Ejército de los muertos
El nuevo Hombre Por Ignacio Pablo Rico
En los diez minutos iniciales de Ejército de los muertos, segunda aportación de Zack Snyder al territorio de lo zombi tras su seminal Amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 2004), se concentran los hallazgos de un filme que sobresale solo puntualmente de lo que ofrece el catálogo de originales de Netflix. Un descuido fatal al volante, puesto en imágenes con suma crueldad, hace colisionar a una hortera pareja de recién casados con un vehículo militar. En la secuencia, tratada con una comicidad desangelada, diríamos que incluso desdeñosa, afloran las dos ideas en torno a las que se articulará Ejército de los muertos: el declive de un modo de entender el hedonismo americano, y la emergencia paralela de un «nuevo Hombre» que pone en evidencia nuestra estulticia y debilidad: el zombi alfa. El humanismo de tintes postideológicos de Amanecer de los muertos, diecisiete años después, se abre a una visión de la ficción próxima a Watchmen (2009), Sucker Punch (2011), El hombre de acero (Man of Steel, 2013) o Batman v. Superman: El amanecer de la justicia (Batman v. Superman: Dawn of Justice, 2016), donde lo vulgar sucumbe ante la fiereza de lo extraordinario.
Si en su filmografía previa, de 300 (2006) hasta La Liga de la Justicia de Zack Snyder (Zack Snyder’s Justice League, 2021), el director acertaba a expresar dicha transformación de lo mediocre en sublime atendiendo a las mutaciones del audiovisual, con el cine como laboratorio en el que operar libremente con recursos formales y estéticos del cómic, el videojuego o el videoclip, Ejército de los muertos apenas posee un puñado de alicientes fílmicos para espolear unos argumentos, por otra parte, de sumo interés. El recurso de Snyder a una fotografía cenicienta, acoplada a la fea llaneza de la «imagen Netflix», acaso responde, como señalaba Alberto Corona en un estupendo texto-hilo de Twitter, al espíritu que anima «una película tristísima, aséptica y derrotada». A la tentativa fallida de otorgar una marca determinada al tono visual, se le suma un uso de fondos desenfocados que, sustentado en primeros planos de los personajes, podríamos pensar que pretende —como es habitual en Snyder— exacerbar el peso de los arquetipos que representa cada uno de ellos, extrañándolos de una Las Vegas despojada de todo ánimo festivo. Sin embargo, las pobres estrategias para dotar de entidad a dichos arquetipos —enterrándolos en dilatadas conversaciones resueltas en plano-contraplano, por ejemplo— dan al traste con cualquier voluntad creativa que tuviera sentido sobre el papel.
Más allá de que las filias y fobias de cada cual puedan hacer de Ejército de los muertos una obra disfrutable o insufrible, los escasos méritos cinematográficos que aglutina se dan cita en una bella poética del zombi, deparándonos a través de los no-muertos los escasos minutos si no memorables, al menos estimulantes del conjunto. El living dead que modernizó George A. Romero es una especie extinta —en términos literales y figurados—, carne de pasatiempos inocuos, como desvela el pistolero friki Mikey Guzmán en su canal de YouTube. Las Vegas de Snyder, icono decadente de una América perfilada a partir de un par de deprimentes pinceladas, ha visto amanecer a una estirpe inédita de superhombres. El ocaso económico y social de la nación coincide con la emergencia de una comunidad de seres superiores a nosotros, que se rigen por un orden jerárquico precapitalista, más funcional que la sociedad de clases que representan Scott Ward y su equipo. Una colectividad donde lo masculino y lo femenino han sido devueltos a su esencia primigenia, cual versión espartana de los washoe que en el pasado habitaron Nevada. En ellos, con su salvajismo elemental y su lealtad inquebrantable al grupo, el realizador encuentra una afectividad esencial. En su tránsito hacia una muerte inevitable, la única salvación de los protagonistas —al menos, en términos existenciales— será precisamente recuperar esa humanidad que habían perdido.
Que en una película de Zack Snyder defendamos, casi exclusivamente, decisiones relativas a su guion es significativo de qué tipo de producto es Ejército de los muertos, pieza de trash para plataformas de streaming, donde las mejores ideas —visuales o de escritura— son mermadas por una impotencia expresiva inesperada en el cine de su artífice. A día de hoy, habiendo pasado unos días del estreno del largometraje, Ejército de los muertos está generando menos agitación en redes sociales y revistas de tendencias culturales que los dos spin-off en camino: la precuela Army of Thieves (Matthias Schweighöfer, 2021) y la serie animada Army of the Dead: Lost Vegas (Jay Oliva, 2022). Snyder triunfa allá donde sus héroes fracasan: incapaz de aportar un nuevo jalón creativo a su filmografía, ha tomado el dinero de la caja fuerte para regresar, silbando y a paso lento, al calor del hogar. Una pregunta perturbadora emerge cuando Ejército de los muertos ha concluido: ¿es este el porvenir que le depara la alienada industria a un cineasta que, desde hace muchos años, tiene un difícil encaje —artístico y político— en ella?