Destino Marrakech
La impostura de la realidad opuesta a la verosimilitud de la ficción Por Fernando Solla
"¿En cuántas ocasiones te vendrá a la memoria aquella tarde de la infancia, una tarde que ha marcado el resto de tu existencia? ¿Una tarde tan importante que ni siquiera puedes concebir el resto de tu existencia sin ella? Quizá cuatro o cinco veces. Quizá ni siquiera eso (…) Y sin embargo, todo parece ilimitado…”
El Panorama de Cinema Alemany de Barcelona seleccionó como largometraje inaugural de su segunda edición el último trabajo de la realizadora Caroline Link, a la que recordamos como la responsable de uno de los últimos Oscar’s de Hollywood a la Mejor Película de Habla no Inglesa conseguido por Alemania, gracias a En un lugar en África (Nirgendwo in Afrika, 2001), y, también, aunque sin lograr tanta repercusión mediática, por la muy sentida y significativa Hace un año en invierno (Im Winter ein Jahr, 2008).
Durante el visionado de Destino Marrakech el espectador es testigo de la evolución de la realizadora como narradora, ya que en esta ocasión el guión no será fruto de ninguna adaptación literaria (véanse los casos de Stefanie Zweig y Scott Campbell), sino creación original de Link, sin renunciar a sus influencias y unas líneas argumentales cohesionadas con el resto de su filmografía.
En el film que nos ocupa retomaremos el choque cultural que supone para un europeo más o menos acomodado la subsistencia en un país no tan desarrollado económicamente del largometraje de 2001, así como el dolor y la angustia vital, que esconden los más jóvenes de la familia, motivados por la incomprensión (en este caso indiferencia) de o hacia sus progenitores, sin resoluciones tan dramáticas o tajantes como en el de 2008.
“Todas las familias felices se parecen las unas a las otras. Todas las familias infelices lo son a su manera”. Con esta célebre y tolstoiana cita, extraída de Anna Karenina, un profesor introduce a Ben (Samuel Schneider) en un viaje estival a Marruecos para reencontrarse con su padre, exitoso dramaturgo europeo (Ulrich Tukur). El adolescente, ajeno a cualquier trauma causado por la ausencia del progenitor, vive acomodadamente con su madre en Alemania. Su única preocupación es comprobar periódicamente su nivel de azúcar en sangre y vigilar que no se le agote la insulina. Sin amargura pero sí con mucha apatía, la actitud de Ben se acerca mucho a la de los personajes de Los veraneantes (Дачники, Maxim Gorki, 1903), pieza teatral que se ha recuperado mucho a nivel europeo durante las dos últimas décadas por la vigencia de su retrato de la pérdida de ideales de la clase burguesa que deambula por la vida, emocionalmente frustrada, en un eterno y etéreo periodo estival, absorta y contemplando la problemática de las clases sociales más modestas. Con estas alusiones literarias, Link construye el que será, precisamente, el primer nexo de unión entre padre e hijo: el primero huirá de cualquier inspiración introspectiva y hablará de los grandes temas, versionando las palabras de los clásicos, no tanto para recalcar su vigencia, sino para teatralizar sus propias inquietudes. El segundo, escribirá relatos breves a modo de caricatura de su experiencia familiar que resultarán intuitivos aunque confusos, del mismo modo como lo está él debido a la incomprensión hacia lo que está narrando. Precisamente, la realizadora sitúa a los dos protagonistas principales entre bambalinas durante las secuencias iniciales (detrás del escenario será donde Ben prefiere contemplar el trabajo de su padre) o en localizaciones en ruinas, todavía con alguna reminiscencia del lujo de antaño.
La realizadora y guionista propone con Destino Marrakech un doble viaje para los dos protagonistas principales.
También para el resto, como demuestra la renuncia del personaje de la prostituta Karima (Hafsia Herzi) hacia los reproches de sus familiares de sexo masculino cuando decide tomar la iniciativa y llevar a un hombre a casa, respondiendo que siendo ella la que lleva el dinero al hogar y mantiene a todos los miembros de su clan, será la que decida sobre su vida y destino. Un doble viaje, decíamos, como doble es la interpretación del título del film, ya que depende cómo lo interprete cada personaje exit supondrá tanto el abandono como la vía de escape o punto de encuentro. Lo más interesante del largometraje será la propuesta de Link de abandonar los clásicos y cualquier referencia artística o cultural para encontrar la propia voz, algo que Ben se tomará al pie de la letra. En su huida (geográfica pero también emocional) la película suma puntos en intensidad y fascinante desconcierto, apoyados por una fotografía (Bella Halben) que nos introduce tanto en interiores como en los parajes exteriores como si fuéramos los ojos del joven protagonista, evitando en todo momento la función meramente decorativa o de postal. El anunciado reencuentro padre – hijo, aunque previsible no desentonará con el resto de la narración, y como el nivel en sangre de Ben, resultará escaso de azúcar, algo que agradecemos a la realizadora y, especialmente, a la guionista.
Finalmente, cabe destacar que aunque en apariencia Destino Marrakech no parezca excesivamente ambiciosa, esa sencillez argumental es, precisamente, su mayor éxito. Caroline Link plantea una premisa clara desde el principio y nunca divaga y la desarrolla con pulso firme. Quizá no resulte tan novedoso el qué se está explicando sino el cómo, contextualizando el argumento dentro de la actual crisis de valores en la que parece que vivimos inmersos, ya no como miembros de una sociedad, sino como individuos, algo que los dos protagonistas principales defienden convincentemente con sus interpretaciones. Muy interesante, aunque relegado a un injusto segundo plano, la denuncia de esa actitud con ínfulas de superioridad moral y cultural de las potencias europeas hacia los países menos desarrollados, así como la disección de un núcleo familiar en el que todos y cada uno de sus miedosos miembros parece más preocupado por abandonar el nido que por conservarlo, subtramas que, por otro lado, resultarían algo difíciles de desarrollar con mayor profundidad contando con sólo dos personajes protagonistas. Destacamos, en cualquier caso, la serenidad (que no frialdad) de Link y la ausencia del ensimismamiento más propio del turista que del cineasta con el que se suelen rodar algunos largometrajes localizados en parajes que resultan exóticos para nuestros ojos. Sin duda, el punto fuerte de Destino Marrakech, así como el reflejo en pantalla que muchas veces damos por hecho que siempre tendremos alguien que se preocupe por nosotros y que, cuando de repente, se intuye la posibilidad que desaparezca, nuestro mundo sufre una sacudida que provocará grietas imborrables en nuestra memoria sentimental e identidad.