El club

Perdón y piedad Por Mireia Mullor

Y vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblasGénesis 1:4

Probablemente la película más devastadora de esta edición del Festival de San Sebastián. Y de todo el año. El club es una provocación que nace de la realidad más cercana e insana, una declaración de guerra hacia los abusos de lo tradicional y un revés certero a lo conservador. Película inaugural de la Sección Horizontes Latinos, el último film del chileno Pablo Larraín se construye sobre una base de depravación camuflada con piel de oveja, al igual que los personajes y el colectivo en el que pone su fiero punto de mira. Porque lo que Larraín hace no es otra cosa que apuntar y disparar, pero de una forma sublime, que atraviesa las barreras de lo burdamente explícito para colocarse en un angustioso relato con desbordante personalidad e inolvidable discurso.

En una de las escenas más estremecedoras del film, un joven que reside en el pueblo, visiblemente ebrio, empieza a gritar cosas sin sentido a una casa al lado del mar (botella en mano). De pronto, esas frases inconexas que berreaba como un niño conforman una escena turbadora: la violación de un niño (él mismo) por parte de un cura. Desde las penumbras del edificio le observan, a través de las cortinas de las ventanas, un grupo de sacerdotes y una monja que habitan en ese espacio que comparten como penitencia por sus pecados. Una casita costera que es un lugar de arrepentimiento y reinserción al sacerdocio, y que acumula crímenes que van desde la pederastia hasta la violencia física. Estos delitos han quedado impunes bajo la manta santa de la Iglesia Católica, todopoderosa en el cielo y en la tierra, y que se convierte en el blanco indiscutible del film. Es esta institución, una de las más influyentes y poseedora de adeptos del mundo entero, la que es objeto en El club de un reflejo sórdido: el suyo propio. La crítica social y política de Larraín es agresiva y apunta directamente donde duele. Eso es saber meter el dedo en la llaga.

Si un argumento tal no es suficiente, el director chileno consigue a través de sus decisiones formales crear no solo una historia, sino un concepto metafórico. Así, el aura de El club se tiñe de apagados colores azulados y grisáceos, una penumbra que recorre las escenas de forma transversal y que inunda los rincones de la localidad. Y va más allá: los personajes protagonistas, los curitas condenados a la penitencia, se muestran con un toque difuminado en sus figuras, por momentos incluso oscurecidos a causa de un plano a contraluz, como si la cinematografía nos intentase expresar lo maldecidos que están en busca de un Dios redentor. Además, la utilización reiterada de planos frontales durante las conversaciones entre actores da un aire de interrogatorio policial, o lo que es lo mismo, de presunta (y en algunos casos, comprobada) culpabilidad. El cine hecho metáfora para enseñarnos a unos personajes que viven sumidos en las sombras de la inmoralidad, del rechazo social, y que permanecen impunes y escondidos para salvaguardar la reputación de los altos mandos católicos. Como si los relatos que se explican no fuesen bastante sórdidos, la forma acompaña al contenido, en una fusión perfecta que encaja como una pieza única. Lejos de parecer redundante, estos recursos refuerzan el mensaje de Larraín, que alcanza la excelencia de forma rotunda con esta última película. La armonía en lo censurable.

El mayor acierto de El club es su capacidad para incomodar, no solo a los que se puedan sentir partícipes o compañeros de estos personajes, sino también a cualquier persona que alcance a asimilar la auténtica gravedad de lo aquí reseñado. Nunca había sonado el canto religioso ¡Perdón, oh Dios mío! de forma tan perturbadora. Sin pelos en la lengua, el director chileno firma su apoteosis cinematográfica, que contiene el estilo ácido e hiriente, de espíritu combativo, que nunca decepciona en el cineasta. Con todo, lo más fascinante de este film no es lo tremendamente escalofriante que es (que lo es), sino cómo entrará por las retinas de los espectadores. Cuál será la reacción ante lo infrahumano. Si se preguntarán ¿por qué? y cómo recibirán que el film conteste con el más inquietante silencio.

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