Después de la tormenta
Los grandes talentos se despiertan tarde Por Fernando Solla
Si quieres conocer el pasado,
mira el presente que es su resultado
Si quieres conocer el futuro,
mira el presente que es su causa
La nueva película de Hirokazu Kore-eda marcará un antes y un después en la filmografía de un realizador que cuenta con catorce títulos a sus espaldas y dos décadas de carrera cinematográfica. Su cine es quizá uno de los más contemplativos de la actualidad. En apariencia minimalista capta de manera única la esencia del núcleo familiar y, en este caso, de las relaciones de pareja y paternales. La sutilidad y fluidez evocativa asume cotas de abstracción insólitas en Después de la tormenta. Como si un ente invisible traspasara la pantalla y se introdujera en nuestro interior, parando el tiempo por un instante, y separara nuestro yo esencial de nuestro yo corpóreo.
Ryota (Hiroshi Abe) es un novelista venido a menos. Malgasta el poco dinero que gana como detective privado en infructuosas apuestas y ni siquiera puede asumir la manutención de su hijo (TaiyoYoshizawa) ni mantener una conversación con su exmujer (Yoko Make). Tras la muerte de su padre y tras la liberación que ésta supone para su anciana madre (Kirin Kiki), parece que el vínculo familiar empieza a restablecerse ligera y progresivamente. Un tifón se cernirá sobra la ciudad, obligando a los cuatro a compartir una noche bajo el mismo techo y, a partir de ahí, asistiremos a una secuencia final tan devastadora a nivel emocional como constructiva cinematográficamente hablando.
Kore-eda firma también el guión y el montaje de su película y este dominio sobre la estructura formal se convierte en un estallido de libertad creativa y de empatía para con los personajes. Las réplicas son oro puro y el autor es capaz de captar y transmitir toda la entidad de cada sílaba y cada silencio con una endereza y espontaneidad tan apabullante como alegórica del mundo interior de todos ellos. Las comparaciones y los símiles son constantes pero lejos de saturar por acumulación, rezuman inteligencia y conmiseración a raudales. El trabajo con los cuatro personajes protagonistas (y con la mayoría de secundarios) es impecable y la fabulación o reformulación de las ideas tradicionales se ve transgredida por una finísima pero potente destilación irónica de mitos, creencias y constructos sociales.
El largometraje se crece inconteniblemente gracias a la banda sonora de Hanaregumi y a la fotografía de Yutaka Yamazaki. Los acordes musicales se convierten en paisajes del pensamiento y las emociones del protagonista, añadiendo a la partitura unos silbidos que parecen nacer de nuestro interior de manera espontánea. En combinación con la preciosa planificación de las escenas y secuencias y con la finísima figuración de los personajes a través y durante las tomas, nacerá en el espectador la ilusión de estar contemplando esbozos para un cuadro. Una pintura que cobra vida ante nuestros ojos de manera luminosa. Es realmente sobrecogedor el efecto provocado cuando dos personajes hablan sobre un tercero y su aparición en pantalla parece bifurcarse siguiendo el ritmo de la conversación que se mantiene sobre el que está más apartado.
Del mismo modo, cuando llegamos a la secuencia final en la que, reunidos bajo el mismo techo, la familia disuelta vuelve a reunirse, el guión de Kore-eda (así como su dirección de actores) sabe cómo vehicular el conflicto hasta apartarse de manera casi imperceptible del melodrama prototípico. Aquí es donde nuestro autor parece, por fin, hacerse eco de la sabiduría expresada en el filme por el personaje de la anciana y aplicarla a su filmografía. “Los grandes talentos se despiertan tarde” y “cuanto más tiempo reposa un estofado más sabor adquieren sus ingredientes, como las personas”. Con Después de la tormenta, el impacto consiste precisamente en confrontar la situación conflictiva hasta convertirla en un momento liberador para los personajes, dándoles la oportunidad de mostrar su lado más honesto y de expresar sus deseos más sinceros. Esta honestidad será trascendental, puesto que les permitirá verse y aceptarse a cada uno como lo que realmente es.
El símil será tanto con insectos como con plantas y culinario. El tono empleado por Kore-eda en la dirección de actores y en el desarrollo del largometraje es perfecto, siempre adecuado. Las interpretaciones son de muchos quilates, especialmente las de Hiroshi Abe y de la vetera Kirin Kiki. Ambos son capaces, cada uno a su manera y con sus recursos, de traducir el drama en una sonrisa y verbalizar con la mira lo no dicho en voz alta. No hay ningún tipo de crítica o posicionamiento y aunque quizá las situaciones no sean del todo comunes se crea una atmósfera de cotidianidad tan reconocible que parecerá que hayamos vivido estas etapas mostradas en primera persona, a la vez que los protagonistas.
La sensibilidad del autor llega a ser inaudita y parece escuchar a sus personajes de una manera que le permite graduar el trabajo actoral y el desarrollo del guión de tal modo que la emoción llega a apoderarse de todos nosotros. Ese será el momento en el que caeremos en la cuenta que, para el cineasta, las mayores certezas se evidenciarán en los momentos aparentemente más relajados.
Hay una implicación especial del autor en la selección de las localizaciones de la película. Kore-eda contextualiza la historia en la ciudad de Kiyose. Los espacios escogidos para filmar forman parte del complejo residencial donde él mismo creció. Esta necesidad de mostrar su intimidad más profunda convierte al largometraje en un ejercicio neorrealista de campeonato. Si a esto sumamos la generosidad y humanidad con la que los personajes parecen aceptar sus imperfecciones y fracasos hasta claudicar con una realidad que, probablemente, no cambiará, el resultado vuelve a ser excepcionalmente emocional. Este giro sobre la estructura tradicional del melodrama se convertirá en algo incendiario durante el visionado del filme. Un verdadero giro lingüístico que añade uno más de los múltiples y elaboradísimos detalles o casualidades que amplifican la calidad de la experiencia cinematográfica para el espectador.
Finalmente, Después de la tormenta parece destinada a convertirse en la mejor película del realizador hasta la fecha. Además de sus logros cinematográficos, la capacidad para aunar contenidos más o menos tradicionales y de transgredir sin violencia o voluntad de ruptura explícita los cánones morales de su cultura, Kore-eda desarrolla magistralmente un discurso narrativo propio que, de seguir así, se convertirá en un género en sí mismo.