Don Jon
Good vibration, sweet sensation. Por Laura del Moral
Todos los días son iguales para Jon (Joseph Gordon-Levitt), de su apartamento al gimnasio, de allí a la discoteca y cada domingo a misa y a comer a casa de sus padres, en Don Jon se repiten compulsivamente todas estas escenas para descubrirnos la rutina diaria del protagonista. Las preocupaciones de Jon, a lo que se aferra, se reducen a sus músculos, su espacio vital, su familia, sus amigos, ligar con chicas y su religión pero todos estos aspectos de su vida son secundarios en comparación con el placer que experimenta con lo que se ha convertido en su adicción, la pornografía en internet, donde encuentra su modo de huida y evasión de la realidad, realidad que nunca colma sus expectativas sexuales ya que para él ninguna de sus relaciones está a la altura de las fantasías que le aportan los videos porno con los que se masturba constantemente, lo que le lleva a ser incapaz de mantener ningún vínculo significativo con una mujer real.
Sus hábitos diarios se empiezan a romper cuando conoce a Bárbara (Scarlett Johansson), en una primera cita, que parece un divertido combate de acentos de Nueva Jersey, en la que deja claro que es una incondicional de las comedias románticas. Ella sueña con un hombre que ejemplifique la idea de perfección que se ha creado, él intentará convertirse en ese ideal romántico de Bárbara y cumplir todas las aspiraciones subordinadas que le han generado ese tipo de películas; Jon, por su parte, espera que ella satisfaga todos sus deseos sexuales. Cada uno de ellos ha entrado en la relación con unas esperanzas y expectativas idealizadas, al convertirse en pareja irán descubriendo la verdad de la intimidad en el mundo real, que parece alejarse completamente de sus fantasías.
Bárbara utiliza su sensualidad para demandar todo lo que quiere de Jon e ir así “diseñando” el novio perfecto que ella ha imaginado pero cuando descubre su adicción es incapaz de comprenderle y ayudarle. Paralelamente a los problemas que empiezan a surgir en su relación, Jon comienza una amistad con Esther (Julianne Moore), una compañera de sus clases nocturnas (a las que Bárbara le ha obligado a acudir), una mujer madura, bohemia y experimentada que representa todo lo contrario de Bárbara, tanto física como personalmente, es natural, espontánea, se ríe de sí misma y bromea con él.
Jon hasta ese momento era una especie de caricatura, un cliché con pelo engominado en el que poco a poco se va a ir produciendo algo así como un despertar, Esther acabará abriéndole los ojos, a través de ella se va a dar cuenta que hay algo más que su reducido, organizado y rutinario mundo (Jon siempre parece completamente fuera de lugar cuando se le saca de su estructura repetitiva) aportándole una visión más amplia de la vida. Ella es la que le hará entender que su relación con el sexo es disfuncional (hasta ese momento no cree que tenga un problema, como él mismo dice: “todos los tíos lo hacen”), le descubrirá que el placer que le proporciona la pornografía no es nada en comparación con la excitación que produce conectar emocionalmente con otra persona.
En Don Jon un guion directo, ágil, divertido y mordaz sobre el que Joseph Gordon-Levitt construye una superficie repleta de tópicos y estereotipos deliberados para situarlos al servicio de una sátira hacia nuestra cultura hipersexualizada, repleta de rituales de placer efímeros, que terminan en un vacío completamente robótico en favor de una gratificación rápida, de usar y tirar.
Con un humor redundante fiel reflejo de la absorción del propio estilo de vida de Jon se cuestionan gran variedad de temas desde la masculinidad hasta la religión sin alejarse del tema central de la adicción a la pornografía. Todo el film subraya esa excesiva deshumanización tan presente hoy en día, la pantalla gigante de televisión que preside las comidas familiares, la hermana que no levanta la vista un segundo de su teléfono móvil, los anuncios en los que aparecen chicas en bikini para anunciar comida rápida, todo ello conducido con un tono sarcástico y ocurrente donde Joseph Gordon-Levitt no lo convierte solo en una crítica sino que acaba burlándose inteligentemente de ello, se ríe de sí mismo, de nosotros y de todo este circo que hemos (o han) montado a nuestro alrededor y del que todos somos un poco partícipes.