El año más violento
Términos y condiciones Por Fernando Solla
"I need no permission
I need no proof
I need no noose men
To tell me I loose."
En su anterior largometraje, Cuando todo está perdido (All is Lost, 2013), J. C. Chandor nos mostraba a su personaje a través de sus actos, no a través de sus palabras. El marinero interpretado por Robert Redford miraba a la muerte a los ojos en un constante tira y afloja hasta la aceptación de la realidad de la situación en la que se encontraba, donde el instinto de supervivencia empezaba a dar paso a la aceptación de la muerte. Unos años antes, el realizador y guionista estrenó su ópera prima, Margin Call (2011), donde desgranaba las consecuencias financieras y éticas de la crisis económica de 2008 a partir de la interacción de ocho trabajadores de un banco de inversión durante las jornadas previas a su estallido. Lo más novedoso de la propuesta era que el impacto en el espectador lo provocaba no la elección de un argumento basado en hechos reales sino, precisamente, la potencia de su trama dentro del terreno de ficción.
Todas estas características las reconocemos perfectamente en El año más violento, además de una importante presencia del territorio como símbolo de identidad y pertenencia, ya sea a una raza o a una clase social. Desde la orilla de los embarcaderos de Brooklyn contemplaremos, a través de los ojos de los protagonistas, la isla de Manhattan, difuminada y confusa, con los edificios de su distrito financiero como skyline, a la vez oasis y quimera. Ese distanciamiento equipara nuestra incertidumbre a la de los personajes, ya que nunca sabremos si esa separación nos aleja de la gran ciudad o nos protege de ella.
Territorio, escrituras, herencia, expolio, explotación, posesión, contrato, propiedad, pertenencia… Grandes ideas y conceptos para una trama muy concreta, adscrita dentro de la lógica empresarial o administración de la cadena de suministros: Abel (Oscar Isaac) pretende adquirir la posesión de unas tierras para conseguir el acceso directo al río y así recibir directamente el combustible de manos del proveedor. Distribución, transporte y almacenamiento. Para ello embargará todas sus posesiones quedando a expensas de prestamistas, banqueros y usureros.
Desde un primer momento, El año más violento nos cautiva por la transversalidad de su historia criminal, repleta de situaciones asfixiantes que rozan el delirio, la tensión que desprenden sus diálogos y un operístico sentido de la realidad.
Una particular caída de los dioses en lo referente a los arquetipos de los personajes del cine negro, a la vez que una variante insólita del gángster prototípico. Chandor antepone el punto de vista del criminal pero no sobre su actividad sino sobre las irregularidades que el resto perpetra contra su empresa, convirtiendo así al verdugo en víctima. En primera instancia parecerá que los verdaderos criminales son los banqueros, fiscales, empresarios del mismo sector económico, etc., aunque a medida que avanza el largometraje nos daremos cuenta que, a pesar que todo está narrado desde el punto de vista del protagonista, no habrá buenos o malos sino defensores de causas propias a toda costa. El resto pasará a ser peones o contrincantes dependiendo del momento y el lugar. Lógica empresarial, nada personal.
El realizador evita la crítica o posicionamiento en favor de la radiografía de unos personajes y situaciones concretas pero, también, de una manera de hacer cine que revienta los cánones en los que se cimienta la ficción cinematográfica y televisiva norteamericana. Aquí no tienen cabida los personajes simpáticos, los finales redentores o los valores patrióticos. Incluso la única escena que podría suavizar la severidad del tono imperante y acercar al filme de Chandor a una fábula urbanita de la mentira del sueño americano provoca el efecto contrario, elevando la tensión unos cuantos enteros. Así, cuando la pareja atropella a un ciervo con su coche, Abel mostrará una misericordia inusual, como si los ojos del animal mostraran su reflejo al mirarle y se enfrentara a sí mismo, prisionero de una dilatada guerra interior. En ese momento, Anna (Jessica Chastain) se erigirá como una variante de Lady Macbeth y disparará sobre la indefensa víctima sin pestañear, reafirmando desde ese momento su figura como instigadora del negocio familiar, disfrazada bajo su figura de contable.
Las ínfulas shakesperianas no terminan aquí, puesto que como Macbeth y su esposa, los protagonistas del filme de Chandor verán cómo sus vidas luchan una batalla constante entre la ambición y la traición. Ambos serán los rasgos principales de su carácter, pero también la causa de su inminente ruina. Matar al ciervo en El año más violento sería equivalente al asesinato que Macbeth perpetra contra su rey, al que debe lealtad. El realizador convierte, como hemos visto, este acto de traición en una constante poliédrica, extensible a las relaciones que establecen entre sí todos los personajes. El sistema de alianzas y hostigamiento constante entre el empresario y el fiscal también se jugará bajo estas reglas, enalteciendo o batiéndose contra su semejante en función de los intereses de cada momento.
Sólo habrá una posibilidad de redención para el matrimonio protagonista en la secuencia final de la película, cuando vean la aleatoriedad bajo la que se rigen sus vidas. La aparición intermitente, pero constante, del hermano de Abel serían el equivalente de las visiones y el consiguiente sentimiento de culpa del original del dramaturgo. No será esta la única referencia literaria, puesto que la alusión a los hijos de los «primeros» humanos que poblaron la tierra, Adán y Eva, es evidente.
No importa lo que le suceda ni las dificultades con que se encuentre, el Abel de Chandor resistirá comprometido con la visión que tiene de sí mismo como una persona mejor que el mundo que le rodea. El Abel, hijo de Adán y Eva, pastoreaba ovejas por las tierras que trabajaba su hermano Caín. En la película, estas tierras son las que el protagonista querrá comprar a sus propietarios originales, judíos. La ofrenda, como el personaje bíblico, será de valor igual a todo lo que posee, en este caso, la hipoteca de su casa. No desvelaremos el final, ya que Chandor parece tener en mente la posibilidad de realizar una trilogía con la pareja protagonista del filme que nos ocupa. En cualquier caso, la cinta actual posee una entidad más que suficiente y definitiva como unidad.
El año más violento supone el trabajo más compacto de Chandor.
Comparado con el de Sidney Lumet, recupera la pulsión melodramática de los thrillers criminales, transmitiendo al espectador esa sensación de vivir la historia que se muestra en pantalla a contrarreloj, con la misma urgencia que sus protagonistas. Un ejercicio de mestizaje arqueológico, en cuanto a que se reconduce el endeble discurso imperante en el cine negro actual, a partir de un estudio de las cintas de gángsters que hemos ido atesorando en nuestro archivo cinematográfico durante las últimas décadas. Una vuelta a los años ochenta a partir de una radiografía social, política y económica de la actualidad. Un reflejo de la realidad presente a partir de una historia ficticia, elocuente pero nunca con vocación moralista. Cine con rigor científico.