Dos disparos

Herida en la emoción que supone vivir Por Edu J.Moreno

Si uno pregunta o se pregunta tras ver Dos disparos quién o quiénes son los protagonistas de la cinta y cuál es su hilo argumental, dos cuestiones que casi cualquier espectador podría contestar sin problemas sobre el 85% de las películas que pueblan las carteleras, la respuesta en este caso no sería tan sencilla. Podría dar lugar a indecisiones, divagaciones, sesudos razonamientos de que estamos ante una película coral atípica, o simples silencios ante el temor de dar una respuesta errónea o incoherente. La nueva cinta del director argentino Martin Rejtman se inicia siguiendo a un joven adolescente que tras encontrar un arma en su garaje decide, sin más, pegarse los dos tiros a los que hace referencia el título. Uno podría pensar tanto por el título como por el carácter dramático que implica este acto, que el joven será el eje principal de la narración. De hacerlo estaríamos equivocados ya que el peso de la historia se irá ramificando sin un orden lógico entre los miembros de la familia del joven y las personas que, de un modo u otro, entran en contacto con ellos.

Es por ello, que a falta de ver y disfrutar de muchas de las películas que en su quinta edición nos acerca el Atlántida Film Festival, puedo afirmar que Dos disparos cumple con la condición que la hace merecedora de estar encuadrada en la sección oficial de este certamen, la de innovar, ya sea por su contenido o por su forma, el lenguaje cinematográfico predominante. En este caso su faceta rompedora viene dada más por su desarrollo narrativo que por su cascarón. Así, su condición de rara avis no se sustenta significativamente en su aspecto formal, ya que viene a repetir ciertos tics del cine independiente ya vistos en producciones tan notables como Temporada de patos (Fernando Eimbcke, Mèxico, 2004), Güeros (Alonso Ruizpalacios, Mèxico, 2014) o Sonidos de barrio (O soma o redor, Kleber Mendonça, Brasil, 2012), como la ausencia de música extradiegética o la abundancia de diálogos o situaciones salpicados de humor negro como las breves apariciones del psicólogo que trata a la familia. Bien es cierto que en Dos disparos la voluntad de estilo es menor que en sus predecesoras, algo que no choca sino que es más bien coherente con aquello que su director quiere contarnos. Veremos, por ejemplo, cómo el seguimiento o abandono de los personajes por parte de la cámara, la ausencia de primeros planos o la predominancia de planos americanos, medios o generales, vienen más que justificados por la intencionalidad de una película en la que los encuadres funcionales ganan claramente la partida a aquellos que, como sí sucedía en las películas mencionadas, tenían cierta finalidad embellecedora o artística.

Dos disparos

Como ya he mencionado, el inicio de la cinta nos presenta a un adolescente que vuelve de fiesta y que tras dormir, cortar el césped de su jardín y disfrutar de su piscina, encuentra una pistola guardada en una caja de cartón en el garaje. Y sin más, decide subir a su cuarto y pegarse dos disparos, uno rozando su frente y otro directamente en el estómago. Es su voz en off la que, tras un fundido a negro, anuncia que ha sobrevivido para, seguidamente, reaparecer en el hogar familiar, esta vez acompañado por su madre y por su hermano mayor. Cualquier espectador podría pensar que la historia se centrará en el adolescente, su intento de suicidio y las reacciones y repercusiones de su acción en su familia y círculo más cercano. Y si bien es cierto que será su voz la que irá subrayando alguna de las situaciones que acontecen, no puede decirse que él sea el protagonista, sino más bien que su acción sirve de excusa para desencadenar el resto de la historia. Rejtman ya apunta con su forma de seguir con la cámara al joven y a su familia que no le interesa en exceso profundizar sobre las causas que provocaron esos dos disparos ni en sus consecuencias emocionales. En su planteamiento muchas veces deja fuera de campo a sus personajes y rara vez muestra primeros planos de los mismos, dejando claro que prefiere situarlos en un contexto y que no va a centrar su historia en el drama que, en principio, supone cualquier intento de suicidio.

