El apartamento y Manhattan
O cómo vivir en Nueva York y ser feliz Por Sofía Machain
Billy Wilder nace en 1906, en el antiguo Imperio Austrohúngaro, actual Polonia. Se dedica brevemente al periodismo en Berlín donde ya escribía los guiones que temprano lo llevarían a Estados Unidos huyendo, entre otras cosas, de la reciente subida al poder de Adolf Hitler. De ascendencia judía también es Woody Allen, quien nace en 1935 en Brooklyn, Nueva York, justo un año después del estreno de la opera prima de Wilder, Curvas peligrosas (Mauvaise Graine, 1934) la que algunos podrían considerar precedente de la Nouvelle Vague.
Muchas son las similitudes que se pueden establecer entre los dos cineastas, pese a pertenecer a generaciones distantes. El equilibrio en cuanto al tono, la intención, la emoción, la picardía y la sensibilidad son para mí atributos poco resueltos en muchos directores de hoy en día. Así como los diálogos repletos de segundos significados, la capacidad de reírse de uno mismo, y la mirada mezquina pero luminosa ante el mundo que se despliega. Si hubiera que elegir entre la totalidad de la filmografía de cada uno muchos se quedarían con la redonda y divertida Con Faldas y a lo loco (Some like it hot, 1959), con el clásico del cine noir Sunset Boulevard (1950), o por el otro lado con Annie Hall (1977) o la divertida y caótica Hannah y sus hermanas (Hannah and her sisters, 1986). Yo encuentro, sin embargo, el punto álgido de sus carreras en El Apartamento y en Manhattan, respectivamente, sin despreciar todas las demás, que así mismo me han brindado incontables alegrías.
La de Billy Wilder se estrenó en 1960, la de Woody Allen en 1979. Prácticamente dos décadas de separación entre estas dos obras magnas de la filmografía de cada uno. Magnas porque en ellas se condensa la esencia del uno y el otro, sus manías, sus intereses y sus mejores diálogos y tramas. Más allá de todo eso, en las dos existe un punto de encuentro, un nexo particular, bien fruto de la casualidad, o fruto de la admiración de Allen hacia su anterior, poco importa eso ya. El Apartamento y Manhattan cuentan dos historias que se acercan y abrazan desde el primerísimo minuto.
El apartamento (izquierda) y Manhattan (derecha)
El apartamento y Manhattan: Minuto 00:00, encuentros y desencuentros.
Dos voces en off abren ambas películas. En la de Wilder escuchamos la voz de C.C. Baxter (interpretado por el fetiche de Wilder, Jack Lemmon), un pobre trabajador que se presenta a través de datos, números y estadísticas sobre la ciudad de Nueva York. En la de Allen, Isaac Davis (su álter ego interpretado por él mismo) intenta dar con el perfecto comienzo de la novela de su vida. Novela que comienza titubeando y repitiendo como primera frase “Amaba la ciudad de Nueva York”. De ese sentimiento hacia la ciudad partirán ambas historias. Con un Woody Allen definiendo su ciudad como “metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea” y con Wilder explicando esta misma idea casi a través de otra figura retórica: “La población de Nueva York se extiende como una fila de personas tumbadas de Times Square a Pakistán”. Con este símil o comparación el espectador entiende la magnitud de la ciudad que nunca duerme. Paralelamente a estas reflexiones, aparece en pantalla el famoso apartamento de Buddy Boy, alrededor del cual girará la trama, precedido por una toma que sobrevuela la isla de Manhattan, repleta de rascacielos teñidos en blanco y negro. Isaac Davis, comenta al ritmo de Gershwin esa inevitable dualidad cromática y despliega un hermoso desfile de imágenes y momentos prototípicos de la ciudad que tanto adora. La abertura de Manhattan pasó rápidamente a formar parte de la memoria orgullosa de la historia del cine. Tal vez el principio de El Apartamento no sea tan recordado, pero no por ello deja de guardar un sentido del humor, una ironía y una pesadumbre por parte de su protagonista tan seductora como la del filme de Allen.
El apartamento y Manhattan: Personajes que se entrecruzan en la ciudad.
