El concernismo y las distopías cercanas
¿Sueñan los humanos con ovejas eléctricas? Por Mónica Jordan
La ciencia ficción y la inmensidad de sus subtemáticas ha despertado vivas discusiones sobre la adhesión de una u otra obra a ciertos subgéneros. Las distopías que aquí nos ocupan no están exentas de arduos debates que poco importan a la hora de disfrutarlas, pero sí en el momento en que se intenta reflexionar sobre la relación de un conjunto de (en este caso) películas. Quizás porque el ser humano tiende a la descripción y a la clasificación (más relevante en esta era de la inabastable información internáutica), los matices, los subgéneros, las subtramas y todos los sub- han ido adquiriendo más y mayor relevancia.
No es el llamado concernismo un subgénero altamente (re)conocido, posiblemente debido a su corta vida y, añadimos, a la escasa que tiene por delante. Cabe decir que el término no es siquiera oficial, sino que fue acuñado por una pareja argentina que, al detectar ciertas similitudes en una serie de filmes, decidió listar sus características y con ello trata de afianzar el apelativo. A modo introductorio, el nombre proviene de la raíz inglesa “concern” (preocupación), aunque como hemos dicho esta denominación no nace en el mundo anglosajón. Precisamente por esto y por algunos desacuerdos descriptivos en lo que sus creadores consideran o no concernista, para este artículo hemos optado por la denominación “distopía cercana”, no solo por los matices diferenciales con la descripción concernista sino también porque la cercanía es, en resumidas cuentas, aquello que desde nuestro punto de vista diferencia estas obras del resto de distopías.
Estamos ante un subgénero de la ciencia ficción muy incipiente y que por tanto no dispone de un corpus definido, pero se adherirían a él aquellas distopías en que un pequeño avance (social, científico, tecnológico…) genera un gran cambio en las interrelaciones humanas, ya sean estas a nivel social o personal. Precisamente debido a esto, uno de los rasgos a destacar en las distopías cercanas es su punto de vista humanista, pues ponen el foco de la atención en aspectos relacionados con las personas (sus emociones, sentimientos o sus roles dentro de la sociedad) y no en el mundo que les rodea. Aun así, si nos hemos decantado por llamarlas distopías cercanas es también debido a la cercanía temporal con respecto a nuestra actualidad. Probablemente en busca de un mayor impacto en el espectador, todas se suceden en sociedades que no distan demasiado de aquellas que nos son familiares. Por lo tanto, y aunque la mayoría transcurren en el futuro, nunca nos hallamos en sociedades hiperavanzadas o con características demasiado alejadas de nuestro hábitat actual. Todo tiene un extraño, desconcertante e inquietante sabor a viejo conocido. Ahí radica, sin duda, su mayor baza: el poso reflexivo que logra instaurar en el espectador, al verse este parcialmente identificado en lo que ve.
¡Olvídate de mí!
El concernismo y las distopías cercanas: Lo humano en el punto de mira
En Minority Report (íd. Steven Spielberg, 2002) un avance “científico” permite prever los actos delictivos para evitarlos, lo cual genera una serie de cambios sociales y personales en su sociedad: reducción de los asesinatos, pero también conflictos éticos sobre la inocencia en base a los actos, etc.
En Alien nación (Alien Nation, Graham Baker, 1988), una colonia extraterrestre vive en la Tierra adaptada a la vida social humana, pero los problemas de relación entre las dos especies no tarda en generar fricciones y desconfianzas.
En la serie de televisión The Walking Dead (Frank Darabont, 2010-…), un virus arrasa con la vida humana y los supervivientes deben conformar un nuevo statu quo adaptado a la situación resultante.
Estos tres ejemplos parten de un cambio vivido en el off de la trama y centran su mirada en las consecuencias de su aparición, con lo que parten del mismo punto que nuestras distopías cercanas. Sin embargo, y aunque a veces el matiz dependa del criterio de cada cual, ninguna de ellas apuesta por el punto de vista puramente humanista y optan por estructuras de otros géneros o por la mezcla de varios. Así, Minority Report deviene un thriller de acción en el que Tom Cruise debe luchar por su inocencia pese a estar establecido que cometerá un crimen; en Alien nación nos damos de bruces con una buddy movie en la que un humano y un extraterrestre se enfrentarán a sus prejuicios para lograr resolver un caso policial; y en The Walking Dead, la que más se acerca a nuestras distopías, se entremezclan la acción con el thriller en cotas que entorpecen los dramas personales pero, sobre todo, los sociológicos.
