El amanecer del planeta de los simios
La violencia estructural Por Manu Argüelles
Es muy frecuente leer o escuchar un diagnóstico catastrofista sobre el cine comercial hollywoodiense. Ante la proliferación de secuelas, reboots, remakes y franquicias se indica la pobreza creativa, la alarmante falta de ideas frescas y la abusiva explotación recurrente sobre lo ya filmado, explicado y narrado. Me resulta incluso gracioso escucharlo en aficionados sólo abonados al cine comercial. Niegan ver otro tipo de cine y del que ven resulta sumamente cansino escuchar su discurso de plañideras. Lo triste del asunto es que no deja de ser una cantinela bastante ajada, ya que Umberto Eco en 1965 hablaba de estas mismas actitudes. Entonces él los denominaba apocalípticos en su libro Apocalípticos e integrados (De Bolsillo, Barcelona, 2010). Los primeros eran aquellos que lamentaban la banalización que según ellos traía la cultura de masas. Los segundos, los que la celebraban. En el fondo sigue imperando el mismo sentir conservador, nostálgico e inmovilista, sólo que ahora se ha desplazado y se ha insertado en el mismo seno del cine popular.
En ellos pienso al ver una notable película como El amanecer del planeta de los simios. También cuando vi Robocop (2014), un remake modélico e inteligente. Son también dos ilustrativos ejemplos de la buena cosecha que está resultando el 2014 para la ciencia ficción. No sé si están manejando el mismo axioma de los políticos, ya saben, repetir constantemente una mentira para convertirla en verdad. Pero quizás lo más conveniente sería, en vez de escudarse en manidas generalizaciones, quitarse las legañas y atender a las películas que Hollywood nos ofrece hoy; abrirse a las virtudes de la reescritura cinematográfica. Para empezar tumbemos esa demonización tan extendida ante el remake y la secuela. Matt Reeves no lo tenía nada fácil porque anida en su film un gran foco de resistencias. Es una secuela que viene de un reboot, además muy satisfactorio por lo que aumentan las expectativas, y que no deja de ser en buena parte de su entramado conceptual un remake de pretéritas secuelas. Pero los responsables de El amanecer del planeta de los simios salen muy airosos de la encrucijada. Es más, la gran incógnita se va a desplazar a la siguiente entrega, con la que no se podrán reformular planteamientos ya depositados en la franquicia, porque la película de Reeves agota la fuente de inspiración, dado que bebe especialmente de la última secuela de la película de Heston, Batalla por el planeta de los simios (Battle For the Planet of the Apes, J. Lee Thompson, 1973).
A partir de El origen del planeta de los simios (Rise of the Planet of the Apes, Rupert Wyatt, 2011), su inmediato precedente, la película de Reeves atesora entre sus hallazgos y virtudes la forma en la que sostiene la continuidad respecto al universo imaginario del que forma parte, tanto del pretérito como el reactualizado a partir de la película protagonizada por James Franco. Existe un salto cualitativo entre una y otra, en los mismos términos en los que se producía entre Mad Max (George Miller, 1979) y su segunda parte o, sin ir más lejos, mantiene el mismo lapso temporal que se produce entre La rebelión de los simios (Conquest of the Planet of the Apes, J. Lee Thompson, 1972) y Batalla por el planeta de los simios (Battle For the Planet of the Apes, J. Lee Thompson, 1973). Ahora estamos plenamente situados en un ambiente apocalíptico, aclimatados por unos títulos de crédito que mantienen y prolongan el mismo diseño gráfico y visual del final de El origen del planeta de los simios, fórmula visual para reflejarnos la expansión del virus AL-113 entre la especie humana. Con solo este principio veremos que su proceso de escritura va a estar pendiente de este mecanismo dual, no sólo va cuidar la prolongación con la película de Rupert Wyatt, sino que atenderá a la importación del contenido ya desarrollado en las antiguas secuelas. Un revisionismo que mejorará notablemente lo ya propuesto. Aprovechará aciertos como la idea de que los simios no matan a simios, explicada en Huída del planeta de los simios (Escape From The Planet of The Apes, Don Taylor, 1971), limará incoherencias narrativas y le otorgará al material una densidad y complejidad ausente en las anteriores incursiones. Quizás sea importante recordar que el remake y la secuela pueden ser un campo fértil y que da margen para la invención. Sólo depende de la perspectiva que se adopte. No es tanto una cuestión de fidelidad o de proximidad a lo ya explicado, existe ese respeto por las bases, sino de procurar atesorar un espíritu de mejora y enriquecimiento, algo que hereda de El origen del planeta de los simios.
