Distopías post-apocalípticas

Por Josep Machado

El fin del mundo es una de las temáticas que siempre ha fascinado a los autores de ciencia ficción. En el cine, desde el género de catástrofes hasta los apocalipsis cósmicos más espectaculares, la visión de un final inminente siempre ha conmocionado al público que inconscientemente (o no tanto), se acaba cuestionando las posibilidades reales de semejante involución. Los personajes de Melancolía (Melancholia, Lars Von Trier, 2011) temen por un planeta cuya órbita puede colisionar con la Tierra en cualquier momento, miedo al fin. ¿Existe algo más después del fin? En sus primeros minutos, la película A.I. Inteligencia Artificial (A.I. Artificial Intelligence, Steven Spielberg, 2001) nos presenta una remota civilización crepuscular, años después del deshielo de los polos, con millones de personas desplazadas tras la desaparición de las principales ciudades del planeta. En un intento por controlar los índices de natalidad los gobiernos deciden emplear a los robots para frenar el consumo de alimentos y la degeneración del planeta, pero eso es otra historia en la que no vamos a profundizar. Lo que ahora nos interesa es el tramo final de la película. Tras una elipsis indeterminada de una cantidad astronómica de años, observamos como los robots de ese futuro despiertan a David (Haley Joel Osment), un niño-robot que lleva toda esa eternidad dormido. El panorama que descubrimos en este nuevo universo, que un día se imaginó Stanley Kubrick, es un planeta Tierra completamente congelado, un escenario post-apocalíptico en el cual la civilización humana ya no existe y los seres que descubren a David se quedan asombrados tras observar al único ser con vida (artificial) que conoció al hombre.

David, el último robot que conoció al hombre en A.I. Inteligencia Artificial

Entre la total desaparición del planeta por una catástrofe cósmica y la extinción de la vida humana de la faz de la Tierra, en el cine solemos encontrar multitud de sociedades supervivientes a todo tipo de cataclismos que haya podido desarrollar la imaginación de los autores de todas estas ficciones post-apocalípticas. Civilizaciones impregnadas de un gran pesimismo hacia el porvenir de la especie humana. La mayoría de estos desastres acostumbran a ser responsabilidad de la propia autodestrucción del hombre, que tras sobrevivir a la tragedia intentará redimir con amarga nostalgia todos los errores cometidos. El final de la civilización por guerra nuclear, plaga, o algún otro desastre, se convierte en el punto de partida para los protagonistas de estas distopías post-apocalípticas por las que vamos a viajar.

Distopías post-apocalípticas: Pánico al holocausto nuclear

Para encontrar los primeros escenarios post-apocalípticos que nos ha ofrecido el celuloide nos tenemos que remontar a los albores de la Guerra Fría. Tras el fatídico desenlace de la Segunda Guerra Mundial en Hiroshima y Nagasaki, el inicio del Plan Marshall en 1947, el bloqueo de Berlín en 1948, la constitución de la OTAN en 1949 y finalmente el inicio de la Guerra de Corea en 1950 marcan una época profundamente obsesionada por la ciencia del átomo y sus desastrosas consecuencias. En el documental The Atomic Cafe (1982), los hermanos Rafferty y Jayne Loader reúnen una hilarante colección de fragmentos de películas sobre la propaganda estadounidense de aquellos años 50 referente a la bomba atómica. Es así como esta recopilación se presenta como una pieza clave e imprescindible para entender la situación de pánico en aquella época, también denominada como la era atómica. Entre las múltiples curiosidades encontramos el clip de la tortuga Bert. Según el clip:

Había una tortuga llamada Bert, y Bert, la tortuga, estaba muy alerta. Cuando el peligro la amenazaba nunca quedaba herida. Sabía exactamente qué hacer. Ella se agacha y se cubre.

Observamos como la tortuga Bert se esconde dentro de su caparazón ante el ataque de una bomba y como sale inmune de la explosión. El consejo para todos (los que no tenemos caparazón) es el mismo: ante un inminente ataque nuclear «¡Agáchate y cúbrete!», principios básicos de supervivencia de la época. Esa obsesión de toda una nación ante la posibilidad real de un inminente ataque nuclear por parte de las fuerzas enemigas que vemos reflejada en los clips de The Atomic Cafe probablemente sea el detonador del nacimiento de un nuevo subgénero cinematográfico: el cine post-apocalíptico.

