Dragonslayer
Los hombres errantes Por Déborah García
Empiezo este texto recordando unas escenas de la película Relámpago sobre el agua (Lighting Over Water, Wim Wenders, Nicholas Ray, 1980). En ellas Nicholas Ray hablaba, en la conferencia celebrada el Vasar Collage, sobre otra escena (una de mis favoritas de Ray) de Hombres Errantes (Lusty Men, 1952) en la que se veía a Jeff McCloud llegar a la que fue su casa en la infancia y arrastrarse por el suelo hasta un hueco del que saca una pistola y unos centavos. En aquella conferencia, Ray respondía a las preguntas y afirmaba: “Hombres Errantes es una historia rodada con la ciencia del instinto y con la capacidad de reacción de los actores”. Hombres Errantes no es un western, trata de personas que aspiran a tener un hogar propio. Esa era la gran aspiración y la gran búsqueda americana en el momento en el que la película se hizo, aquel sueño que tras la Segunda Guerra Mundial se materializó en la estabilidad que daba el tener una casa en los suburbios de alguna ciudad y poder celebrar barbacoas en el jardín trasero. Ray situaba a su héroe en la búsqueda de esa vida que celebraba la renovación de los valores familiares, y que se concretaba sobre todo en ser el dueño de una casa.
Hoy, si pudiera, le confirmaría a Ray algo que él mismo sospechó al usar los códigos del género más como una excusa que como un elemento constrictor. No en vano, en esta película mezcló imágenes documentales de rodeos con el material rodado. Le confirmaría que ya no importan los géneros, que si acaso importa algo es cómo unas imágenes contienen otras que acaban siempre por llegar.
Es en ese destino de las imágenes donde quiero situar el documental Dragonslayer de Tristan Patterson, que habla exactamente de ese sueño que perdura a través de los años. Un sueño que no es ajeno tampoco a Europa, donde los asentamientos y la construcción de casas siempre se han considerado marca de éxito, una prueba de la conquista de la tierra sobre la naturaleza. Lusty Men y Dragonslayer muestran esa ansiedad que generaba la vida moderna a los individuos que se sitúan al margen de la sociedad.
Las primeras escenas de Dragonslayer muestran a Josh Skreech Sandoval limpiando una piscina para poder patinar en ella. El gesto no es trivial pues, como se desarrolla más adelante, lo que el protagonista del documental y sus amigos hacen es buscar casas abandonadas en las que poder patinar. El documental Dragonslayer de Tristan Patterson se centra en la persona de Josh Skreech Sandoval, un skater de Fulton, California, de reconocido prestigio en el pasado, pero consumido hoy por el sueño de la fama y la recesión económica. Tristan Patterson compone un documental dividido en varios capítulos no cronológicos, en los que se van desarrollando diferentes aspectos de la vida de Skreech durante un período de nueve meses. En el lapso de tiempo de cada episodio se puede ver a Skreech patinar, vagabundear por las calles, llevar de paseo a su hijo, colocarse, ir en el coche… Cada capítulo se asemeja bastante al funcionamiento de un canal de Youtube, en el que alguien va alojando videos de diferentes aspectos de su vida. El valor del documental aparece de dos formas distintas, la primera, mediante el contraste entre las imágenes grabadas por la cámara FLIP que Skreech lleva con él y las imágenes grabadas por el director. Segunda, y debido al contraste, al trascender el retrato del personaje y el retrato de la actividad que realiza, dando lugar a la verdadera valía del mismo que no es otra que poner de manifiesto cómo el colapso de la economía ha dejado fuera del circuito económico a una serie de jóvenes nacidos a finales de los ochenta y principios de los noventa, que son aupados por la sociedad del espectáculo a la categoría de mártires de la autenticidad y que están abandonados en los márgenes de la vida de simulacro y el artificio estadounidense. En la película por tanto subyace un tema tan importante como el derrumbamiento de la economía y su influencia en los jóvenes adultos.
No sé si me equivoco al traer Hombres Errantes al texto una y otra vez, pero no puedo dejar de pensar que las imágenes de Dragonslayer contienen aquellas otras imágenes de Ray. Unas imágenes embebidas de amargura, en las que el sueño americano parece ser más grande que el sueño de los ciudadanos estadounidenses, un sueño que se torna en pesadilla. El protagonista de Patterson lo tuvo todo, fue un grande del skate. El protagonista de Ray se presenta de manera parecida, un hombre del rodeo que ganó muchísimo dinero y que acabó perdiéndolo todo. Jeff McCloud es una figura arquetípica en la cinematografía de Ray, un hombre melancólico situado en los márgenes de lo socialmente reconocido como “vida moderna” y que intenta redimirse desde las raíces.
La escena que comentaba al principio del texto, la vuelta de Jeff McCloud a casa, es un gesto que profundiza la ansiedad de la vida moderna, del “no se puede volver a casa”, y que reafirma mi obsesión por traer a colación los paralelismos en ambas películas. En uno de los capítulos de Dragonslayer, Skreech se empeña en visitar la que fue su casa durante la infancia. Él, a diferencia de Jeff, está acompañado, porque si en Hombres Errantes la nostalgia por la vuelta imposible, la casa perdida, se manifestaba en los objetos (pistola y centavos), en el documental se articula mediante el discurso: Josh le cuenta a Leslie una antigua leyenda urbana de su vecindario.
Más que centrarse en la imagen poética de la vida del skating recogida tantas veces a cámara lenta por algunos directores, en esa belleza efímera del segundo en el que el universo está a merced del que patina gracias a un minúsculo roce del skater sobre su tabla, Dragonslayer es un retrato superlativo del caos. El cambio constante de perspectiva entre la cámara de Tristan Patterson y la FLIP ofrecen una realidad exactamente igual a la que nos ofrece la cámara del director en muchos momentos del documental: un mundo en movimiento continuamente desenfocado y frágil. Así, Dragonslayer continúa el gesto primitivo de Hombres Errantes, salvaje, sombrío y nómada, y nos muestra (muestran) esa ansiedad que la vida contemporánea genera a los individuos que se sitúan al margen de la sociedad.