El arte de la excepción
Annecy 2022 (III) Por Samuel Lagunas
El exceso de películas que se consumen al día durante un Festival potencia la capacidad que tiene la pantalla para enajenar al espectador. Hace algunos meses conversaba con una amiga acerca del efecto que tiene el ver películas sobre nuestros cuerpos y, especialmente, sobre nuestra relación con el tiempo: “El cine me hace sentir eterna”, dijo de pronto. Durante mi estancia en Annecy pensé mucho en esas palabras porque, si un festival de cine es la utopía cinéfila de un espacio-tiempo regido únicamente por los ritmos que marca el ver, un festival de cine animado es la deformación de esa utopía, es el habitar continuamente en una pantalla —¡un mundo!— sin humanos. Se trata de una eternidad dibujada, digital y de plastilina. Pero, como en todo festival, la repetición es agotadora y la velocidad con la que se acumula una película tras otra acelera el olvido de lo que vemos. Solo las excepciones permanecen. En esta tercera entrega, me interesa destacar tres películas que encontré inolvidables por la emoción que me causaron y por el genio que atisbo detrás de ellas. En los primeros dos casos, admito que no se tratan de películas sin fallas; aunque en el último estoy casi seguro de que estamos frente a una de los estrenos más importantes de lo que va del año.
Unicorn Wars (Alberto Vázquez, 2022)
El segundo largometraje del director español Alberto Vázquez no es inesperado dentro de su filmografía, pero sí reitera su excepcionalidad dentro del panorama general de la industria. En Unicorn Wars el mundo de ficción queda asentado con contundencia desde los primeros minutos. Estamos en un bosque mágico donde hay un monstruo que —a la Ghibli— se ocupa de vigilar y preservar un orden humano-sobrenatural incomprensible. Hay una unicornia que ha perdido a su madre. Y hay, sobre todo, un grupo de ositos que viven en un campo militar donde entrenan para ir a la batalla. Estos ositos tienen nombres como Gordi o Azulín y poseen un diseño fácilmente relacionable con los Ositos Cariñositos, pero también tienen penes que no temen mostrar a sus compañeros.
Esta tensión entre ternura y virilidad es fundamental para entender el tono de la película de Vázquez: por fortuna, no se trata de otra parodia más, descendiente de las caricaturas de MTV, donde los animales del bosque son sometidos a escenas gore para regocijo del público adolescente (por ejemplo, en Happy Tree Friends [Rhode Montijo; Kenn Navarro; Aubrey Ankrum, 1999]). He ahí su excepción: su capacidad para construir una mitología propia, aparentemente ridícula, pero que en el mundo de la cinta posee una tremenda seriedad dramática de la que, como espectadores, no estamos a salvo. Por ello, no temo decir que Unicorn Wars fue la película más emocionante que vi en Annecy; es imposible no sentir empatía por el bullying que le hacen a Gordi, no contagiarse del vigor que muestran las unicornias antes de la batalla o no dolerse con las masacres que dejan los enfrentamientos.
La historia no es extraña: Azulín está convencido de que los unicornios tienen que morir para que el dios creador vuelva a habitar en el bosque y los ositos recuperen el lugar que les había sido asignado originalmente. Su descenso corporal y emocional a los infiernos del odio y de la guerra, que por momentos nos recuerda al Kurz de Apocalypse now (Francis Ford Coppola, 1979), es puesto en tensión por un pasado familiar de muerte y abandono. Esta ambivalencia, sin embargo, pierde todo su ímpetu con el tono de mito fundacional que la cinta adopta en el apretado último tercio donde todo avanza rápida y tropezadamente. Así, Unicorn Wars se autosabotea en aras de “enseñar” algo a sus espectadores. Comienza como una poderosa ficción que acaba degradada en una explícita fábula moralista.