C.C.Baxter estuvo a punto de casarse con la mujer que, de la nada, resultó tener una aventura con su mejor amigo. Baxter, engañado y solo, trata de suicidarse sin suerte y un tiro fallido le deja la rodilla convaleciente durante una buena temporada. Después de eso aquella mujer ya era historia y el corazón de Baxter, a diferencia de su rodilla, ya estaba curado. Así se lo cuenta a la señorita Kubelik, la bonita ascensorista, interpretada por Shirley MacLaine, que tiene los ojos puestos en otro inconquistable, el señor Sheldrake (Fred MacMurray), que a su vez incentiva los ascensos de Baxter en la empresa. De esta manera se van hilando las telarañas de un triángulo amoroso que, de alguna manera, se repetirá en Manhattan, con Isaac no sabiendo a quién querer, si al personaje de Diane Keaton, Mary, a una jovencita de ojos tristes llamada Tracy (Mariel Hemingway), o a él mismo.
El apartamento (izquierda) y Manhattan (derecha)
Los personajes de una historia se encuentran y reconocen en partes y rasgos de la otra. Así, Miss Kubelik se tropieza y halla su paralelo en Mary. Dos mujeres listas y preparadas para el mundo, inteligentes, avispadas y hermosas que alardean su independencia y fortaleza a cada paso, cuando por dentro son un laberinto débil y preocupado. Las dos caen en los brazos de quiénes no se preocupan lo suficiente: Mr. Sheldrake y Yale, quiénes comparten las mismas tretas y argumentos para mantener a la fiel esposa y a la amante cegada exactamente a la misma distancia. “Cuando una mujer sale con un hombre casado no debería usar rímel”, dice en un momento la delicada ascensorista. A lo que la intelectual editora le añade: “Supongo que debería salir con alguien que no estuviera casado”. Así es como se va escribiendo un diálogo que va y viene de una película a otra, circulando alrededor de la ciudad de Nueva York como elogio a lo imperfecto de las relaciones contemporáneas. Aquí radica el verdadero punto de unión entre Billy Wilder y Woody Allen, en su visión nostálgica, romántica y crítica sobre lo urbano y la ciudad donde todo puede pasar. Las relaciones personales se entienden como frustraciones de la metrópoli. Nos encontramos con dos sobresalientes comedias de enredo que más allá de centrarse en los idilios amorosos de sus personajes, discuten la ciudad como provocador de tales idilios. Cualquier tipo de relación, ya sea matrimonial, informal, profesional, amistosa o familiar, se ve mermada por una ciudad absorbente, apasionante y conflictiva a partes iguales. Ambos relatos se construyen a modo de pirámide, con los ojos de cada quién puestos en metas demasiado altas, demasiado lejos. Son dos historias de ascensos (y ascensores), de ir subiendo y subiendo para acabar vuelto polvo aún más abajo que el suelo y desistir, quedándose uno todavía más allá de todo aquello. Me gusta pensar estas dos películas como par porque hablan del mundo que conozco y desconozco al mismo tiempo. La vida hoy en día, individual, egoísta y mártir donde a uno le es tan difícil encontrar la caricia. Las actuaciones de los personajes están calculadas y movidas por el miedo al futuro que se asoma solitario. Sólo encuentro un leve respiro de espontaneidad y ganas de vivir en la joven Tracy que parece no temerle a nada. Qué difícil se ha vuelto dejarse llevar por el sentir, improvisar, lanzarse al vacío. Esa es la idea que me repite sin cesar cada personaje.
El apartamento y Manhattan: Aproximarse al vacío.
Llegamos a un momento en que la trama se ha enredado hasta tal punto que es difícil verle el punto de fuga. El ritmo hasta el clímax es similar en las dos historias: se hacen y deshacen las parejas para acabar viéndose de nuevo como siempre han temido: solos y pensativos. Las tramas parecen haberse resuelto llegando a la tercera mitad de película: Kubelik vuelve con el hombre casado y C.C.Baxter pasa el 31 de diciembre cenando solo en su apartamento; Mary abandona a Isaac para volver a los brazos de Yale, y de Tracy ya nadie se acuerda.
Fran Kubelik está sentada en frente a Mr. Sheldrake, que al ser descubierto por su esposa no le queda más elección para nutrir su ego que pasear a la pobre conductora de elevadores el día de año nuevo. El clima está festivo, pero el rostro de Kubelik no parece tan alegre. Sheldrake le cuenta que Baxter ha rechazado su ascenso en la empresa y es justo en ese momento, en medio de la cuenta atrás, cuando la bonita ascensorista se da cuenta de todo el tiempo perdido.
