Dede y Nina

La opresión Por Manu Argüelles

Si abríamos la Sección Oficial del KVIFF hablando de hombres desarmados, de una masculinidad en crisis que buscaba cierta vía de redención, nuestra apertura en East of the West se expandía hacia lo femenino. Y el resultado fue mucho más satisfactorio y con mucho mejor tino. Me comentaba Emilio Luna  -veterano en este festival que, con una atención y generosidad que le honra, me hizo de guía en el evento- que ese escaparate es algo imprevisible, nunca sabes bien qué te puedes encontrar. Sin embargo, en el cómputo global, no aprecié notables diferencias entre un apartado y otro en lo que a calidad se refiere. Las películas que a continuación comentaré, por ejemplo, podrían haber estado en un apartado u otro indistintamente. Y no se habría notado la diferencia. En otros festivales en los que he estado, dedicar la atención a contenedores similares puede resultar una experiencia desoladora o una larga y dura travesía. No fue el caso en el KVIFF. A mí se me cae el alma a los suelos cuando me topo con una cascada de largometrajes de directores debutantes sin inquietud, adocenados, ejercicios sin personalidad alguna, que repiten lo que otros han hecho sin nada de energía y entusiasmo. Posiblemente porque en la acepción del pesimista como un optimista realista siempre, en el fondo, por mucho escepticismo o cinismo que cargue conmigo, anido una esperanza por el futuro. Y seamos honestos. Cuando recurrimos a nuestra capilla de directores favoritos, no deseamos la novedad, únicamente queremos poder seguir revalidando la confianza que hemos depositado en ellos. Porque no sé vosotros, pero también tengo poca tolerancia a la decepción. Me hizo gracia una vez que Carlos Pumares, cuando hablábamos de algo que iría en esta línea, me dijese que en realidad lo que me pasa es que soy un nostálgico. Y quizás haya algo de eso cuando deseo secretamente encontrarme películas debutantes que rompan moldes como lo hicieron en los años 70, esa década que tengo siempre como involuntario eje. Y aunque me atengo al sino de los tiempos y trato de manejar el S. XXI como buenamente puedo, insistiré, no tanto en la capacidad de ruptura que hablaba en otra ocasión con Diego Salgado pero sí, al menos, que el acto de descubrir tenga una carga semántica real.

Dede

Directora: Mariam Khatchvani. Georgia, Qatar, Irlanda, Países Bajos, Croacia. East of the West.

dede

Esa búsqueda, por ejemplo, puede encaminarse hacia una cinematografía periférica como la de Georgia la cual, aunque tímidamente, va alcanzando en estos últimos años su proyección internacional como en la década anterior hiciesen países como Grecia y Rumanía (estos sí, dando el campanazo). En ella podemos encontrar películas con puntos de interés como Dede, Corn Island (Simindis kundzuli, George Ovashvili, 2013) o In Bloom (Grzeli nateli dgeebi, Nana Ekvtimishvili, Simon Groß, 2013). Sería muy prematuro por mi parte sacar conclusiones de este cine, del que he visto hasta la fecha solo 5 películas, pero observo en ellas ciertas constantes que se repiten. Primero, cuando se produce el retorno al pasado, este prefiere quedarse en la crisis nacional una vez que se produce la salida de la URSS. El fantasma de la historia parece apuntar su km. 0 con la guerra civil en la que el país se vio inmerso a partir de 1991, cuando tuvo lugar un golpe de estado poco después de que se declarase la independencia. Ese tiempo histórico es el de Dede, Corn IslandIn Bloom Khibula (George Ovashvili, 2017), que también hemos podido ver en el KVIFF. Así pues, el comunismo y aquella época en la que era miembro de la antigua Unión Soviética opera como un tabú, como una zona que su cine, de momento, prefiere no explorar. El trauma y la herida nacional, pues, se enclava en su difícil y tortuoso proceso de emancipación antes que en la sumisión, algo que será el tronco central de Dede, proyectado a su protagonista.