Tras conocer sucintamente a la familia del joven, el hilo argumental se va ramificando para presentarnos a toda la galería de personajes que gravitan en torno a ellos, desde los componentes del grupo de música al que pertenece el joven hasta los conocidos o amigos del hermano mayor. Como espectador uno asiste un poco desconcertado al rumbo que va tomando la narración a medida que avanza el metraje, como si a su director le interesara jugar al gato y al ratón con nosotros para que nunca sepamos con claridad hacia donde dirige sus pasos y quién va a ser el personaje central de la historia en los próximos diez minutos. Sin duda lo consigue, aunque quizá el principal problema de su propuesta radique en que no puede definirse como una película coral en la que cada uno de sus elementos, pese a tener un protagonismo repartido, tiene su propio peso en la historia, algo que por ejemplo sí lograba Kleber Mendonça en su estupenda Sonidos de barrio. Así, personajes que en un momento determinado son el eje central de lo mostrado en pantalla, pueden pasar a tener un papel accesorio o, directamente, desaparecer para no volver a saber nada más de ellos.

Dos disparos 2

Cuesta identificarse y simpatizar con ellos, algo buscado por el propio director ya desde el guión en una doble vertiente. Por un lado, la personalidad de sus personajes más que atraer, repele, no son para nada simpáticos o agradables, más bien todo lo contrario. Ello unido a que únicamente conocemos su momento presente, escatimándonos casi cualquier detalle sobre sus vidas más allá de lo que se percibe a través de las imágenes o los diálogos, impide al espectador acercarse emocionalmente a lo que sucede en pantalla. Bien es cierto que centrarse narrativamente en el aquí y en el ahora podría ser suficiente para enganchar al espectador si lo que se nos contara tuviera la fuerza dramática, cómica o emocional suficiente para, al menos, querer saber más sobre los protagonistas o ser interesante por sí mismo. Sin embargo, como espectadores somos testigos de una serie de escenas, al margen de la que da título a la película, que más allá de su cotidianidad llegan a ser incluso monótonas y repetitivas.

Da la impresión de que los jóvenes y adultos que van surgiendo al hilo de la narración ni sienten ni padecen, simplemente están, lo que transmite una sensación de frialdad y hastío vital que inunda casi todo el metraje. Lo que Rejtman captura con su cámara son momentos intrascendentes e irrelevantes, con lo que el interés de la película, una vez que descubrimos el juego narrativo de saber quién será nuestro compañero/a de viaje a corto plazo, va decayendo paulatinamente. Curiosamente, el único momento en el que la cinta cobra algo de empuje es hacia el final, cuando la historia se centra en el viaje que emprenden la madre y la profesora de música del primer protagonista, y a la que se suma una completa desconocida para compartir gastos durante el trayecto, así como su ex marido y su actual pareja. Tres caraduras que, al menos, le ponen algo de picante y gracia al asunto, algo de lo que carece la película en su conjunto.

El collage humano captado por el realizador argentino tampoco funciona o le sirve como retrato generacional ya que el espectro de edades que abarca es demasiado amplio y no profundiza en ninguno de ellos, ni para retratar el estado actual de un país al margen de que se pueda percibir por ciertos detalles anecdóticos que su clase media, al igual que la nuestra, no está atravesando por su mejor momento. Si el objetivo de Rejtman era dejar claro que, más allá de momentos puntuales, la vida de la mayoría de los mortales es repetitiva, monótona y sin esos toboganes emocionales que sí predominan en las películas que normalmente vemos, no cabe sino felicitarle por haber cumplido su misión. Aun así quiero pensar que mi vida, al igual que la de gran parte de los espectadores, no sólo contiene momentos prescindibles, aburridos o que siguen un patrón de repetición que cumplimos casi sin pensar. Porque, y aquí sólo puedo hablar por mí mismo, también río, lloro, me entusiasmo, grito, me alegro…, emociones que Rejtman parece haber extirpado de sus personajes y que de paso afectan al conjunto de la película, como si esos dos disparos que presenciamos al principio también la hubieran herido de muerte a ella.

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