El doble en el cómic de superhéroes

Por Carlos Benítez

Ya desde la denominada ‘Edad de Oro’ del comic-book, que cubre aproximadamente de 1939 a 1950,  y desde el primer cómic de superhéroes en mallas se dejó bien claro el tema de la doble identidad. La identidad secreta del kriptoniano Superman es la de Clark Kent, un gris periodista que suspira por su compañera de profesión, Louis Lane, quien por su parte ve a Clark como poco menos que un infrahombre, ya que ella está enamorada de Superman. Bonito dilema, ¿eh? Aunque el hombre de acero vuele con ella, el frustrado Clark no puede conquistarla a no ser que desvele su identidad superheroica. Una actitud esquizofrénica que parece dar la razón a Chris Nolan y Zack Snyder, criticados por estar sentando a los superhéroes en el diván del psicoanalista,  algo que como vemos no resulta ser un argumento nada original.

Batman en el cómic de superhéroes nos resulta más cercano.

No es un extraterrestre evacuado de un planeta a punto de estallar. Es producto de una tragedia urbana: queda huérfano cuando sus padres son abatidos a tiros por un ratero, siendo testigo de todo. El pobre niño rico Bruce Wayne hereda, además una gran fortuna, una mala sombra que clama venganza y que, instalada irremediablemente en su cerebro, le convierte en el azote del crimen como Batman.  Si el millonario Wayne no despierta demasiadas simpatías, como el hombre murciélago tampoco, y menos cuando a su creador,  Bob Kane, se le ocurrió darle un compañero de robustas piernas, Robin, un efebo de cuya educación y manutención se hace cargo el millonario cuando, también, se queda huérfano al sufrir sus padres, trapecistas en el circo, un accidente mortal. Así Batman y Robin viven en la mansión Wayne asistidos por Alfred, mayordomo y sirviente, y por la noche se disfrazan para combatir el mal. Un mundo de  hombres, como vemos, en el que si bien Batman sigue siendo el vengativo y huraño Wayne tras la máscará, no sucede lo mismo con su compinche. En el caso de Robin la máscara es el personaje, la identidad, y bajo ella pueden estar diferentes personalidades. Si bien este Robin inicial, Dick Grayson, se libró de las antipatías de los lectores, no le fue así de bien a otro de los que lucieron sus mallas, Jason Todd, cuya vida se puso en manos de esos mismos lectores, los cuales, llamando a un número de pago, decidieron su destino. Como no podía ser de otra forma, la mini serie Una muerte en la familia, termina como pueden imaginarse.

No piensen que tengo predilección por DC, la editorial responsable de estos superhéroes nombrados, pero he visto lógico comenzar con estos dos paladines por ser cronológicamente no ya los padres, sino los abuelos del superhéroe moderno. De ellos partió todo el imaginario que Marvel, la eterna competidora, compartió y  mejoró ya en los años sesenta.

Permitan pues que limite este pequeño artículo a estas dos editoriales, por ser las más importantes y por delimitar un campo ya de por sí extenso.
Stan Lee, editor de Marvel Comics, tenía muy claro a qué sector del publico iban, sobre todo, dirigidas sus publicaciones: acomplejados adolescentes masculinos a los que los cambios hormonales han pillado desprevenidos. Pelos por aquí, poluciones nocturnas por allá y una nueva y diferente atracción hacia una turgente compañera que, naturalmente, prefiere al deportista rubio de escaso intelecto. Vamos, que las cosas no han cambiado mucho desde los años sesenta hasta ahora, ya saben. Aunque la editorial se lanza de nuevo al ruedo de los superhéroes con Los 4 Fantásticos, será otro personaje, Spiderman, el que marcará la diferencia, mostrando ya desde el primer episodio una personalidad perfectamente perfilada. En Spiderman  son tan importantes las incidencias que sufre el empollón Peter Parker, como las aventuras que vive como el enmascarado Spiderman. Esa es la base del éxito inicial del lanzaredes y lo que cautivó al sector más perdedor de la juventud. Stan Lee y Steve Ditko, su creador gráfico y también guionista, habían dado con la fórmula mágica.