Por otra parte, hay un énfasis lírico en la naturaleza y en los espacios rurales de aislamiento, de similar forma a como lo trabaja el cine islandés, otra producción que está teniendo un despegue en estos últimos años. Así sucede en Dede, Corn Island  y Khibula. Explotan cierta mitología, cierto tiempo de leyenda, poniendo el acento en lo remoto y desconocido que nos puede resultar un país como Georgia. Así pues, a partir de lo que vemos en su cine, la cordillera del Cáucaso ejerce su hegemonía como escenario que conforma y da una identidad física al país. Dede juega con estas variables a conciencia. Como me comentaba Emilio Luna, aunque el film transcurre en los años 90, parece que estemos en una época medieval.

La película, que obtuvo el premio especial del Jurado en la sección, nos sitúa esta terra incognita en un arco temporal de 5 años, de 1992 a 1997, a caballo entre dos villas, la natal de la protagonista y a la que huirá con su amado, a la que pertenece él. Los hombres vuelven a su casa después de la guerra. Dos amigos, de los cuales uno de ellos espera reencontrarse con su prometida. Pero lo que él no sabe es que ella no quiere casarse con él (es un matrimonio arreglado por su familia) y para complicar más las cosas, la chica en realidad está enamorada del amigo de su futuro marido, al cual ya conocía. Lo que parece apuntarse como un triángulo fatal, enseguida es desestimado por su directora, que debuta en el largometraje, tras haber participado en el laboratorio de Sundance para guionistas y tras un paso previo por cortometrajes documentales. Sorprendentemente, dicho conflicto se resuelve antes de lo previsto porque Mariam Khatchvani está interesada en explorar otros aspectos, que remiten directamente a la opresión de la mujer en un patriarcado asfixiante, ahogado por el peso de la tradición.

Un sencillo y efectivo plano nos lo anuncia en sus primeros pasos. La vemos a ella hilando algodón en el suelo de rodillas. Mientras, en el extremo derecho del plano tenemos la presencia de la bota militar del obligado futuro marido, que se acerca a verla. Otro plano cerrado, en este caso, con el hombre del que sí está enamorada. La primera vez que se encuentran a solas, un travelling lateral hacia la derecha nos desplaza del rostro del chico entre penumbras a lo que es la presencia de ella, pero la cámara se para cuándo su rostro no podemos verlo, tapado por su pelo, símbolo también de ese eclipse de la mujer frente a la hegemonía y a la autoridad del hombre.

Por los códigos que Dede maneja, el clima que se describe, cargado con una violencia estructural y viciosa que gobierna todo el panorama 1, y en el que la mujer siempre está absolutamente sometida y anulada (la rebelión o el intento infructuoso de la protagonista es lo que centra la motivación del film), la película me remite casi a una Sicilia nevada, la que podía palparse en películas como Salvatore Giuliano (Francesco Rosi, 1962) o en El padrino Parte II (The Godfather: Part II, Francis Ford Coppola, 1974). Pero en esta ocasión, como vemos, el enfoque cambia sustancialmente y la descripción de las costumbres de la Georgia rural, aplastada por la religión, el culto a San Jorge (de hecho, la bandera del país tiene incorporada la cruz de dicho santo) y las ancestrales reglas y principios que son inamovibles y que no aceptan discusión, están puestos en solfa a partir de cómo estos ejercen su castrante poder frente a la mujer. Frente a un tiempo estanco y yermo, el dinamismo y la vitalidad de lo femenino (que la protagonista aparezca, por ejemplo, con un vestido rojo ya lo expresa).

En su espíritu de denuncia, su posicionamiento feminista, cierto candor de un cine joven, todavía sin madurar y que busca el crowd-pleaser sin muchas sutilezas, me recordó a Bar Bahar. Entre dos mundos (Maysaloun Hamoud, 2016). Pero hay que decir que Dede sabe jugar con este tono a su favor, ya que remite a una evocación de una leyenda oral. En el itinerario vital de la protagonista, este se traza como si fuese una tragedia clásica, en la que como si fuese una heroína de la mitología allá donde va siempre está presente el sacrificio forzado, una anulación de su voluntad y una privación de su autonomía. Mariam Khatchvani siempre potencia la pérdida, un tortuoso y agónico camino en el que parece que nunca podrá encontrar la libertad ni mantener a sus seres más queridos.

