Desastres naturales
Hackeando el aula Por Rosanna Moreda
Al final llegó. Costó pero llegó. Hablamos de cierto despliegue fundamental dentro del cine, que analiza con soltura uno de los fuelles más pesados dentro del prolífico mundo de las discriminaciones. Un fuelle dolorosamente real pero todavía invisibilizado: el rechazo a las mujeres mayores. O más exactamente, el relevo de la presencia vieja por la nueva, que no desentone con las raudas metodologías selectivas de nuestros paradisíacos tiempos del tira y compra. En pocas palabras, la tiranía de la doble discriminación: por vieja y por mujer. Y la película que tanto esperábamos aterriza desde el país más largo y estrecho: Chile. Del cerebro del joven director Bernardo Quesney. Queremos que la cosa siga así, como está empezando. Queremos creer que al final la esperanza no era exclusiva para giles, gracias en parte a estas nuevas masculinidades que pisan fuerte, que se atreven a cuestionar la semilla que los engendró y que en teoría les beneficia: el patriarcado. Porque sin ellas, sin estas masculinidades detractoras y por lo tanto más que nunca feministas, no hay avance que valga. Ya desde el comienzo, desde las imágenes en blanco y negro de ovejas que parecen querer chirriar por el desacomodo pero no lo hacen en absoluto; se olfatea en la butaca que nos encontramos ante un registro insólito y necesario del cine social de actualidad. Desastres Naturales de hecho, ha figurado en varios festivales, destacando el estreno nacional en SANFIC 2014, el internacional en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana, el premio del público en el Chicago Latin Film Festival, así como el premio a Mejor Película en el Festival de Iquique 1.
Tanto el tono como el estilo de la película son de una sencillez casi prosaica, y el argumento podría ser adaptable a cualquier realidad estudiantil del planeta. Raquel (Ana Reeves) es una apasionada profesora rural de las que pertenecen al irreversible ámbito de la extinción. De las que no dejaban pasar una, con su moño tirante y su impoluto vestido de enorme cuello babero. Ese tipo de profesoras grandotas, de regia pisada, sonrisa inexistente y mirada implacable que parecían batirte a duelo con cada pregunta, aun a sabiendas de que en el infinito intervalo, sudabas la gota gorda, reglazo en mano de ser necesario. Duelos terribles donde lo que se jugaba era aprender, al precio que fuera, pero donde los barómetros del mercado de la carne, también de manera subrepticia antes y alevosamente ahora, se han ido infiltrando en un galope despiadado de relevo sin más, de los cuerpos considerados viejos por los nuevos, los frescos. Aunque se trate de enseñar y por lo tanto de priorizar (en teoría) las mentes, la logística de estos relevos se mueve con la misma astucia que en los oscuros galpones de Zara. No en el lugar del destajo, sino donde se cuecen las miserias de los poderosos en el más triste de los sentidos (que jamás podrán llamarse ideas) sobre los cuerpos que más venden, los jóvenes. Este es el arranque principal de un film astuto realizado por el director nombrado que es oriundo de Valparaíso, cuyo mérito se ensancha por no ignorar tal tendencia siendo él paradójicamente, muy joven. Su crítica, empero, se expande a otras bandas. A la lógica de la sacrosanta revolución estudiantil por citar solo una de ellas, que en un país como Chile, cargado de un sangriento pasado, se vuelve intocable. Lo mismo en Argentina, y en Uruguay. Porque Desastres Naturales no es La noche de los lápices (Héctor Olivera, 1986) precisamente. Aquella película de los mediados 80 que había que ver sí o sí si vivías en el Río de La Plata por aquel entonces y te considerabas de izquierdas. Y si desbordabas lagrimón mejor, y si no te hacías preguntas de otra naturaleza que no fuera la políticamente correcta, la previsible, mucho mejor aún. Lo crucial y arriesgado de la perspectiva de Quesney es que él sí se hace preguntas y muchas. Preguntas de las que irritan, que generan odios eternos y enemistades definitivas. Sobre el liderazgo que alimenta muchas revoluciones por ejemplo, sobre la honestidad última de dicho liderazgo, sobre la fuerza del poder, sea cual sea su procedencia, y aunque venga amasado con las mejores intenciones, desde abajo.
Y lo demuestra en el acertado papel de Montserrat Ballarín-Cesárea en la película. Mediante el actuar de un solo personaje que representa la típica rebeldía que en realidad o no conoce o no le interesa su causa, y que solo persigue el aura que le otorga su ego batido por miles de seguidores, o el hacer la guerra por el solo hecho de guerrear. Quesney logra derribar así el mito de la revolución ideológica trasplantable a todos los contextos con un solo movimiento, de manera además muy fluida, y dentro de un encuadre que pertenece de lleno a la comedia. Nuevamente, la referencia es un libro. Una curiosa novela-ensayo para este caso, donde la autora, la argentina Pola Oloixarac 2 , también se atreve a disparar la polémica, poniendo en cuestionamiento en sus Teorías Salvajes, con un estilo y lenguaje que se arriman igualmente a la comedia, muchos aspectos considerados sagrados de las revoluciones latinoamericanas y que nos sacaría de muchos aprietos el descubrir que incluso los mitos elaborados a cal y canto, ocultan fracturas varias. Una comedia cítrica resulta ser Desastres Naturales, pero que no deja de ser por ello comedia. Porque desde el momento en que a Raquel le comunican que será sustituida por la rozagante profesora Manuela, ya no hay marcha atrás. Raquel sin dudarlo, ocupa el aula y se atrinchera junto a parte de su alumnado. No abrirá la puerta de la clase hasta que no le devuelvan su empleo como profesora en ese centro de enseñanza secundaria donde llevaba trabajando décadas. Ni su propia hija que la directora del instituto llega a telefonear con la intención de que vaya a hablar con su madre y la convenza para que desista, logra apartarla de su objetivo.
