El mayordomo
¿Hasta cuándo hay que luchar? Por Christian G. Carlos
Durante la última semana del pasado setiembre y la primera de este octubre han ido llegando varias noticias desde Estados Unidos que hacían referencia al plan de salud llamado ObamaCare, cuyo principal objetivo es el de universalizar, tanto como sea posible, el acceso de sus ciudadanos a hospitales y medicamentos. El plan, ideado desde la primera legislatura del actual presidente, ha retrasado su implementación hasta este 2013. Y aún con todo, los problemas en forma de shutdown proclamado por los republicanos, está todavía más atrasando los plazos. Ni siquiera Obama, con un plan plagado de buenas intenciones y promovido desde su presidencia, se libra de tener que seguir luchando.
Sin embargo, el que no parece querer luchar es Lee Daniels. Tras un flojo debut con Shadowboxer (íd., 2005) obtuvo gran reconocimiento por su siguiente película, Precious (íd., 2009) basada en hechos reales. Mucho se esperaría entonces de su tercera película, El chico del periódico (The Paperboy, 2012) que contaba con algunos nombres importantes en su reparto. Sin embargo, para la crítica generalista supuso un paso atrás que probablemente marcó esta cuarta y última película.
Con El mayordomo, Lee Daniels vuelve a las líneas que le merecieron reconocimiento en Precious: drama racial basado en hechos reales, con fuerte carga social.
A pesar del tema tratado, su punto de vista no es combativo, sino complaciente. Lee Daniels no lucha en su película, ni pretende que nadie luche, sólo celebrar.
Con dos protagonistas que marcan líneas cronológicas paralelas y bien definidas, Cecil Gaines y su hijo Louis Gaines, el director Lee Daniels pretende una narración histórica de los afroamericanos en los últimos cien años. La voz principal se basa en los recuerdos de Cecil Gaines, que se remontan a principios de siglo con la esclavitud en los campos de algodón. El asesinato de su padre a manos del amo blanco marca el devenir del entonces pequeño Gaines, quien logrará escapar y convertirse en un criado bien tratado por los blancos del norte. Aunque logra estabilidad y normalización gracias a su puesto de trabajo, no es bien visto por Louis Gaines, el hijo mayor, que viajará al sur para estudiar y defender el maltrecho estatus de los mal llamados niggers.
Lo más bello de El mayordomo es la finura con la que Lee Daniels trata esta confrontación padre e hijo. Desde la mención a Sidney Potier, en un ejercicio meta-cinematográfico que sirve para evidenciar las diferencias entre ambos –“es un negro respetado porque cumple con el papel que quieren los blancos”, dice Louis- hasta el momento de su reconciliación en la protesta pacífica para no permitir el apartheid en Sudáfrica. Mención especial a la caracterización, en especial a la emotiva interpretación de Forest Whitaker, capaz de jugar con las dos caras que debe mostrar un mayordomo, siendo capaz a la vez de mostrarse en todo momento compungido, marcado por un pasado y una época en la que le toca vivir esperando cada pequeño progreso en su condición social. No tan brillantes pero sí destacables son las caracterizaciones de los diferentes presidentes que pasan por la Casablanca. Tratados con garbo, cada uno consigue tener su particular caricatura con breves apariciones.
Sin embargo, el conjunto se ve lastrado por la idea general, la conformista y complaciente. Llega un punto en el que las dos líneas, las llevadas por padre e hijo, se encuentran. Ese punto, que deja atrás y estigmatiza la lucha de los panteras negras, por ejemplo, encuentra su culminación en la victoria de Obama en las elecciones. Ese es el momento de victoria, el punto álgido de la lucha afroamericana. Con todo su derecho, Lee Daniels cierra la película celebrando una victoria, llegando a un cénit. Entonces es cuando el film agrada pero no agita. La visión satisfecha que denuncia un pasado ya superado y un entregar las armas para ir a reposar en un país donde ya está todo bien, puede estar basado en hechos reales pero no en la realidad. Es el gran inconveniente que tiene un film muy mimado y vibrante en sus pequeñas historias, que decide simplemente estar feliz y relajarse.