El atlas de las nubes

¿Qué es un océano, sino una multitud de gotas? Por Fernando Solla

“No estamos aquí porque seamos libres.

Si estamos aquí, es porque no lo somos”.Keanu Reeves en Matrix Reloaded (Andy y Lana Wachowsky, 2003)

Menudo pastel. Todavía desconcertado me encuentro llegado el momento de escribir estas palabras. ¿Qué ha pasado con El atlas de las nubes (Cloud Atlas), esa novela que tanto disfruté en el momento de su publicación, en 2004? ¿A qué se ha visto reducido el manuscrito del británico David Mitchell, autor que en su momento fue considerado un visionario posmoderno, combinando sabiamente elementos tradicionales de la novela de aventuras, un certero retrato de los personajes y una profunda reflexión entre científica y filosófica, siguiendo la estela Haruki Murakami, Philip K. Dick o el mismísimo Umberto Eco? No lo sé, casi tres horas de metraje y todavía no he logrado descifrar, ni siquiera intuir, la razón de la unión de los hermanos Wachowsky y el alemán Tom Tykwer (que comparte autoría de la banda sonora) para rodar esta película y, mucho menos, qué aspiraciones tenían o qué les motivaba para llegar a esta sobredosis de azúcar alargada hasta el extremo que, aunque no se hace pesada, puede resultar indigesta y, en cualquier caso, es excesiva.

Que los Wachowsky hace tiempo que perdieron el norte ya nos quedó claro en 2003 con el estreno de Matrix Reloaded, continuación infantilizada y repetitiva de la primera entrega de la saga, que como el caso de El atlas de las nubes, abusó del uso de efectos especiales y estropeó el argumento original, ridiculizando el mensaje místico y mesiánico de Matrix (1999), cuyo cuestionamiento constante de la realidad, desbordante e ilimitadamente imaginativo, nos hizo creer en la capacidad de la mente para doblar una cuchara. En el caso de Tykwer sí que podemos hablar de decepción, o al menos constatación irrefutable de que su etapa norteamericana es sin lugar a dudas un borrón en contraposición a su filmografía europea. ¿Cómo comparar el caso que nos ocupa o la anodina y aburrida Dinero en la sombra (The International, 2009) con sus anteriores (alemanas) y muy estimulantes Corre Lola, corre (Lola rennt, 1998) o la romántica (y favorita de un servidor) La princesa y el guerrero (Der Krieger und die Kaiserin, 2000) o, incluso, con la también excesiva pero visualmente impactante El perfume, historia de un asesino (Perfume: The Story of a Murderer, 2006)?

El atlas de las nubes

El atlas de las nubes. Seis historias (o sus epidérmicas reminiscencias) y casi tres horas de metraje. Pasado, presente, futuro… ¿Todo está conectado?

Los realizadores parecen estar tan seguros de la trascendencia e interés del material de partida que, más que adaptar, fotocopian la estructura de la novela (prólogo, historias varias, epílogo…) para ofrecernos un producto que se puede resumir en una sola palabra: ridículo. Como decíamos, seis historias: Sur del Pacífico (1849). Adam Ewing (Jim Sturgess), joven abogado estadounidense navega hacia las Islas Chatham. Tras presenciar la brutal paliza a un esclavo (David Gyasi) se replanteará sus principios y motivaciones vitales. Segunda etapa: Cambridge y Edimburgo (1936). Robert Frobisher (Ben Whishaw) y Rufus Sixsmith (James D’Arcy) son dos amantes que deberán separarse debido a la persecución de su opción/condición sexual. Frobisher encontrará refugio en el hogar del famoso compositor Vyvyan Airs (Jim Broadbent) y su esposa Jocasta (¿Hale Berry?). Allí encontrará un lugar donde desarrollar su talento musical y compondrá el sexteto El atlas de las nubes, extraordinaria composición de la que Airs querrá atribuirse el mérito, desencadenando una serie de catastróficas desdichas. San Francisco (1973). Luisa Rey (Hale Berry, ahora sí la reconocemos), periodista cuyo mayor mérito profesional es “ser hija de…” encontrará la oportunidad que tanto ansiaba cuando un envejecido Rufus Sixsmith (de nuevo James D’Arcy, ahora ¿físico nuclear?) le entrega un manuscrito que revela un escandaloso secreto que atenta contra la seguridad del estado. De repente volvemos al “presente” (Reino Unido, 2012). Timothy Cavendish (una aislada y excelente interpretación de Jim Broadbent) es un editor a punto de jubilarse. Después de publicar la pésima novela del gángster Dermot Hoggins (un realmente patético Tom Hanks), y huyendo de los familiares del autor, se verá recluido contra su voluntad en un asilo regentado por enfermeras tan tiránicas como la señora Noakes (Hugo Weaving, sí, hemos dicho enfermera). Regreso al futuro. Concretamente a Neo Seúl (Corea), en 2144. Somni-451 (Doona Bae), explicará las diferencias entre fabricantes y consumidores, la cara oculta del reciclaje y las intimidades de un movimiento rebelde conocido como “Unión”. Finalmente, los realizadores nos castigan con un último viaje a The Big Island (si seguimos la fotocopiada obra de origen, estamos ya en el año 2321), donde el guerrero Zachry (en esta ocasión, un creíble Tom Hanks) deberá proteger a los suyos con la ayuda de la misteriosa Somni (no te creemos, Halle Berry) del ataque de una tribu vecina. Su peor enemigo, Old Georgie (irreconocible Hugo Weaving), producto de su alucinada imaginación. Sin duda, la peor de las seis aventuras.