Nina

Director: Juraj Lehotský. Eslovaquia, República Checa. East of the West.

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Nina, la protagonista de 12 años, también estará atenazada, en este caso por su entorno más inmediato, sus propios padres y también ella acabará imbuida en un ambiente irrespirable. La película de Juraj Lehotský, su segundo film después de Miracle (Zázrak, 2013), despertó mucha atención por la prensa e industria en el KVIFF. De todas las proyecciones en las que estuve, esta fue una de las más concurridas, con multitud de personas viendo la película en el suelo. Porque hay escaso control de dichos pases. Eso le da un tono desenfadado e informal, muy relajado, pero puede ser bastante molesto, ya que es un continuo tránsito de gente entrando y saliendo. Deduzco, por ello, que hay más invitados e industria que prensa, porque son puros ojeadores, como si estuviesen en el mercado, que no son capaces de ver un largometraje entero. Ni cinco minutos aguantaban. Y si toda la sala está llena, no importa, la gente entra y se acomoda como puede. En ese sentido, era mucho más cómodo siempre ver los films en los pases de público (que en mi caso fueron los menos), porque ellos eran muchos más respetuosos y, qué mínimo, demostraban un interés por el cine que en los pases de prensa costaba detectar. Y realmente disfrutaban, es un público muy entusiasta, entregado y agradecido.

Nina está planteada claramente como una suerte de variación de Kramer contra Kramer (Kramer vs. Kramer, Robert Benton, 1979). Pero en esta ocasión el punto de vista se articula desde la hija que sufre la tensión y la guerra abierta entre sus padres divorciados. La película no disimula una fuerte sanción moral, destinada a ambos progenitores por igual. A diferencia de la de Benton, que acaba resultando un ¿involuntario? cuestionamiento de la maternidad 2 frente a una defensa nada disimulada de la figura del padre, en este caso Juraj Lehotský prefiere concentrarse en la víctima y no tomar partido realmente por nadie, aunque su mirada siempre apoyará a su protagonista. No obstante, todo hay que decirlo, su director, aunque trata de camuflarlo, no puede evitar trazar ciertas simpatías por el padre, un humilde conductor de grúas frente a una madre acomodada que se muestra muy inflexible, fruto de unas férreas creencias religiosas. La duda para el espectador estribará en comprobar si el director se atreverá a ser implacable y excesivo, porque especialmente la música apunta desde sus primeros acordes a un final trágico. Si Benton conducía su film hacia un thriller judicial en la lucha por la custodia, Lehotský flexiona el suyo hasta llevarlo al thriller puro y el suspense, un drama familiar que acaba encontrándose con el cine de género. Es aquí donde más se puede disfrutar el film, en comprobar cómo el director, perversamente, juguetea con el dispositivo cinematográfico, cómo va creando las expectativas o negándolas y cómo trata de conducir la atención del espectador. Su film se centra en una escalada, bien conducida, donde el conflicto cada vez va tomando mayor vigor. La pasión de la protagonista por la natación, lo presumiremos rápidamente, acabará convirtiéndose en el gran eje sobre el que pivotar la crisis que finalmente les haga reaccionar a los padres.

No es un film que desmerece, tiene suficiente empaque, aunque su director trate de forzar cierto lirismo visual y poético que acaba resultando más una retórica hueca y puramente ornamental que una necesidad expresiva, si bien hay que reconocerle que lo busca para tratar de adherirse a ese enclave ensoñador y suspendido entre la infancia y la adolescencia, para transmitir al espectador por la vía de lo visual que el film es propiedad de Nina, le pertenece a ella y para ella está creado.

 

  1. Conviene destacarse el rigor ético de su directora frente a ella, ya que todo acto de violencia, culmine en muerte o no, siempre está elidido de la pantalla, ya sea por el fuera del campo o por la elipsis
  2. Aunque se trate de comprender y justificar el abandono del hogar por parte del personaje de Meryl Streep nunca realmente se consigue minimizar su peso, desarmando de forma muy sotto voce, o no tanto, la liberación de la mujer y la necesidad de autorrealizarse
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