El desconocido del lago
¿No te dan miedo los siluros? Por Fernando Solla
The suspect was a cruel self-motivated man
He held the victim’s heart in the palm of his hand
The motive is a mistery I’ll never understand
The final cut went deep down to the very sinew
The case continues…
El Atlántida Film Fest da el pistoletazo de salida a su cuarta edición con la última película del francés Alain Guiraudie, largometraje que ya ha logrado numerosos premios, entre los que destacan el de Mejor Director en Cannes (Un Certain Regard), Giraldillo de Oro a la Mejor Película y Mejor Fotografía en Sevilla, ocho nominaciones a los Premios César (ganando finalmente Pierre Deladonchamps como Mejor Actor Revelación) y mención de la revista Cahiers du Cinema como Mejor Película de 2013… Que unos cuantos árboles no focalicen nuestra atención dentro de este exorbitante bosque, porque adentrarse en El desconocido del lago es equivalente a una palpitante aventura cinematográfica, cuyo visionado usurpa completamente cualquier atisbo de obstinación intransigente que el espectador pueda (o no) tener para zambullirnos sumisos, abstraídos y ensimismados en un thriller anímico y emocional, físico e impulsivo a modo de zozobrante, abismal y recóndita plasmación del suspenso solitario en el que se mueve el personaje de Franck (Deladonchamps) en su relación con su objeto de deseo Michel (Christophe Paou), pero también con el paulatinamente afectuoso Henri (Patrick d’Assumçao).
Guiraudie retoma dos constantes en su filmografía: la soledad del hombre homosexual y la localización de sus historias en un ambiente rural o natural del suroeste francés. Reanudando su mediometraje Ce vieux rêve qui bouge (2001), donde el trío en discordia lo formaban un obrero, su capataz y un compañero de trabajo más pendiente del primero que de su matrimonio, en El desconocido del lago nos alejamos completamente de cualquier entorno y ámbito que no sea esta única localización en la que transcurre la película, dividida en cuatro espacios colindantes: el aparcamiento improvisado, el bosque, la ribera del lago y la marisma en cuestión. Espacios abiertos que, en manos de Guiraudie, ven transgredida su naturaleza abierta y bucólica para circunscribir este opresivo suspense, en el que la temporalidad más que modificada, queda difuminada, pormenorizada frágilmente a través de los cambios de ropa, algún comentario distraído y, reiteradamente, de los planos del coche de Franck llegando al aparcamiento. Como decía, única localización y ralentización temporal; todo a favor de una pieza que explora los hábitos y costumbres a la orilla de un lago, paraíso del cruising gay como excusa para trazar un vívido retrato del desasosiego provocado por la incertidumbre que florece cuando los protagonistas profundizan en su nueva relación. Una pieza construida con un exquisito control de la tensión y angustiosa lentitud, cuya secuencia final consigue dejarnos totalmente rígidos, asimilándose nuestro estado al del atónito protagonista de un modo que supera cualquier barrera de fisicidad o animosidad, convirtiéndonos los espectadores mediante simbiosis total en Franck, sintiendo su miedo, pero también compartiendo esa oscura, innata e impulsiva fascinación que nos empuja hacia una amenaza que circunvalamos, convirtiéndonos en buitre y presa a la vez de nuestro propio deseo, cuya resultado tras cada furtiva visita al bosque nos acerca, paso a paso, a un lento y doloroso deceso llamado soledad.
Tanto el Guiraudie director como el guionista, en perfecta consonancia consigo mismo, muestran una mirada extrema y afilada de cómo estos hombres buscan sexo anónimo en un espacio público, con esos intercambios de miradas cargadas de significado, los pequeños gestos casi imperceptibles que redirigen la mirada del que nos observa hacia las partes concretas de nuestra anatomía que deseamos sean exploradas…
Pero la verdadera intriga de El desconocido del lago reside en la precisa descripción, completamente amoral, de la supremacía del deseo erótico y las obsesiones libidinosas por encima de todo y como impulsor cinético de nuestro comportamiento, motivaciones y aspiraciones. Que el paisaje sea a la vez exuberante e inquietante termina de encauzar esta fábula existencial sobre la vida y la muerte, la lujuria y la lascivia, la codicia y el deseo, el asesinato y la moralidad. Por si esto fuera poco, la mayor transgresión de Guiraudie no es el mostrar escenas de sexo homosexual completamente explícito, que descontextualizadas serían catalogadas sin ninguna duda como pornográficas, sino la adecuación de las mismas al género, formato y argumento que se trae entre manos, quedando no sólo justificadas sino plenamente patente lo crucial de su inserción para el devenir de la trama. La finalidad no es, pues, provocar la excitación sexual del espectador. Otro asunto es el resultado, que engloba tanto lo pretendido como lo no.
