Drive vs. Cobra y Driver
El cine de género ante la trampa del esteticismo Por Yago Paris
Nicolas Winding Refn conquistó los altares de la cinefilia posmoderna con su hiperestilizada Drive (2011). La cinta del danés, debut en el cine estadounidense, se establecía como una reformulación del neo-noir desde un esteticismo desbordante y el tono habitual del cine de autor al uso, ese que demanda ritmos lentos, planificaciones milimétricas del encuadre y altas dosis de introspección. Drive fue un exitazo de crítica y público, gracias a su discurso formal, y todo esto a pesar de ser un puro ejercicio de género, estrato de la producción cinematográfica que de manera incomprensible y sistemática es condenado al desprecio o, cuanto menos, a la infravaloración. Por tanto, llama la atención el gran recibimiento que ha tenido Drive -situación que no ha variado con el paso del tiempo-, pues, detrás de su despampanante ejercicio de forma, la cinta de Refn esconde una trampa en forma de reflexión autoconsciente sobre la cinefilia, sobre el bagaje cultural y popular que sedimenta en el subconsciente. Drive es descendiente directa del cine de género de consumo rápido, y si esto descoloca o indigna es debido a la visión clasista que se tiene del arte, esa que pone verjas a lo que se acepta como bueno, esa que crea una corriente de castrador pensamiento único.
Drive
Winding Refn sabe todo esto y lo explota. En un ejercicio de reflexión y provocación velada, tiñe lo popular de elevado y ofrece un producto que encandila a pesar de narrar lo mismo que cualquier película de serie B, lo que genera la paradoja de que muchos de los espectadores que idolatran esta obra probablemente la repudiarían si dicho contenido si viniera en otro envoltorio. Con gran inteligencia, el danés coloca un espejo enfrente del público y descubre sus vergüenzas. ¿Habría tenido el mismo éxito Drive si no tuviera una estética tan cuidada? ¿Es imprescindible que una obra presente un aura arty para estar bien considerada? En tal caso, ¿dicha estética es un armazón vacío? Sí y no. Refn vacía de toda reflexión a la película y juega a una explicitud por momentos terrorífica -el solapamiento entre las motivaciones de los personajes y las letras de las canciones sería sonrojante si no fuera porque se trata de una elección puramente autoconsciente-, que en ningún caso provoca repulsión. Como si se aguantara la risa, el autor ofrece cine de género con todas sus consecuencias: historia simple, personajes bidimensionales, emotividad pretenciosa, predominancia de la imagen sobre el texto y, ante todo, diversión incondicional.
Drive
¿Esto convierte a Drive en una mala película? Al contrario, la hace todavía mejor, porque, a la vez que autoconsciente, el de Refn es un trabajo de forma que se toma muy en serio a sí mismo y en todo momento juega en dos niveles: el de la reformulación del cine de género de consumo efímero y el del ejercicio formal descomunal. La pregunta que habría que hacerse no es si Drive es buena o mala, sino por qué gusta y qué evita que sea metida en el saco del cine comercial de género, habitualmente defenestrado incluso antes de ser visto. Es más, puestos a estirar el chicle, habría que plantearse, además de cuáles son las dosis de estética de autor, cuáles son las máximas permitidas para no saturar al gran público, habida cuenta de los innumerables insultos que han recibido sus dos siguientes obras, Solo Dios perdona (Only God forgives, 2013) y The Neon Demon (2016), sendas películas de autor hasta el extremo. De la misma manera que lo popular no debe lucir excesivamente como tal, parece claro que lo artístico tampoco debe cometer este (supuesto) error. Por tanto, ¿es acaso la valoración del cine una mera cuestión de apariencias y medias tintas?
Ninguna de estas afirmaciones es gratuita. No es sólo que sea evidente que, con rascar mínimamente la superficie de neón de Drive, se observe la herencia del cine de género, sino que esta cinta tiene lazos de sangre con dos films de serie B, cuyas similitudes Refn se esfuerza por manifestar: Driver (The Driver, Walter Hill, 1978) y Cobra, el brazo fuerte de la ley (Cobra, George Pan Cosmatos, 1986). De la primera toma la estructura narrativa y el perfil de personaje; de la segunda se queda con la estética del protagonista, con cierto esteticismo excesivo y con los escenarios en los que ambientar la trama. Llegados a este punto, habría que matizar que, mientras en el primer caso las similitudes son tan obvias que parecen innegables, en el segundo esto no ha sido confirmado por el autor, quien en una entrevista para la Revista GQ cita Scorpio Rising (Kenneth Anger, 1964) y Pretty woman (Garry Marshall, 1990) como las únicas referencias claras que en todo momento tuvo en su mente a la hora de desarrollar el proyecto. Por tanto, este crítico se esforzará en justificar por qué en Drive ve algo -o mucho- de las dos películas que ha seleccionado ya que debe tenerse en cuenta que el propio Refn deja la puerta abierta a que, de manera subconsciente, otras obras hayan influido sobre su film.
