Dexter
Todos somos psicópatas Por Roger Gonzàlez i Mercader
- Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca - protestó Alicia.
- Oh, eso no lo puedes evitar –repuso el Gato - Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca-.
- ¿Cómo sabes que yo estoy loca? - preguntó Alicia.
- Tienes que estarlo a la fuerza - afirmó el Gato- o no habrías venido aquí-
La psicopatía es un trastorno antisocial que, llevado al extremo, puede conducir al asesinato. Y la repetición de esta conducta ha acabado definiendo lo que hoy conocemos como asesino en serie o “serial killer” en su conocida acepción anglosajona 1, una figura que desde el mítico Jack el destripador, forma parte indisoluble de nuestra vida moderna (como bien analizará al detalle Alan Moore en su portentosa novela gráfica From Hell 2). El asesino múltiple y seriado, pues, es una figura que atrae y disgusta por igual, que fascina y a la vez repugna por su amoralidad y perturbación. No es sorprendente que el mundo audiovisual haya utilizado este personaje en múltiples ocasiones, ganándose paulatinamente un lugar en la pantalla y pasando de ser un simple antagonista en filmes policíacos como Scorpio en Harry el sucio (Dirty Harry. Don Siegel, 1971), a un poderoso antagonista de filmes de terror – los llamados slasher films-, con personajes como Michael Myers en La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter 1978) o Jason en Viernes 13 (Friday the 13th, Sean S. Cunningham, 1980) 3. Pronto el psicópata se convertirá en un complejo y atrayente antagonista a un nivel casi de co-protagonista, marcando aquí la pauta El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, Jonathan Demme, 1991), donde el personaje más celebrado y recordado no será precisamente la protagonista del filme (la agente Clarice), sino el asesino antropófago Hannibal Lecter, un filme que establecerá un nuevo campo de juego en lo que a relaciones entre policía y psicópata se refiere y que el filme Seven (David Fincher, 1995) acabará de apuntalar con la inquietante presencia de John Doe 4; así el homicida sistemático acabará erigiéndose en protagonista indiscutible de la pantalla. Henry: retrato de un asesino (Henry: Portrait of a Serial Killer, John McNaughton, 1986) fue una de las primeras en atreverse a presentar este protagonismo absoluto, a la que siguieron Funny Games (Michael Haneke, 1997), American Psycho (Mary Harron, 2000) o la versión fílmica del best-seller El perfume (Das Parfum – Die Geschichte eines Mörders. Tom Tykwer, 2006), todos ellos filmes que devienen pesadillas inmersivas en la mente de los asesinos en serie. No obstante, no olvidemos que esta atracción por el psicópata ya fue intuida en los años 60 por el maestro Hitchcock en la ya mítica Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), cuando el director decidió asesinar a su rubia protagonista a medio metraje, dejando al público totalmente desubicado y sin más opción que sumergirse en el perturbado mundo del psicópata Norman Bates, protagonista indiscutible del filme a partir de ese momento y del que, por cierto, se ha realizado una serie: Bates Motel (Anthony Cipriano, 2013-2107). De hecho, fue tan potente el personaje de Bates, que se asoció definitivamente al actor Anthony Perkins, que no pudo, prácticamente, realizar otro papel relevante a partir de entonces.
Bates Motel
Así pues, deslumbrado el espectador por los serial killers (cual conejos frente a los faros de un todoterreno) era de esperar que en esta edad dorada de la ficción televisiva nos encontráramos, tarde o temprano, con una serie que rompiera moldes en el mundo del psicópata seriado, ficción que tomará el nombre de Dexter, producida por la cadena Showtime y basada en la novela de Jeff Lindsay, Darkly Dreaming Dexter, traducida en España como Dexter: el oscuro pasajero, editado por Books4pocket en 2008. La serie, creada por James Manor Jr., no sólo cosechará un enorme éxito de crítica y audiencia (con un total de 8 temporadas – 2006 a 2013- y múltiples premios a sus espaldas 5) sino que se convertirá en un referente para el género, situando al personaje protagonista en el altar de los psicópatas de ficción, a la altura de un Bates, un Lecter o un Jason.
Efectivamente, lo más destacado de Dexter y uno de sus mejores aciertos está en centrar el protagonismo absoluto en un sociópata asesino, con un “oscuro pasajero” interior (como así denomina el protagonista a su pulsión asesina, acepción tomada de la novela original), que cause atracción y repulsión a partes iguales. El protagonista se refiere en múltiples ocasiones a su pulsión asesina como un “oscuro pasajero” referencia directa, además, al libro original.. Dexter será interpretado magistralmente por Michael C. Hall, actor que ya destacó anteriormente interpretando a David, uno de los atormentados protagonistas de A dos metros bajo tierra (Six Feet Under, Allan Ball, 2001-2005). En Dexter, Hall combina con acierto una hierática frialdad perturbada (que lo convierte en un depredador asesino) con una sincera inocencia emocional, generando una empatía (y simpatía) enorme en el público.