Blind Willow, Sleeping Woman (Saules aveugles, femme endormie, Pierre Földes, 2022)
Las obras del escritor japonés, tan querido como odiado, Haruki Murakami, están viviendo una segunda vida en la pantalla cinematográfica. Ahora es el también compositor musical, Pierre Földes, quien en su primer largometraje decide explorar y expandir el universo murakamiano por medio de la animación. A partir de una mezcla de cuentos como “Rana salva a Tokio”, de la colección Después del terremoto, Földes consigue no solo reproducir audiovisualmente los estados de ánimo de hastío, desasosiego, soledad y abandono, característicos de los personajes de Murakami, sino también adentrarnos eficazmente a los mundos fantásticos del escritor, algo que hasta ahora no habían hecho las anteriores adaptaciones.
En la película Blind Willow, Sleeping Woman se entrecruza la historia de dos oficinistas: uno, un hombre maduro, a punto de la jubilación, que recibe la visita de una rana quien lo comisiona para salvar a Tokio de un nuevo terremoto; y el otro, un hombre joven que trata de sobreponerse a la separación de su esposa. La pregunta por el sentido de la vida va encontrando a lo largo de la película diferentes respuestas que van desde una gozosa aceptación del instante hasta una reconciliación con el lugar miserable de la escala social que nos tocó habitar; pero lo más relevante es la atmósfera onírica y de irrealidad en la que constantemente quedamos atrapados: los personajes —y nosotros con ellos— se mueven en un mundo poblado de fantasmas, donde las fronteras entre el sueño y la vigilia son transgredidas continuamente. Es ese tono de sonambulismo (mezclado con la ironía, el humor y el patetismo implacable de Murakami), conseguido gracias al estilo difuminado del dibujo y a la aparente calma con la que se desarrolla la trama, el que hace de la película una experiencia luminosa y desoladora por igual.
Interdit aux chiens et aux italiens (Alain Ughetto, 2022)
El stop-motion es una técnica que se presta para hacer reflexiones sobre el destino y la libertad. En Inanimate (Lucía Bulgheroni, 2018), acaso la película más explícita en cuanto a este dilema, dos personajes de plastilina descubren que son parte de un set de grabación en el que ellos no eligen ni siquiera cómo o cuándo moverse. Este drama de la voluntad polariza al director/animador como el creador y a la marioneta o al muñeco como creación instalando, además, una distancia insalvable entre ambos. Interdit aux chiens et aux italiens cuestiona esa imagen del animador como pequeño dios no solo colocándose al mismo nivel diegético que el resto de los personajes, sino poniéndose al servicio de ellos.
La película es un documental donde el director entrevista a su abuela acerca del pasado familiar de los Ughetto, en específico sobre la experiencia migratoria que vivieron entre Italia y Francia durante el período de guerras y entreguerras. Hasta aquí nada nuevo. Sin embargo, es en las maneras en las que Alain elige autoexponerse que Interdit aux chiens et aux italiens construye su excepcionalidad. Desde la primera secuencia hay una voz en off que se relaciona con naturalidad con la figura de plastilina a la que llama abuela; no obstante, Alain no solo es ese interlocutor invisible que dirige la historia, sino también se muestra como una mano que ayuda a los personajes a hacer cosas del día a día como acercar una herramienta o cuidar a un bebé. Esos actos de ternura son también un gesto de humildad que revela una actitud rarísima frente a la técnica y el género de la animación. Qué es animar sino ayudar a construir y a cuidar un mundo, un cuerpo, una vida; parece resolver Ughetto con esta cinta.
De esta manera, no es la tragedia del libre albedrío la que sostiene Interdit aux chiens et aux italiens, sino el reconocimiento de una familia que sabe su vulnerabilidad (no solo por su materialidad de plastilina, sino por el contexto de guerra en el que le tocó vivir), pero que desde allí afirma su responsabilidad en el cuidado de los demás. La revelación del animador ya no como creador sino como cuidador conmueve, desarma, pero implica también una suerte de manifiesto creativo donde la humildad, la empatía y la preocupación por la vida se muestran implícitamente como los valores más importantes del trabajo creativo. Si no celebramos esa excepción, no sé qué otra cosa haya que festejar.