El Festín de Babette
Érase una vez, en una remota aldea de pescadores… Por Fernando Solla
"El cine, si se hace bien, regala pequeños
fragmentos de vida que jamás olvidarás"
El cine danés, y por extensión el europeo, está de enhorabuena, ya que este 2012 que ya termina es el año en que se celebran las bodas de plata del estreno de una obra cumbre, quizá la que más, en la filmografía del casi centenario Gabriel Axel, que con El festín de Babette (1987) definió en gran mesura las directrices que seguirían algunas obras posteriores que podríamos agrupar en un suculento y sugerente subgénero cinematográfico gastronómico. Títulos hay muchos y muy variados, quizá algunos de los que más repercusión han tenido El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (The Cook, the Thief, His Wife and Her Lover, Peter Greenaway, 1989), Delicatessen (Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, 1991), Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1992), Comer, beber, amar (Yin shi nan nu, Ang Lee, 1994), Titus (Julie Taymor, 1999), Chocolat (Lasse Hallström, 2000), cinta que aunque estimable se nos antoja como un remake encubierto de la cinta de Axel, Deliciosa Martha (Bella Martha, Sandra Nettelbeck, 2000), Hannibal (Rildey Scott, 2001), El sabor de la sandía (Tian bian yi duo yun, Ming-liang Tsai, 2005), Ratatouille (Brad Bird, 2007), Sweeney Todd (Tim Burton, 2007), Criadas y señoras (The Help, Tate Tayler, 2011)… Hay muchos más ejemplos, y su relación con la gastronomía se contempla desde distintos (y distantes) puntos de vista, que van desde la fabulación, la ironía, la escatología, el romanticismo o, incluso, la antropofagia. Sea como sea, a través de la recreación del acto culinario o alimenticio se conseguirá llegar a la catarsis o punto culminante de la historia que se proyecta ante nuestra curiosa (y casi siempre cómplice con los casos mencionados) mirada. Parece que el fenómeno ha trascendido la mera anécdota y se ha hecho eco en el ámbito festivalero, convirtiéndose en una categoría llamada Kulinarisches Kino en la Berlinale y Culinary Zinema, sección homóloga en nuestro extensamente cubierto Donostia Zinemaldia. En ambos casos se muestran películas cuya pretensión es estimular el apetito, para acto seguido servir comida preparada por cocineros que han asistido a las proyecciones. Durante el postre se abre un coloquio sobre diferentes aspectos tratados en los largometrajes. Por contraste, en las proyecciones nocturnas se intenta conseguir el efecto contrario, mostrando el estado y condiciones de las cadenas de producción alimenticia. Interesante experimento, que una vez más traspasa las fronteras cinematográficas a partir de obras pertenecientes al séptimo arte.
Con El festín de Babette, el ya por entonces veterano Gabriel Axel dio el salto al panorama internacional a la vez que nos acercaba de nuevo al mundo literario de Isak Dinesen, pseudónimo masculino que ocultaba el verdadero nombre de la autora, Karen Blixen, que inmortalizó Meryl Streep en Memorias de África (Out of Africa, Sidney Pollack, 1985), basada en la autobiografía de la literata.
El mismísimo Orson Welles se interesó por sus narraciones en Una historia inmortal (Histoire immortelle, 1968), aunque para un servidor, sin duda la adaptación más estimulante es Ehrengard (Emidio Greco, 1982) donde Jean-Pierre Cassel realizó una interpretación estupenda de Wolgang Cazotte, un famoso pintor de principios del siglo diecinueve que se empecina en seducir a una joven temerosa y virginal sin llegar a tocarla, simplemente ruborizándola. Para su particular festín Gabriel Axel nos sitúa en el año 1871 y nos traslada a una remota aldea de pescadores de la península de Jutlandia, territorio que más adelante sería conocido por acoger el mayor combate naval de la Primera Guerra Mundial, que enfrentó a las flotas del Káiser y a la Armada Real Británica, aunque ese aspecto no se trata en la película que nos ocupa.
En un tono mucho más fabulado que histórico nos adentramos en un aislado paraje dominado por el puritanismo más aferrado, aunque inocentemente practicado. Dos hermanas, Filippa y Matinne (excelentes Bodil Kjer y Birgitte Federspiel), ya ancianas, conviven en soltería a la vez que recuerdan, nostálgicas, el lejano tiempo de su juventud y la rígida educación que, voluntariamente, las obligó a renunciar al amor, en el caso de la primera, y al talento y predisposición natural para el cante lírico, en el caso de la segunda. Mientras tanto, continúan con la evangelización comenzada por su padre (Pouer Kern), pastor protestante. Huyendo de la guerra que ha estallado en su país, Babette (interpretada por Stéphane Audran, la que fuera musa de Claude Chabrol, y que también engatusó a Luis Buñuel, Éric Rohmer, Bertrand Tavernier o Samuel Fuller, ofrece una interpretación contenida en el gesto pero intensísima y rica en matices, a través de una mirada acristalada e hipnótica) encuentra refugio en la humilde morada de las dos hermanas, convirtiéndose en una especia de doncella de las ancianas. Catorce años después, y como muestra de agradecimiento, la que fue chef de uno de los mejores restaurantes de París, se ofrece a preparar una auténtica cena francesa para conmemorar el centenario del nacimiento del padre de sus piadosas anfitrionas. La noticia causará revuelo en la comunidad del pueblo, que verá como su hermetismo mental es puesto a prueba.