Porque, más allá de la interpretación, hay un factor clave ético-moral que hará de Dexter un personaje merecedor de nuestra empa/simpatía: su impulso asesino se dirigirá exclusivamente hacia personas “que se lo merecen”. Y es que Dexter será criado por un padrastro policía que redirigirá sus impulsos asesinos (generados, cómo no, por una infancia traumática 6) para establecer un código ético cuya norma número uno reside en no matar nunca a inocentes, premisa más que discutible, pero que el público terminará por aceptar y, sobre todo, comprender. Este “código” será formalmente evidente en cada capítulo, en el que Dexter verá y hablará con su fallecido padre, discutiendo sobre cuestiones éticas o recibiendo consejos para no ser descubierto (otra de las máximas del código). Así pues, tanto las conversaciones con el padre muerto (recurso, por cierto, ya habitual para el actor Michael C. Hall, dado que en A dos metros bajo tierra era un agente de una funeraria que hablaba a menudo con los muertos) como la constante voz en off del propio Dexter sumergirán al espectador no solo en las acciones del protagonista, sino también en sus curiosos y a menudo profundos pensamientos, generando la inmersión más brutal nunca hecha hacia un psycho-killer de ficción, un personaje al que acompañaremos durante unas 100 horas, más que a ningún otro asesino en serie de la historia del audiovisual. Tengamos en cuenta que la serie suma 96 episodios, a razón de unos 55 minutos por episodio. Además, la cadena Showtime realizó 4 Early Cuts, pequeños especiales de animación de 8 minutos de duración. De cerca, le seguirá el mismísimo Hannibal Lecter gracias a la serie Hannibal (Bryan Fuller, 2013-2015), que, acorde con el cada vez más prolífico protagonismo de los asesinos psicópatas, se dedicará a explorar la perturbada personalidad del personaje salido de El silencio de los corderos.
A esta inmersión, además, se sumarán técnicas narrativas que harán del personaje y la serie una ficción que atrapa. Una de ellas, será el uso del thriller policíaco, donde el espectador acompañará y sufrirá con Dexter un tenso doble juego en el que, por un lado, nuestro psicópata protagonista tendrá que descubrir/atrapar a sus víctimas (la mayoría asesinos despiadados que han eludido la justicia) y por el otro impedir ser descubierto. Dexter no solo ha sido “entrenado” por su padrastro policía para “limpiar” perfectamente sus crímenes y atrapar criminales, sino que, para más seguridad, trabajará en el departamento de policía como forense (especialista en salpicaduras de sangre, cómo no). Formar parte del departamento de policía de Miami proporcionará a Dexter acceso directo a múltiple información policial (y una lista constante de asesinos a los que matar), pero también le rodeará de policías que pueden acabar descubriéndolo. De hecho, los múltiples secundarios que acompañaran a Dexter se moverán en la esfera policial, desde el bromista Masuka al entrañable teniente Batista, destacando especialmente el personaje de la teniente Debra Morgan, hermanastra de Dexter con la que mantendrá una estrecha y fraternal relación, convirtiéndose en el contrapunto emocional (Debra se enamora fácilmente, pierde los nervios y es muy mal hablada) de un Dexter que se muestra tranquilo, controlado y educado ante los demás, aunque a menudo también deberá esquivar a su perspicaz hermana detective.
La empatía hacia Dexter y las cuestiones morales que lleva consigo se presentan especialmente en la segunda temporada, cuando los cuerpos descuartizados que Dexter habitualmente sumerge en el mar son encontrados por la policía, que pronto descubrirá que son cadáveres de reprobables homicidas. Así “El carnicero de la Bahía” (nombre como se bautizará al desconocido asesino) empezará a recibir un enorme apoyo popular, apuntando al nunca cerrado debate de la pena de muerte en Estados Unidos y generando curiosas reflexiones de Dexter sobre su papel de asesino como si de un justiciero super heroico se tratara, uniendo perversamente (a modo de reflexión) el género del psycho-killer y el de los superhéroes, un tema ampliamente tratado por guionistas como Alan Moore o Mark Millar, y del que escribí un artículo aquí llamado Trastornos mentales: Superhéroes.