Este es el eje de acción principal del film: una obsesión que no la abandonará hasta el final, donde, de manera fatídica pero que termina siendo paralelamente un tanto liberadora, descubre gracias a un informe de su alumnado sobre la calidad de sus clases, que las “rebeldes personitas” que ahora la acompañan en dicho atrincheramiento para recuperar su antiguo puesto, en su momento escribieron comentarios pésimos acerca de sus clases. Es decir, las suyas, las de Raquel. Entonces, como alma llevada por una fuerza desconocida a otro destino que deje de ser de manera instantánea la helada decepción, retira la silla que atraviesa la puerta de la clase y de repente se va. Se va, se va sin mirar a nada ni a nadie. No oye a Cesárea la líder, la supuesta revolucionaria que le ruega que se quede, que lo que había escrito sobre ella no era cierto, le repite una y otra vez, ni tampoco oye a la directora que intenta torpemente arreglar la situación. Se va, se va, se aleja sin más del muro global de la hipocresía. Y bien podría pensar Raquel en esa decisiva retirada, que en el fondo la enseñanza no es más que un regalo, que de nada sirve si no es querido, disfrutado. Es más, estamos seguras de que eso es lo que piensa. Al no poder derribar, hackear el muro de la abyecta vida, se aleja.
A destacar por otra parte, desde el punto de vista estético, escenas propias del malditismo visual, que retrotraen sin ir más lejos al cine ibérico de la movida. Como al principio, cuando la adusta profesora atraviesa el campo en un encuadre del todo onírico y a destiempo, para dirigirse al centro de enseñanza con sus gafas negras y una disidencia hirviente a cuestas, que nos llega incluso a través de las gafas. Es decir, la vemos cada vez más de cerca, y nos invade aquella locura imponente, incitadora, que caracteriza a las personas que se guían por su propia ley. Todo ello en un encuadre lento y desprolijo de manera intencional, donde casi nos vemos venir las intenciones radicales de Raquel. Pienso en los eternos y muy pensados planos pop de aquel estrafalario y lúcido sujeto que fue Pedro (oh Will More, qué habrá sido de ti…) en la obligada Arrebato (1979) de Zulueta, mezclado con la parsimonia más bucólica de las joyas fílmicas del Este de Europa. Si son guiños o no de autor, lo desconocemos. Y en el caso de ser casualidades, son casualidades oportunas, que conforman un plus importante a la gran pertinencia de la película. En cuanto a la lengua, se agradece que actrices y actores se comuniquen en un chileno íntegro, sin depurar en absoluto, no como suele ocurrir con películas de estos países que pretenden una acogida internacional y en consecuencia, eliminan la cafeína del idioma y lo pasan a un español o castellano más general, vale decir más soso. Sin duda, preferimos la cafeína, aunque se trate de un en ocasiones ininteligible chileno hablado por adolescentes.
Curiosa también la metáfora visual y auditiva, que se repite a lo largo de la propuesta, que ya comentamos de manera muy breve al principio del artículo. Nos referimos a las ovejas y su correspondiente balar. Es muy probable que de no realizar una lectura doble de los relatos sobre las revoluciones izquierdistas latinoamericanas, la imagen en blanco y negro de las ovejas, pase desapercibida. Podría pensarse por ejemplo, que se trata de una insinuación campestre muy a tono con el entorno estudiantil rural del largometraje. Pero pensamos que la intención del director fue otra. Si nos atenemos a esta mirada cuestionadora sobre los quiebres del movimiento estudiantil en este caso chileno, para las mentes adoctrinadas en contextos contestatarios, la oveja es transformada mediante un giro semiótico automático; en borrego. Y el borrego como bien sabemos, jamás marcha solo. Hacia dónde es lo de menos, lo importante es seguir al rebaño…
Como imagen antagónica de dicha inercia ufana tan común en estos días, sin duda serviría quedarse con una imagen agitadora que lo dice todo: Raquel fumándose tranquilamente dos cigarros a la vez en su clase tomada. Porque una cosa sí es segura: pase lo que pase, nadie le quitará lo bailado.
- Puga, Amanda: Entrevista al Director Nacional Bernardo Quesney de Desastres Naturales “La película no es panfletaria ni tampoco una oda al movimiento estudiantil”, Galaxia Up-Universo popular audiovisual, 1 de julio: http://galaxiaup.com/entrevista-al-director-nacional-bernardo-quesney-desastres-naturales-la-pelicula-no-es-panfletaria-ni-tampoco-una-oda-al-movimiento-estudiantil/ ↩
- Oloixarac, Pola: Las Teorías salvajes, Buenos Aires, Editorial Entropía, 2008 ↩