El Halloween de Hubie

Make Halloween Great Again Por Ignacio Pablo Rico

En su aplaudido discurso de recepción del premio al Mejor actor en los Independent Spirit Awards 2019, el cómico, actor y productor Adam Sandler no solo hacía alusión, con desdeñoso buen humor, al desprecio que generalmente ha sufrido por parte del grueso de la crítica estadounidense y de la Academia. Además, supo reivindicar un valor por el que las películas que él ha producido y protagonizado a través de su compañía, Happy Madison, poco tienen que envidiar a Diamantes en bruto (Uncut Gems, Ben y Joshua Safdie, 2019): la capacidad para sacar a la luz aspectos desagradables, incómodos, de la vida americana moderna. En palabras de Sandler, «desde mi primer filme, una mirada audaz al sistema educativo estadounidense a través de los ojos de un sociópata privilegiado, Billy “fucking” Madison, hasta mi exaltada exploración del football universitario estadounidense y su manipulación de atletas con problemas sociales como el señor Bobby Boucher, he tratado de vender mis propias verdades con un espíritu auténticamente independiente».

Ni sus aplaudidos roles centrales en Embriagado de amor (Punch-Drunk Love, Paul Thomas Anderson, 2002) y Hazme reír (Funny People, Judd Apatow, 2009) han logrado lo que su colaboración con los hermanos Safdie: que publicaciones hipster y de tendencias de la talla de IndieWire y medios generalistas como New York Post recibieran El Halloween de Hubie casi con entusiasmo. Los textos que firman, respectivamente, David Ehrlich y Johnny Oleksinski, pese a tratar de excusarse, no atinan a dejar claro por qué ahora Sandler sí y antes Sandler no. En realidad, el último largo de Happy Madison hasta la fecha no es mejor ni peor que Desmadre de padre (That’s My Boy, Sean Anders, 2012) o Sandy Wexler (Steven Brill, 2017), por mencionar dos de sus trabajos más vilipendiados durante la década pasada. Más bien, viene a avalar el potencial humorístico y discursivo presente en toda su prolongada trayectoria creativa.

El Halloween de Hubie

Porque si algo se le ha denegado a Sandler, situándolo por debajo de un puñado de cineastas —Judd Apatow, Todd Philipps, Paul Feig— o intérpretes —Will Ferrell, Tina Fey, Ben Stiller— de su generación, es una personalidad artística. Si la recurrencia de temas, personajes o estilemas no ha sido suficiente para ello, es pedir demasiado que se preste atención al ecosistema en que se inscriben sus largometrajes: «[…] Sandler, desde el éxito que supone una producción relativamente modesta como Billy Madison, escrita junto a Tim Herlihy, se ha desenvuelto a sus anchas. Supervisando guiones, a veces coescribiéndolos, añadiendo o eliminando chistes, controlando hasta el proceso de montaje y, a la manera de Woody Allen, reuniendo un equipo técnico y artístico de confianza, prolongación de la residencia de estudiantes neoyorquina de Brittany Hall […]»1. Eso sí: debemos aceptar que, desde el estreno de la capriana Mr. Deeds (Steven Brill, 2002), apenas ha habido destellos puntuales en su cine del talante punk de aquellos hombres-niño que, con su rabiosa puerilidad, destartalaban el hipócrita mundo de los adultos en Happy Gilmore (Dennis Dugan, 1996), El aguador (The Waterboy, Frank Coraci, 1999) o Little Nicky (Steven Brill, 2000).

Pero si hay un hilo conductor entre las pataletas subversivas de aquellos adorables tarados y los héroes vulgarmente sencillos, románticos, cándidos y, en fin, normales —es decir, normativos— de las más recientes Niños grandes 2 (Grown Ups 2, Dennis Dugan, 2013), Juntos y revueltos (Blended, Frank Coraci, 2014) o Criminales en el mar (Murder Mystery, Kyle Newachek, 2019), es que sus acciones siempre acaban por invocar una armonía improbable entre contrarios: maridos atolondrados y esposas perspicaces; parejas con expectativas sociales disímiles; o, por qué no, el Nuevo y el Viejo Mundo, cada cual con sus narrativas. Aun cuando el viraje conservador —aunque no exento de fascinantes contradicciones— parece claro, diríamos que el propio Sandler cree que sus viejas caracterizaciones tienen aún mucho que decir del estado actual de su cine. Si en 2019 recuperaba para Saturday Night Live a su Opera Man —quien reducía la pugna política entre demócratas y republicanos a los escándalos sexuales de sus líderes—, El Halloween de Hubie hace lo propio con Canteen Boy, solo que el no-adulto de la cantimplora ahora porta un termo multiusos. A través de él, se nos dice que el sandlerverso no ha cambiado tanto; que el neoyorkino sigue siendo, como veremos, el mismo de siempre.