El atlas de las nubes 2

Alucinados y atónitos siguen los ojos de un servidor, alguien que siempre ha creído en la posibilidad de una convivencia feliz y harmoniosa del cine con el resto de disciplinas artísticas, en especial la literatura. Que nadie se alarme, que en el largo párrafo anterior no hemos más que apuntado el planteamiento de las historias, si bien es cierto que su desarrollo es un atentado al sentido común cinematográfico y un insulto a la novela original y, su ¿desenlace? se tiñe de un caducado y mal etiquetado espíritu new age, que convierte el planteamiento metafísico, motivador de la integración de autoayuda, psicología, desarrollo de la salud, investigación a través de la conciencia y la física cuántica para enfatizar la conexión entre mente, cuerpo y espíritu en un derroche de maquillaje (¿qué porcentaje del presupuesto de la película se ha destinado a este menester?) y en una burda y pedestre constatación de que cuando no se tiene nada (interesante o no) que decir, es mejor callar. Y que ya está bien de usar a los admirados referentes que podamos tener cada uno como escudo protector que nos oculte de nuestra incompetencia e incapacidad para ofrecer un punto de vista genuino, o por lo menos, propio. Estaría bien que alguien hiciera entender a los Wachowsky y (aunque lo sintamos) a Tykwer que, no por el simple hecho de citar a Cervantes vamos a ser capaces de escribir un nuevo Quijote, por ejemplo. Esta vez la cuchara no se mueve ni se dobla, reflejo proporcional a la desgana y falta de rigor de unos profesionales, que si siguen por este camino lo único que van a conseguir es que cuando su nombre aparezca relacionado a un nuevo proyecto, huyamos despavoridos hacia cualquier otro (y más feliz) lugar cinematográfico.

La novela de Mitchell acertó en salpimentar sus historias con dosis de reflexión y conexión transversal con la actualidad en la que vivimos pero, por encima de todo, hizo prevalecer el entretenimiento. Entretenimiento pedagógico que los tres realizadores han transformado en una especie de oda ortopédica a la libertad y la democracia y la lucha de unos pocos, que aunque perecerán en el intento, conseguirán pasar el testigo de sus ideales y sus acciones por los siglos de los siglos amén, reencarnándose estos ideales en las mentes y espíritus de otros seres, cuyo cuerpo será portador de la esperanza que finalmente salvará a la humanidad. Esa corporeidad se intenta reflejar en la pantalla atribuyendo a los actores un personaje distinto para cada una de las historias. Y aquí es cuando el espectador ya no puede disimular la vergüenza ajena y se dispone a soltar la carcajada más escarnecedora. Muy complicado es en cine que nos creamos a un hombre interpretando a una mujer o viceversa, y la única motivación que despierta esta decisión es la distracción que supone de la(s) ¿trama(s)? centrales saber qué actor/actriz se encuentra bajo semejante capa de maquillaje para ¿interpretar? sus roles. Así mismo, nos rebelamos contra el muy pedante y todavía más ridículo y torpe batiburrillo que habla del arte como elemento que trasciende al alma y permite la conexión espiritual entre dos personas hasta que una cree confundirlo con un impulso sexual. No se puede explicar peor.

El atlas de las nubes 3

Conclusión: descompensación y desequilibrio. Los conectores que se usan entre las distintas historias funcionaban sin más en la novela, pero en el formato cinematográfico se revelan caprichosas cuando no intrascendentes e inverosímiles. El montaje paralelo de los seis fragmentos no hace más que ralentizar (o directamente, paralizar) todas ellas, en lugar de mostrar sus similitudes o influencias en las demás. Las interpretaciones son muy irregulares (tanto o más que el dibujo que se hace de los personajes), a excepción del ya citado Jim Broadbent, que por momentos consigue emocionarnos con la composición de ese editor literario que se rebela a ser encerrado en una residencia para la tercera edad y decide escapar con sus compañeros y de algunos momentos (discursivos y panfletarios si se quiere, pero visualmente estimulantes y muy efectivos) del capítulo de Corea (2141). A favor: la película, aun consiguiendo bien poco, va de menos a más: la primera hora es totalmente prescindible, la segunda apunta maneras y la tercera puede llegar a entretener. En contra: el resultado final hace que queramos adscribirnos al movimiento abolicionista contra la esclavitud (de las grandes producciones que resultan vacías prácticamente en su totalidad) de la primera historia. Resultado: uno de los mayores chascos cinematográficos de los últimos años. Francamente, películas como esta hacen perder la esperanza en esto que llamamos Séptimo Arte.

Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>