Pero  Stan Lee no las tenía todas con él. La primera historia del hombre-araña se incluyó en el último número de una cabecera de cómic que cerraba. Confianza total, como vemos. Se trataba pues de una prueba cuyo éxito rotundo motivó que el personaje obtuviera una colección propia en la que en sus inicios el enclenque Peter Parker luchaba contra la falta de dinero, la falta de autoestima, los problemas amorosos y  los chulos de patio de recreo. ¡Ah! Y también contra sus enemigos, ya que como Spiderman combate el crimen. Peter Parker es un genio de la ciencia, es flacucho, torpe y tiene, en esos primeros episodios, gafas, algo que, si bien ahora se ponen hasta los futbolistas,  antes era sinónimo de feo y marcaba al que las llevaba como blanco de sus compañeros. Pero cuando se viste de Spiderman adquiere otra personalidad, añadiendo a sus cualidades otras de las que carece como Parker: bizarría, vitalidad y sentido del humor. Como enmascarado es otro personaje muy distinto al gris y anticuado Peter.

Con el paso de los años la identidad de Parker fue cambiando, tanto de aspecto como de  actitud. No solo sale con las chicas más impresionantes, sino que la confianza en si mismo deja muy lejos al Peter de las primeras historias. Ahora Peter y Spiderman son el mismo y lo único que les diferencia es la máscara. Ha sido absorbido por el enmascarado o, la máscara ha extraído todo el potencial que Parker tenía dentro. Pero hay quien ve una dualidad y Spiderman llega a tener una relación ajena a Peter Parker con otro personaje Marvel, La Gata Negra. Cuando Peter hace el amago de quitarse la máscara, Felisa Hardy, la gata, le dice que no, que no quiere saber nada de Parker, solo quiere al arácnido. Así que uno puede hacer sus conjeturas respecto a las relaciones íntimas de esta pareja, llegando a la conclusión de que se desarrollaron… con máscaras.

En la misma liga que Peter Parker puede inscribirse la inicial Patrulla X: adolescentes diferentes que ocultan sus cambios (mutaciones) bajo un uniforme e identidad secreta. Estos incluso estudian en una academia que solo admite seres de sus características, lo que los hace más especiales y los excluye de la sociedad. Hablo de mutantes, seres excepcionales que ocultan a la sociedad su diferencia bajo una patina de normalidad. ¿Y si a esta diferencia que marca a estos personales y que procuran ocultar bajo una máscara o bajo un halo de normalidad le sumamos una sexualidad también “diferente”? Pues fue Marvel la editorial pionera 1 en mostrar este tema, ahora tan normalizado, pero entonces todavía difícil de tratar en un cómic que, en teoría, iba dirigido a niños y adolescentes. Y cuando hablo de homosexualidad no me refiero a la más que comentada relación entre Batman y Robin o entre el Capitán América y Bucky. Eso es pura especulación y ganas de epatar, me refiero a personajes declaradamente homosexuales. Primero velada y sutilmente y finalmente con salida del armario incluida.

Rizando el rizo este personaje es un mutante. Así que, además de ocultar su mutación lucha con su sexualidad, en principio ocultándola también. Northstar, perteneciente al grupo de superhéroes canadienses Alpha Flight, mantiene de soslayo un romance con Raymonde Belmonde, un hombre maduro y cínico. Cuando este personaje muere, puede leerse en el cómic este texto descriptivo escrito por John Byrne: “Jean Paul Beaubier (Northstar) siente un gran vacío abrirse en su corazón, una dentellada que amenaza con tragar todo su mundo. Hasta que encontró a Aurora (su hermana), Raymonde Belmonde había sido la persona más importante de su vida. Más que un padre, mucho más que un amigo, encontró a Jean Paul, poco más que un muchacho, solo y asustado. Asustado de lo que pensaba que era, y de lo que tenía que llegar a convertirse. Y Raimonde le había guiado fuera de ese oscuro miedo a la clara luz de la autoaceptación, enseñándole a no temer sus poderes mutantes… o ninguna otra cosa2.

Northstar no solo se aceptará a sí mismo sino que terminará manteniendo una sólida relación de pareja que culminará en matrimonio. Para que luego se diga que los comics de superhéroes son fascistoides y machistas, muy al contrario que los siempre atentos guardianes de la moral, como American Family, que denunció que se «usan los superhéroes de los niños para desensibilizarlos y lavarles el cerebro para que piensen que el estilo de vida homosexual es normal y deseable».

