Drug War

Mentalidad policial (china) Por Manu Argüelles

Ni siquiera se la puede llamar guerra, porque las guerras terminan Sgt. Ellis Carver (Seth Gilliam). The Wire (David Simon)

Este año los aficionados al cine de Johnnie To pueden considerar que están de enhorabuena porque la edición de Sitges nos trae dos de sus últimas películas. Y como suele suceder en el director hongkonés, una de las puntas de lanza de esa cinematografía, ninguna de la dos, ni Drug War ni sobre todo Blind Detective, resultan desdeñables, al contrario, To sigue en plena forma.

A diferencia de otros directores hongkoneses que han alcanzado la notoriedad internacional, de momento, no se ha dejado embrujar por los cantos de sirena de Hollywood como pasó con John Woo o Wong Kar Wai. Sin embargo, con Drug War, To sucumbe a la producción de la China continental, su segunda producción bajo suelo chino tras la comedia romántica Romancing in Thin Air (Gao hai ba zhi lian II, 2012), aunque eso sí, en régimen de co-producción con Hong Kong, a través de su productora Milky Way Image Company.

Drug War

To vuelve al terreno del que ya es un maestro, y por el que ha alcanzado notoriedad, el thriller criminal, pero en esta ocasión la perspectiva es muy diferente a la tradicionalmente explorada. Su foco no está centrado en aquel que se sitúa fuera de la ley sino en los guardianes del orden. Y quizás no esté entre sus cálculos pero la película resulta incómoda, como me sucede cuando me enfrento a largometrajes con valores artísticos y fílmicos pero en los que me siento frontalmente opuesto en su sustancia ideológica. En Drug War no puedo negar sus valores en la arquitectura y composición de la ficción pero su poso moral, o mejor dicho, su notoria moralina, me sitúa en una encrucijada. ¿Podemos abstraernos de su mensaje claramente político y propagandístico y sin embargo tener la capacidad de reconocer que el film nos funciona de forma estupenda como ficción? Puedo hacerlo, desde luego, no puedo negar la mayor. Drug War es estupendo como policíaco, con músculo, bien narrado, endiabladamente adictivo, bien estructurado, etc. Pero también me pregunto si no hay algo perverso en todo ello, que nos hace bregar con algo que nos da repulsa y que, por tanto, aunque no queramos nos está manipulando por la vía de la dramaturgia creativa. Toda ficción nos manipula, no seamos ingenuos, en cuanto busca seducirnos. El arte de la seducción no es más que eso, llevarnos a nuestro terreno al Otro, conseguir su atención para satisfacer nuestras carencias o necesidades afectivas. ¿Y qué sucede cuando el que nos ha conquistado es alguien aborrecible pero seguimos enganchados aunque sepamos que no nos conviene?

Drug War 2

En ese sentido, Johnnie To con Drug War se nos convierte en el macarra del policial.
Concretamente, en este caso sería alguien de izquierdas que se enamorase de uno del PP de la facción dura, un conservador recalcitrante que nos impone una visión del orden que nos provoca sarpullidos.

Enseguida, con esta reflexión podemos pensar en cuánto le ha condicionado a To estar bajo el paraguas de la mainland para que nos haya legado una visión tan reduccionista de los héroes y los villanos y cuál es el castigo que se merece el que infringe la ley y demuestra no atisbar ni un ápice de humanidad. ¿La pena de muerte? ¿En serio? No hay ningún rasgo en su cine anterior que nos conduzca a la misma conclusión, al menos el que yo he tenido la oportunidad de ver. O antes no lo he sabido ver y aquí se reserva sin tapujos y para el final, nada menos. Para que no haya duda. Por lo que la suspicacia se activa. A mí personalmente no me sirve de coartada. Se puede argumentar que se trata de una concesión necesaria para ser producido por la China continental. Sería una directriz algo así: De acuerdo, te ayudamos a financiar un thriller, pero éste debe reflejar fielmente nuestros principios ideológicos como condición sine quanon. ¿To comprometería tanto sus principios morales hasta llegar a ese punto? Preguntas que inevitablemente quedarán en el aire y que no podremos averiguar. Lo que sí atestiguamos es el giro que se produce con Drug War en el seno de su cine y lo que le distancia de anteriores y maravillosas obras como Vengeance (2009) o Exiled (Fong juk, 2006), por citar dos de mis favoritas.

Drug War 3

Con ello, Drug War también revela un síntoma de las relaciones conflictivas que mantiene Hong Kong con China y cómo la segunda canibaliza una producción que se mantenía aparte, la hongkonesa, una industria con una idiosincrasia específica y que ahora se ve amenazada a perder su identidad y quedar absorbida en las líneas maestras que China impone a su entretenimiento. En un ámbito general, un artículo de Time lo analizaba. To posiblemente mantiene la libertad creativa, pero no la dirección ideológica que el producto debe poseer. El maniqueísmo antes mencionado se refuerza con la procedencia de ambos bandos. Mientras la escuadra antidroga es china, los que traen el mal a China son… hongkoneses.