Mientras que esta última prefería arroparse bajo las pieles del concernismo, una premisa pausible en nuestro entorno más inmediato que pueda dar paso a posibles aspectos futuristas eliminando de la ecuación el aspecto más distópico, El amanecer del planeta de los simios entra de lleno en el escenario de ciencia ficción más reconocible. La primera atendía a la relación entre hombre y animal, el maltrato y sometimiento al que sometemos a las especies que consideramos inferiores a la raza humana, un excelente ejercicio de reescritura más verosímil de La rebelión de los simios, una sencilla parábola sobre el esclavismo afroamericano. El amanecer del planeta de los simios, en cambio, va a ocuparse del conflicto entre dos frentes, el humano, debilitado en cuanto le faltan los recursos tecnológicos, y los simios, fortalecidos por su sentido de la comunidad y por su alejamiento de la civilización.
Si Charlton Heston calificaba El planeta de los simios (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner, 1968) como una película de entretenimiento con mensaje, Reeves va aprovechar a su favor que el final ya esté marcado, por lo que consigue inocular a su película de un pathos trágico, basado en el fracaso del pacifismo y el diálogo ante dos bandos enfrentados. Aquí la película funciona muy bien si la desligamos de su marco referencial. Ya que es un excelente estudio, no tanto de la violencia de los agentes y cómo la ejercen, sino de cómo la violencia en ese entorno es algo estructural. El film adopta una actitud crítica que no es maniquea y partidista y si algo merece destacar es la actitud frente a la que explora los mecanismos de la política del miedo, posiblemente el paradigma en el que se asienta el film, y que la sitúa en la contemporaneidad frente a sus anteriores largometrajes basados en la línea de la distopía regresiva, de la cual nos extenderemos próximamente. Pensemos hoy en las líneas ideológicas anti-inmigración, que ya no son reducto de extremismos residuales de la derecha más fascista y que funcionan de forma muy similar a cómo se plantean en el film cuando se explica el desarrollo del conflicto.
César, loable en sus intenciones de preservar su hogar, se mantiene en una actitud de distancia frente al hombre. Humanos y simios no viven en convivencia ya que no aceptan la presencia del Otro cerca. En esa actitud de tensa relación la violencia es sistémica, dependerá de un mínimo desencadenante pero está condenada a germinar. El film utiliza muy sabiamente la figura de un personaje netamente shakesperiano como Koba, fundamentado en el odio y la egolatría, a partir del dolor traumático visiblemente presente en las heridas que exhiben su cuerpo tras haber sufrido los experimentos de los humanos. Una versión muy mejorada, por cierto, de Aldo, el general gorila de César en Batalla por el planeta de los simios. Cristaliza la épica del blockbuster no tanto a través de la espectacularidad de las secuencias de acción sino a partir justamente de una atención equitativa en el por qué se comportan así los personajes y qué les mueve a reaccionar de la forma que lo hacen. Todos tienen sus motivaciones y el film los atiende de una forma comprensiva que huye de reduccionismos. Porque ambos grupos son víctimas de algo que les trasciende, una simétrica relación de xenofobia tan viciada que cualquier intento de cooperación y de entendimiento mutuo va a estar condenado. Así se entiende el inicio y cierre con el primer plano de la cara de César. Al principio, tiene las pinturas de guerra, la actitud hostil ante el Otro. En el final le vemos sin esas pinturas, la evolución de la xenofobia hacia la tolerancia, insuficiente para que prospere, la violencia ha estallado y se anuncia su ciclo del que ya no se podrá salir.
Reeves también sabe cómo encontrar en ese equilibrio entre discurso político y epopeya apocalíptica bellas imágenes que canalicen el lirismo de la película y que enuncien por sí mismas gran parte del poder sugestivo del relato. La brillante secuencia inicial de caza en el bosque que les certifica como una especie hegemónica y poderosa, con ese bello contrapicado que nos muestra la multitud de simios surcando los cielos entre los árboles, o la forma que tiene de expresar el lamento ante el impulso bélico de Koba, deteniéndose en las imágenes de los simios cayendo muertos cuando tratan de entrar en el refugio de los humanos. No es casual que sean ellos los que veamos caer, porque son las víctimas principales de la política del miedo. Incluso una convención como supone acabar en lo alto de la torre supone una inteligente variación respecto al final de Batalla por el planeta de los simios. La pugna por el poder entre los dos simios que aspiran por el liderazgo se dirime en una torre de construcción humana en ruinas, signo del advenimiento de la extinción, especie que acabará pereciendo en este fascinante desarrollo en clave de ciencia ficción de darwinismo social.