Uno de los primero clásicos que nos encontramos en la era atómica es Five (Arch Oboler, 1951). El título hace referencia a los cinco supervivientes a un holocausto nuclear que protagonizan la película: una mujer embarazada que busca a su marido, un derrotista que anhela construir un mundo mejor tras el desastre, un anciano ex banquero, un afroamericano que acompaña al anciano y un montañista con una férrea ideología fascista. La película establece algunas de las constantes habituales del género como son el peligro en las grandes ciudades, la escasez de recursos, el retorno a la agricultura, las diferencias entre supervivientes (en este caso raciales) y la posibilidad de reconstruir una nueva sociedad tras el fracaso. Una historia sobre el día después con intenciones optimistas y cita final del Apocalipsis incluida: «¡He aquí! ¡Yo hago nuevas todas las cosas!».

En El mundo, la carne y el diablo (The World, the Flesh and the Devil, Ronald MacDougall, 1959) los tres supervivientes protagonistas a un ataque nuclear se quedan a vivir en Nueva York. Tras la llegada de una nube de sodio radioactivo, la ciudad fue evacuada dejando todo tipo de recursos disponibles. Aunque observamos alguna diferencia con Five, la esencia rousseauniana de la película termina por ser la misma. Es el mismo año, 1959, fecha clave en el desarrollo de la Guerra Fría con el triunfo de la revolución cubana, cuando se estrena uno de los grandes clásicos del género al más puro estilo Hollywood: La hora final (On the Beach, Stanley Kramer, 1959). Estrellas de la talla de Gregory Peck, Ava Gardner, Fred Astaire o Anthony Perkins protagonizan este drama con un destacado mensaje antibelicista. El mundo ha quedado desolado tras una Tercera Guerra Mundial que nadie sabe quien empezó ni quien ganó y Oceanía es el único continente superviviente. A diferencia de lo que se podría pensar, la vida se desarrolla con una relativa normalidad a pesar de algunas escaseces básicas. La misión del ejército australiano en colaboración con el último submarino estadounidense superviviente será navegar por el fondo marino con la intención de evaluar la situación en la superficie del planeta, mientras, la nube radioactiva se acerca al único continente con vida, oscureciendo el trágico destino de los últimos habitantes del planeta.

On the Beach

La visión de un San Francisco desolado en La hora final

No encontraremos un tratamiento dramático similar al de La hora final hasta 1983 en la película Testamento final (Lynne Littman, 1983). Jane Alexander interpreta de forma excelente a una madre de familia que tendrá que afrontar la vida después de un ataque nuclear en los Estados Unidos. Tras la incertidumbre inicial, la población donde viven los protagonistas tendrá que asumir la pérdida de la noción del tiempo así como las consecuencias de los efectos de la radioactividad en los niños de la comunidad. Otro drama familiar norteamericano con trasfondo atómico es Pánico infinito (Ray Milland, 1962), donde el propio Ray Milland tendrá que guiar a su familia en el camino de la supervivencia cuando por sorpresa cae una bomba nuclear en Los Angeles.

Distopías post-apocalípticas: Guerreros del futuro

En todas esta películas realizadas en tiempos de la Guerra Fría, la sociedad superviviente tenía que afrontar el fin de la civilización o el principio de una nueva. Otra de las peores pesadillas darwinianas viene a la hora de trasladarnos años después de la catástrofe, los suficientes para que el mundo se convierta en una distopía post-apocalíptica en toda regla, una pseudo-sociedad lastrada por el pesimismo, la anarquía y el recuerdo remoto de la civilización antes de la catástrofe. A pesar de sus imperfecciones, una de las visiones más originales la encontramos en la adaptación de la novela A boy and his dog de Harlan Ellison. En la versión cinematográfica, titulada 2024: Apocalipsis nuclear (Un muchacho y su perro) (A Boy and His Dog, Psycho Boy and His Killer Dog, L.Q. Jones, 1975), conocemos a un jovencísimo Don Johnson en el papel de Vic, un adolescente que sobrevive entre los escombros de una Cuarta Guerra Mundial acompañado de su perro Blood con el cual mantiene conversaciones que nadie más puede escuchar. Según el propio Blood perdió la capacidad de cazar en el momento que adquirió la de hablar. El universo que recrea L.Q. Jones, tiene muchos referentes en común con el que años más tarde se convertiría en la saga de referencia más aclamada del género, Mad Max. Vic está obsesionado con la búsqueda de compañía femenina en un mundo de vagabundos y temibles seres radioactivos, los screamers. A pesar de una utilización bastante abrupta (incluso torpe) de la elipsis y del aire kitsch habitual de la época, la película sorprende en su giro final al presentar una sociedad secreta subterránea que ha sabido sobrevivir al apocalipsis siguiendo sus propias y extravagantes normas.

