El abrazo de la serpiente

Perdidos en la selva. Por Domingo López

Cualquiera que se encuentre en la tesitura de reseñar una película como El abrazo de la serpiente ha de hacerlo siempre con el mayor de los respetos, con la mirada de aquel que se encuentra ante una rara joya, única, merecedora de ser descubierta, con el espíritu del explorador (nunca mejor dicho) en busca del arte definitivo, aquel que alimenta el conocimiento absoluto y transporta al espectador a un estado casi místico de comunión entre el ego y una obra capaz de sublimar conceptos únicos y dispares entre sí. Bueno, esa es una opción. La otra es olvidarse de todos los laureles conseguidos por la película, las críticas apasionadas y enfrentarse a la película como lo que es, una obra de ficción que merece ser analizada con objetividad de una puñetera vez.

Y es que, a menos que seas un fan fatal de aquella Ruta Quetzal del legendario Miguel de la Cuadra Salcedo o un seguidor de las corrientes new age (sección naturalista-aborigen) quizá te resulte complicado encontrarle el atractivo a esta propuesta del realizador Ciro Guerra (autor de la premiada Los viajes del viento), una road movie selvática dividida en dos líneas temporales paralelas. La búsqueda de una planta de poderes mágicos en plena jungla amazónica por parte de dos exploradores que existieron en la vida real: el alemán Theodor Koch-Grüngberg, y el norteamericano Richard Evans Schultes, ambos acompañados en su travesía por un chamán llamado Kalamate, que desconfía por defecto de las intenciones del hombre blanco, y un escudero occidentalizado que responde al alimenticio nombre de Manduca.

El abrazo de la serpiente 1

El realizador del filme despliega todo el arsenal a su alcance para dotar a la película de un empaque de cinema d’auteur. De un lado, su enfoque documentalista (por no calificarlo simplemente de minimalista) se recrea con ritmo dilatado por el escenario salvaje del filme, optando por el uso fotográfico del blanco y negro para transmitir al espectador esa sensación casi fantasmal del entorno (o simplemente como argucia para disimular tanto verde, como confesó haber hecho la directora de la cinta costarriquense Viaje, Paz Fábregas, otra cinta filmada en junglas sudamericanas).

La cinta hace uso y abuso de la diversidad lingüística de las diferentes tribus aborígenes del territorio amazónico, relegando al castellano, en términos de presencia en la pantalla, a la misma posición que el alemán o el inglés. De entre todas las lenguas habladas en la película, se lleva la palma (en sentido figurado, en Cannes ganó solamente el premio CICAE) el catalañol al estilo Eugenio hablado por el pater de una congregación, al que solo le faltaba soltar un “saben aquel que diu” cuando el explorador, el fiel Manduca, y el resto de la expedición Quetzal se presentan a darle los buenos días. Despropósitos como “se fueron riu abaix” quedarán para siempre en nuestros corazones.

El abrazo de la serpiente 2

Quizá por la fidelidad a los diarios de viaje que adapta para conformar la historia dual del filme, la historia peca de una estructura episódica que discurre saltando despreocupadamente de una secuencia a otra; secuencias que funcionan como set pieces aisladas, que podrían añadirse o eliminarse al azar, sin que el resultado final quedara demasiado afectado. De todas ellas, destacan la mencionada viñeta de la misión del catalán con su mano dura a la hora de adoctrinar salvajes (desconocemos si con todo esto el realizador pretende ofrecernos alguna metáfora del conflicto catalán y la normalización lingüística) y la del mesías caníbal, que monta una secta en la selva que ríete tú del crimen de la Guyana.

Guerra nos reserva lo mejor para el final. Ese momento en el que el aborigen protagonista emprende un viaje místico al éter expulsando rayos por los ojos y boca como los vampiros de Lifeforce, fuerza vital (Tobe Hooper, 1985) para, acto seguido, regalar al espectador una colección de animaciones psicodélicas de baratillo dignas de las cintas lisérgicas que Roger Corman filmara allá por los años 60, y que representan los únicos minutos en color dentro de todo el metraje del filme.

 El abrazo de la serpiente 3

Navegando entre la crítica al colonialismo y la propaganda de los beneficios de la ingesta de alucinógenos selváticos como la hoja de coca, la ayahuasca y otras sustancias narcóticas de origen natural (que a buen seguro le fueron de excelente utilidad al realizador a la hora de sentarse a escribir el guión de la película), Guerra juega a ser poeta, orquestando narración, ficción, imágenes y la música de Joseph Haydn que suena en un viejo fonógrafo (un posible guiño cinéfilo a esa obra magna de Werner Herzog titulada Fitzcarraldo) elevando a un nivel celestial su narrativa. El hombre y los dioses, lo divino y lo profano, el pan y la mantequilla.

Naturalmente, no debéis dejar que mi visión discutiblemente cínica de la película os prive de la experiencia. Estoy convencido que todo aquel que saliera de la proyección de cintas como Tabú (Miguel Gomes, 2012) o Jauja (Lisandro Alonso, 2014) preso del éxtasis cinéfilo podrá encontrar sin dificultad en El abrazo de la serpiente muchos elementos afines con los que alimentar su cinefilia. Desgraciadamente, yo no pude.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Cuando empecé a leer esta crítica vi que algo andaba mal, pero cuando leí Los viajes del tiempo, en vez de los viajes del viento supe que iba a ser un desastre, y efectivamente lo fue. Gracias por el intento.

  2. diana dice:

    Su visión no es cínica, es más bien grosera y arrogante. Al parecer el no comprender le da permiso para vituperar y desdeñar con la hipócrita excusa del cinismo. Le haría bien profundizar sobre las circunstancias que son presentadas allí antes de calificar el uso sagrado de las plantas como una propaganda al uso de alucinógenos que lo deja muy mal parado y que da la idea de la clase de prejuicios con los que irrespeta usted no solo a un director de cine, sino a todo un país.

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