Minority Report (izquierda), Alien nación (centro) y The Walking Dead (derecha)
Precisamente por esto, el componente humanista de las distopías cercanas se convierte en el gran elemento diferenciador del subgénero. Lo vemos claramente en cómo zozobra la vida de Jim Carrey en ¡Olvídate de mí! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Michel Gondry, 2004) tras haber pasado por los científicos de Laguna Inc. para intentar borrar de su recuerdo la relación amorosa con Kate Winslet; lo sentimos en las diversas facciones sociales y políticas que acallan sus peleas cuando ven aparecer, en Hijos de los hombres (Children of men, Alfonso Cuarón, 2006), a un recién nacido tras una larga sequía de casi dos décadas sin bebés en la Tierra; lo percibimos en la intensidad de las relaciones entre los protagonistas de Nunca me abandones (Never let me go, Mark Romanek, 2010), clones creados para ser futuros donantes que se ven condenados a morir jóvenes sin haber completado sus ciclos vitales; y lo padecemos en varios de los episodios de Black Mirror (Charlie Brooker, 2012-2013).
Precisamente por esta razón, en el caso de una película como Inteligencia artificial: IA (A.I. Artificial Intelligence, Steven Spielberg, 2001), las dudas acechan con respecto a todo lo que sigue a la primera parte. Durante el tercio en que Haley Joel Osment (en forma de robot niño para paliar la soledad de una pareja de “padres huérfanos”) llega a casa de los Swinton, la película pivota sobre la relaciones personales; por un lado, sobre la que vive David, el niño-robot, con el matrimonio que le ha adoptado; y, por otro, sobre la interacción de David con su ya-no-comatoso hermano Martin. Sin embargo, una vez el muchacho es abandonado en el bosque a su libre albedrío, Spielberg se centra en mostrarnos otro mundo, el del exterior, el de luces de neón y robots de placer, el de la persecución étnica por miedo a verse superado en número (¡ups!)… Con ello, toda distopía cercana queda relegada y encerrada en aquel primer tercio de escenas hogareñas, en familia y con los únicos conflictos derivados de la interacción entre personajes guiados por sus sentimientos.
Inteligencia artificial: IA
El concernismo y las distopías cercanas: Cualquier tiempo pasado (no) fue mejor
Por definición, no existe distopía si la trama no sucede en el futuro. No es necesario entrar en disputas sobre si el futuro de 1984 es aún futuro, pues el punto de referencia es lo que marca la línea temporal. Pero en el caso de las distopías cercanas nos encontramos con un detalle que complica algo esta definición. ¿Cuán cercano debe ser un futuro para considerarse tal?
Nunca me abandones transcurre en 1974, al menos en su primer tramo. Estamos en un internado en el que una niña, Kathy H., nos hace de guía de las normas del lugar, su extrañeza y los personajes relevantes que pueblan Hailsham: además de ella, Tommy y Ruth. Cuando nos topamos con los rostros de Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keyra Knightley, ya han pasado unos años, ellos han cumplido los deseados (¿deseados?) dieciocho, pero aún tendremos otro salto temporal hasta el “presente” desde el que Kathy H. narra la historia: 1994. ¿Es, pues, esta una historia distópica y, en cualquier caso, distópica cercana?
Decíamos antes que lo relevante del futuro cuando se refiere a esta clase de distopías no es tanto la cercanía o lejanía del año con respecto al hoy, sino el tipo de sociedad que está retratando. El término “cercanía” ha sido elegido para definir estas películas por la importancia que, desde nuestra percepción, tiene la implicación personal e identificativa del espectador. Lo comentábamos en el anterior apartado al hablar del punto de vista, pero vale la pena subrayarlo cuando entramos en los temas temporales: situarnos en un entorno reconocible, sea este parte del presente o del pasado conocido por el espectador, es lo que logra la inmediata sensación de cercanía que buscan (creemos) estas historias. En efecto, Nunca me abandones sucede en nuestro pasado histórico (de 1978 hasta 1994), pero al haber creado un mundo “alternativo” dentro de ese pasado, se convierte en un tiempo irreal que puede bien considerarse distópico (por indeseable y por inexistente). De hecho, el avance científico (la clonación) que ha permitido desarrollar las granjas humanas para donación de órganos está datada en la década de los ‘50. Algunos podrían afirmar que, entonces, estaríamos ante una ucronía y no una distopía; el debate nominal puede generar largas discusiones, pero para quien esto firma una ucronía requiere que la alteración del pasado se lleve a cabo sobre un hecho histórico altamente conocido.
