Doña Clara (Aquarius)
Reírse es una cosa seria Por Fernando Solla
It’s been very hard
It’s getting easier now
Hard time are over
Over for a while
El brasileño Kleber Mendonça Filho nos regala con su segundo largometraje de ficción un personaje que simboliza por sí solo la fuerza de la resistencia, el inconformismo, la defensa del patrimonio urbano y la libertad individual. Un retrato femenino que se despliega ante nuestros ojos como un abanico lleno de contrastes y matices que juega tanto con las convenciones de cualquiera de los géneros por los que transita como con el código cinematográfico, que permite la comunicación entre el emisor y el receptor de un filme.
Doña Clara (Aquarius, 2016) esconde, tras su apariencia ligera, una densidad temática y una cantidad de capas de análisis tan inalcanzable en un único texto como perceptible durante su visionado. La película está dividida en tres capítulos: “El cabello de Clara”, “El amor de Clara” y “El cáncer de Clara”. El juego narrativo empezará con esta separación. Cada título se convertirá en una pista que nos aporta el autor para que fijemos como núcleo de su discurso un concepto, un tema, una alegoría o un reflejo sobre la realidad determinante que se quiera mostrar en cada momento.
Siguiendo en esta línea, el toque maestro del guión consiste en construir un personaje protagonista totalmente independiente del resto. Tan característico como peculiar e idiosincrático como libre. Los demás serán o bien víctimas o verdugos de sí mismos o de los otros, y a la vez reflejo del funcionamiento del mundo y del poder dominante. Los conformistas y los que abusan. Su relación con Clara mostrará el conflicto y el choque de clases y maneras de sentir y relacionarse por sí solo. De este modo, a partir de un caso más que concreto se desarrollará una alegoría tan tensa como apasionante hasta llegar a un final en suspenso apoteósico.
El abarcar un espectro de tiempo que comprende varias décadas permite dotar al filme de un empaque formal realista pero a la vez muy elaborado y detallista en lo que a dirección artística se refiere. La fotografía de Pedro Sotero y Fabricio Tadeu consigue retratar un mismo espacio en distintas épocas. El contraste entre interiores y exteriores está muy bien focalizado a través de filtros, la captación de la luz y la obturación y planificación. Este trabajo plasma como pocos el valor de los distintos objetos y muebles a través de planos que se repiten en los distintos tiempos y el montaje (Eduardo Serrano) facilita que a modo de flashback conozcamos el uso que los personajes le dieron en épocas pasadas. El valor de los objetos y el peso de los recuerdos a través de una nostalgia y la recuperación y perseverancia en un estilo de vida inamovible e inviolable. Así una cómoda no será sólo eso sino la reafirmación del cuerpo y la feminidad de la protagonista porque allí fue donde dio rienda suelta a su avidez sexual. Lo mismo sucederá con vinilos, libros, etc.
El tratamiento de la enfermedad es, sin duda, uno de los valores añadidos y diferenciales del largometraje. Un cáncer no será símbolo de muerte o final sino una fuente de conocimiento y experiencia sobre algo que ya se ha vivido y vencido. Del cuerpo de Doña Clara al edificio prácticamente deshabitado que es su hogar y que una inmobiliaria quiere adquirir a cualquier precio. De este modo, no se nos mostrará cómo un personaje se enfrenta a un tumor maligno que invade y destruye los tejidos orgánicos, sino como una renuncia a sucumbir ante un daño que destruye a la sociedad. Sin duda, esta película se podría titular “La fábula de las termitas” por su incomparable y sensacional uso de la moraleja a partir de la función vital de estos parásitos.
Este posicionamiento beligerante y defensivo se usa también para marcar el ritmo de la película. Durante prácticamente dos horas todo acontecerá con la misma calma con la que el personaje principal asume y se enfrenta a las distintas situaciones. Los últimos veinte minutos, en cambio, se desarrollarán vertiginosamente hasta un desenlace que no lo es porque no tendría sentido. No hay mayor muestra de coherencia argumental que la de este cierre. Consciente de que no tiene cabida aportar una solución taxativa, la catarsis llega sin previo aviso y genera en la imaginación de los espectadores la capacidad y necesidad de continuar con la historia y que decidan quién gana, no tanto en la ficción como en la realidad.
La interpretación de Sonia Braga es de una entrega y generosidad absolutas. Un trabajo muy cerebral que se basa en la contención y la laboriosidad de la mirada y el rostro pero también en la dicción. Hay ocasiones en que, tratándose del formato cinematográfico, se corre el peligro de lastrar el discurso por acumulación de diálogo. En el caso que nos ocupa, esto no sucederá nunca, porque la imagen acompañará a la palabra en paralelo y viceversa. Se complementarán sin caer en la reiteración innecesaria. La actriz sabe cómo aprovechar cada centímetro de su piel y de su cuerpo para sumar enteros a un interpretación en la que la entrega física resulta imprescindible. En este aspecto, la valentía no es sólo admirable sino cien por cien triunfal.
Finalmente, y por si todo lo anterior no fuera suficiente, Doña Clara sobresale por convertirse en un foro de debate sobre la progresiva modificación de los soportes para reproducir y conservar las distintas manifestaciones artísticas que han sufrido el cambio de lo analógico a lo digital. Todo tiene cabida y nada está fuera de lugar en manos de un autor que sabe cómo transformar cada posibilidad de lugar común en una oportunidad (estética y argumental) para desarrollar su largometraje.
Una gran pelicula,con mucho simbolismo para gente adulta, pues los jovenes todavia han vivido poco y no conocen lo que significa el paso del tiempo el personaje de esa burguesa luchadora, me ha parecido muy acertado asi como el paso de lo analogico a lo digital, esa tansformacion tan brutal que ha estresado nuestras vidas y nos ha impedido reflexionar.