El evangelio según San Mateo

El tiempo de las ilusiones Por Samuel Lagunas

De la misma manera que yo te he elegido a ti, tú me has elegido a mí.
Estamos en paz. Estamos intercambiándonos favores.
Pier Paolo Pasolini, Cartas luteranas

La fe es un camino angosto, dice el evangelio, una puerta estrecha. Ese trayecto, zanjado por la duda, se aprieta aún más quedando, para regocijo de Zaratustra, del ancho de un lazo de equilibrista. “El hombre es una cuerda tendida sobre un abismo”, hace decir Nietzsche al sabio. Y sigue: “Lo que puede amarse en el hombre es ser el tránsito y hundimiento”. Me gusta que la palabra hundimiento signifique también derrumbe porque la fe está llena de eso: de caídas. Uno de los que, después del cineasta Ingmar Bergman, ha sabido narrar mejor ese traslado —de arriba abajo, de superhombre a animal y viceversa— ha sido el novelista francés Emmanuel Carrère. En El reino (2014) no titubea en hacernos partícipes de las ilusiones y desilusiones, las ganancias y las pérdidas, los absurdos y los consuelos que le ha dejado creer.

En su repaso del Nuevo Testamento, Carrère habla con cierto desdén sobre el evangelio de Mateo. Lo percibe como el más institucional de todos, el más correcto. No hay mucho margen para la subjetividad y la invención cuando lo que se quiere es organizar una comunidad, legitimar una jerarquía. El evangelio de Mateo es, por eso mismo, uno de los favoritos del clero: de donde extraen varios de los versículos que sostienen su pesada ciudad: su iglesia. Eso, sin embargo, no es lo que encontró Pasolini en la lectura que hizo de él en 1962, en Asís, durante una reunión entre cristianos y marxistas convocada por la asociación de inspiración católica Pro Civitate Christiana. El director de Mamma Roma (1962), es la hipótesis con la que ahora me acerco a El evangelio según san Mateo (Il vangelo secondo Matteo, 1964), halló en esas páginas la semilla de una ilusión que germinaría primero en la filmación ad litteram del texto mateano y luego haría explosión en su Trilogía de la vida, de la que no mucho tiempo después acabaría abjurando.

El libro de Mateo anticipa en sus páginas, antes que, a una institución obcecada, a un nuevo pueblo. Ese sueño, no temo afirmar, es el que descubrió Pasolini en el texto: una familia de pequeños, o, como la define el teólogo Senén Vidal, un pueblo de hermanos “sin diferencia de honor y poder entre ellos” 1. Que sólo en una atmósfera así la vida puede gestarse lo deja claro Pasolini, a pesar de esa amargura que siempre lo contrariaba, en uno de sus poemas más célebres, “El llanto de la excavadora” 2:

[…]

Maravillosa y mísera ciudad

que me enseñaste eso que los hombres

alegres y feroces aprenden desde niños,

las pequeñas cosas que se descubre

la grandeza de la vida en paz, cómo

andar duros y preparados en el gentío

de las calles, cómo dirigirse a otro hombre

sin temblar, sin avergonzarse

de mirar el dinero que cuenta

con perezosos dedos el mensajero

que suda frente a las fachadas que huyen

en un color eterno de verano;

a defenderme, a ofender, a tener

el mundo delante de los ojos y no

sólo en el corazón; a comprender

que pocos conocen las pasiones

por las cuales yo he vivido:

que no me son fraternos y, sin embargo,

son hermanos justamente por tener

pasiones de hombres

que, alegres, inconscientes, enteros,

viven de experiencias

ajenas a las mías. Maravillosa y mísera

ciudad, que me hiciste experimentar

en la experiencia de esa vida

ignota […]