Serán estas y otras muchas reflexiones las que dotaran al personaje de Dexter de un constante humor negro, una de las bazas narrativas más fuertes no solo del personaje, sino de la serie en general, que jugará con un extraño contraste entre humor macabro, drama psicológico y thriller policial, cuya influencia llega hasta series recientes como Santa Clarita Diet (Victor Fresco , 2017-) o The End of the Fucking World (Jonathan Entwistle, 2017-), e incluso en personajes como el desquiciado Moriarty de Sherlock (Steven Moffat, 2010-) 7. El humor negro en Dexter surge ya desde los mismos títulos de créditos, donde una simpática música acompaña los inquietantes primeros planos de Dexter preparándose el desayuno, filmado como si de un descuartizamiento (de pomelos, bistecs y huevos fritos) se tratara. De hecho, la misma ciudad donde se desarrolla la acción, una colorida y cálida Miami -aunque, curiosamente, la serie fue filmada realmente en Long Beach, California-, ya nos crea un irónico contraste, alejándose de la oscura y fría sordidez de los típicos entornos mostrados en la mayoría de filmes de psicópatas, influenciados por la atmósfera malsana y ya referencial de Seven. Incluso el nombre del barco desde el que el protagonista lanza sus cadáveres desmembrados, bautizado “slice of life” (rebanada de vida), entona un constante y sórdido humor macabro. Pero donde realmente destacará el humor negro en la serie será en las reflexiones y análisis sobre el comportamiento humano de Dexter, un sociópata carente de emociones reales que se esfuerza en ser normal (con su novia, familia, amigos…) y observa atónito el comportamiento de sus “normales” semejantes, como si se tratara del observador de unos monos en el zoo, viendo, tras el cristal, como estos juegan a lanzarse los excrementos unos a otros. Esta curiosa aproximación se convertirá, como decía, en uno de los mayores aciertos del personaje, permitiendo una ironía de corte antropológico que a menudo nos hará plantear no solo el comportamiento de Dexter, sino el de nuestra misma sociedad. Y es que es aquí donde Dexter emerge no solo como un curioso y atractivo personaje serializado, sino como un icono de la ficción contemporánea a la altura de un Tony Soprano (Los Soprano – The Sopranos. David Chase, 1999-2007) o un Walther White (Breaking Bad – Vince Gilligan, 2008-2013), todos ellos antihéroes capaces de penetrar en las aguas profundas del ser humano para mostrarnos las perversidades y contradicciones de nuestra contemporaneidad. Y es que Dexter se convertirá en un espejo deformado y perverso de nosotros mismos, de nuestras debilidades y dudas ante el mundo, del dolor que sufrimos y de la máscara que nos ponemos para afrontar las situaciones (a menudo absurdas) que nos rodean. Es aquí donde Dexter hace su planteamiento más atrevido, haciéndonos caer por el agujero de Alicia para enfrentarnos a la locura, a esa parte oscura que habita en nosotros e intentamos ocultar, planteándonos que quizá Dexter y su sociopatía sea, precisamente, la forma más honesta y práctica de enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestra desquiciada (y psicópata) realidad.
- Para conocer el origen del concepto es recomendable la reciente Mindhunter (Joe Penhall, 2017), serie avalada por David Fincher sobre dos agentes del FBI que revolucionaron el estudio de los asesinos en serie, así como la creación del concepto del serial killer. ↩
- La novela gráfica de Moore ilustrada por Eddie Campbell (Planeta de Agostini, 2000) basa su tesis en la perversa relación entre las sociedades modernas, la aparición de asesinos múltiples y la admiración que hacia ellos sentirán las masas. Por cierto, que el cómic de Moore tendrá una mediocre versión fílmica: Desde el Infierno (From Hell, Albert Hughes, Allen Hughes, 2001) ↩
- De hecho, se nota una evolución de protagonismo del psycho-killer ya en las mismas sagas de Viernes 13 (con 12 filmes entre secuelas, reboots y mezclas bizarras como Freddy contra Jason –Freddy vs. Jason, Ronny Yu 2003- ) y La noche de Halloween (con 10 filmes entre secuelas y reboots). Jason y Myers, a lo largo de estos filmes, han ido cogiendo cada vez más protagonismo, centrándose cada vez más en sus vidas y el origen de sus perturbaciones. ↩
- La relación policía/psicópata sigue de moda actualmente en series como Luther (Neil Cross, 2010-2014) o la reciente Mantis (La Mante. Alexandre Laurent, 2017) ↩
- Nominada en múltiples ocasiones a mejor serie (ganado el Satellite Awards en esta categoría en 2007 y 2008) y especialmente en los premios y nominaciones a su actor protagonista Michael C. Hall, que ganó el Globo de Oro y el premio del sindicato de actores por su papel en Dexter en 2010. ↩
- Su madre fue asesinada delante de él con una sierra eléctrica, quedándose, el pequeño Dexter, bañado literalmente en la sangre de su progenitora. ↩
- La mezcla entre humor y asesinos en serie tiene múltiples ejemplos audiovisuales: desde la clásica Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, Frank Capra, 1944), a la española Justino, un asesino de la tercera edad (Santiago Aguilar, Luis Guridi, 1994) pasando por Los asesinatos de Mamá (Serial Mum, John Waters, 1994) o Escuela de jóvenes asesinos (Heathers, Michael Lehmann, 1989) entre otras. ↩
Dedico este artículo a Eduard Ferrando, cuya longeva amistad ya forma parte de mí mismo. Que nuestra andadura como partners de Netflix nos de para muchas series (como Dexter). Un abrazo.