Deber cumplido
De presos y fantasmas Por Pablo Sánchez Blasco
Nadie se ha quemado a lo bonzo delante de las cámaras. No ha surgido ningún movimiento generacional como repudio ante sus valores. No se han producido marchas o manifestaciones históricas como ocurrió en los años sesenta. Pero la guerra de Estados Unidos en Oriente Medio y, en concreto, la Guerra de Irak, ha superado a la de Vietnam en bajas totales –a pesar de su distinto método de contabilizarlas–, en escándalos públicos, en países y ciudades afectadas, en veteranos con problemas psicológicos y podríamos asegurar que en películas dedicadas a ella.
Ni siquiera han transcurrido diez años desde que terminara el conflicto y ya han ofrecido su versión, entre muchos otros, Brian de Palma en Redacted (2007), Clint Eastwood en El francotirador (American sniper, 2014), Paul Greengrass en Green Zone: distrito protegido (2010), Kathryn Bigelow en En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008) y La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012), Paul Haggis en En el valle de Elah (In the Valley of Elah, 2007), Ang Lee en Billy Lynn (Billy Lynn’s Long Halftime Walk, 2016), Irwin Winkler en Regreso al infierno (Home of the Brave, 2006), Robert Redford en Leones por corderos (Lions for Lambs, 2007), Ken Loach en Route Irish (2011), David Simon en su miniserie Generation Kill (2008), Richard Linklater este año en La última bandera (Last Flag Flying, 2017) o directores tan inusuales como Bruno Dumont en Flandres (2006) y Roberto Benigni en El tigre y la nieve (La tigre e la neve, 2005). El número de obras resulta abrumador sin mencionar películas metafóricas como Bug (2006) de William Friedkin, revisiones de la Guerra del Golfo como Jarhead (2005) de Sam Mendes o las propias imágenes generadas por y desde el conflicto.
Próximamente se estrena el drama Deber cumplido (Thank You for Your Service, 2017), dirigido por el guionista de El francotirador sobre una historia de tres soldados con trastorno de estrés postraumático. La película propone un relato de veteranos en retaguardia que nos recuerda, inevitablemente, al film de Eastwood, aunque carente de sus lecturas y su peculiar ambigüedad. El film de Hall tiene que verse exclusivamente como una historia humana sobre las secuelas psicológicas de la guerra y las dificultades de los veteranos para reintegrarse en la sociedad. Su punto de vista tiene mucho en común con Regreso al infierno de Winkler e incluso más con el subgénero de trastornos psicológicos y sus procesos de recuperación.
A partir de un guion modesto y de peripecia lineal, lo más interesante de Deber cumplido es analizar la manera en que el director conceptualiza a sus personajes, cómo construye imágenes que describan y concreten el TEPT, su pérdida de realidad, su desconexión con el presente más inmediato. Los soldados de Jason Hall solo pueden tener dos valores en Deber cumplido: ser presos o muertos vivientes, cuerpos encarcelados o cuerpos a punto de disolverse en la nada y en las sombras de la noche. El primer caso se nos presenta muy pronto, en los minutos iniciales, cuando Hall hace una panorámica sobre las taquillas de la base y podemos leer pintadas semejantes a las de los reclusos en las paredes. Aunque Schumann y Solo parecen recobrar su vida con el regreso a casa, su trastorno se nos cuenta en un montaje paralelo donde el segundo, intentando realistarse, es arrinconado contra unos azulejos que le atrapan en sus rayas y el primero, disfrutando de una tarde libre, acude a las carreras de coches y acaba abrazado a las rejas que le separan de la pista.
Los tres personajes han regresado a casa y, sin embargo, no son libres para retomar su existencia. Su compañero Waller ha sido abandonado y se encuentra un hogar desierto de habitaciones vanas. Al llegar a casa, Hall le encuadra primero contra una pared monocromática y después durmiendo en el suelo con su chaqueta como almohada, igual que en una celda de castigo. Por todo el filme abundan tomas similares con los personajes contra una pared, o contra un paredón, como la de Schumann tras su fallida escena de sexo o la de Solo escondiéndose de sus perseguidores. Y, cuando los tres decidan divertirse una noche, se dirigen a un bar con un fondo de barrotes de madera que invalida sus desahogos, incluso en el momento del baile con el que intentan olvidar sus problemas y que no hace más que distanciarles del resto de clientes.