Nunca me abandones
El concernismo y las distopías cercanas: Pequeños cambios, grandes consecuencias
Si nos paramos a pensar en cómo han cambiado nuestras vidas desde la aparición de internet o de los móviles, nos será relativamente fácil entender el enorme potencial con que juegan estas distopías cercanas en el ámbito personal y sociológico de sus tramas. Cada generación podría encontrar uno o varios puntos de inflexión en que, a través de la aparición de tal o cual elemento, el paradigma vital es modificado para siempre. A este respecto, las distopías cercanas juegan en el campo de la futurología, pues proyectan desde la imaginación las consecuencias (en este caso más bien negativas) de distintas clases de microevoluciones ficticias.
Encontramos ejemplos en la paradigmática distopía cercana que es la serie de Charlie Brooker Black Mirror. A través de un injerto ocular, los humanos pueden grabar sus vivencias de manera automática en su cerebro. La posibilidad de rebobinar y revisar una y otra vez ese material vital, conduce paradójicamente al protagonista de Tu historia completa (The entire history of you; temporada 1, episodio 3) a habitar de manera perenne su pasado, anclado en una relación amorosa que ya no existe en el plano real. De igual modo, en el capítulo Vuelvo enseguida (Be right back; temporada 2, episodio 1) una viuda compra un clon robótico de su esposo elaborado a partir de su rastro digital (comentarios en redes sociales, correos electrónicos, etc.) y su interacción con él acaba sumiéndola en una relación de dependencia… o lealtad. En cualquier caso, en ambos ejemplos un cambio tecnológico formatea en los individuos su capacidad relacional para convertirla en algo diferente, adaptado a sus nuevas circunstancias tecnológicas.
Otro ejemplo, aparentemente más optimista pero quizás por eso más duro, es el caso de Her (íd., Spike Jonze, 2013), en el que Theodore (Joaquin Phoenix) se enamora de Samantha (Scarlett Johansson), un sistema operativo que carece de cuerpo físico. La relación de pareja pasa por todas sus fases habituales, con el especial impacto que genera en su entorno ver a Theodore sucumbir a un ente inmaterial. Con esto Jonze refleja la alta tecnificación de una sociedad en la que las relaciones interpersonales están dejando de requerir la presencia humana.
Her
El concernismo y las distopías cercanas: Sociología distópica
Hemos hecho especial hincapié en los elementos personales y sociales de las distopías cercanas, ¿pero a qué nos referimos concretamente con esto último? Regresamos por un momento a Charlie Brooker y Black Mirror. Nos detenemos en Oso blanco (White Bear; temporada 2, episodio 2) en el que una muchacha es acechada de manera incesante por todo aquel con quien se cruza sin tener conocimiento del motivo. En su desenlace se le (y nos) desvela que como condena de un crimen, está obligada a revivir un día de caza en el que ella es la presa, mientras la sociedad presencia su persecución como si de un espectáculo circense se tratara. Siguiendo esta misma línea, en El himno nacional (The National Anthem; temporada 1, episodio 1) el primer ministro británico es obligado a tener relaciones sexuales con un cerdo (y a retransmitirlo en directo a todo el país) a cambio de liberar a la princesa de la corona inglesa, una joven increíblemente carismática.
