Demolición

A pesar de la paliza, sienta bien ser uno mismo Por Fernando Solla

Sometimes I feel like I’m fighting
for a life I ain’t got time to live
Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée, 2013)

Aniquilación, derribo, destrucción, arrasamiento. Tanto el título como el discurso imperante en el último largometraje de Jean-Marc Vallée se convierten en sinónimo de estas palabras y conceptos. De producción estadounidense, Demolición es una película que desmonta cualquier idea preconcebida sobre la cinematografía del realizador. Formalmente hermana de sus propuestas norteamericanas, véanse Alma salvaje (Wild, 2014) y Dallas Buyers Club (2013), el planteamiento y la evolución de los personajes, así como el peso en la trama de los secundarios, nos acerca al corazón de sus títulos coterráneos.

Davis (Jake Gyllenhaal), un exitoso banquero inversionista, deberá reconstruir su vida tras un fatídico y determinante accidente automovilístico. La relación con la familia política, especialmente con Phil (Chris Cooper), también aliado en el espacio laboral, se contrapondrá con la entrada en su vida de Karen (Naomi Watts) y su hijo Chris (Judah Lewis). A partir de ahí, se crearán sinergias vitales entre todos los implicados que provocarán la sacudida que les despierte del letargo en el que parece desarrollarse su presente.

“Por alguna razón, todo se ha convertido en una metáfora” dirá Davis en una escena precisa del filme. Y así es durante todo su transcurso. El exceso en el cine de Vallée suele ser exagerado e, incluso, violento y desordenado. En el caso de Demolición no puede ser de otra manera, ya que la propia naturaleza de la pieza obliga a ello. Y el colmo de lo excesivo es aquí lo (aparentemente) evidente. Cuando hemos visto y escuchado en primera persona comparaciones entre el estado físico y anímico del protagonista con elementos naturales y animales, así como con símbolos y señales de codificación urbana como pueden ser los mensajes de las señales de tráfico, resulta que todo era más sencillo. Que la curiosidad incipiente del protagonista por descubrir cómo funcionan los objetos encerraba una necesidad superior de conocer cómo marcha su interior. La fina línea que separa lo sublime de lo manifiesto trazará el recorrido por el que nos sitúa el realizador. Esta declaración, quizá inconsciente, de objetivación del sujeto, mostrando sus piezas y mecanismos, resulta sobrecogedora. La emoción de la desorientación absoluta. El trastorno del desconcierto.

Demolición

Cinematográficamente el discurso está hilvanado a través de la anécdota y el punto de vista a través del montaje. Aquí no hay desorden ni se cede protagonismo del azar. La voz en off de Davis no lo es desde el momento que el personaje se explica a sí mismo y ante los demás a través de cartas. La necesidad de escribir, de empalabrar su (ir)realidad, no es gratuita. El incidente que propicia la confesión es provocado por una máquina expendedora. Quién recibirá las confidencias será una operaria de atención al cliente, que se interesará por el afectado más allá de lo profesionalmente obligado. Cada personaje tomará protagonismo a partir de la lectura de las cartas hasta llegar a un punto de encuentro mucho más allá de lo físico. El punto de vista será múltiple.

En este terreno el montaje de Jay M. Glen consigue evitar que las continuas aliteraciones del guión de Brian Sipe, necesarias pero algo fatigosas a momentos, ganen la partida. Yves Bélanger se obsesiona con los primeros planos hasta que consigue hacernos ver el interior de los protagonistas a través de su mirada, un recurso realmente hipnótico, como esa especie de tonalidad gris que parece envolverlo todo y progresivamente dejar paso a la luz. A destacar también el diseño de sonido, que coloca las voces en un segundo plano bajo la resonancia del vacío, para mostrar cuándo los protagonistas no están escuchando. Elocuente, original y, de nuevo, evidente. No por ello, menos fascinante.

Construcción, levantamiento, edificación, cimentación. Vallée parece asimilarse al protagonista de su historia y hacer lo mismo con su método cinematográfico. Desmontarlo para reconocerlo y de ahí, avanzar de nuevo. Volveremos a Café de Flore (2012) y a la difícil relación materno filial, pero especialmente a esa conmiseración por el alma humana que el director parece encontrar en las clases más humildes. Parece ser como si la ausencia de bienes materiales de lujo les obligara a centrarse en lo trascendente de las relaciones humanas. También regresaremos a C.R.A.Z.Y (2005) a partir del personaje de Chris. El hijo, cuyo padre estará ausente, y que encontrará en Davis esa figura experimentada e igualmente contradictoria en la que reflejarse. La conversación sobre identidad sexual en la ferretería es antológica. El humor y la ternura contrapuestos al drama del futuro inmediatamente posterior que espera al joven. De este título también recuperamos cómo el personaje (Chris) se manifiesta a través de una banda sonora plagada de rock entre psicodélico y glam.

Demolición

Finalmente, nos conmueve ese reflejo social y transversal sobre la actualidad más inmediata que Vallée muestra a través de su ficción. Cuestionamiento de los oficios más humildes (“…¿es atención al cliente una profesión?…”), relaciones sentimentales posesivas, violencia de clase, violencia transgénero, adicciones varias (a la marihuana, a la mentira, a la apariencia…) A la vez, la combinación de estas dosis de realidad se alternan con la necesidad de reformar un carrusel de feria (convertido en leitmotiv de la película) al son de “La bohème» de Aznavour. Detalles que sitúan a la película en el particular universo de su realizador.

En última instancia, Demolición entusiasma por las interpretaciones de su elenco, especialmente masculino, y más concretamente de Gyllenhaal y Judah Lewis. Ambos deconstruyen a sus personajes por separado para, a partir de su primera intervención conjunta, alzarse y ofrecernos dos grandes creaciones. Como sus personajes, los dos actores parecen pasarse el testigo y compartir sus aptitudes artísticas con generosidad y curiosidad. El recorrido realizado lo sentiremos los espectadores como propio, pudiendo asimilar tras el visionado las palabras de Chris como esenciales y particulares: “A pesar de la paliza, sienta bien ser uno mismo…”.

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