El hombre de acero

Iconos y destrucciones Por Manu Argüelles

En la saga La muerte de Superman, Mike Carlin explicaba cómo se veían presionados por DC para que los guiones del cómic convergieran con la línea argumental de la serie que se estaba preparando sobre los mismos personajes Lois & Clark – Las nuevas aventuras de Superman (Lois & Clark – The New Adventures of Superman, 1993-1997). Esta anécdota es suficientemente reveladora para relativizar la importancia del cómic como fuente original en la que se basan posteriores obras audiovisuales basadas en el mismo personaje. En este contexto se puede entender el reboot de El hombre de acero acometido por Zack Snyder. Porque más que deberse al legado del personaje dentro de la cultura popular, el director consigue dotarle de autonomía a su film remitiéndose a sí mismo. Por su idea omnívora de lo digital (recordemos como impuso la hegemonía de la imagen de síntesis en 300), junto con su absoluto sentido del desprejuicio, bastante inusual dentro de las coordenadas estrictas del blockbuster, amén de su elefantiásico tratamiento fílmico donde impone un abuso apabullante de la acción física, en más de una ocasión me parecía estar viendo un complemento de Sucker Punch (2011), antes que una nueva entrega fílmica del hombre de acero.

Esto puede tener dos lecturas. Una, la conservadora e integrista que no va a perdonar sus maneras excesivas, su incorrección y su evidente distorsión de los principios arquetípicos del imaginario en torno a Superman. Más de un lector fiel de las aventuras gráficas se habrá puesto las manos en la cabeza, porque aquí se considera que el universo que se vuelve a llevar a la pantalla tiene que dejar de ser rígido y estricto (¡Hola, Bryan Singer!). En ese sentido, no tiene tanto peso como parece la operación de actualizar el mito pensando en las nuevas generaciones sin memoria. Los intereses comerciales de Warner apuntan por aquí, como se ha hecho recientemente con Spiderman o como hiciese en su día Christopher Nolan con Batman. Pero Snyder consigue imponerse por encima de los objetivos de la Major. La otra lectura aplaudirá que éste se haya salido con la suya, imponiendo su personalidad artística. El resultado, en consecuencia, acusa todos los defectos y virtudes de la obra de director. Lo que queda claro es que esta vez no queda asfixiado por el peso de su fuente referencial, como ya le pasó con Watchmen (2009). No parece que Nolan como productor haya interferido mucho y su influjo apenas se puede avistar, salvo en el itinerario de autoconocimiento que recorre Clark Kent a lo largo del film, parejo al de Bruce Wayne en Batman Begins (2005).

El hombre de acero

Fíjense en cómo se distribuye la épica. Ribetes shakesperianos filtrados por la cultura popular en el episodio de Krypton (el general Zorg como villano carga con esa afectación), una heroicidad que se reparte capilarmente a todos los personajes satélites de Superman (padres, padre adoptivo, Lois Lane, etc…) y una pirotecnia catastrofista (no pueden faltar tampoco las fuerzas militares, ¡¡¡ si hasta Clark Kent consulta a un cura!!!). Pero así como los anteriores films en torno a Superman concentran y singularizan el gesto henchido y legendario en el personaje (Singer, por ejemplo, hizo que salvase un avión aterrizándolo en un campo de rugby para que todo el público vitorease la hazaña), aquí la cámara y la escenografía visual apenas realza el carácter heroico de Superman, salvo en puntuales e inevitables momentos. Snyder está eliminando al icono e interrogando al héroe. Su plano cerrado de filmarle una bota y parte de la capa, antes que filmarlo de cuerpo entero en enfático contrapicado, alude a esta significación.

Como una pieza del imaginario popular, El hombre de acero le echa morro y modifica los supuestos argumentales a su antojo.

El hombre de acero 2

Ya no es la actriz, Amy Adams, la que cambia su físico para parecerse a Lois Lane, sino al revés. De hecho, este film asesina a los Lois Lane y Clark Kent de Margot Kidder y Christopher Reeves, porque ya no queda rastro alguno de ser personajes nacidos en los años 30 (uno recordaba al Cary Grant cómico de la screwball comedy, la otra recordaba a las intrépidas e independientes reporteras al estilo de Rosalind Russell de Luna nueva). La relación que establecen aquí es de igual a igual y se suprime la ingenua doble identidad de Clark Kent. Se imponen otros contratos con el espectador de hoy.

En este sentido, buscando una verosimilitud psicológica en la situación de excepcionalidad de Clark, el mejor tramo del film en cuanto se le trata de dar al personaje algo más de cuerpo para alejarlo de su atribución encarnando un ideal, entronca directamente con el acercamiento que opera la competencia directa, Marvel, con X-Men (suena incluso hasta cruel decisión contra el Superman de Singer). Cuando Clark descubre sus poderes y su fortaleza, estos suponen un martirio hasta que los domina, al igual que una vez asumida su condición de extraterrestre debe construir en su interior el aprecio por la raza humana. No es un descubrimiento jubiloso como lo fue en el film continuista y derivativo de Singer, Superman returns (2006). Son giros que resultan fructíferos en cuanto se establece una dialéctica con las líneas maestras del héroe.

El hombre de acero

Por todo ello, Snyder procesa el film como si estuviese en una gran superficie con un carro, al cual va atiborrando de mil y un ingredientes hasta que lo deja rebosante y paralizado con tanta carga. Ese supermercado se llama cine antes que cómic, cuyo pasillo central es la reescritura argumental de los dos primeros films de Superman: el de Richard Donner, matriz canónica para todos los films posteriores de films de superhéroes, y el de Richard Lester, donde repiten villanos y parecida trama. Y en El hombre de acero prácticamente todo vale, como ya pasaba en Sucker Punch, donde recorría mil y una variantes del género aventurero en forma de diferentes episodios. La imaginación del desastre, que diría Susan Sontag, alcanza cotas de hipérbole en un tramo final desproporcionado. Un delirante ejercicio que eleva hasta el infinito las bases de películas de invasiones alienígenas, donde también tienen cabida los clásicos duelos del western para plasmar los interminables enfrentamientos de seres con fuerza sobrenatural, algo ya preceptivo dentro del subgénero. Antes habremos pasado por un Krypton que mezcla sin pudor el recargado formalismo visual de las últimas de Star Wars, con referencias múltiples tanto a los bichos mitológicos al estilo de El señor de los anillos como a  la distopía futurista con huellas a lo Matrix. Y como Snyder suele trabajar sin freno tampoco se resiste a diseminar reminisciencias estéticas de su propia obra, como por ejemplo ciertos ribetes que recuerdan a 300 (2006), sin contar que el físico de Cavill responde más a su neo-péplum digital que a las formas musculares discretas de los actores precedentes que han encarnado al héroe con capa.

Para degustadores del cine atronador que agota por acumulación, El hombre de acero tiene imágenes poderosas cuando Snyder se regodea en la devastación, caso de la pesadilla donde Superman acaba ahogado entre un alud de esqueletos humanos. O esos planos de Metrópolis con los edificios en ruinas mientras los personajes se mantienen en plano general dentro de desolado paisaje. Pero la desmesura acaba por sepultar los aciertos ante la operativa devoradora del blockbuster de hoy en día, en un film que acaba trasluciendo, más de lo que debería, todos los tics y maneras perniciosas de las superproducciones de hoy.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Laura Rosas dice:

    Por lo general, Man of Steel no ha tenido muy buenas críticas, pero a mi si me gustó esta nueva visión

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