La metáfora carcelaria es constante en Deber cumplido. En el centro de veteranos, Schumann y Solo deben esperar entre una masa de solicitantes que la cámara recorre igual que un comedor de película carcelaria. Para hablar con los funcionarios deben hacerlo a través de un cristal de seguridad y, al cruzarse con un superior, son tratados con clara condescendencia. Hay escenas de crítica social demasiado obvias, como el superior comprando carne a través de internet, pero también hallazgos de puesta en escena como la gigantesca bandera que les recibe en el aeropuerto, como cosificándoles bajo la ideología del patriotismo y el deber. En la última escena, cuando Schumann decide sincerarse con Amanda, el cineasta repetirá un plano similar contra un bosque de altos y espigados troncos. Según Schumann va revelando su versión de los hechos, el cineasta aproxima la cámara a su rostro hasta borrar el fondo y alcanzar un primerísimo plano: el encuentro del joven consigo mismo en el centro de la imagen.
Hall recurre a una dirección tan correcta y aseada en Deber cumplido que ese primer plano se siente como una auténtica declaración de intenciones. Porque el segundo miedo de sus protagonistas consiste en distanciarse de la realidad, desaparecer de su espectro y convertirse en un zombi o un muerto viviente. Carlos Losilla lo señaló hace casi diez años tras ver las primeras películas sobre Irak: desde que Joe Dante retratara a los soldados como zombis en The Homecoming (2005), numerosos directores han insistido en la fantasmagoría de esos soldados pertenecientes a una guerra que ni es justa ni honorable, una guerra que luchan las clases desfavorecidas y, por lo tanto, menos visibles, y que se dispersa en un corpus de imágenes en infinitos formatos y puntos de vista.
La pérdida de la identidad del soldado conlleva la pérdida inevitable del propio cuerpo, de su integración en una realidad compartida. Si la mayor crisis de Solo viene provocada por un videojuego que le hace confundir su entorno con el mundo virtual, tanto él como Schumann sufrirán frecuentes visiones con su compañero muerto. Minutos antes, en la escena de la caza nocturna, el personaje cree ver a tiradores inexistentes entre las sombras, como si él y su compañero habitaran en un limbo ambivalente entre la vida y la muerte, al borde de convertirse también en fantasmas y dejar de ser vistos por sus familiares.
En uno de los planos más sutiles de Deber cumplido, el protagonista mira por su retrovisor y ve cómo empieza a levantarse una suave brisa del desierto; las piedrecillas del asfalto se agitan y Schumann tiene que retirar la vista antes de ser transportado en su memoria hasta Bagdad. La secuencia recuerda sin duda al momento del televisor apagado en El francotirador, aunque también define sus diferencias con aquella, pues el filme de Hall solo atañe a la psicología de sus protagonistas y no a la concepción global del conflicto. De hecho, es esta renuncia a propósitos mayores la que genera en la película su estilo modesto, su indudable honestidad narrativa y su también indudable intrascendencia en el panorama de reflexión sobre Irak.
Deber cumplido sufre al mismo tiempo las fronteras habituales del cine biográfico y la excesiva racionalidad y corrección política del cine social. Como película peca de su concienzuda neutralidad, de su academicismo, de un relato convencional y de su falta de atrevimiento para subvertirlo. Y, no obstante, puede que esos rasgos constituyan también virtudes al desprenderse casi por completo de la pomposidad y la exaltación comunes al género. Su visión de la guerra es tan sencilla y corriente como el plano que culmina su prólogo: ese niño iraquí que observa a Schumann ensangrentado con una mezcla de curiosidad y total incomprensión. Tan sencilla y corriente como su visión de la vida: ese bebé recién nacido que, de pronto, entre tanto existencialismo, parece poner una pica en la realidad más tangible, un punto de apoyo para un nuevo inicio o un mundo mejor.