aferrarse para vivir otra vez. Esperan una respuesta, una ofrenda, un llamamiento del cielo que los saque de este Purgatorio de quién sabe qué credo.

I. Elegía

A medida que transcurren los minutos, Dead Souls comienza a alcanzar cotas difíciles de explicitar. En el segundo intervalo para estirar un poco las piernas –el documental está dividido en tres partes, cada una con una placa de inicio y final similar, de modo que se puede proyectar en un día con intervalos o en 3 días distintos- me preguntaba si quizás la extensión total del filme no podría reducirse sin reducir su impacto o la información que brinda al espectador. Tal vez, un metraje más acotado y conciso en su mensaje generase más impacto, o no intimidara a potenciales espectadores con su duración maratónica. Esas ideas que rondaban por mi cabeza –y que podrían tener un peso importante a la hora de valorar el filme- tuvieron una respuesta clave en la tercera parte, una justificación que descubre otra dimensión en la inmensidad de este audiovisual.

El momento en que encontré esta respuesta es en el testimonio de uno de los prisioneros más particulares, un hombre convertido al catolicismo que trabajaba en la carpintería de Jiabiangou. Su relato irradia un entusiasmo inusitado, una exaltación producto de poder contar una experiencia de vida que lo marcó para siempre, y de la que apenas sobrevivió para poder contar. En medio de todo ese escenario de desesperanza y muerte, dice haber sido testigo de un milagro, de la aparición de un misterioso halo de luz de procedencia divina al que le atribuye su salvación y su confirmación de la existencia del Dios católico. Si miramos desapasionadamente podemos encontrar un factor primario de su supervivencia en que trabajaba en la carpintería y eso le daba derecho a condiciones de vida un tanto mejores que el grueso de los prisioneros –buena parte de los sobrevivientes era jefe de grupo, trabajaba/tenía acceso a las cocinas o realizaba alguna actividad de la utilidad que los mantenía con vida, sea carpintería o enterrar los cadáveres en las fosas comunes-, pero ese no es el punto. El punto reside en la catarsis que representa para estos hombres contar lo que vivieron, poner en palabras una situación que te cambia para toda la vida. Es un punto de quiebre al que cada uno reacciona de forma diferente, desde el positivismo religioso hasta la furia contenida, pasando por el alivio de simplemente seguir vivo. La importancia de considerar cada testimonio como un bloque indivisible ya no tiene solamente un razonamiento estético, sino también empático. Es una señal de respeto, y también de homenaje a los que ya no están. Es una catarsis colectiva que con algo de suerte pueda brindar algo de paz a los que todavía yacen en espera de una digna sepultura.

La tercera parte también se muestra como un homenaje a los mismos entrevistados. Para el momento en que Wang Bing termina el proceso de filmación –empezó a principios del 2000 y las últimas filmaciones datan del año 2016- apenas quedan tres sobrevivientes con vida, que se encuentran claramente en la etapa final de su existencia. A punto de ser atrapados por la sombra de la muerte. Luego de tantos años de tenerla susurrándoles al oído, el tiempo –la vejez, la oxidación de los tejidos- se encargará de arrancarlos de este mundo. El simple hecho de comparar la primera entrevista con la segunda evidencia las arrugas, la voz quebrada, la movilidad reducida, la mortalidad. En los pocos momentos en que Wang Bing se permite romper con los planos cintura de entrevista para capturar un poco de actividad, lo que captura es la vitalidad misma, las respiraciones, la lucha permanente del cuerpo por seguir existiendo. Esa captura tan física de la humanidad –que se puede apreciar con un enfoque mayor en Mrs. Fang (Wang Bing, 2017) es tan sencilla como maravillosa, y erige a Dead Souls como un homenaje a todos esos cuerpos que pelearon por respirar una vez más.

Por esa razón es que cuando llega el plano final en el que el director recorre a pie por última vez los restos del campo de Jiabiangou y vemos los huesos abandonados, acariciados por el mismo viento que azota el micrófono de la cámara de forma enfática, resistiendo a los embates del tiempo, de la Historia y del olvido; es inevitable pensar que hay que recordarlos. Que recordar es la única forma de honrar su memoria, y que justamente la memoria es la única forma en que la Historia late, enseña, orienta el futuro y vuelve eterna la voluntad de los hombres. Quizás ahí se encuentra la razón para que me haya tomado tanto tiempo escribir este texto, desde el 21 de Octubre de 2018 hasta hoy. En el fondo, quería ver si meses después iba a seguir recordando, si no se iba a transformar en otra sucesión de imágenes borrosas de las que apenas se puede comentar vaguedades. Dead Souls es una muestra de que el cine no tiene la capacidad de cambiar el mundo, pero sí nos puede ayudar a recordar lo que es importante, a entender que recordar es un acto de resistencia y depende de nosotros no olvidar para no repetir los errores por los que otros han padecido injustamente. Que la Historia se escribe permanentemente y que debemos aprender de ella.

Las almas muertas esperan por cualquier forma de Resurrección.

 

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