A boy and his dog

 Conversaciones en 2024: Apocalipsis nuclear (Un muchacho y su perro)

Anteriormente nombraba Mad Max, la saga que a finales de los años 70 y principios de los 80 catapultó a Mel Gibson y revolucionó el género distópico post-apocalíptico para siempre. Los protagonistas de Bellflower (Evan Glodell, 2011) viven obsesionados ante la posible llegada de un apocalipsis. Han aprendido todas las enseñanzas del cine post-apocalíptico para construir armas lanzallamas y la que será su creación culminante: un coche infernal que escupe fuego inspirado en la película Mad Max. Estamos ante uno de los múltiples guiños a Mad Max que encontramos en el cine contemporáneo. La trilogía de George Miller, actualmente formada por Mad Max, salvajes de autopista (Mad Max, 1971), Mad Max 2, el guerrero de la carretera (Mad Max 2: The Road Warrior, 1981) y Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno (Mad Max Beyond Thunderdome, 1985), nos presenta la degeneración de un mundo gobernado por el crimen y la locura años después de un desastre nuclear. Mención aparte merecen el prólogo y el epílogo de la segunda entrega de la saga, una narración post-apocalíptica pura que transmite a la perfección la esencia del género.

No haría falta echarle mucha imaginación para pensar que la primera entrega de Mad Max podría suceder en alguna región actual. Max, nuestro héroe, vive con su familia en una sociedad en la que todavía existen algunos patrones básicos como las profesiones o una mínima estructura policial. En la segunda parte, la mejor de las tres, la visión es más perturbada. Años después de la primera película, Max, guerrero de la carretera, sobrevive en una realidad nómada que se alimenta del cadáver del viejo mundo. La pugna por el combustible es el eje principal de una historia ambientada en parajes que recuerdan al universo mitológico de Joseph Campbell años antes representado en Star Wars (George Lucas, 1977). La persecución final con el camión cisterna, sitúa a Mad Max 2 en el Olimpo de las persecuciones de la historia del cine. En la tercera entrega lo más anecdótico, o al menos lo más recordado, será la presencia de Tina Turner en el papel de Aunty Entity, la gobernadora que se erige en salvaguarda de la civilización en Negociudad, escenario principal de esta entrega. La involución de la civilización continua. «Dos hombres entran, uno sale» gritan en Negociudad cuando dos guerreros entran en la cúpula del trueno de esta tercera parte que abandona la visión sucia y extrema de las dos anteriores para acercarse al cine familiar de aventuras con algunas reminiscencias de El señor de las moscas (Lord of the Flies, Peter Brook, 1963). Hará falta esperar algo más de un año para ver que nos depara George Miller en la esperadísima cuarta entrega en la que está trabajando para el 2015.

