Dym (Smoke)
Un abrazo, Cisiecki Por Christian G. Carlos
La historia de una persona que se volvió en cautivo de una surrealista locura. Esta frase es la única presentación que Grzegorz Cisiecki hace de su Smoke (Dym, 2007), un cortometraje de unos 7 minutos que tuvo una repercusión más alta de lo esperado, gracias a un apasionado director y una propuesta atrevida, en la que muchos han visto vínculos con directores surrealistas de la dimensión de Buñuel, y en la que todos hemos encontrado las influencias de David Lynch.
Como sucede con el americano, habrá quien desista y considere a Dym como una brillante puesta en escena, con una deliciosa calidad fotográfica y mucho mimo en la gestación del ambiente, pero sin narración.
A propósito de la comparación –posible, pero poco práctica- con Buñuel, se ha llegado a decir que en el cine surrealista del madrileño sí existía esa narración, ese mensaje de fondo que nos motiva a descubrir los símbolos; mientras que la propuesta de Cisiecki se calificaba como símbolo sin mensaje, maquillaje sin rostro, el colmo de la artificiosidad.
Sin ser descartable la posibilidad de que el visionado de Dym pueda llegar a causar esa primera impresión, lo cierto es que sí existe un mar en el que sumergirse, siempre y cuando le apetezca a uno tomarse el baño. Siguiendo con Buñuel, el cineasta español tomaba del imaginario común una serie de símbolos que, a través de lo colectivo y el contexto en el que se veía afectado, resultaba cómodo de descifrar. La propuesta de Cisiecki es completamente personal, los recursos que utiliza en su universo simbólico surgen del propio autor, de ningún contexto o colectivo.
Cisiecki parte de lo individual y aspira a lo universal. Sus temas, el amor y el trabajo, nos tocan a todos aunque lo que nos muestre el autor tenga un registro tan personal. La experiencia que nos cuenta en esos dos ámbitos está plagada de incertidumbre. Nada en ellos es estable, por lo que no tiene sentido narrarlo buscando una lógica racional. Así que no nos dará ninguna referencia: ni una palabra, ni un nombre. Tampoco nos dará referencias en cuanto al espacio o al tiempo: de un lugar a otro, de un momento a otro.
Sólo tenemos una certidumbre: existe un personaje principal, quizás un alter ego de Cisiecki, que sin mediar palabra pulsará un cassette que servirá de enlace para mostrar las relaciones que mantiene en su trabajo y en el amor. Que sea una grabadora nos sugiere que son recuerdos, pero no hay nada que descarte la posibilidad de que, por ejemplo, sean presagios. De nuevo la incertidumbre. Sobra todo tipo de consideración lógica, sería como consolar con razones a un amigo afligido que nos está contando su desamor entre llantos. Lo mejor ahí es un abrazo.
Buñuel no era madrileño, sino aragonés.