El apartamento (izquierda) y Manhattan (derecha)
Muchos años después, en algún otro rincón de la ciudad, el escritor malogrado y desilusionado Isaac Davis hace por dar con la esencia de su novela. Cansado se pregunta qué es lo que realmente merece la pena y ahí comienza uno de los monólogos más celebrados: «¿Por qué la vida merece ser vivida? Bueno, supongo que hay cosas que hacen que la vida merezca la pena vivirse. Por ejemplo, Groucho Marx y Willie Mays; y el segundo movimiento de la Sinfonía Júpiter; y la grabación de Potatohead blues por Louis Armstrong; y las películas suecas; y La educación sentimental de Flaubert; y Marlon Brando, Frank Sinatra, las fabulosas manzanas y peras de Cézanne, los cangrejos de Sam Wo…” – hace una breve pausa y se sorprende a él mismo diciendo en voz alta: “… y el rostro de Tracy”.
Es precisamente en este giro de la trama donde las dos historias se cogen de la mano y se lanzan a la carrera sin pensarlo dos veces. Por primera vez, los personajes se vuelven vulnerables y sensibles, solo piel y entrañas corriendo calle arriba y calle abajo por un Manhattan en blanco y negro que ignora su prisa y su velocidad. Los dos alcanzan su destino y se sorprenden con que aquello que puede ser posible está haciendo maletas y preparado para irse lejos, muy lejos de aquí, persiguiendo por su lado otras posibilidades distintas. Los papeles se invierten y ahora es Isaac quien le ruega a la no tan joven Tracy que se quede, que no se vaya, que le quiera. Tracy le mira atónita mientras Kubelik le propone una partida de cartas a Baxter, quien también está estupefacto ante tal aparición. Tracy le pide que tenga más fe en las personas y que la espere. Baxter, fiel a su romanticismo le declara todo el amor del mundo a una Fran Kubelik distraída y coqueta que le responde “Shut up and deal!”. Cállate, reparte las cartas, el juego ha comenzado. Isaac sonríe y el mundo se llena de incertidumbres.
El apartamento (arriba) y Manhattan (abajo)
El apartamento y Manhattan : ¿Happy ending?
Así se viste el final en los dos enredos invitando de nuevo a comentar las aproximaciones entre Wilder y Allen. Se podría hablar de dos finales abiertos en cuanto a la trama interna, pero redondos si los consideramos en términos de guion. ¿Prosperará el amor pese a la diferencia de edad y la distancia entre Isaac y Tracy? ¿Compartirán apartamento Fran y Baxter? Hay algo de desconsuelo en las últimas miradas, no logro captar la alegría de los enamorados, ni la satisfacción de quien ha logrado atrapar su sueño. El reto de definir dónde empieza la comedia y acaba el drama, dónde se dibuja la frontera entre lo dulce y lo amargo son rasgos reconocibles tanto en el uno como en el otro. Supongo que así es como tiene que ser, y supongo que por eso también ambas películas han adquirido la importancia de las cosas que merecen la pena recordar y el título de “clásicos”. Me refiero a eso de saber contar una historia que es feliz y es triste al mismo tiempo, supongo como lo es la vida.
El apartamento (izquierda) y Manhattan (derecha)
Ensayo completísimo, que recoge varias disciplinas: cine, literatura, filosofía,sociología, historia.
Qué bien relacionas personajes con actitudes ante la vida misma. Leyendo el ensayo, me han venido a la cabeza tantos y tantos lugares, ciudades, que adquieren personalidad propia, vida propia: el Nueva York que aludes en ambas películas y nuestro Madrid de La Colmena. Ciudades que se apoderan de sus habitantes y les condenan a vivir existencias anodinas y tristes como el sentir de Jack Lemon o el propio Woody Allen.
Grande, escritora.
Angel
A very incisive and detailed analysis of these films. Very well thought out and presented . These are classics of the American Movie Industry. regrettably we no longer have Jack lemmon with us., but they cast him opposite Shirley Maclaine in the apartment I thought it was just genius.
The whole repertoire of films she presents are unique and yet the common threat of good writing and directing runs right through them,. Billy Wilder had a definite penchant for directing Lemmon and for directing masterfully.
Kudos to this young woman for this wonderful journey through these great classics.