Cómplice de Guiraudie, la fotografía de Claire Mathon, enfatizada por la rotunda ausencia de composición musical para el largometraje, capta el paisaje localizado de una manera un tanto abstracta, contraponiendo movimientos ascendentes cuando enfoca tanto el cielo como el ocaso del sol, la frondosidad de las copas de los árboles como las nubes siniestras y amenazantes que oscurecen el paraje, como descendentes, cuando se centra en el reflejo de la luz sobre las olas o los repetidos vistas sobre el aparcamiento. Aparentemente son planos vacíos de significado, pero que van ganándose poco a poco nuestra atención hasta el punto de convertirse en premonitorios para la historia de Franck y Michel: los últimos días luminosos del verano (en algún momento se lamentarán los personajes de la llegada del otoño) darán paso a la oscuridad de las noches (no suficientemente opacas para esconder el secreto de Michel) y a lo siniestro, lúgubre y aterrador de la nocturnidad del bosque. Vital el trabajo de Mathon para conseguir mostrar la desnudez no sólo física, sino especialmente la emocional, de todos los personajes y, en concreto, en las escenas explícitamente comentadas, que contrastarán con los dos hermosísimos planos nocturnos y románticos de la pareja, donde contemplaremos su silueta dibujada sobre el fondo azul marino del lago, mientras oímos su respiración entrecortada.
Una vez expuesto todo lo anterior, justo es evidenciar el puntal que permite que toda la atmósfera conseguida no se quede en un simple ejercicio de estilo: sin duda, la construcción de los personajes principales y su simbología, tanto protagonistas como secundarios, de los que no sabremos su nombre hasta bien avanzado el metraje, cuando empiecen a dejar el anonimato propio de la actividad que practican para delimitar el argumento de la película. En Franck encontramos a un joven hermoso pero algo inseguro, consciente del deseo que despierta en los demás pero incapaz todavía de canalizar o discernir entre el apetito sexual y el romántico, ya que qué más se puede dar o pedir a alguien ante el que te muestras desnudo y primario, indefenso y entregado. Después de darse completamente, ¿qué queda por demostrar o por ofrecer? Y lo más difícil, ¿qué se puede exigir? Nadador que se defiende para mantenerse a flote pero cuyos movimientos son torpes e impostados, inseguros como él, que conducirá un Renault 25, vehículo que ya no se fabrica y del que parece resistirse a desprenderse, así como de esa voluntad infructuosa y romántica de construir una relación común, más allá de los encuentros sexuales. ¿Para qué sirve si es sólo por placer?, le preguntará a Michel en un momento cumbre de la película. De este segundo personaje, objeto de deseo de todos los bañistas, sólo conoceremos (y al mismo tiempo) lo que descubra Franck. El gran siluro (pez enorme, de agua dulce, con la boca muy grande, puede pesar más de tres quilos y medir un metro y medio) hecho hombre, excelente nadador y con un atractivo hipnótico, que abandonará las aguas del lago para aparearse con sus presas, aunque necesitará volver a ellas periódicamente, desde donde perpetrará un acto criminal, que visto por Franck (la cámara pasara a ser nuestros ojos en ese espeluznante secuencia) no hará más que aumentar su deseo. El monstruo que por las noches nunca aparecerá (de nuevo el símil con el siluro) y que conseguirá que cada vez que Franck se sumerja en el lago, nuestra angustia se asemeje a la suya, así como su envalentonamiento a perseguir el objeto de su deseo, arrinconando las cada vez más que posibles consecuencias. Finalmente Henri, personaje cuyo recorrido final resulta demasiado supeditado al desenlace del largometraje (uno de sus dos males menores). Leñador que parece despertar el afecto y delimitar el espacio de seguridad del que a veces nos salimos, pero al que otras necesitamos volver. No buscará encuentros sexuales, no ofrecerá su cuerpo, ni siquiera se desnudará, sino que observará entre curioso y receloso, el comportamiento de los asiduos a la zona, como objetos naturales del paisaje y cuya afección por Franck se desarrollará en paralelo al impulso sexual de los dos protagonistas. También conoceremos al voyeur Eric (Mathieu Vervish) y al precavido y temeroso (anónimo) personaje interpretado por Gilbert Traina, quizá el único personaje cuyo discurso nos acerca a la realidad y aparca la fábula para recordarnos que la confianza en un desconocido que usa nuestro cuerpo (o nosotros el suyo) para saciar y vaciar sus apetitos sexuales es, a lo poco, arriesgado. La incertidumbre ante la realidad, acrecentada por nuestro desconocimiento, puede volverse una obsesión. De nuevo, con esta sensación de desasosiego, nos alejaremos de cualquier drama para sumergirnos en el género del thriller psicológico.
Finalmente, y tras obviar al personaje del inspector Damroder (Jérôme Chappatte) y su innecesario reflejo del mundo que hay más allá del bosque (innecesario porque todo en esta película queda tan bien expresado con sus imágenes, diálogos y situaciones que cualquier intruso se mostrará tanto o más cómplice que el público homosexual) destacamos el gran argumento de Alain Guiraudie para la normalización del contenido gay en el cine: omitir cualquier amago de dicha normalización y rodar una historia, en apariencia sencilla pero grande, focalizada en mostrar la soledad a la que nos enfrentamos muchos de nosotros y al deseo irrefutable e irrefrenable que despierta acercarnos a lo prohibido (ese Peugeot rojo que seguirá ahí para recordárnoslo durante la segunda parte del largometraje). Cine de temática gay sí, formalmente más arriesgado y mucho más explícito que Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), por poner un ejemplo, pero de alcance igualmente universal.
Eres un fiera… Muchas gracias Saludos