La crítica de Brooker al voyeurismo (y, por ende, al exhibicionismo) a través de las nuevas tecnologías (pero también de los medios de comunicación) es tratado en Black Mirror a nivel sociológico, como una pandemia en la que todos estamos sumidos y que no hace sino restarnos humanidad. Las escenas grupales de la sociedad anónima que filma Brooker, esconden tras la masa a personas hipócritas, desalmadas y sobre todo morbosas. Así, durante la retransmisión del coito entre el primer ministro británico y el susodicho animal, nos muestra los rostros horrorizados de su pueblo, algunos tapándose la cara como si la mano actuara de visillo, ocultando a los de afuera pero permitiendo ver desde dentro. Además, Brooker se regocija en su misantropía y a lo largo de todo el episodio muestra las reacciones del pueblo como maleables, previsibles e irracionales, cambiando su parecer (y con ello la opinión que tienen acerca del ministro) de acuerdo a un plan de comunicación que podría haber sido establecido por el secuestrador anónimo. Igual sucede en Oso blanco, en el que el “público” forma parte del show-condena y, lejos de ofrecer orientación o ayuda a la muchacha, la fotografían sin cesar para ratificar así que son amos de toda su intimidad… incluso sin su consentimiento. Cuando en el tramo final se descubre el espectáculo en el que está viviendo, el público es agresivo, descarnado… No dista demasiado del que vemos en algunos programas de televisión… o espectáculos deportivos actuales.
De manera menos frontal, en Hijos de los hombres (Children of men, Alfonso Cuarón, 2006) nos encontramos en una sociedad destrozada cuyo único bastión de resistencia ha sido Gran Bretaña. Los humanos cargan sobre sus espaldas dieciocho años de esterilidad, un auténtico nudo gordiano que les obliga a asumir su fatal destino de especie en extinción; sin embargo, al mismo tiempo los extranjeros luchan por hacerse un hueco en la isla para sobrevivir durante lo que les queda de la mejor manera posible. Ante este estado de situación, Hijos de los hombres introduce una importante novedad en su sociedad: la aparición de una mujer embarazada, y con ello todo el conjunto de hilos e intereses por los que uno u otro grupo (ya sea agrupaciones de ayuda a los inmigrantes, el gobierno o un desinteresado Clive Owen) desean hacerse (nótese el componente materialista de este verbo) al nonato. “Necesitamos al bebé para conseguir más apoyos para nuestra revolución”, “si se lo entregamos al gobierno no querrán admitir que el primer bebé en dieciocho años es de una inmigrante ilegal y se lo darán a una pija inglesa blanca”… Estos son algunos de los comentarios que ayudan a establecer los intereses de una sociedad marcada por la desesperanza y que juega al ajedrez en la vida real.
La gran diferencia entre Black Mirror e Hijos de los hombres radica en la mirada optimista de la segunda frente al (casi) derrotismo de la primera. En la película hallamos varios puntos de fe en la humanidad, pero precisamente remarcando que es ese valor, el humanismo, lo que hace de la especie un bien preciado a defender. Los personajes femeninos de Hijos de los hombres funcionan como paradigma de esta característica y son capaces (como lo es también el protagonista, no olvidemos) de focalizar el objetivo para salvaguardar el bienestar de la madre y su bebé, indistintamente de los intereses políticos del resto de facciones. En una de las últimas escenas, una de las más emocionantes que hemos visto en el cine reciente, Clive Owen acompaña a modo de guardaespaldas a madre e hijo para lograr salir de un edificio situado en pleno conflicto bélico. En su descenso por las escaleras, los refugiados, los soldados, los guerrilleros… todos se retiran para dejar paso a la gran esperanza que implica ese recién nacido. La humanidad resurge en cada uno de ellos al ver la puerta de la esperanza entreabierta, se olvidan cada cual de sus intereses y, tras unos segundos de impactos de bomba y constante retumbar de balas, gobierna el silencio nacido de la emoción. En ese precioso gesto radica la apuesta que Cuarón (en base a la novela de P.D. James) hace en favor de la humanidad.
Emulando ese pasillo humano tras la llegada del primer bebé en Hijos de los hombres, la ciencia ficción ha acogido en los inicios de este siglo XXI este subgénero de distopías cercanas con cierto respeto y mimo. Estamos ante unas temáticas que demandan miradas críticas, con capacidad de análisis pero, al mismo tiempo, cierto decoro y aprecio hacia todo aquello que nos hace (mejores) humanos. Las distopías, al fin y al cabo, son visiones de futuros indeseables que buscan alertar sobre el camino que la humanidad sigue en su presente. Ante eso, incluso Charlie Brooker y su Black Mirror son ejemplos de avisos precautorios. Así, y pese a poder parecer lo contrario, estamos ante gestos de amor hacia esta nuestra a veces muy cuestionable especie humana.
Black Mirror e Hijos de los hombres