Del sueño a la pantalla: El Otro en los mundos de David Lynch
Por Martín Cuesta
Cuenta la leyenda (y el propio David Lynch) que, en 1989, durante el rodaje de uno de los episodios de la serie Twin Peaks (David Lynch, Mark Frost, 1990-1991) Frank Silva, un decorador y ocasional actor amateur, apareció casualmente reflejado en el espejo en una toma de cámara, su perturbadora imagen inmediatamente inspiró a Lynch… había nacido BOB. No sabemos hasta qué punto dicha anécdota es real pero entendemos perfectamente que el director nacido en Montana la haya hecho propia ya que resume perfectamente muchas de sus obsesiones, aquí el espejo, al igual que sucedía en el Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula, Francis Ford Coppola, 1992), desvela la verdadera naturaleza del monstruo, la bestia contenida en todos nosotros, lo libera de los disfraces impuestos por la sociedad. En el cine de David Lynch, cuando alguien es obligado a afrontar ese verdadero yo, la catarsis deviene en tragedia, como sucedía en El retrato de Dorian Gray las criaturas linchyanas colapsan ante el encuentro con su imagen, ante la asunción de sus actos, ante ese “otro” que son ellos mismos. Volviendo a la anécdota que abría el texto, podemos decir que no sólo es significativa en cuanto simboliza la imparable aparición de nuestro reprimido ego sino que su naturaleza, aparentemente casual, no lo sería realmente para nuestro protagonista, ya que en el cine de David Lynch lo oculto siempre termina por abrirse camino, BOB ansiaba mostrarse al mundo y finalmente encontró un camino para hacerlo.
Twin Peaks
Esta constante pugna psicológica entre lo que somos, lo que aspiramos a ser y cómo los demás nos ven es, a nuestro entender, la piedra sobre la que David Lynch construye su edificio narrativo, una de sus constantes a lo largo de su cine.
La escasa simpatía del cineasta por colocar señales de aviso sobre cuál de estas facetas se impone en cada momento ha llevado a buena parte de crítica y público a considerar su obra como arbitraria o ilegible, en el peor de los casos, o como una mera productora de emociones sin que exista nada que las justifique, en el mejor, no teniendo en cuenta que, casi siempre, lo caótico de su discurso responde a un proceso de imitación con la afectada psique de sus protagonistas, que lo tortuoso no puede ser contado linealmente. Pese a todo ello creemos que sí hay signos evidentes y constantes de esa obsesión psicoanalítica en buena parte de su filmografía, visiones de ese “yo” que quiere mostrarse, de ese BOB que ansía verse reflejado en el espejo, de ese moderno retrato de Dorian Gray ¿qué es, en cualquier caso, la siniestra criatura que vive en la parte de atrás de Winkie’s en Mulholland Drive (2001) sino la materialización física de los terribles secretos reprimidos por Diane Selwyn? Frente a la idílica “Betty” que Diane ha creado como sistema de protección, “el otro” sin nombre, terrible y oscuro se abre paso. No importa cómo decidamos recordar las cosas o que confiemos en el sueño como bálsamo liberador de nuestros traumas, la confrontación es siempre inevitable y nos alcanza en cualquiera de ambos mundos.
Quizá lo que más nos llama la atención del concepto del “otro” en la obra de Lynch no es su originalidad, ya hemos citado algún antecedente cercano, sino su carácter puramente cinéfilo puesto en relieve en su capacidad para abandonar el lienzo e interactuar con el medio que le rodea, recordemos por ejemplo la composición de Robert Blake en Carretera perdida (Lost highway, 1997) ofreciendo su teléfono a Fred Madison/Bill Pullman o grabando con su videocámara ciertos momentos que no revelaremos aquí pero que elevan a un nuevo plano esa persistencia de la memoria ya reseñada, además del perverso juego metacinéfilo que supone, por otro lado, otorgarle ese papel de lado negado de la conciencia precisamente a un actor acusado en su momento de ser el causante de la muerte de su esposa.
Carretera perdida
No podían faltar las connotaciones físicas en ese “otro yo” de un autor como el que nos referimos, en el que la fisicidad y las pulsiones sexuales juegan un papel tan destacado, hasta en sus films más convencionales el rostro, la estatura, etc. son exponentes vivos de una moral concreta o de unos miedos u obsesiones: el kafkiano bebé de Cabeza borradora (Eraserhead, 1977), la oculta faz de la sociedad victoriana en el John Merrick de El hombre elefante (The Elephant Man, 1980), o en los ya mencionados de Mulholland Drive o Carretera perdida, cabe mencionar aquí de nuevo y separadamente a su serie Twin Peaks, con su universo propio y oculto lleno de gigantes y enanos y donde el mismo pueblo tiene su propio reflejo oscuro, fruto del encuentro entre el acervo cultural estadounidense y el chamanismo totémico ligado a la misma tierra de Norteamérica (otro guiño metacinéfilo, Frank Silva era de ascendencia nativa), algo así como el lado salvaje y primitivo, no regido por la moral judeocristiana, de los pueblos USA idealizados por Frank Capra y que también aparece, aún con mayor claridad en el prólogo de Terciopelo azul (Blue velvet, 1986) donde, al acercar la mirada, descubrimos lo bestial que se oculta tras la plácida apariencia de un jardín cualquiera en uno de esos barrios residenciales que tan familiares nos resultan.
No es el único ejemplo de mundos alternativos y contrapuestos, de oposición entre un lugar real y uno imaginado a lo largo de su carrera y esto es algo que nos debe servir para reflexionar acerca del uso que Lynch hace de la narrativa cinematográfica para exorcizar sus propios demonios personales ¿acaso no es el Hollywood mecanicista y amenazante de Mulholland Drive el mayor ejemplo de sus desavenencias con esos grandes estudios con los que nunca se ha sentido cómodo?¿no son esas cortinas rojas tan frecuentes en su filmografía un guiño hacia nosotros, sus espectadores, recordándonos que todo forma parte de la psique de un cineasta, que todo es pura ilusión, que sólo hay un personaje en esta historia? Esperemos que no deban perderse en los bosques que rodean el Black Lodge o coger un taxi hasta el Club Silencio para hallar respuesta a tales preguntas… o tal vez sí.