Entregado con hedonismo a la exaltación de las costumbres del americano medio, no nos extraña en absoluto que Sandler haya escogido la noche de Halloween —que proyecta, a la luz de lo familiar y de lo pop, el exorcismo de nuestros miedos— como marco para la séptima colaboración entre Happy Madison y Netflix. Lo que no cabía esperar, quizás, es que bajo la apariencia de una hilarante feel good movie para todos los públicos, se agazapara una suerte de revisión de Richard Jewell (Clint Eastwood, 2019) en clave cartoon, pues incluso la fonética del nombre del personaje central, Hubie Dubois, remite a Scooby-Doo (Joe Ruby, Ken Spears e Iwao Takamoto, 1969-). El veterano director Steven Brill, quien ha colaborado con Sandler hasta en seis producciones, vuelve a demostrar su capacidad para otorgarle a cada escena el timing necesario y facilitar que la narración fluya entre gags sin freno. El relato no es sino un modesto cuento acerca de un tipo simplón, el mencionado Hubie, hazmerreír de una histórica localidad, que hará gala de unas admirables valentía y compasión ante sus desagradecidos vecinos.

El Halloween de Hubie

El pueblo donde toma lugar la acción no es otro que Salem, y como la madre de Hubie (June Squibb) le recuerda a su hijo, las cosas no han cambiado demasiado desde 1600. Eludiendo alusiones directas al tema, pero sirviéndose de un elocuente plantel de villanos —Ray Liotta, Kenan Thompson, Maya Rudolph, Karan Brar o China Anne McClain—, El Halloween de Hubie brinda una perspectiva agria, desoladora, de la América post-Obama. No hay diferencias sustanciales entre el alcalde Larry Vaughn (Murray Hamilton) de Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) y el Major Benson de El Halloween de Hubie, excepto que el primero era blanco y el segundo es afroamericano. Italoamericanos, negros y descendientes de indios, niños y mayores, pobres y ricos, disparan por igual contra Hubie sus múltiples frustraciones —pura psicología de la lapidación— en este microcosmos multirracial que disimula entre simulacros de convivencia una brutal violencia contra el desvalido, castigando a aquel que no encaja en los patrones socioculturales hegemónicos. La pareja de entrañables trastornados fugada de un psiquiátrico es bastante menos peligrosa que los ciudadanos de bien.

Sin embargo, una vez más Sandler insiste en la nobleza de su «América somos todos»: como en la comedia costumbrista La peor semana (The Week of, Robert Smigel, 2018), el esfuerzo de quien no cree en las diferencias entre él y sus congéneres terminará por exorcizar las divergencias que alejan a unos de otros, posibilitando la fundación de una nueva comunidad en la que ya nadie es extraño. Los Estados Unidos por los que aboga El Halloween de Hubie responden a un proyecto colectivo conservador, cuyo pilar fundamental es la familia, pero en el que no caben ni la exclusión, ni la doble moral. Así, a modo de ejemplo, como sucedía en Os declaro marido y marido (I Now Pronounce You Chuck and Larry, Dennis Dugan, 2007), se apuesta por una aproximación a lo queer más disruptiva de lo que es habitual en la industria cultural, hoy tan paternalista: las voces de Aurora (Shaquille O’Neal) y Bunny (Betsy Sodaro) no se corresponden con nuestras expectativas, y ambos expresan su sexualidad con una desvergonzada pasión que no se preocupa por la comodidad de los presentes.

Quizás antes que cualquier otra cosa, El Halloween de Hubie sea la Noche de Brujas perfecta para Adam Sandler: no falta ni una de las figuras más apreciadas por él a uno y otro lado de la pantalla —Kevin James, Steve Buscemi, Rob Schneider, Tim Meadows, Maya Rudolph, Jackie Sandler y las hijas de ambos, Sadie y Sunny—, hay obvios guiños a su filmografía previa —la sábana orinada de El aguador— y un ininterrumpido aire festivo. Pero, por encima de todo, ¿no no nos habla Sandler acaso, a partir de esta reinterpretación del Canteen Boy, de sí mismo? La historia de ascensión de un ingenuo redomado que, finalmente, se descubrirá como el único ser honesto —¡y exitoso!— camufla no pocos comentarios maliciosos hacia quienes han menospreciado su carrera. El Halloween de Hubie es una celebración de coherencia y libertad por parte de un autor que, al margen de los vaivenes críticos, ha terminado por erigirse en icono para una mayoría silenciosa que se cuenta por millones. Ellos son quienes, reunidos en las salas de cine o frente a la televisión, han hecho de él la última gran personalidad verdaderamente popular de la comedia cinematográfica norteamericana.

 

  1. VÁZQUEZ, Pablo (2015): «Sandler y la Nueva Comedia Americana: Juan Nadie en el valle de los cínicos». En ALCOVER OTI, Roberto y VÁZQUEZ, Pablo (coords.): Adam Sandler: La infancia infinita, Macnulti, Madrid.
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