Donald Cried

La alteridad Por Manu Argüelles

- Mis amigos…a veces son como una soga alrededor del cuello, ¿me entiendes? (...)
- Cuando hace demasiado tiempo que tienes los mismos amigos son como…todo se hace cemento. (...)
- Solo te dejan ser una versión de ti o la versión que ellos quieren que seas. (...)
- Estoy tratando de dibujar una nueva versión de mí mismo.Weekend, Andrew Haigh, 2011

Byung-Chul Han en su ensayo La agonía del eros 1 comenta:

El sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esa alteridad. Solo hay significaciones alli donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo.

Donald Cried, película de inauguración de la 4ª edición del Americana Film Fest, creo que no habla de otra cosa que de eso mismo: de la alteridad. De las dificultades que tenemos para reconocerla como tal. Y de las tensiones que eso ocasiona. Por eso, aunque se presenta bajo la apariencia de una comedia, en realidad es una película muy incómoda, un thriller desprovisto de sus marcas genéricas para concentrarse en uno de sus sustentos principales: el desasosiego, labrado a partir de la gestión del suspense. El desencadenante de dicho suspense es el propio personaje aludido en el título del film, interpretado significativamente por el propio director, Kris Avesidian. Sus maneras excéntricas, su condición de personaje borderline, entendido este como un carácter situado en los bordes, en esa fina línea entre lo anómalo y lo convencional, entre la cordura y el desorden psíquico. Realmente nunca sabemos por dónde nos va a salir. Tiene algo inherente de amenaza, es la bomba siempre a punto de explotar…pero que nunca lo acaba haciendo del todo, lo cual provoca un permanente estado de intranquilidad.

Donald Cried

De izquierda a derecha, Donald (Kris Avesidian) y Peter (Jesse Wakeman)

Peter (Jesse Wakeman) vuelve a su pueblo natal para hacerse cargo de las últimas gestiones relacionadas con la defunción de su abuela. La pérdida de su cartera y la necesidad de contar con dinero en efectivo le hace recurrir a su amigo de la infancia, vecino de su abuela fallecida. A partir de este arranque, Donald Cried se construye en este reencuentro nada placentero y lleno de turbulencias.

Byung-Chul Han en su ensayo apocalíptico y excesivamente pesimista -esa incapacidad de vivir su propio presente es notoria- no va desencaminado cuando nos habla de cómo cosificamos al prójimo y lo convertimos en un objeto. No nos resultará inusual y todos nos hemos encontrado alguna vez con ese tipo de individuos que solo se acercan a las personas en función del provecho que le pueden extraer. Esa distrofia tóxica de la «amistad». Soy tu amigo en cuanto me beneficia. Por supuesto, eso no es ni más menos que la negación absoluta de la alteridad. Peter es evidente que recurre a Donald porque no le queda otro remedio. Y, sí, lo trata como un objeto. Sin duda, la antipatía que nos despierta nace de ahí, amén de su altivez. Y si Peter encarna la escala urbana y cosmopolita sería fácil acabar reduciendo el film como una reinvidicación (conservadora) de los valores que representa Donald, la pequeña villa norteamericana lejos del núcleo urbano, como el lugar que conserva las auténticas esencias de lo humano, aquello que hemos perdido con nuestro embrutecimiento y neurosis a partir de nuestra existencia monopolizada en la ciudad. Que el escenario sea nevado refuerza todavía más esta idea, con esa simbología clara de lo gélido, aquello que permanece inalterable e intacto, lejos del ritmo de la metrópolis. Aunque en muchas ocasiones el cine indie se nos vende como el ala más progresista del cine norteamericano – ¡oh, sorpresa! – esto que acabo de comentar es algo bastante recurrente dentro de las líneas principales del cine independiente norteamericano. El buen salvaje frente al urbanita. Pero Kris Avesidian no pone las cosas tan fáciles en Donald Cried, porque ya hemos comentado el claro tratamiento disfuncional de Donald. Y si atendemos a los diversos lugares por los que es arrastrado Peter, a partir del entusiasmo e ingenuidad de Donald ante el reencuentro, esa presunta lección moral no nos acaba de funcionar del todo. Porque ya sea la bolera donde trabaja Donald, como el encuentro con otro amigo de la infancia o la fiesta cercana a una iglesia, todo tiene un tono crepuscular y decadente. Así que, en todo caso, es perfectamente comprensible que Peter huyese de aquel extraño lugar. Si aquello representa el american dream, estamos ante los restos del naufragio.

