Documenta Madrid
Por Jose Cabello
La última edición de Documenta Madrid quiso dedicar un espacio a recoger la fructífera cosecha actual de documental en España. La sección Panorama aunó catorce largometrajes y cinco cortometrajes, premiando en el apartado de largos la increíble historia de Gabor (Sebastían Alfie, 2013), un director de fotografía que perdió la vista hace más diez años, y en el de cortometrajes a ¡Bello, bello, bello! (Pilar Álvarez, 2013), un documental que propone un paseo, tras el cierre de puertas al público, del Museo de Bellas Artes de La Habana. Tres de las propuestas más inadvertidas reunidas en Panorama, trazan un peculiar recorrido, desde el pasado reciente de nuestro país con Una esvástica sobre el Bidasoa, atravesando la situación actual en Un sitio donde quedarse, y desembocando en el hipotético preludio de futuro de Un loro en la horchatería. La trinidad no solo comprende el tiempo, también el espacio, al comparar realidades de dos urbes fundamentales en la ordenación del territorio español, Barcelona y Madrid. Por otro lado, Una esvástica sobre el Bidasoa expone el enclave estratégico de la ciudad vecina de Hendaya.
Pasado. No solo pasado histórico, sino también en cuanto a las obsoletas herramientas utilizadas en la construcción de Una esvástica sobre el Bidasoa. Las viejas formas de narrar el documental, también empleadas por otro film de la misma sección de Panorama, El Rey de Canfranc (José Antonio Blanco, Manuel Priede González,2013), insisten en crear obras a base de la triple entente enemiga del producto de buena calidad: las burdas recreaciones, el abuso de la voz en off o las entrevistas frente a la cámara como único sustento del relato. Una esvástica sobre el Bidasoa hace relamer los labios cinéfilos cuando, al ojear la sinopsis, se habla sobre un viaje emprendido por un director nazi desplazado hasta el País Vasco, en el marco de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo de Hitler era establecer contacto con la región vasca, única raza digna e igual de pura que la alemana, según el documental. Para ello, mandó grabar las costumbres y el folclore del pueblo vasco con la intención de conseguir entenderlos mejor.
Sin embargo, aunque Una esvástica sobre el Bidasoa parte de un potente material en bruto, el documental ni rebasa las líneas de una buena labor de investigación ni logra agarrar ningún elemento del cine documental. Además, el elevado número de testimonios, sumado al caso central, difuminan la finalidad del film e imposibilita el seguimiento de una considerable cantidad de sucesos. La película tampoco evita caer en el lugar común, y eterno, de los parientes descendientes de algún miembro del partido nazi. La transferencia de culpa, o culpa heredada, continúa siendo el único motor que mantiene vivo el fantasma del nazismo. En su favor, Una esvástica sobre el Bidasoa adquiere valor cuando se enreda en las interacciones del totalitarismo nazi y el franquista. Aunque la conclusión vuelva a dibujar a España con el único rol conocido: a la cola en cualquier competencia y usada como prostíbulo por el resto de Europa, en este caso, como parque de atracciones y medio de evasión para el ejército alemán.
Presente. La reinserción social arma los cimientos del documental Un sitio donde quedarse. Una apuesta por acompañar a dos jóvenes, Adrián y Samya que, tras cumplir la mayoría de edad, deben abandonar los hogares de acogida en los que desarrollaron gran parte de su vida. Dos chicos con problemas emocionales derivados de la desatención de sus familias biológicas, incapaces de enfrentarse a una búsqueda de trabajo, a entornos de amistades conflictivas, o a nuevos retos personales y profesionales. En definitiva, personas con un aprendizaje y una adaptación marcada a un ritmo diferente. Un sitio donde quedarse enseña sin tapujos el trabajo de un educador social revelando el elevado número de personas desamparadas necesitadas de asistencia, y lo hace sin recurrir al trillado viaje al “Tercer Mundo” para servirse de realidades ajenas. Un sitio donde quedarse solo transita por nuestras ciudades.
Adrián y Samya funcionan como roles antagónicos aunque convalecientes de una misma situación. El reenganche a la sociedad no marcha a la velocidad adecuada para ellos. Mientras Samya mantiene una actitud más cercana al protagonista reincidente de Oslo 31 de Agosto (Oslo 31, August, Joachim Trier, 2011), Adrián tiene claro su objetivo. Y a pesar de optar por rutas dispares, los dos homeless sueñan con alcanzar una vida mejor, una ilusión cada vez más obstaculizada debido a las continuas amputaciones pecuniarias a un sector nutrido casi en exclusiva de dinero público.
Un sitio donde quedarse
Futuro. Barrios como Lavapiés en Madrid o el Raval en Barcelona, son signos de los vaivenes del tráfico -cada vez menor- de nacionalidades llegadas a España con la esperanza de encontrar un lugar mejor. O simplemente huyendo del anterior. Un loro en la horchatería, recorre los entresijos del Raval centrándose en una calle atiborrada de peluquerías. El documental aborda solo los acontecimientos de cuatro negocios, pero la travesía de peluquerías enumera hasta doce locales en un mismo pasaje. De salón en salón, Un loro en la horchatería, embauca por su diversidad de razas, culturas y las conversaciones mantenidas entre la clientela fija de cada establecimiento.
La amplia diversidad del mítico Raval, nido de personajes extravagantes como Mónica del Raval (Francesc Betriu, 2009), actúa como decorado perfecto para iniciar las pesquisas sobre el grado de tolerancia y convivencia en el barrio. El documental sirve de pretexto para evidenciar, de una manera muy tímida, casi achantada, los prejuicios existentes entre distintas nacionalidades, pues ninguna se libra de señalar con el dedo a otra. La directora de Un loro en la horchatería evita importunar y la cámara no logra registrar ninguna pregunta o situación más delicada, convirtiendo el estilo en protocolo. Además del matiz indulgente, el film rezuma nostalgia, como ocurría en Paradiso (Omar A. Razzak, 2013), mencionando constantemente al pasado próspero ya perdido, en el caso de los españoles, o a las familias dejadas atrás, cuando conversan los inmigrantes.