Documenta Madrid
Miradas prohibidas Por Jose Cabello
Un pastel destinado a Cannes escondía una película almacenada en un USB procedente de Irán. El contenido desató la polémica en el festival. Con independencia de si la filtración del soporte informático fue real o no, el film de Jafar Panahi, Esto no es una película (In Film Nist, 2011), vino a revelar la situación vivida por el director: Panahi, miembro activo de la Revolución Verde, fue condenado por el régimen iraní a veinte años de inhabilitación profesional, más seis años de prisión, con la prohibición expresa de abandonar el país o conceder entrevistas a los medios de comunicación. Esto no es una película sirvió de espejo para plasmar el arresto domiciliario de Panahi, mientras se resolvía el recurso a la sentencia del juicio. Una cámara doméstica recogía las visitas de los amigos del director, únicos elementos como medio de contacto con el exterior que, a su vez, dibujaban el panorama actual del cine iraní. Esto no es una película se filmó en 2011. Tres años más tarde, el panorama de cine en Irán no parece mejorar.
Documenta Madrid, en su edición número once, rescata el discurso de Panahi sobre las libertades individuales en los países árabes. Dos películas de la Sección Oficial, Iranian y Return to Homs, rodadas en Irán y Siria respectivamente, tienden puentes con Esto no es una película, por un lado, en cuestiones de fondo, pues ambas confluyen en su reflexión final ante un problema de libertades no resuelto, y por otro, mucho más inquietante, mediante la correspondencia establecida en la forma, el entorno donde se confeccionó la obra.
Mehran Tamadon, director de Iranian, residía en Francia. Regresó a Irán para poner en marcha su proyecto, un experimento social que obliga a convivir en una casa a cinco personas con diferentes maneras de entender la religión. La caza de Mehran para encontrar a los distintos sujetos del ensayo se alargó tanto en el tiempo, cuatro años, que se transformó en una trampa. La dilatación de tiempo de búsqueda propagó las intenciones del director por todo el país y se le prohibió abandonar Irán. Al contrario, Talal Derki, en el arranque de Return to Homs, disfrutaba de libertad de entrada y salida a Siria. Las diferentes excursiones a la ciudad natal de Talal, prolongadas durante tres años, le convirtieron en el punto de mira del régimen que le llevó incluso a ser perseguido por osar registrar con una cámara las atrocidades del gobierno sirio contra los civiles.
Iranian
Las distintas encrucijadas de los realizadores podrían interpretarse como la consecuencia última de un efecto dominó. La reacción en cadena, provocada por razonamientos faltos de perspectiva, cercanos al instinto, resultan similares a las actitudes de los protagonistas de ambos documentales. La debacle ideológica aparece en esferas tangentes, la religión en Iranian, y la política, en Return to Homs.
Iranian ensaya con la creación de una sociedad utópica, intentando dar respuesta a la hipótesis inicial del director. Mehran, pretende comprobar, a la vez que pone a prueba, la escasa diversidad religiosa de su país. Para ello, traza un plan de convivencia entre distintos individuos prestados voluntariamente al experimento. Un Gran Hermano de la religión. El anfitrión propone a los invitados dialogar para establecer el marco normativo de la mini-sociedad. Y en esta línea decidirán los lugares de convivencia, culto o desarrollo de la vida íntima. Una vez puntualizados los asuntos básicos y la distribución de la casa, aparece la verdadera intención de Iranian: el debate ideológico. El alcance de la religión, la situación de la mujer, el velo, el aborto, la educación, la libertad de prensa, conforman algunos de los temas de discusión entre los asistentes y Mehran.
Innecesario resulta abordar aquí las respuestas a todas las cuestiones planteadas a lo largo del documental, basta con observar el modo de proceder de los simpatizantes al régimen iraní. Por ejemplo, mientras teorizan con la situación de la mujer de una manera laxa, mantienen a sus respectivas esposas en la trastienda de Iranian. El fuera de campo, roto solo por décimas de segundo, permite a los hombres enredarse en conversaciones banales gracias a que las mujeres se ocupan del trabajo sucio de la casa. Tampoco es conveniente volver a analizar la ceguera parcial del Islam en un país como Irán, con un pasado autónomo, donde la pérdida de libertades se impuso de manera escalonada, aplastando al diferente. Persépolis (Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud, 2007), entendida como el paradigma esclarecedor del problema iraní, recoge la involución de esta sociedad.
El documental actúa como un ejemplo más de la llamada “democracia de la mayoría”, defendida por los seguidores de la Dictadura. Las últimas elecciones democráticas en Irán, hace más de treinta años, legitiman tanto al régimen como a sus fieles. La vieja consulta popular supone la coartada perfecta para los contertulios de Iranian, arropando la autocracia de un partido presentado a los comicios con un programa diferente al que llevaron a cabo. El terror del oscurantismo. Análogo al plan maestro de las últimas elecciones generales en España, que otorgaron la victoria al Partido Popular. El candidato, Mariano Rajoy, practicaba el silencio como programa electoral, síntoma de unos sufragios ya ganados por adelantado.
La conclusión del documental se resumen con la fastuosa frase, “No creo en la Iglesia, creo en Dios”, redundando en que el problema principal de la sociedad no lo configuran las personas, sino las instituciones. A pesar del lugar común al que acude Iranian para finalizar la película, el descenso a esta cueva dialéctica enriquece al explorador, pues el director trabaja el material de manera honesta a lo ocurrido en la mesa redonda, sin grandes alardes intentando instaurar un antes y un después de la película.
Return to Homs, al contrario que Iranian, reverbera por el deseo de cambio en sus ciudadanos, motivo por el que quizás conectó con un amplio número de espectadores de Documenta Madrid, obteniendo así el Premio del Público.
Return to Homs
Talal Derki filma la guerra en la ciudad de Homs, apoyado en la figura de dos jóvenes pacifistas combatientes de la opresión padecida en Siria. La irrupción de la guerra, aparca las rutinas y aspiraciones de los chicos, -uno quiere ser futbolista mientras que el otro ansía trabajar como fotógrafo- provocando el consiguiente desvanecimiento de sus sueños. La nueva situación provoca un punto de inflexión después de observar la dureza represiva del ejército sirio contra los civiles. Los actos convocados para manifestarse en contra del gobierno, casi diariamente, poseen mayor número de público en cada concentración. La notoriedad del jugador de fútbol supone un peso clave para convertir al chico en líder de la Revolución.
Los jóvenes comienzan a cuestionar si la vía pacífica puede resultar útil. El contacto diario con la muerte de amigos y familiares irrumpe forzosamente en sus decisiones y Return to Homs ejemplifica el proceso de mudar las pieles de héroe a fanático. La garra visual contenida en las imágenes del documental, con escenas de la ciudad de Homs carcomida brutalmente por los estragos de la guerra, equivale a la crudeza de la secuencia donde Adrian Brody camina por los restos del gueto de Varsovia en El pianista (The Pianist, Roman Polanski, 2002). Pero el valor de la película como documento no pesa más en la balanza que el agravio de los constantes saltos temporales. Las elipsis, intrínsecas al largo proceso de grabación, no logran hacer acopio de los sucesos no filmados ni de las hipotéticas causas de las metamorfosis de los chicos. En detrimento, el control lo toma un corta-pega vastísimo acogido como única solución al montaje de un proceso de grabación demasiado alargado en el tiempo.