Esa exposición transparente en el contenido también se extiende en lo estilístico. Drug War podría emparentarse con una serie como The Wire (David Simon, 2002-2008), la guerra contra la droga, pero el tratamiento de la problemática y su simplificación esquemática de los dos bandos le sitúa en una orilla muy distante. Aquí no hay una exhaustiva y pormenorizada descripción de una tupida red, un caleidoscopio complejo y retocido donde los límites y las fronteras no quedan tan claras. Hay cierto remanente en Drug War cuando los narcotraficantes utilizan códigos de obsoletos bípers para comunicarse en forma cifrada entre ellos como hacían en la primera temporada de The Wire, o cuando se alude a Bill Li, el capo del narcotráfico del que el comisario Zhang ha oído hablar pero nunca ha visto. Es decir, es igual de escurridizo que D’Angelo Barksdale para McNulty y compañía. Pero aquí acaban las conexiones.

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To nos lega una película áspera y sombría. Por su predominio cromático del azul podríamos pensar en Crónica negra (Un flic, Jean Pierre Melville, 1972). Pero se olvida del pronunciado formalismo y fascinante estética de su admirado Melville. Queda atrás aquella embriagadora combinación que To utilizaba del polar francés y el espaguetti western y que tan buenos frutos le dio en el pasado. Se desprende de las coreografías, de la estilización de la violencia, del heroic bloodshed filtrado por su óptica particular. Algún gesto queda, patente en el asedio en la fábrica y especialmente en los hermanos sordomudos cuando entran en acción, pero sólo es eso, un escuálido guiño del pasado. Ahora hay concisión ejecutora y cortante, aunque sus planos que ya no buscan ser tan relucientes siguen siendo igual de bien contruidos.

Porque Drug War busca cierta voluntad realista (la que ha quedado estandarizada como convención dentro del género). Y su retórica queda muy rebajada debido a la frialdad del film, la tonalidad azulada imperante del film, como a esa intención naturalista. Para ello, trae al presente aquellos procedural de los años 40, de los que también importa su recalcitrante mentalidad, como hemos visto. Pero su voluntad documental queda muy reducida cuando la película se centra en la acción. En eso la película se resuelve de forma contudente y cristalina. No hay espacio para prolegómenos ni aclimataciones posibles. Ninguna situación está provista de inacción, pero no se pierde en ningún momento la comprensión de lo que acontece a pesar del vibrante ritmo que no desfallece en ningún momento. Sin concesiones, directa y perfectamente transparente en la filmación del movimiento y del suspense, algo que se agradece en estos días. Un primer tramo que nos recuerda al To más lúdico, aquel donde el comisario Zhang se hace pasar en dos turnos por dos capos de la droga, el estoico y adicto Chang y el histriónico Haha para manipular el encuentro de ambos. Esa secuencia del hotel nos recuerda a Mission Imposible. Nos dejamos engatusar con ese aroma de las películas de espionaje cuyo tono rápidamente es abandonado para que el film recorra todos los peajes del policíaco (la secuencia del tiroteo, la persecución automovilística, etc.) con solvencia y cada vez más con más dureza y sequedad.

Drug War 5

En consecuencia To se distancia de sus personajes y no busca hacerlos simpáticos, ni al comisario, adusto y tremendamente duro y frío, como al que presumiblemente se figura como el antihéore de la función, Timmy Choi, capturado por los policías y obligado a colaborar con ellos a cambio de la suspensión de la pena de muerte, para que la brigada pueda atrapar a los altos criminales del negocio de las anfetaminas. Eso le obligará a traicionar a toda su gente y permitirá que los vigilantes de la ley se infiltren en el hermético mundo criminal.

Aquí podemos sentirnos tentados a cuestionar que el film sea partidista y muestre su apoyo incondicional a las fuerzas del orden. Es cierto que Zhang se muestra demasiado expeditivo, sin escrúpulos e insensible y que no le importa hacer uso de la brutalidad policial sin pestañear. Parece haber un tono más afable en la gente de Timmy (la secuencia del recuerdo de la esposa muerta de Timmy donde se realiza la ofrenda en homenaje a ella). Pero el as que se guarda en la manga To consiste en el juego que establece con el espectador, donde orquesta un juego de apariencias fundado en Timmy y en el progresivo desenmascaramiento de los personajes envueltos en el negocio de la droga, los cuales dejan en evidencia que todas las acciones de la policía, por muy desmesuradas que nos pareciesen, quedan justificadas en cuanto se destapa la verdadera cara de Timmy o se revela el perfil asesino de los hermanos sordomudos.

En la relación de los personajes protagonistas, Zhang y Timmy, es donde Drug War se muestra muy interesante, en esa obligada correspondencia de lealtades interesadas, en ese difícil equilibrio entre la desconfianza y la complicidad, porque con gran economía de medios To sabe manejar con maestría la ambigua relación de ambos y alimenta muy bien el suspense respecto a Timmy. ¿Coseguirá zafarse de la policía? ¿Ayudará a los suyos?

Pero nuestros tiempos no están para romanticismos y el antihéroe idealizado de sus anteriores largometrajes deja paso al mismo individualista, en eso To nos sabe engañar muy bien, ya que el final nos revela una agazapada bestia desalmada, capaz de eliminar a todo el que se le ponga por delante con tal de conseguir su ansiada libertad. Así que To culmina con unos de esos tiroteos típicos tan suyos que suponen un acto total de destrucción, como el de Vengeance inflamado con el aire de la tragedia y el sacrificio extremo, pero la voluntad propagandística de ensalzar la lucha de las autoridades contra el crimen ya no nos deja con un poso nihilista y desesperanzado, sino con un contundente alegato que legitima la pena de muerte. Aterrador.

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