X-Men

X-Men

Sigamos.

A otros superhéroes no les queda más remedio que resignarse a tener una única identidad.

Ya sea porque la hayan perdido, como por ejemplo Hulka, la versión femenina de Hulk, que siempre es verde y de tal guisa ejerce como abogada. O La Bestia, que cuando comenzó a publicarse la serie X-Men en los años sesenta, se nos mostraba de lo más normal con su extraordinaria agilidad y, eso sí, unos pies considerablemente grandes. Cuando no estaba con el uniforme de La patrulla X era Henry McCoy, un científico cercano a la genialidad. Pero Henry McCoy se vio obligado a perder esa personalidad secreta al decidir los guionistas convertirlo en una auténtica bestia peluda de color azul. Una bestia, eso sí, con el intelecto de un genio.

Otros no pueden tener  doble personalidad ya de nacimiento: Rondador Nocturno es una especie de elfo de color azul con orejas puntiagudas, colmillos y cola que tampoco pierde el tiempo intentando pasar desapercibido. No le queda otro remedio que ser siempre Rondador Nocturno.

También tenemos héroes con personalidades poseídas por, por ejemplo, dioses. Como es el caso de Thor, el hijo de Odín, el mismísimo Dios del Trueno de las leyendas nórdicas, que visita la tierra cuando el tullido doctor Donald Blake golpea en el suelo con su bastón, lo que lo transforma en él. Sencillo ¿no? Pues no crean, ya que con el tiempo los guionistas prefirieron quitarse de encima al personaje humano y toda la trama en torno a él, ocupando Thor el lugar central de la serie. Aquí lo de la doble identidad fue algo ideado por Odín para castigar a su hijo. También puede considerarse como posesión lo que sufre el Dr. Bruce Banner cuando se enfada, transformándose en el colérico Hulk. No hace falta darle muchas vueltas para ver en Hulk (o La Masa, como se le llamaba aquí) a un trasunto de Jekyll y Hyde con unas gotas de Boris (Frankenstein) Karloff.

Algunos superhéroes carecen de identidad secreta, al ser esta de dominio público. Pienso por ejemplo en Los 4 Fantásticos. O en Iron Man, quien si acaso oculta algo es un incipiente alcoholismo que tan simpáticamente se refleja en su adaptación a la pantalla y antes, de forma más trágica, en el cómic.

Y para terminar echemos un vistazo, más breve si cabe, a los villanos. Y es que estos, en el tema de la doble identidad no dan, en su mayoría, demasiado juego. El villano es el villano y lo máximo que hace es ocultarse bajo una pátina de respetabilidad o simplemente bajo un sombrero y un abrigo, cual exhibicionista. El Dr. Octopus es el Dr. Octopus; Lex Luthor es Lex Luthor, el Joker es el Joker y Cabeza de Martillo (sí, existe un cabeza de martillo) es siempre Cabeza de Martillo y nunca volverán a ser humanos o llevar vida “normal”. Pero como en todo hay excepciones, y así a bote pronto me viene a la cabeza el sardónico Norman Osborn, industrial de renombre que se desata como el Duendecillo Verde, archienemigo del lanzarredes y su mayor amenaza, ya que es el primero que descubre su identidad secreta. En un acto que le honra, también se descubre ante él. Aunque quizás lo más llamativo hablando de dobles identidades, en cuanto al villaneo, sea el que pasa de una acera a otra: de vecino ejemplar a villano y de villano a superhéroe y de allí a bestia parda del crimen y de nuevo… pura carne de psiquiátrico.

Y es que las viñetas describen, a su modo, la vida.
Y en la vida todos tenemos máscaras que tenemos que ponernos de vez en cuando, ya sea para aparentar, para ocultar o simplemente para crear otra personalidad pública, reservándonos para nosotros y nuestro círculo más íntimo lo que pasa por ser una identidad secreta.
 

  1. Como también lo hicieron con las drogas, el racismo o la muerte.
  2. Citado  por Rafael Marín en Los Comics Marvel, Edición Global, Valencia 1995. Capitulo 2 página 41.
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