Dioses
Los cirujanos no esperan milagros Por Fernando Solla
"El corazón es un órgano de fuego."
El realizador polaco Lukasz Palkowski ha elegido para su debut en el terreno del largometraje llevar a la gran pantalla la figura de Zbigniew Religa, doctor que realizó el primer trasplante de corazón con éxito en Polonia, en los años ochenta del siglo pasado. Sin querer ser una radiografía literal de la vida del profesor, nos encontramos ante un biopic que huye en (casi) todo momento del patrón paradigmático de la biografía fílmica.
Hay una característica desarrollada más o menos linealmente a lo largo de todo el largometraje y es la asimilación de la rebeldía del protagonista con el discurso narrativo utilizado para contar su historia. Teniendo en cuenta que Religa tuvo que luchar no sólo con le ética profesional dictada por muchos de sus colegas sino también contra tribunales médicos y adjudicadores de licencias y subvenciones, Palkowski ha cedido en su película y algunos momentos son extremadamente insípidos. Serán eso sí, las secuencias en las que el protagonista debe claudicar o esquivar los dardos del poder dominante. En cambio, incluso estos momentos de fatiga ayudan a fortalecer una primera persona narrativa para, finalmente, propiciar en los espectadores la identificación total con el personaje interpretado por Tomasz Kot.
La acción se desarrolla básicamente entre 1983 y 1986, aunque en un principio nos remontamos al año 1969. El paso del tiempo y la localización en distintas épocas está plasmado, una vez más, a través del protagonista. De su mirada. El realizador no quiere glorificar gratuitamente su figura y siempre lo situará en la parte inferior de los planos o de las localizaciones del filme. De este modo, conoceremos al doctor en la oscuridad de las grutas subterráneas de un hospital, de espaldas y a contraluz, como una figura fantasmagórica en mitad de la niebla compuesta por el humo del cigarrillo que fuma. Quizá un obstáculo para el filme sea que si bien esta reinterpretación del doctor Frankenstein resulta muy interesante, la faceta alcohólica y las dudas que asaltaron a Religa no están demasiado justificadas por el guión, independientemente de su veracidad. De nuevo, el dilema entre realidad y verosimilitud.
En cualquier caso, Palkowski ha querido que Dioses (Bogowie) sea una película de contrastes.Y este aspecto funciona notablemente. Especialmente en la plasmación del paso del tiempo y de los avances técnicos en medicina a través de los distintos soportes y formatos que permite el tratamiento de la imagen. Así, la reconstrucción del periodo previo a la investigación desarrollada por el doctor será retransmitido más que rodado. A partir de un compendio de fragmentos de videos domésticos, entrevistas televisivas, juicios y collage de varios titulares periodísticos que veremos pixelados y en blanco y negro, el realizador nos sitúa en el estado del debate de aquél entonces. Sin mostrar un posicionamiento explícito, esto sirve para autentificar indirectamente el discurso dominante en el filme, ya que veremos a distintas autoridades en la materia afirmando que con el corazón se traslada la personalidad del donante, la falta de ética moral y religiosa, etc.
La fotografía de Piotr Sobocinski Jr. resultará especialmente relevante para esta oposición discursiva. La iluminación será más o menos lúgubre y brumosa, así como la planificación. Bastante abierta salvo en los primerísimos planos de la mirada del protagonista. Por el contrario, cuando se trata de filmar las operaciones y los órganos el hiperrealismo será inmensamente superior y más detallista, superando incluso al que estamos acostumbrados a ver en cualquier ficción televisiva. Ahí parecerá detenerse el tiempo (de nuevo el punto de vista de Religa) y asistiremos a quirófano bajo un punto de vista curioso y facultativo, llegando a sentir en algunos momentos la responsabilidad, la anticipación y el ansia del protagonista. Este es el mayor riesgo del largometraje, evitar en todo momento la gratuidad sin renunciar al morbo que provocan sus imágenes.
A destacar también los paralelismos que se muestran en varias secuencias del filme entre el desarrollo de la industria y el de la medicina. La interpretación de Tomasz Kot alcanza sus mejores momentos cuando muestra la ironía y cinismo con que el doctor acudía a fábricas, las que contaminaban los recursos naturales que hacían enfermar a sus potenciales pacientes, para conseguir la financiación necesaria. Ese descenso a los infiernos de Religa, aplicando la misma política del miedo hacia los empresarios que las autoridades médicas le infringían a él, está muy bien plasmado en el largometraje. La combinación de escenas en las que las operaciones a corazón abierto se combinan con las imágenes de maquinaria y de las chimeneas humeantes de varias fábricas y el material quirúrgico, propician una sensación a estar saboreando algo metálico, como el sabor de la sangre, y por momentos parece que el filme va a continuar hasta una reformulación del steampunk. No será así, pero la excitación conseguida es cuanto menos insólita e inesperada.
Finalmente, y a pesar de los altibajos ya comentados, Dioses es un largometraje que se contempla con curiosidad e interés. Quizá más por su forma de plasmar una realidad para muchos de nosotros desconocida (de un modo distinto al que el cine suele mostrar el mundo de la medicina) que por su contenido estricto. Una película que se recibe con la misma incertidumbre y sugestión que parecen mostrar todos los implicados en su realización y que acaba funcionando por ese acercamiento nada sentimental a un tema que el cine no ha tratado tanto como puede parecer a simple vista.