Mad Max 2, el guerrero de la carretera

El cine de animación también ha flirteado en múltiples ocasiones con el mundo después del fin del mundo. En 1988 el dibujante de manga Katsuhiro Ôtomo se pone al frente de la adaptación para la gran pantalla de su propia obra, Akira (Katsuhiro Ôtomo, 1988), película que revolucionaría el mundo del anime y el manga exportando el género fuera de Japón. Akira nos sitúa en Neo-Tokyo, una ciudad al borde del colapso construida sobre las ruinas de la antigua capital japonesa que fue arrasada tras la Tercera Guerra Mundial. El post-apocalipsis de Ôtomo nos muestra un país al borde del colapso y sumido en el escepticismo de sus ciudadanos, víctimas de la delincuencia, las sectas, las drogas y del poder opresivo de un ejército corrupto. Siguiendo con adaptaciones de cómics, aunque esta vez no es animada, recientemente ha llegado a nuestras pantallas Snowpiercer (Bong Joon-ho, 2013), la adaptación de una serie de cómics franceses de Jacques Lob y Jean-Marc Rochette de los años noventa. En esta ocasión, en un intento por solucionar el calentamiento global, el hombre provocó un accidente que sumió al mundo entero en una era glacial inhabitable para sí mismo. Los únicos supervivientes viajan en un tren, el Snowpiercer, una máquina impulsada por un motor de movimiento eterno que da vueltas por el planeta. Snowpiercer sitúa a la humanidad en un tren en el que los vagones representan las distintas clases sociales. La clase social más baja vive en el último vagón consumiendo los desechos de los habitantes de los vagones delanteros. Una metáfora social distópica que termina por potenciar más sus virtudes como película de aventuras que como cine reflexivo sin renunciar a la calidad.

Distopías post-apocalípticas: Contaminación y pandemia

El activismo ecológico también ha encontrado su espacio en el cine post-apocalíptico. En esta línea otra película de animación japonesa se erige como clásico indiscutible a la hora de describir nuestro planeta devastado por la acción contaminante del hombre. Nausicaä del Valle del Viento (Kaze no Tani no Naushika, Hayao Miyazaki, 1984) se presenta como una fábula post-apocalíptica en la que su heroína protagonista intenta entender el ciclo que ha tomado la madre Tierra, cuya superficie está cubierta por bosques plagados de hongos venenosos e insectos gigantescos. Todo un clásico del estudio Ghibli apto para todos los públicos y para todas las edades. En la antípoda del universo fantástico de Miyazaki, otra de las obras de culto sobre los efectos catastróficos de la contaminación es (valga la redundancia) Contaminación (No Blade of Grass, Cornel Wilde, 1970). Los efectos de un mundo enfermo empiezan a hacer mella en la sociedad que ha caído en el estado de excepción ante la escasez de recursos de alimentos y la extensión de un virus mortal. Estamos ante un survivor setentero, una prematura muestra de un cine apocalíptico que nos lo podríamos plantear como antecesor de filmes como 12 Monos (12 monkeys, Terry Gilliam, 1995) o La carretera (The Road) (John Hillcoat, 2009).

Last man on earth

 Vincent Price, El último hombre sobre la Tierra

Pero si de virus y enfermedades que azotan a nuestro maltratado planeta hablamos, es de referencia indiscutible y más que necesaria hablar de las tres adaptaciones de la novela de ciencia ficción Soy leyenda (1954) de Richard Matheson. Vincent Price, Charlton Heston y Will Smith encarnan en tres épocas distintas al único hombre que sobrevive a un virus letal. El resto de supervivientes vagan por la noche como muertos vivientes haciéndole la vida imposible a nuestro protagonista. Tres títulos altamente disfrutables, tres versiones de la misma historia, cada una heredera de su época: la sci-fi clásica de El último hombre sobre la Tierra (The Last Man on Earth, Sidney Salkow, Ubaldo Ragona, 1964), la acción afro-kitsch de El último hombre vivo (Boris Sagal, 1971) y el alarde contemporáneo de efectos especiales de Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007).

Distopías post-apocalípticas: Reflexiones para el futuro

Llega el final, y queda demostrado que la vida después del apocalipsis es posible, o al menos eso es lo que hemos podido ver en la gran pantalla. De todos los escenarios futuros posibles enmarcados en una previsión extremadamente pesimista he dejado cinco para el final por su capacidad simultánea de reflexión, ofuscación y fascinación. Recuerden, Albert Eistein ya lo auguró: «No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero en la Cuarta Guerra Mundial usarán palos y piedras»

Stalker (Andrei Tarkovsky, 1979): Habitualmente no considerada cine post-apocalíptico, aunque la película no termina por posicionarse en ese sentido. Seguramente estamos ante la cinta visualmente más preciosa de Tarkovsky gracias a su excelente fotografía. Tras la supuesta caída de un meteorito en una región de Rusia, el acceso a la denominada «La Zona» queda prohibido. Los Stalkers se dedican a adentrar en esta inhóspita región a todos aquellos que van en busca de una habitación en la que (según la rumorología) se cumple el deseo de la persona que entre. La última película soviética del maestro de la reflexión nos adentra en el misterio de un espacio no euclídeo en el que las reglas cognitivas habituales pierden toda validez.