Apasionante la reinterpretación propuesta por el realizador danés del pasaje bíblico de Las bodas de Caná a través de la preparación de tan suculenta cena y la claudicación de todas las reticencias iniciales de los comensales durante y tras su degustación. Con una ironía tan divertida como sutil, Axel nos muestra a los miembros de una comunidad cristiana que conciben la vida como un tiempo transitorio cargado de temerosa austeridad. Babette, en cambio, vivirá su fe de una manera más abierta y equilibrada, ya que intentará que su virtuosismo nutra no sólo a su alma, si no también a su cuerpo. Del mismo modo que el manual cristiano nos invita a aceptar el sufrimiento, también nos alivia en ocasiones recordándonos que la vida es un regalo que se debe disfrutar, de ahí el pasaje de las bodas, donde tras la multiplicación de los panes y los peces los invitados comieron en abundancia y bebieron un vino excelente. No desvelaremos el milagro propuesto por Babette, tan delicioso como los platos que cocina, sólo dejaremos constancia que Axel dedica prácticamente la mitad del metraje, elevando las secuencias del desembarco de los ingredientes a la cima de la hilaridad cinematográfica. Del mismo modo, la sensibilidad y el mimo con que el realizador enfoca la preparación y degustación del banquete son dignos del pincel del mejor de los maestros pictóricos, creando una especie de retablo cinematográfico que nos mantiene hechizados durante la totalidad de tan placentero visionado.
No sabemos hasta qué punto Axel muestra sus influencias en esta obra, pero sí que recordamos durante su degustación a uno de los cineastas más iconoclastas que el aquí presente ha tenido el placer de experimentar. No nos referimos a Lars von Trier, sino a nuestro admiradísimo Carl Theodor Dreyer, realizador cuya plasticidad deconstruye la estructura narrativa de sus historias, alejándole de la convencionalidad del lenguaje cinematográfico del que no solía participar. En concreto, nos viene a la mente durante el visionado de la cinta de Gabriel Axel, La palabra (Ordet, 1955), a su vez adaptación de una obra teatral de Kaj Munk. Dreyer también centró la acción en un pueblecito de Jutlandia, recreando un ambiente místico en el que trató la incertidumbre del individuo ante la arbitrariedad y contradicciones evidentes entre fe y razón. Menos espiritual quizá que su compañero, Axel sustituye el bellísimo blanco y negro de su predecesor por una fotografía algo preciosista y colorista, aunque hermosísima y totalmente efectiva, manteniendo, eso sí, los planos detalle de los rostros y los objetos (véase alimentos) y los encuadres que nos recuerdan antes a una imagen u obra pictórica, que cinematográfica. En el caso de Dreyer, el dramatismo impregna el tono general para provocar un careo con la idea de la muerte. Axel, en cambio, busca la comicidad de los espectadores con los personajes retratados y propone un reencuentro con la anhelada joie de vivre.
Finalmente, nos sumamos a la celebración del veinticinco aniversario del estreno de un largometraje que, en su momento, consiguió el Oscar y el BAFTA a la Mejor Película extranjera del año, así como la Mención Especial del Jurado del Festival de Cannes, entre otras muchas condecoraciones. Tras su proyección en la sección Culinary Zinema de la última edición de San Sebastián, animamos a los distribuidores a recuperar la filmografía de Gabriel Axel, que estrenó su última película, Leïla, en 2001 y que nos ha ofrecido propuestas tan interesantes como La verdadera historia de Hamlet, príncipe de Dinamarca (The Prince of Jutland, 1994), versión alejada del original shakesperiano para centrarse en las fuente original, el escritor del siglo XII Saxo Grammaticus, y protagonizada por Christian Bale, Helen Mirren y Tom Wilkinson, entre otros; las aportaciones pseudoéroticas de Det kære legetøj (1968), donde abogaba por la legalización de la pornografía o, por destacar otro título, el drama histórico La capa roja (Den røde kappe, 1967). De momento, aseguramos que aunque el importe de una entrada de cine es exageradamente elevado, su adquisición para ver El festín de Babette nos transportará a uno de los rincones más hermosos del planeta para degustar el que sin duda será el mejor banquete que hayamos saboreado jamás. Bon appetit.
En qué momento se asume que Babette es cristiana-católica? en ningún momento se hace mención. Tampoco hace ninguna referencia a Dios.
No puede ser interpretada esta película como una burla a la religión, en dónde el «carpe diem» demuestra alegrar más las vidas que una conducta religiosa?. Además el autor deforma la visión de la religión llevando al extremo.
Muchas gracias, y agradeceré una explicación por alguien que entienda del tema.