El médico alemán (Wakolda)
Muñecas en serie Por Laura del Moral
En El médico alemán-Wakolda, Lucía Puenzo nos enfrenta a una parte oscura de la historia, basándose en su novela Wakolda, se adentra en la vida en la Patagonia Argentina de una familia que acoge sin saberlo a uno de los mayores criminales nazis, Josef Mengele (Alex Brendemühl). Poco a poco, irán descubriendo el sombrío pasado de este hombre que se remonta a una de las atrocidades más terribles de la historia reciente de la humanidad .Se sitúa en el período en el que huyó a Argentina, transita sobre un tema muy incómodo que es la complicidad, o una cierta simpatía que algunos nazis encontraron de ese lado del mundo cuando huyeron de Europa. Es a la vez una crítica y un reconocimiento de una sociedad que estaba dispuesta a negociar sobre su base moral para su posible beneficio. Este médico alemán se consideraba a sí mismo como un visionario que pretendía alcanzar la perfección biológica a través de tremendos experimentos que realizó sobre una de sus obsesiones, los gemelos, por no hablar de los que realizó sobre mujeres embarazadas mientras se escondía en América del Sur.
Quizá en este punto se encuentra la parte más turbadora de El médico alemán-Wakolda, un sobrio trabajo que gradualmente va consiguiendo un relato casi siniestro.
No se sirve únicamente del tema del nazismo y del Dr. Mengele, con una moderada narración alude más a las turbaciones e inquietudes de un extranjero que da un vuelco a la vida de una familia ordinaria. Su fascinación con una niña poco desarrollada de doce años, Lilith (Florencia Bado) le llevará a convencer a su madre, Eva (Natalia Oreiro), para que acepte experimentar con ella. Hay un tímido acercamiento a sus anteriores trabajos XXY (2007) y El niño pez (2009), que se centraban en las complejidades de la adolescencia potenciadas por las específicas circunstancias de los personajes de cada una de las películas, a través de Lilith, que nos hace percibir esa pubertad en la que ser distinto tanto física como psicológicamente se convierte en prácticamente una pesadilla.
Es muy interesante el juego constante del simbolismo de las muñecas que realmente tiene un lugar prominente en la película que sirve para resaltar la perturbación de este médico por crear una especie de raza igual entre sí y superior a la existente. La dirección tensa que va adquiriendo en determinados momentos se dispersa y se extraña que no se haya sacado el máximo provecho a unos interesantes planteamientos que dejan la sensación de una falta de profundidad que hubiese sido posible si tal vez no se abrieran tantos frentes y realmente no se cierre ninguno. Y en parte, y cayendo en mi propia contradicción, esto también le da fuerza al trazado que hace Lucía Puenzo, exhibe diferentes tramas, sin detenerse demasiado en ninguna, para que después cada persona saque sus propias conclusiones. También este concreto recorrido parece hacer referencia a una especie de escenario-juego realmente acertado, una visión que siempre se descompone en dos partes: lo que los personajes ven, y lo que no ven y de lo que solo es consciente el espectador. El espectacular espacio escogido, la Patagonia Argentina, al igual que el descubrimiento de los hechos a través de los ingenuos ojos de la pequeña mitigan la crueldad que contiene todo el trasfondo de la película.