Donald Cried 2016

Volvamos a la nieve, porque Avesidian está muy atento a que dichas condiciones climatológicas ejerzan su rol activo en la atmósfera anímica del film. Donald se ha quedado encapsulado en el pasado, congelado, en aquella (supuesta) amistad idílica de la adolescencia. No es tanto un agudo complejo de Peter Pan, que también, sino más bien esa incapacidad manifiesta por no haber escapado del influjo de lo idealizado. Donald podría ser perfectamente carne de (Nueva) Comedia Americana – por ejemplo, todo el cine de Apatow prácticamente se centra en eso-. La dificultad de la heterosexualidad masculina por encajar en el mundo adulto, la obcecada voluntad por no querer madurar, la renuncia a adquirir responsabilidades. Pero Apatow siempre los encarrila. No son más que fierecillas domadas. Pero con Donald esa fórmula (afortunadamente) no funciona. Se mantiene inalterable como el agente del caos que debe tener toda (buena) comedia, o lo que es lo mismo, una defensa y apología del desorden para dinamitar las convenciones y el status quo de las clases dominantes/acomodadas. Hace saltar por los aires el régimen de lo «normal» y cuanto más empeño se ponga en desmontarlo, mejor.

Por eso Donald Cried conserva siempre esa violencia latente. Además, al estar regida por el DIY (o lo parece), ese minimalismo de la escasez de medios y cierto desaliño en la puesta en escena favorece a que dicha violencia sea enrarecida, nos tensione y nos aísle en sus dos actores principales. Porque a diferencia de lo que era el mumblecore, el Do it yourself de Avesidian prescinde de codificaciones y registros enfáticos. Tampoco alcanza el tono enajenado, enfebrecido y excesivo de mucha comedia satírica norteamericana con similares timbres. Esa contención que tiene Donald Cried es lo que provoca también que nos mantegamos siempre a la expectativa, aunque nunca la acabe por colmar. Así pues, como película de inauguración de un festival me acaba resultando bastante inusual. Porque lo habitual es arrancar con algo más complaciente, algo más facil para el espectador.

 Donald Cried Kris Avesidian

Se oían muchas risas en la proyección. La risa, lo sabemos, es terapéutica y también un mecanismo de defensa, nos permite labrar cierta distancia ante lo que vemos, esa distancia originaria que reclamaba Byung-Chul Han 2 para que tenga lugar la alteridad y que no acabe fagocitada por nuestro narcisismo. Si podemos reírnos también es porque no nos duele, es sanísimo que lo hagamos si en aquello que aparece en la pantalla nos vemos reflejados, como una forma de hacerlo de nosotros mismos…pero ante unos personajes complejos y llenos de aristas y rugosidades como son Donald y Peter va a resultar más difícil que exista ese mecanismo de identificación. Y no se trata de que las situaciones dislocadas no fuesen cómicas. Lo son. Pero a mí la amargura contenida en Donald Cried me congelaba cualquier impulso inconsciente por reírme.

Las frases que rescato de Weekend (Andrew Haigh, 2011) -que yo personalmente no las comparto, mi experiencia es la opuesta- pueden ser perfectamente válidas para Peter. De hecho, en una ocasión Peter le pide disculpas a Donald por su reacción. No le gusta como se siente en su pueblo. Muchas veces no somos conscientes de lo que nos ha influido el entorno en el que hemos crecido. Pero cuando sí lo somos, volver a él nos reactiva todo aquello de lo que hemos escapado al hacernos adultos. Porque si alguna vez lo hemos creído, en realidad, nunca podremos escapar de ese dolor, siempre estará con nosotros. Y eso es lo que Peter es incapaz de asumir. De esta manera, Donald personifica en Peter, no la mejor versión de sí mismo que decía Glen en Weekend, sino aquello que fuimos y que hemos querido enterrar. Por ese motivo, es lógico que nunca le otorgue entidad real a Donald. Es incapaz. Y para más inri, como si fuera la peor de sus pesadillas, Donald se ha quedado atrapado e inmovilizado en aquel momento de la adolescencia, idealizado hasta extremos patológicos. Porque Donald lloró. Lloró cuando supo que su amigo Peter era una creación, era la alteridad fantaseada, esa correspondencia no existía entre ambos. Y eso a mí me hiela la sonrisa.

  1. Han, Byung-Chul (2014): La agonía del Eros. Herder Editorial
  2. Íbidem
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