Driver
Driver es una película de 1978 dirigida por uno de los reyes del cine de género, Walter Hill. El film narra la vida de un hombre sin nombre, conocido como “el conductor” (“the driver”), un personaje sombrío y parco en palabras al que interpreta Ryan O’neal. Este personaje sólo hace una cosa en la vida: ser el mejor conductor de la ciudad, talento que aprovecha para asociarse con atracadores, a los que asegura que escaparán de la policía tras haber dado el golpe. Las similitudes en el argumento son evidentes, pero lo es todavía más el comienzo de ambas películas, pues Nicolas Winding Refn imita la primera escena, una larga persecución automovilística en la que su protagonista demuestra equivalente manejo automovilístico y conocimiento de las calles de la ciudad. Este, interpretado por un Ryan Gosling igual de opaco que su homólogo, también es conocido como “el conductor”, lidera una set piece de acción frenética sobre las nocturnas calles de una gran ciudad -en este caso, una de las míticas ciudades del género negro, Los Ángeles-. La puesta en escena devora toda trama argumental, pues en ambos casos la construcción de las persecuciones es impecable, al igual que se desconocen las motivaciones de los ladrones y el atraco en sí. En estos dos films, además, el interés por las tramas esquemáticas es equivalente, y en ambos casos los motivos son los mismos: dotar a la imagen de protagonismo y construir las atmósferas a través de estas, apoyadas en una fotografía muy contrastada.
Driver
Sin embargo, a medida que avanzan estas dos historias, se van alejando de su punto de unión, pues, mientras Driver se mantiene firme en su propuesta de género en el sentido más escuálido de la trama, en Drive la segunda parte del metraje se inunda de una subtrama amorosa que se convierte en la verdadera protagonista del relato. Este punto, precisamente, es uno de los que con mayor fuerza relacionan a la de Refn con Cobra, el brazo fuerte de la ley. En esta, la subtrama amorosa también representa uno de los puntos álgidos del relato, pues con el paso de los minutos también se convierte en la principal motivación de su protagonista, un Marion “Cobra” Cobretti interpretado por Sylvester Stallone. A pesar de las similitudes, este, sin embargo, está al otro lado de la ley. Aunque con un modus operandi cuestionable, Cobra es un policía, del tipo superhéroe. Esta cuestión provoca que, para empezar, la cinta de Cosmatos no sea un neo-noir -habitualmente protagonizado por personajes fuera de la ley, o, cuantos menos, no por arquetipos de la seguridad nacional de ultraderecha-, sino un policiaco, pero esto no impide que haya elementos que las emparenten. Ver en la trama romántica de Cobra una influencia directa sobre Drive es una relación espuria, una casualidad más relacionada con las imposiciones del guion clásico de cine que con un homenaje concienzudo por parte de Refn, por lo que, aunque ambas transiten por terrenos similares -protagonista debe salvar a su interés romántico de un grupo de malhechores que atentan contra su vida-, se estaría cayendo en la trampa de la sobreinterpretación.
Cobra
En el caso de Cobra, las posibles influencias pasan por un uso literal de la estética. En este caso, la apariencia de ambos protagonistas es considerablemente similar. Cobra es un tipo duro que lleva gafas de sol, ropa ajustada, chaqueta y guantes de cuero, y que corona su look con una cerilla, que porta siempre en la boca, como si de una brizna de paja se tratase. Todos estos elementos son reconocibles en el personaje de Ryan Gosling, que cambia la cerilla por un mondadientes. A su vez, y de una manera más conceptual que literal, la estética general de ambos films está relacionada. Cobra, el brazo fuerte de la ley es una apuesta innegociable por el impacto visual, aunque sea desde el grosor estético y el mal gusto. Definida por el crítico y podcaster Rafa Gambín como “videoarte de papel de lija”, la de Cosmatos es una película desbordante, que arriesga en cada plano y desconoce el sentido del ridículo, lo que provoca que, aunque grotesca, posea una personalidad arrebatadora. Winding Refn no se enfanga como su homólogo, pero llama la atención la apuesta formal que lleva a cabo, pues la puesta en escena está igual de presente y de una manera en cierta forma similar. Parece incuestionable que Refn realiza un ejercicio formal exquisito, mientras Cosmatos se acerca a un involuntario mal gusto, pero en ambos casos el tratamiento de la violencia es similar y la hiperestilización comanda la narración. De hecho, en el plano artístico, Cobra es una cinta formalmente más arriesgada que Drive, más auténtica, puesto que recurre a recursos visuales más extremos, con los que es más probable caer en el ridículo. Nuevamente, ¿es todo una cuestión de apariencia?
Cobra, el brazo fuerte de la ley
En conclusión, Drive es una obra notable, realizada por uno de los talentos más desbordantes del cine actual, por lo que no sorprende que su film haya cosechado tantos elogios y se haya convertido en una película de culto. Sin embargo, de igual manera que Quentin Tarantino toma referentes de la cultura popular y el cine de bajo presupuesto y los reformula con su particular visión, Winding Refn ha hecho lo propio con dos cintas de serie B en principio alejadas de las pretensiones de Drive. A su vez, de igual manera que Tarantino es encumbrado por su labor de reciclaje, a la vez que en el grueso de sus fans dicho cine de bajo presupuesto sigue considerado, cuanto menos, inferior, sería recomendable plantearse por qué se acepta Drive como una joya cinematográfica, mientras sus referentes son repudiados o invisibilizados. ¿Acaso hay tantas diferencias? ¿Qué tiene Drive que provoca una pasión equivalente al repudio de sus predecesoras? ¿El éxito de esta película reside en la trampa del esteticismo, de la apariencia de alta cultura, de las medias tintas? Sea como sea, lo que este crítico recomienda es revisar en conjunto estas tres obras para descubrir similitudes, entender posibles dobles sentidos en Drive y, con suerte, en caso de que los hubiera, perder algún que otro prejuicio por el camino.