 Stalker

‘La Zona’ en Stalker

Kamikaze 1999 (El último combate) (Le dernier combat, Luc Besson, 1983): La ópera prima de Luc Besson derrocha imaginación y creatividad a la hora de dibujar un universo desértico en el que los hombres han perdido la capacidad de hablar debido a algún tipo de agente atmosférico. Las reminiscencias de títulos como La Jetteé (Chris Marker, 1962) o Mad Max 2, el guerrero de la carretera, y la involución representada por la especie humana hacia una época más próxima a la de las cavernas (con pinturas rupestres incluidas) dejan entrever la obra de la que en aquel momento era una joven promesa del cine.

 Le dernier combat

 El nuevo hombre de las cavernas en Kamikaze 1999 (El último combate)

O-bi, o-ba: El fin de la civilización (O-bi, O-ba – Koniec cywilizacji, Piotr Szulkin, 1985): En un futuro post-nuclear la sociedad vive bajo el cobijo de una bóveda que protege a los habitantes del campo de hielo radioactivo exterior. La bóveda se resquebraja y la única esperanza reside en el advenimiento de un arca (con evidentes connotaciones bíblicas) que vendrá para salvarlos a todos. Especialistas en persuasión, libros convertidos en pasta para alimentar «al pueblo», manipulación y claustrofobia. Muy próxima a distopías clásicas tipo 1984 (George Orwell, 1948) o Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953) y con una atmósfera post-apocalíptica de neones que evoca a los universos de Terry Gilliam, O-bi, o-ba: El fin de la civilización es una de las películas conceptualmente más fascinantes de encontramos en esta lista.

Cartas de un hombre muerto (Pisma myortvogo cheloveka, Konstantin Lopushansky, 1986): El apodado sucesor de Tarkovsky retrata una sociedad devastada por el holocausto nuclear, obligada a vivir bajo tierra para protegerse de la radiación. Indiscutible heredera visual de Stalker, el post-apocalipsis de Lopushansky es uno de los más claustrofóbicos y deprimentes que nos podemos imaginar. Más inaccesible por su abstracción e igualmente post-apocalíptica es El visitante del museo (Posetitel muzeya, Konstantin Lopushansky, 1989), su siguiente película, un título más profundo y difícil, tal vez reservado para los más experimentados.

La carretera (The Road) (John Hillcoat, 2009): Una de las distopías post-apocalípticas más recientes del cine que nos muestra la lucha por la supervivencia de un padre y un hijo (Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee) en un mundo en el que tras un evento indeterminado la vida animal y vegetal han muerto. La adaptación de la novela de Cormac McCarthy galardonada con el Premio Pulitzer de 2007 se plasma en una visión extremadamente pesimista y realista en la que el paradigma «El hombre es un lobo para el hombre» cobra más importancia que nunca.

The road

Planeta muerto en The Road

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Comentarios sobre este artículo

  1. vic dice:

    hola cinefilos, desde hace mucho busco una peli animada. y nadie me ha dado respuesta, no se como se llama pero fue exhibida en mexico por los 70s u 80s. trata de chicos que desde sus abuelos viven en una mina bajo la tierra, para evitar la contaminación de la anterior guerra nuclear. mas descubren que continúan ahí como esclavos con ese pretexto pues se preguntan: de donde traen la comida y a donde llevan lo que extraen. se escapan tras de una ardua persecución para al fin lograr salir y ver que el mundo es un edén. porfa si saben el titulo lo agradeceré.

  2. yomismo dice:

    Una de las mejores postapocalipticas que conozco y que no aparece en los articulos sobre el tema: Virus, de Kinji Fukasaku No os la perdais:

    http://www.filmaffinity.com/es/film183504.html

  3. david rivas dice:

    Buenismo el articulo! una revision cuando presentan a akira… la ciudad no es destruida por la tercera guerra mundial, sino por akira! y el incidente da comienzo a la tercera guerra mundial.

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