El insulto

La identidad a juicio Por Paula López Montero

¿Quién tiene el monopolio del sufrimiento? Esta es una de las ideas que ronda el largometraje de Ziad Doueiri, El insulto (L’insulte, 2017). Nominada a mejor película extranjera en los Óscar, ahonda en en este conflicto de identidades que viene de largo y para el que siempre hay un opresor y un oprimido. Me hubiera parecido tremendamente sorprendente que una película como esta ganara –no por la mecánica que sabemos que gusta a la Academia como ya premiaron a Asghar Farhadi por Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, Asghar Farhadi, 2011)- sino porque este conflicto es terreno farragoso para los estadounidenses. Sí, habla sobre el conflicto palestino sobre el que Estados Unidos ya ha tomado una posición determinante.

El insulto, probablemente sea de las películas que con más claridad se asoma a los problemas de la contiendad y, precisamente, lo hace entremezclando una posición política, una humana y una posición judicial. Dos civiles, independientemente de su nacionalidad, deberían tener los mismos derechos –eso debería ser común para el pensamiento de los tres órdenes aunque por desgracia eso solo lo tiene claro la justicia y es por ello que la batalla de El insulto acaba por librarse, muy acertadamente, entera en los tribunales-. Es este sentido el que me parece de interés puesto que, más haya del sentimentalismo, es la justicia la que debe tomar decisiones a este respecto. Para el director, el activismo basado en la mayoría de los casos en lo emocional –y tremendamente agravado por los medios de comunicación-, puede tomar partido y alzar la voz, pero sin anular la decisión de la justicia que debe rehuir de estas pasiones y ofrecer un punto de vista mucho más certero. De ahí, toda la complicación de la trama: ¿quién inicia esa violencia y opresión?

El insulto

La película escenifica tanto las consecuencias de un acto de lo más llano y cotidiano como el que pueda ser arreglar el canalón mal puesto de un vecino, como también escenifica las consecuencias de esta guerra religiosa que se da en Oriente Medio. En este caso en un terreno mucho más singular del que podamos esperar en Beirut, Líbano. Probablemente muchos desconoceréis, como yo lo hacía, que Líbano acogió muchos refugiados palestinos y que libró otra guerra basada en esta encrucijada Israel-Palestina. La guerra del Líbano de 1982 denominada por el territorio israelí “Operación Paz para Galilea” en la que el mismo ejército israelí invadió el sur del Líbano con la intención de expulsar a la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) de dicho país. Dicha pugna se resolvió con la mediación de la Liga Árabe pero dejó, como muestra el filme, un resentimiento y un conflicto interno irresuelto.

Yasser Abdallah (Kamel El Basha) un ingeniero que está reformando la vía pública observa el canalón mal construido de Tony Hanna (Adel Karam). Éste, en su carácter egocéntrico que demuestra a lo largo dellargometraje, no le sienta bien que alguien de fuera toque sus pertenencias y decide romper el canalón nuevo delante de Yasser. Entonces Yasser le insulta. Tony, que no puede soportar ser insultado acude al jefe de Yasser para que le pida disculpas y Yasser (minoría en conflicto en el territorio) debería pedirle perdón a Tony. Cuando va a hacerlo Tony le dice: “Ojalá Ariel Sharon os hubiera matado a todos”. Yasser ante esta ofensiva, le pega un puñetazo en el estómago a Tony y le rompe dos costillas. Estos son los hechos que tratan de ser esclarecidos durante todo el desenlace de la película donde, un simple insulto ante una nimiedad, se acaba por convertir en un delito de odio.

 El insulto 2017

El insulto, no obstante, es un filme muy dinámico, basado en la agilidad de la respuesta a la causa-consecuencia, con el juego de los medios de comunicación de por medio que juegan un papel crucial y cuyos ecos vale la pena mencionar, y de las tramas judiciales que tanto enganchan al espectador. Pero, aunque lo más reseñable sea el juego de una trama bien cosida y sus interpretaciones bastante audaces, es la reflexión que acarrea sobre el conflicto lo más interesante. Ziad Doueiri en este sentido se pregunta: ¿qué vale más una agresión verbal o una física? ¿quién es el opresor y el oprimido? ¿qué papel tienen los derechos humanos hoy en día?

La solución que propone el director, era de esperar –es decir, es lo que le cabe esperar al ser humano cristiano, judío o musulmán-: la prueba de empatía ante el sufrimiento entre dos personas que sólo les separan sus religiones y que simplemente son presos del mismo sistema donde el odio y la resolución mediante la violencia es la escapatoria a esta falta de perspectiva.

Para terminar, me gustaría volver a resaltar la diferencia en cuanto a perspectiva y posicionamiento que nos ofrecen dos filmes que pueden tratar más o menos sobre la militarización y el conflicto Israel-Palestina como son Foxtrot (Samuel Maoz, 2017) y El insulto. En Foxtrot reseñé el juego irónico que se permite en un Israel mucho más cercano a Occidente, mientras que en El insulto se destaca esa pesadumbre donde la culpa y la consecuencia tienen una clara predominancia en el imaginario de Oriente Medio. Si en Foxtrot el gran angular y su perspectiva hablan por sí solos, en El insulto reina un plano medio mucho más cerrado de la situación, dos enfoques bien diferenciados según el prisma cultural que hay detrás.

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