El evangelio según San Mateo

El evangelio según San Mateo, estrenado en Venecia dos años después, en 1964, remarca con fuerza lo que al cineasta italiano le interesa de Jesús: sus palabras, su magisterio. Sus cinco grandes discursos, que pautan el libro y la película, fundamentan ética y políticamente esa nueva comunidad: la bienaventuranza de los pobres y los que sufren, el cuidado incansable de los débiles, la denuncia de la hipocresía y de la ceguera de los guías, el lamento por la insensibilidad del pueblo, el amor a lo miserable, la celebración de la vida desde sus llagas. Tal pedagogía no era habitual en el cine industrial de los grandes estudios norteamericanos que había convertido al nazareno en un Todopoderoso colmado de belleza, prestigio y encanto, sin olvidar su principal (atr)activo: convocar masas de enteleridas almas a las salas de cine: recaudar grandes ganancias en la taquilla. Allí no estaba la sal ni la levadura de la que hablaba Jesús capaz de hacer crecer el Reino entre la sociedad. Por eso, acudir a la letra del texto bíblico se imponía como una urgencia. Consciente de ello el papa Juan XXIII, a quien Pasolini dedica su película, convocó en 1959 al Concilio Vaticano II que trataría de mover a la iglesia hacia el corazón del evangelio, mismo que aparece desnudo, sin grandilocuencia, en los 137 minutos de metraje de El evangelio según San Mateo.

Jesús (Enrique Irazoqui) es mostrado continuamente caminando entre el desierto o entre pueblos en ruinas. Su mirada, como la de Pasolini, no evita a los leprosos ni a los cojos, sino que se detiene en ellos; la cámara, por su parte, se complace, por ejemplo, en la mano del mesías que acaricia los rostros marchitos de quienes acuden a él para encontrar salud. El contacto entre dos cuerpos alivia, de ahí la alegría del rostro de la adolescente María (Margherita Caruso) al ver regresar a José, al saber que, sin importar lo que digan los demás, él ha decidido estar con ella. En El evangelio según San Mateo, Pasolini no evita el drama de la pasión, aunque sí lo trata con mayor templanza; lejos de la exaltación que acaba desdeñando el sufrimiento humano, aquí la cámara cuida su distancia, no invade el dolor sino que lo consigna, deja huella de él sin caer en el encomio de las heridas ni de las lágrimas. Tampoco rehúye de la gloria de la Resurrección a la que trata con un gozo vigilante que nos devuelve a su poesía 3:

[…]Nuevo

en mi nueva condición

de viejo trabajo y vieja miseria,

los pocos amigos que venían

a casa en las mañanas o en las noches

olvidadas en la Penitenciaría,

me vieron dentro de una luz viva:

apacible y violento revolucionario

en el corazón y en la lengua. Un hombre florecía.

Como lo interpreta Pablo, ese otro pilar del cristianismo que sedujo a Pasolini, Jesús posibilitó el nacimiento del hombre nuevo, ese florecimiento de la nueva humanidad que se desprende tanto de la última secuencia de El evangelio según San Mateo como del verso que cito.

¿Cómo imaginó Pasolini ese nuevo Adán? Lo hizo, precisamente, a partir de textos igual de clásicos y fundacionales que el evangelio: El Decamerón (Il Decameron, 1971), Los cuentos de Canterbury (I racconti di Canterbury, 1972), Las mil y una noches (Il fiore delle mille e una notte, 1974), películas que, como él mismo las definió, se insertaron en “la lucha por la democratización de la «libertad de expresión» y por la liberación sexual”. La Trilogía de la vida, sin embargo, acabó siendo corroída por el “degradante presente” donde el consumo trivializó todo intento de lucha y donde “lo que en las fantasías sexuales era dolor y alegría se ha convertido en engaño suicida, en tedio informe” 4. No me sorprende leer a un Pasolini tan agrio y desilusionado: la fe suele hundirnos en esas grietas.

Dice Guillermo Fernández, poeta mexicano también de aciago destino, que Pasolini es “el último gran renacentista enclavado en el centro mismo del siglo XX italiano”. Al hojear mi catálogo de hombres y mujeres ilustres de ese período histórico, me fijo en Lorenzo Valla, hombre apasionado de la denuncia de las falsedades en la iglesia y, también, defensor de un cristianismo (al que Onfray se jacta de calificar como “epicúreo”) donde sólo la carne es capaz de acercarnos a la eternidad: la carne con todo el deseo que supura continuamente. Creo que Pasolini compartió esa misma ilusión, menos pretenciosa si se quiere pero, al final, con la misma tenacidad y, que no nos sorprenda, con la misma fe.

  1.  VIDAL, Senén (ed). (2015): Nuevo Testamento. Santander: Sal Terrae, página 110.
  2. PASOLINI, Pier Paolo (2009): Antología breve. Selección y nota de Guillermo Fernández. México: Universidad Nacional Autónoma de México, página 10.
  3. Ibídem, páginas 16 y 17
  4.  PASOLINI, Pier Paolo (1997): Cartas luteranas. Madrid: Trotta, página 62.
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